Estaba mintiendo. Al menos rezaba para que estuviera mintiendo. -Así que, ¿crees que sabes como me siento?
– Por supuesto. Te siente culpable.
– Cierto.
– Francamente, no tengo energía ahora mismo para hacerte sentir mejor. Como puedes ver, lo estoy haciendo muy bien. Ahora, sigue adelante con tu vida y déjame en paz.
Ella no se veía como si estuviera haciendo un gran trabajo. Parecía exhausta. Peor, había un distanciamiento, un abismo, de la mujer divertida e irreverente que él conocía que le decía que las piezas no encajaban. -Te he echado de menos -, dijo él.
– Me alegra oírlo -, replicó, en una voz tan remota como las montañas que él temía podía estar escalando. -¿Por favor, puedes llevarme de vuelta a mi apartamento?
– Después.
– Ted, lo digo en serio. No tenemos nada más que hablar.
– Tal vez tú no, pero yo sí -. La determinación de ella por alejarse lo asustaba. Había sido testigo de primera mano de lo obstinada que podía llegar a ser, y odiaba que esa resolución se volviera contra él. Necesitaba algo con lo que romper su hielo. -Pensé que… podríamos dar un paseo en bote.
– ¿Un paseo en bote? No lo creo.
– Sabía que era una idea estúpida, pero el comité de reconstrucción de la librería insistió en que esa era la forma correcta de tratarte. Olvida que lo mencioné.
Ella levantó la cabeza. -¿Has hablado de esto con el comité de reconstrucción?
Ese destello de ira le dio esperanzas. -Podría haberlo mencionado. Dicho sea de paso, necesitaba la perspectiva femenina, y me convencieron de que toda mujer aprecia un gran gesto romántica. Incluso tú.
Efectivamente, chispitas aparecieron en sus ojos. -No me puedo creer que le hablaras de nuestras cosas personales con esas mujeres.
Había dicho nuestras cosas. No las cosas de él. Siguió picándola. -Torie está muy cabreada contigo.
– No me importa.
– Lady E también, pero es más considerada. Heriste sus sentimientos cuando cambiaste de número de teléfono. Realmente no deberías haberlo hecho.
– Envíale mis disculpas -, dijo con una sonrisa burlona.
– Lo del bote fue idea de Birdie. Se ha convertido en tu mayor defensora por lo de Haley. Y tenías razón con no mandarla a la policía. Haley ha madurado últimamente, y no soy de esos hombres que no saben admitir cuando se han equivocado.
Sus esperanzas crecieron cuando ella apretó los puños contra su abrigo mojado. -¿Con cuántas personas has hablado sobre nuestras asuntos privados?
– Unas cuantas -. Tenía que ganar tiempo, estaba desesperado por encontrar una forma de llegar a ella. -Kenny fue inútil. Skeet todavía sigue enfadado conmigo. ¿Quién iba a saber que te iba a coger cariño? Y Buddy Ray Baker dijo que debería comprarte una Harley.
– ¡Ni siquiera conozco a Buddy Ray Baker!
– Seguro que lo conoces. Trabaja por la noche en Food and Fuel. Te manda recuerdos.
La indignación había puesto de nuevo algo de color en esas bellas mejillas. -¿Hay alguien con quién no hablaras? -dijo ella.
Él cogió una servilleta de al lado del recipiente del champán, donde había puesto una botella a enfriar en un arranque de optimismo. -Déjame secarte.
Ella le quitó la servilleta y la tiró al suelo. Él se volvió a recostar en el asiento e intentó sonar como si tuviera todo bajo control. -San Francisco no fue muy divertido sin ti.
– Siento que desperdiciaras el dinero así, pero estoy segura que el comité de reconstrucción debe haber agradecido tu generosa contribución.
Admitir que no era él quién había hecho la última oferta en la subasta difícilmente parecía ser la mejor forma de convencerla de su amor. -Estuve sentado en el vestíbulo del hotel toda la tarde esperándote -, dijo él.
– Lo de sentirse culpable es cosa tuya. No va conmigo.
– No es culpa -. La limusina se arrimó a la acera y el conductor, siguiendo anteriores órdenes de Ted, se detuvo en State Street justo en frente del Museo Nacional de Indígenas Americanos. Todavía estaba lloviendo, y él debería haber elegido otro destino, pero no habría conseguido meterla en la mansión de sus padres de Greenwich y no podía imaginarse abriéndose a ella en un restaurante o en un bar. Y estaba malditamente seguro que no iba a decir nada más dentro de la limusina con el chofer de su madre escuchando al otro lado del cristal. Al demonio. Con lluvia o sin ella, este era el lugar perfecto.
