Nadie era feliz. Antes de que Haley Kittle se fuera a su primer año a la U.T., envió un correo electrónico a todo el mundo con un relato detallado de lo que había visto el día que Spencer Skipjacks amenazó a Meg Koranda en el estanque de detrás de la antigua iglesia luterana. Una vez que todo el mundo supo la verdad sobre lo que había ocurrido, no podían culpar a Ted por haber pegado a Spence. Claro que deseaban que no hubiera ocurrido, pero Ted no podía darle la espalda a los insultos que Spence había lanzado. Una persona tras otra intentaron explicárselo las pocas veces que volvió al pueblo, sólo consiguiendo que él asintiera y se subiera a un avión al día siguiente.

Finalmente el Roustabout reabrió, pero incluso aunque Ted estaba por allí, no fue. En lugar de eso, un par de personas lo vieron en el Cracker John's, un miserable bar en la frontera del condado.

– Se ha divorciado de nosotros -, se quejó Kayla a Zoey. -Se ha divorciado de todo el pueblo.

– Es nuestra condenada culpa -, dijo Torie. -Esperamos demasiado de él.

Varias voces bien informadas había dicho que Spence y Sunny habían regresado a Indianápolis, dónde Sunny se había refugiado en el trabajo y Spence había contraído un herpes zoster. Para sorpresa de todos, Spence había roto las negociaciones con San Antonio. Se decía, que después de haber sido cortejado tan bien por la gente de Wynette, había perdido interés en ser un pez pequeño en un estanque grande, había renunciado a sus planes de construir un resort de golf.

Con toda la conmoción, la gente casi había olvidado lo de la subasta Gana un Fin de Semana con Ted Beaudine hasta que el comité de la reconstrucción de la biblioteca le recordó a todo el mundo que el plazo se cerraba la medianoche del 30 de septiembre. Esa noche, el comité se reunió en la oficina del primer piso de la casa de Kayla para conmemorar la ocasión, así como para reconocerle a Kayla la forma en que había seguido encargándose de la subasta después de que su padre le cortara el grifo.

– No podríamos haber hecho esto sin ti -, dijo Zoey desde el sofá Hepplewhite de enfrente del escritorio de Kayla. -Si al final la librería reabre, pondremos una placa en tu honor.

Kayla recientemente había redecorada su oficina poniendo papel de pared Liberty y muebles neoclásicos, pero Torie eligió sentarse en el suelo. -Zoey quería colgar la placa en la sección de los niños -, dijo ella, -pero votamos para ponerla en las estanterías de moda. Nos imaginamos que era donde pasarás más tiempo.

Las otras le lanzaron una mirada acusadora por recordarle a Kayla que estaría leyendo sobre moda en lugar de tener la boutique que siempre había soñado tener. Torie no lo había hecho adrede, así que se levantó para rellenar el mojito de Kayla y admirar su piel después de haberse hecho la exfoliación química.

– Falta un minuto para la media noche -, dijo con falso entusiasmo Shelby.

El suspense real había acabado hace un mes cuando Sunny Skipjacks había dejado de apostar. Durante las dos últimas semanas, el mayor postor, con cuatro mil quinientos dólares, había sido una estrella de un reality de la TV de la que sólo habían oído hablar los adolescentes. El comité hizo que Lady Emma le dijera a Ted que parecía que iba a tener que pasar un fin de semana en San Francisco con una ex striper que se había especializado en levantar las cartas del tarot con el trasero. Ted apenas había asentido y había dicho que debía tener un excelente control muscular, pero Lady Emma dijo que sus ojos estaban vacíos y que nunca lo había visto tan triste.

– Hagamos la cuenta atrás, igual que en Año Nuevo -, dijo Zoey brillantemente.

Y así lo hicieron. Observando la pantalla del ordenador. Haciendo la cuenta atrás. Exactamente a media noche, Kayla pulsó el botón de actualización y todas empezaron a decir el nombre de la ganadora, sólo para quedarse mudas cuando vieron que no era la estriper con un talentoso trasero, pero…

– ¿Meg Koranda? -Dijeron en un colectivo grito y luego comenzaron a hablar todas a la vez.

– ¿Meg ganó la subasta?

– Vuelve a pulsar el botón, Kayla. Esto no puede estar bien.

– ¿Meg? ¿Cómo puede ser Meg?

Pero era Meg y ellas no podrían estar más sorprendidas.

