– No fue mi mejor momento -, Arrugó la nariz y luego se quedó pensativa. -Es magnífica, Dallie. Deberías haberla visto. No se doblegó. Meg es… Es más que espléndida.

– Sí, ya, también pensabas que Lucy era más que espléndida y mira como acabó todo.

– Lucy es maravillosa. Pero no para Ted. Se parecen demasiado. Estoy sorprendido de que no nos diéramos cuenta hasta que Meg lo hizo. Desde el principio, encajó aquí de una forma que Lucy nunca pudo hacerlo.

– Porque Lucy es demasiado sensata. Y ambos sabemos que "encajar" no es exactamente un cumplido cuando estamos hablando de Wynette.

– Pero cuando estamos hablando de nuestro hijo, es algo esencial.

Tal vez tenía razón. Tal vez Ted estaba enamorado de Meg. Dallie también lo había pensado, pero luego había cambiado de opinión cuando Ted dejó que se marchara tan fácilmente como dejó que Lucy se fuera. Francie parecía estar muy segura, pero deseaba tanto tener nietos que no era objetiva. -Deberías haberle dado el dinero al comité de la biblioteca desde el principio -, dijo él.

– Ya hablamos sobre eso.

– Lo sé -. La experiencia les había dicho que unas cuantas familias, sin importan la buena posición que tuvieran, no podían sostener un pueblo. Habían aprendido que tenían que elegir donde ayudar, y este año, la expansión de una clínica gratuita había ganado frente a la reparación de la biblioteca.

– Sólo es dinero -, dijo la mujer que una vez había vivido a base de mantequilla de cacahuete y dormido en el sofá de una radio local en medio de la nada. -En realidad no necesito renovar mi armario este invierno. Lo que necesito es tener a nuestro hijo de vuelta.

– No se ha ido a ningún sitio.

– No finjas que no sabes de lo que hablo. Más que la pérdida del resort del golf, quién realmente me preocupa es Ted.

– No lo sabemos seguro, ya que no habla con ninguno de nosotros. Incluso Lady Emma no ha conseguido que se abra con ella. Y olvídate de Torie. La ha estado evitando durante semanas.

– Es una persona reservada.

– Exacto. Y cuando se entere de lo que estás haciendo, estarás tú sola, porque voy a estar convenientemente fuera del pueblo.

– Estoy dispuesta a correr el riesgo -, dijo ella.

No era la primera vez que se arriesgaba por su hijo, y como era más fácil besarla que discutir con ella, se dio por vencido.


Había entrevistado a Jake dos veces en los pasados quince años, todo un record dada su obsesión por su privacidad. Sus reticencias lo hacía un personaje difícil de entrevistar, pero fuera de cámara, tenía un rápido sentido del humor y era alguien con él que era fácil hablar. No conocía a su esposa tan bien, pero Fleur Koranda tenía reputación de ser dura, inteligente y completamente ética. Desafortunadamente, la rápida y desagradaba visita de los Koranda a Wynette no le había dado la oportunidad ni a Dallie ni a Francesca de conocerlos mejor.

Fleur fue cordial, pero reservada cuando Francesca llamó a su oficina. Francesca le dio una versión embellecida de la verdad, dejando fuera sólo algunos inconvenientes detalles, como su parte en todo esto. Le habló sobre su admiración por Meg y su convicción de que Meg y Ted se gustaban.

– Estoy completamente segura, Fleur, que pasar un fin de semana juntos en San Francisco Hill les dará la oportunidad que necesitan para reconectar y reparar su relación.

Fleur no era tonta y señaló lo obvio. -Meg no tiene el suficiente dinero para pagarse el billete.

– Lo que hace que esta situación sea más tentadora, ¿no?

Un pequeña pausa siguió, finalmente Fleur dijo -, ¿crees que Ted lo hizo?

Francesca no mentiría, pero tampoco tenía la intención de decir que lo había hecho ella. -Ha habido muchas especulaciones en el pueblo. No te puedes imaginar las teorías que he escuchado -. Se dio prisa en hablar. -No voy a presionarte para que me des el número de teléfono de Meg… -Hizo una pausa, esperando que Fleur voluntariamente le echara una mano. Cuando no lo hizo, presionó. -Haremos esto. Me aseguraré de que se te envíe el itinerario del fin de semana, junto con los billetes de avión de Meg desde L.A. hasta San Francisco. El comité había planeado un vuelo privado para los dos desde Wynette, pero dadas las circunstancias, esta parece ser la mejor solución. ¿Estás de acuerdo?