Ella se asomó por la ventana. -¿Por qué nos paramos aquí?
– Porque vamos a dar un paseo por el parque -. Quitó los seguros, cogió el paraguas del suelo y abrió la puerta.
– No quiero dar un paseo. Estoy mojada, tengo los pies fríos y quiero irme a casa.
– Pronto -. Él la cogió del brazo y de alguna forma se las arregló para sacarla a ella y al paraguas a la calle.
– ¡Está lloviendo! -exclamó ella.
– Ahora no mucho. Además, ya estás mojada, ese pelo rojo debería mantenerte caliente y tengo un paraguas grande -. Lo abrió, la arrastró alrededor de la parte trasera de la limusina y subieron a la acera. -Aquí hay muchos muelles de barcos -. Le indicó con el codo la entrada de Battery Park.
– Te dije que no voy a dar un paseo en barco.
– Vale. Ningún paseo en barco -. No es que él hubiera planeado uno de todos modos. Habría requerido un grado de organización que ahora mismo no era capaz de tener. -Sólo te estaba diciendo que aquí hay muchos muelles. Y una gran vista de la Estatua de la Libertad.
Ella no entendió que quería decir con eso.
– ¡Maldita sea, Ted! -. Se giró hacia él y, el peculiar humor que una vez había ido al unísono con el suyo, no estaba a la vista. Odiaba verla así, sin su risa, y sabía que él era el único culpable.
– Está bien, vamos a acabar con esto -. Ella frunció el ceño a un ciclista. -Di que lo que tengas que decir y luego me iré a casa. En el metro.
Y una mierda iba a hacer eso. -Vale -. Entraron en Battery Park y fueron por el camino que conducía al paseo marítimo.
Dos personas bajo un paraguas debería haber sido romántico, pero no lo era cuando una de esas personas se negaba a acercarse a la otra. Cuando llegaron al paseo marítimo, la lluvia había empapado su traje y sus zapatos estaban tan calados como los de ella.
Los puestos que había durante el día habían desaparecido, y sólo unas pocas almas corrían por el pavimento mojado. Se había levantado viento y la suave llovizna procedente del agua le golpeó en la cara. A lo lejos, la Estatua de la Libertad montaba guardia en el puerto. Por la noche estaba iluminada y podía ver las pequeñas luces brillando en las ventanas de su corona. Un día de verano de hace mucho tiempo, había roto una de esas ventanas y desplegado una bandera contra las armas nucleares y, finalmente, encontró a su padre. Ahora, con la estatua enfrente para darle valor, rezó por su futuro.
Juntó todo su valor. -Te amo, Meg.
– Lo que sea. ¿Puedo irme ya?
Miró hacia la estatua. -El mayor acontecimiento de mi infancia ocurrió allí.
– Ya, lo recuerdo. Tu acto de vandalismo juvenil.
– Cierto -. Tragó saliva. -Y parecía lógico que el acontecimiento más importante de mi madurez también ocurriera allí.
– ¿Qué sería cuando perdiste la virginidad? ¿Qué edad tenías? ¿Doce?
– Escúchame, Meg. Te amo.
No podía estar menos interesada. -Deberías ir a terapia. En serio. Tu sentido de la responsabilidad está fuera de control -. Ella le palmeó el brazo. -Se acabó, Ted. No te sientas culpable. Me he mudado y, francamente, estás empezando a ser un poco patético.
No dejaría que ella se alejara. -La verdad es que quería haber tenido esta conversación en la isla de La Libertad. Desafortunadamente, estoy vetado de por vida, así que no es posible. Ser vetado no parecía algo importante cuando tenía nueve años, pero te aseguro que es una mierda.
– ¿Crees que podríamos terminar con esto? Tengo algo de papeleo que necesito hacer esta noche.
– ¿Qué tipo de papeleo?
– Mis papeles de admisión. Voy a empezar a ir a clase en la Universidad de Nueva York en Enero.
Se le revolvió el estómago. Eso era definitivamente algo que no quería oír. -¿Vas a volver a la universidad?
Ella asintió. -Al final supe lo que quiero hacer con mi vida.
– ¿Pensaba que era el diseño joyas?
– Eso paga mis facturas. La mayoría, al menos. Pero no es algo que me satisfaga.
Él quería ser lo que la satisfajera.
Finalmente había empezado a hablar sin que él la obligara. Desafortunadamente, no era sobre ellos. -Podré graduarme en ciencias ambientales en verano y luego hacer un master.
– Es… genial -. No tan genial. -¿Y luego qué?