Estuvieron hablando durante una hora, intentando averiguar algo. Cada una de ellas la echaba de menos. Shelby siempre había admirado la forma en que Meg podía anticipar lo que las golfistas querían beber un día en particular. Kayla echaba de menos las prolíficas joyas que Meg le había vendido, al igual que el extravagante sentido de la moda de Meg y el hecho de que nadie tocaba la ropa que Torie le daba. Zoey echaba de menos el sentido del humor de Meg al igual que los rumores que generaba. Torie y Lady Emma simplemente la echaban de menos.

A pesar de los problemas que había causado, todas estaban de acuerdo en que Meg encajaba perfectamente en el pueblo. Incluso, Birdie Kittle se había convertido en la mayor defensora de Meg. -Podría haber hecho que arrestaran a Haley tal y como quería Ted, pero ella se opuso. Nadie más habría hecho algo así.

Haley le había contado todo a su madre y sus amigas. -Voy a ver a un consejero en la facultad -, les había dicho. -Quiero aprender a respetarme más a mí misma, para que así nada como esto vuelva a suceder.

Haley fue tan honesta sobre lo que había hecho y estaba tan avergonzada por sus acciones que ninguna de ellas había sido capaz de estar enfada con ella durante mucho tiempo.

Shelby, que había preferido una Pepsi Light en lugar de los mojitos, su puso de pie sobre el suelo nuevo de estaño. -Requiere mucho coraje enfrentarse a todo el mundo en el Roustabout de la forma que Meg lo hizo. Aunque nadie creyó una palabra de lo que dijo.

Torie resopló. -Si no hubiéramos estado tan deprimidos, nos habríamos caído de las sillas de reírnos cuando dijo que controlaba a Ted y que lo dejó, como si fuera una devoradora de hombres.

– Meg tiene honor y tiene corazón -, dijo Birdie. -Es una rara combinación. Además es la mejor doncella que he tenido nunca.

– Y la peor pagada -, apuntó Torie.

Birdie inmediatamente se puso a la defensiva. -Sabes lo que intentaba conseguir con eso. Le envié un cheque a sus padres, pero no sé nada de ella.

Lady Emma parecía preocupada. -Ninguna sabe nada. Al menos debería haber dejado un número de teléfono para así poder llamarla. No me gusta la forma en que desapareció.

Kayla gesticuló hacia la pantalla del ordenador. -Se las apañó para resurgir. Este es un movimiento desesperado por su parte. Un último intento por conseguir a Ted.

Shelby tiró de la cintura de sus pantalones demasiado apretados. -Debe haberle pedido dinero prestado a sus padres.

Torie no lo creía. -Meg es demasiado orgullosa para hacer eso. Y no es el tipo de mujer que persigue a un hombre que no se compromete.

– No creo que Meg hiciera la oferta -, dijo Zoey. -Creo que la hicieron sus padres.

Reflexionaron esa idea. -Podrías tener razón -, dijo finalmente Birdie. -¿Qué padres no querrían que su hija acabara con Ted?

Pero el ágil cerebro de Lady Emma había tomado un camino diferente. -Estáis equivocadas -, dijo firmemente. -Meg no hizo la oferta y tampoco sus padres -. Intercambió una larga mirada con Torie.

– ¿Qué? -dijo Kayla. -Dínoslo.

Torie dejó a un lado su tercer mojito. -Ted hizo la oferta en nombre de Meg. Él quiere a Meg de vuelta y así es como lo va a conseguir.

Todas querían ver su reacción, así que los miembros del comité pasaron la siguiente media hora discutiendo quién informaría a Ted de que Meg había ganado la subasta. ¿Sería un shock o revelaría su estratagema? Finalmente Lady Emma impuso su rango y anunció que lo haría ella.


Ted regresó a Wynette el domingo y Lady Emma se presentó en su casa el lunes por la mañana. No se sorprendió mucho cuando no le abrió la puerta, pero no estaba en su naturaleza dejarse intimidar, así que aparcó su SUV, sacó una biografía abundantemente ilustrada de Beatriz Potter de su bolso y se dispuso a esperarlo.

Menos de media hora después, la puerta del garaje se abrió. Él se dio cuenta que ella había bloqueado la salida tanto de su camioneta como su Mercedes, así que se acercó a su coche. Llevaba un traje de negocios, gafas de sol de aviador y un ordenador portátil en un maletín negro de piel. Se inclinó hacia ella a través de la ventanilla bajada. -Muévete.

Ella se despegó de su libro abierto. -Estoy aquí por asuntos oficiales. Algo que te habría dicho si hubieras abierto la puerta.

– Ya no soy alcalde. No tengo asuntos oficiales.