Contuvo la respiración, pero en lugar de responder Fleur dijo -, háblame de tu hijo.

Francesca se reclinó en su silla y miró la fotografía de Teddy que le había hecho cuando tenía nueve años. Una cabeza demasiado grande para su pequeño y delgado cuerpo. Los pantalones demasiado subidos. La expresión tan seria de su rostro añadida a la camiseta gastada anunciaban que era listo y sabía como usar su inteligencia. Cogió la foto. -El día que Meg se fue de Wynette, fue al bar donde se reúne todo el mundo y le dijo a todo el mundo que Ted no es perfecto -. Sus ojos se llenaron de lágrimas y no trató de contenerlas. -No estoy de acuerdo.


Fleur estaba sentada en su escritorio recordando la conversación con Francesca Beaudine, pero era difícil pensar con claridad cuando tu única hija estaba destrozada. No es que Meg hubiera admitido que algo iba mal. El tiempo que había pasado en Texas le había hecho endurecerse y madurar, haciéndola más reservada, algo con lo Fleur todavía no sabía lidiar. Pero aunque Meg había dejado claro que el tema Ted Beaudine estaba fuera de los límites, Fleur sabía que Meg se había enamorado de él y que había resultado profundamente herida. Cada instinto maternal que poseía le urgía a proteger a Meg de más dolor.

Consideró las lagunas en la historia que acababa de escuchar. El glamuroso exterior de Francesca ocultaba una mente aguda y le había contado sólo lo que le interesaba. Fleur no tenía razones para confiar en ella, especialmente cuando claramente su hijo era su prioridad. El mismo hijo que había provocado una tristeza nueva en los ojos de Meg. Pero Meg no era una niña y Fleur no tenía derecho a tomar una decisión como ésta por ella.

Cogió el teléfono y llamó a su hija.


La silla que Ted había elegido del vestíbulo del hotel Four Season de San Franciscos le proporcionaba una clara visión de la entrada sin hacerlo visible a los que entraban. Cada vez que la puerta se abría, se le retorcía la boca del estómago. No podía creerse que estuviera tan nervioso. Le gustaba tomarse la vida de una forma fácil, con todo el mundo pasándoselo bien y apreciando la compañía de otras personas. Pero nada había sido fácil desde la noche de la cena de ensayo de su boda, cuando conoció a Meg Koranda.

Iba envuelta en un trozo de seda que le dejaba un hombro al descubierto y se abrazaba a la curva de sus caderas. Su pelo estaba beligerantemente rizado alrededor de su cabeza y monedas de plata colgaban de sus orejas. La forma en que lo había desafiado había sido molesta, pero no se lo había tomado tan en serio como debería. Desde la primera vez que se vieron, cuando se dio cuenta que sus ojos cambiaban de azul claro al verde de un cielo tornado, deberías haberse tomado en serio todo lo relacionado con ella.

Cuando Lady Emma le dijo que Meg había ganado la estúpida subastas, había experimentado una ola de euforia seguida casi inmediatamente por una dolorosa vuelta a la realidad. Ni el orgullo de Meg, ni su cuenta bancaria le permitirían pujar en la subastas, y no le llevó mucho tiempo suponer quién lo había hecho. Siempre le había gustado a los padres, y los Koranda no eran diferentes. Aunque sólo había intercambiado un par de miradas con el padre de Meg, se habían comunicado perfectamente.

El portero ayudó a un anciano en el vestíbulo. Ted se obligó a volverse a apoyar en la silla. El avión de Meg había aterrizado hace una hora, así que debería llegar en cualquier minuto. Todavía no sabía exactamente que le iba a decir, pero estaría condenado si le dejaba ver un atisbo de la ira que le hervía por dentro. La ira era un sentimiento contraproducente y necesitaba tener la cabeza fría para hacer frente a Meg. Su orden arreglaría los líos de ella.

Pero no se sentía frío u ordenado, y contra más esperaba, más ansioso se ponía. Apenas podía clasificar toda la basura que ella le había echado en cara. Primero lo había asaltado con lo que había pasado en el almuerzo. ¿Qué pasaba si él sabía que esas mujeres no iban a decir nada? Aún así había hecho una declaración pública, ¿no? Luego le dijo que se había enamorado de él, pero cuando intentó decirle lo mucho que le importaba, ella lo había descartado justo igual que rechazó el hecho que él había estado a punto de casarse tres meses antes, a punto de casarse con otra mujer. En su lugar, quería algún tipo de promesa eterna, y no satisfecha con eso, quería… ¿meterse en algo sin poner en claro el contexto?