– Tal vez trabaje para el Servicio Nacional de Parques o algo como el La Conservación Natural. Podría ser capaz de gestionar un programa de protección del suelo. Hay muchas opciones. Gestión de residuos, por ejemplo. La mayoría de la gente no lo veo como algo glamoroso, pero el vertedero me fascinó desde el principio. Mi trabajo ideal es… -Y de repente, se cortó. -Tengo frío. Volvamos.
– ¿Cuál es tu trabajo ideal? -Rezó para que dijera algo en la línea de ser su esposa y la madre de sus hijos, pero no parecía ser demasiado realista.
Ella habló rápidamente, algo muy raro. -Convertir zonas contaminadas por los residuos en áreas recreacionales es lo que me gustaría hacer, y te puedes considerar el responsable de eso. Bueno, esto ha sido muy divertido, pero me voy. Y esta vez, no intentes detenerme.
Ella se dio la vuelta y comenzó a alejarse, esta mujer con el pelo rojo y sin sentido del humor era dura como una roca y ya no le quería.
Le entró el pánico. -¡Meg te amo! ¡Quiero casarme contigo!
– Es extraño -, dijo sin pararse. -Hace sólo seis semanas, me estabas diciendo cómo Lucy te rompió el corazón.
– Estás equivocada. Lucy me rompió la cabeza.
Eso hizo que se parase. -¿Tu cabeza? -Ella lo miró.
– Eso si es verdad -, dijo más calmado. -Cuando Lucy me dejó, me rompió la cabeza. Pero cuando tú te fuiste… -. Para su consternación, la voz se le quebró. -Cuando tú te fuiste, me rompiste el corazón.
Finalmente tenía toda su atención, no es que tuviera una mirada soñadora o estuviera lista para arrojarse a sus brazos, pero al menos estaba escuchando.
Cerró el paraguas, dio un pasó hacia ella y luego se detuvo. -Lucy y yo encajábamos perfectamente en mi cabeza. Teníamos todo en común y lo que ella hizo no tenía sentido. Tenía a todo el pueblo sintiendo lástima por mí y, estate malditamente segura que no iba a dejar que nadie supiera lo miserable que me sentía… así que no pude poner las cosas en orden en mi cabeza. Y allí estabas tú, en medio de todo el lío, como una bella espina clavada, haciéndome sentir otra vez como yo mismo. Excepto… -. Se encogió de hombros y un hilo de agua le bajó por el cuello. -Algunas veces la lógica puede ser un enemigo. Si había estado tan equivocado con Lucy, ¿cómo podía confiar en lo que sentía por ti?
Ella permaneció allí, sin decir una palabra, sólo escuchando.
– Desería decir que me di cuenta de que te amaba en cuanto te fuiste del pueblo, pero estaba demasiado ocupado en estar enfadado por que me dejaste. No tengo mucha práctica en lo de estar enfadado, así que me llevo un tiempo comprender que con la persona que estaba enfadado en realidad era conmigo mismo. Fui tan testarudo y estúpido. Estaba asustado. Todo siempre ha sido fácil para mí, pero no hay nada fácil contigo. Las cosas que me haces sentir. La forma en que me obligas a analizarme -. Él apenas podía respirar. -Te amo, Meg. Quiero casarme contigo. Quiero dormir contigo todas las noches, hacer el amor contigo, tener hijos. Quiero que luchemos juntos, que trabajemos juntos y… simplemente que estemos juntos. ¿Vas a quedarte ahí parada, mirándome, o vas a sacarme de esta miseria y decirme que todavía me amas, al menos un poco?
Ella lo miró. Fijamente. Sin sonreír. -Lo pensaré y te lo haré saber.
Se alejó caminando y lo dejó de pie, sólo, bajo la lluvia.
Dejó caer el paraguas, se le resbaló el mango y agarró con los dedos el frío metal. Sus ojos al borde de las lágrimas. Nunca se había sentido tan vacío o tan sólo. Mientras miraba hacia el puerto, se preguntó que podría haber dicho para convencerla. Nada. Había llegado demasiado tarde. Meg no tenía paciencia para morosos. Ella había cortado por lo sano y seguido adelante.
– Está bien, ya me lo he pensado -, dijo desde detrás de él. -¿Qué estás ofreciendo?
Se dio la vuelta, con el corazón en la garganta y la lluvia salpicándole la cara. -Uh… ¿mi amor?
– Eso ya lo tengo. ¿Qué más?
Parecía fiera y fuerte y absolutamente encantadora. Las pestañas húmedas enmarcaban sus ojos, que ahora no parecían ni azules ni verdes, la lluvia los hacía verse de un gris suave. Sus mejillas estaban rojas, su pelo ardía y su boca era una promesa esperando ser reclamada. Él corazón de él empezó a latir más fuerte. -¿Qué quieres?
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