– Eres el alcalde tomándote un respiro. Lo hemos decidido todos. Y no es ese tipo de asuntos.

Él se enderezó. -¿Vas a mover tu coche o tendré que hacerlo yo por ti?

– Kenny no aprobaría que me maltrataras.

– Kenny me animaría -. Él se quitó las gafas de sol. Sus ojos parecían cansados. -¿Qué quieres, Emma?

El hecho de que no la llamara "Lady Emma" la alarmó tanto como su palidez, pero ocultó lo preocupada que estaba. -La subasta se ha acabado -, dijo ella, -y tenemos una ganadora.

– Estoy emocionado -, se burló.

– Es Meg.

– ¿Meg?

Ella asintió y esperó su reacción. ¿Vería satisfacción? ¿Shock? ¿Su teoría era cierta?

Se puso las gafas y le dijo que tenía treinta segundos para mover su maldito coche.


El enorme vestidor de Francesca era uno de los sitios preferidos de Dallie, quizás porque reflejaba las tantas contradicciones de su esposa. El vestidor era tanto lujoso como acogedor, caótico y organizado. Olía a especias dulces. Era testigo del exceso y la practicidad. Lo que el vestidor no mostraba era su espíritu, su generosidad o su lealtad a las personas que amaba.

– Nunca va a funcionar, Francie -, dijo mientras estaba de pie en el marco de puerta mirando como sacaba un sujetador de encaje en particular de uno de los cajones del vestidor.

– Tonterías. Por supuesto que funcionará -. Volvió a meter de nuevo el sujetador como si la hubiera ofendido. Eso era bueno para él, ya que la dejaba ante él con nada más puesto que un par de bragas de corte bajo de encaje morado. Quien fuera que dijese que una mujer de cincuenta años no podía ser sexy no había visto a Francesca Serritella Day Beaudine desnuda. A la que él si había visto. Muchas veces. Incluyendo hacía media hora cuando habían estado enredados en su cama deshecha.

Sacó otro sujetador que se parecía mucho al anterior. -Tenía que hacer algo, Dallie. Se está muriendo.

– No se está muriendo. Está resentido. Incluso cuando era un niño, le gustaba tomarse su tiempo para pensarse las cosas.

– Tonterías -. Otro sujetador que se topó con su desagrado. -Ha tenido un mes. Es suficiente.

La primera vez que había visto a Francie, estaba haciendo autostop en una carretera de Texas, vestida como una belleza sureña, furiosa como el demonio y decidida a que él y Skeet la llevaran. Había resultado ser el día más afortunado de su vida. Sin embargo, no tenía pensado dejarla llegar muy lejos y pretendía inspeccionar su plan. -¿Qué ha dicho Lady Emma de tu pequeño plan?

La repentina fascinación de Francie por un sujetador rojo brillante que no combinaba con sus bragas le dijo que no le había mencionado su plan a Lady Emma. Se puso el sujetador. -¿Te dije que Emma está intentando hablar con Kenny para alquilar una caravana y recorrer el país con los niños un par de meses? Le enseñaran en casa mientras están en la carretera.

– No me creo que no lo hicieras -, respondió él. -Al igual que me no creo que le dijeras que ibas a crear una cuenta de correo electrónico a nombre de Meg y hacer una oferta en esa estúpida subasta. Sabías que intentaría disuadirte.

Cogió un vestido del mismo color que sus ojos. -Emma puede ser demasiado cautelosa.

– Mentira. Lady Emma es la única persona racional en este pueblo, eso incluyéndonos a ti, a mí y a nuestro hijo.

– Eso me ofende. Tengo un gran sentido común.

– Cuando se trata de negocios.

Le dio la espalda para que él pudiera a subirle la cremallera. -Está bien, entonces… Tú tienes un gran sentido común.

Le apartó el pelo de la nuca y le besó la suave piel. -No cuando se trata de mi esposa. Lo perdí cuando te recogí aquel día en la carretera.

Ella se giró y lo miró, separó los labios y parpadeó. Podía ahogarse en aquellos ojos. Y, maldita sea, ella lo sabía. -Deja de intentar distraerme.

– Por favor, Dallie… necesito tu apoyo. Sabes como me siento respecto a Meg.

– No, no lo sé -. Subió la cremallera del vestido. -Hace tres meses la odiabas. En caso de que lo hayas olvidado, intentaste echarla del pueblo y cuando no lo conseguiste, hiciste todo lo que pudiste para humillarla haciendo que sirviera a todas tus amigas.