Levantó la cabeza cuando la puerta del vestíbulo se volvió a abrir, esta vez admitiendo a un hombre mayor y a una mujer mucho más joven. Incluso aunque en el vestíbulo hacía frío, la camisa de Ted estaba húmeda. Por más que lo acusara de mantenerse al margen para así no salir dañado.

Volvió a mirar su reloj, luego abrió su teléfono para ver si ella le había mandado un mensaje, igual que había hecho tantas veces desde que había desaparecido, pero no había ningún mensaje de ella. Metió de nuevo su teléfono en su bolsillo cuando otro recuerdo lo asaltó. El único que no quería recordar. Lo que le había hecho ese día en el vertedero…

No podía creerse que hubiera perdido el control de esa forma. Ella no lo había apartado, pero no se lo perdonaría nunca.

Intentó pensar en algo más, para terminar pensando en el desastre de Wynette. El pueblo se negaba a aceptar su dimisión, así su escritorio en el ayuntamiento estaba vacío, pero se negaba endemoniadamente a volver a esa locura. La verdad era que había decepcionado a todo el mundo, y no importaba como de compresibles estaban intentando ser, no había una persona en todo el pueblo que no supiese que él les había fallado.

Las puertas del vestíbulo se abrieron y cerraron. A lo largo del verano, su perfecta vida había sido destruida.

"Soy confusa y salvaje y perjudicial, y me has roto el corazón."

El dolor insoportable en eso ojos azulverdosos le había matado. ¿Pero qué pasaba con su corazón? ¿Con su dolor? ¿Cómo pensaba ella que se sentía él cuando la persona con la que más contaba lo había dejado en la estacada cuando más la necesitaba?

"Mi estúpido corazón…" -había dicho ella. -"Estaba cantando de alegría."

Esperó en el vestíbulo toda la tarde, pero Meg nunca apareció.

Esa noche vagó por el barrio chino y se emborrachó en el bar Mission District. Al día siguiente, se subió el cuello de la cazadora y caminó por la ciudad bajo la lluvia. Montó en el teleférico, deambuló por el jardín de té en el parque Golden Gate y entró en algunas tiendas de recuerdos en Fisherman's Wharf. Intentó comerse un tazón de sopa de almejas en Cliff House para calentarse, pero la dejó a un lado después de unas cucharadas.

"Con simplemente verte me entran ganas de bailar."

Se levantó temprano a la mañana siguiente, con resaca y sintiéndose miserable. Una niebla fría y espesa se había establecido en la ciudad, pero salió a las vacías calles y subió al Telegraph Hill. La Coit Tower todavía no estaba abierta, así caminó por los alrededores, observando la ciudad y la bahía mientras la niebla empezaba a disiparse. Deseaba poder hablar con Lucy de todo este lío, pero no podía llamarla después todo ese tiempo y decirle que su mejor amiga era inmadura, exigente, demasiado emocional, una chiflada irrazonable y qué demonios se suponía que debía hacer.

Echaba de menos a Lucy. Todo había sido tan fácil con ella.

La echaba de menos… pero no quería retorcerle el cuello como quería retorcérselo a Meg. No quería hacerle el amor hasta que sus ojos se nublaran. No anhelaba el sonido de su voz, la alegría de su risa.

No se sentía dolido por Lucy. Soñaba con ella. Suspiraba por ella.

No amaba a Lucy.

Con un susurró de hojas y una ráfaga de frío, el viento se llevó la niebla.

CAPÍTULO 23

Unas cuantas horas después, se dirigía al sur por la I-5 en un Chevy Trailblazer alquilado. Conducía demasiado rápido y sólo paró para coger una taza de amargo café. Rezaba para que Mag no se hubiera dejado la casa de sus padres en L.A. cuando se fue de Wynette para irse a Jaipur o Ulan Bator o algún otro sitio donde él no pudiera encontrarla y decirle cuanto la amaba. El viento que se había llevado la niebla de San Francisco, también se había llevado su confusión. Se le había esclarecido todo el lío de antiguas prometidas y bodas suspendidas, una claridad que le permitió ver la destreza con la que se había valido de la lógica para ocultar el miedo que tenía de que su sencilla vida se viera perturbada por emociones caóticas.