Él dejó escapar entre los labios un fino hilo de humo.

– Apuesto a que todavía eres virgen.

Georgie miró hacia el techo.

– Tengo dieciocho años. Hace ya un par de años que no soy virgen. -Su corazón empezó a latir con fuerza a causa de la mentira.

– Si tú lo dices…

– Él era bastante mayor que yo. Si te dijera su nombre, sabrías quién es, pero no te lo diré.

– Mientes.

– Tenía una especie de trauma con las mujeres que tienen poder. Por eso, a la larga, tuve que romper con él. -Le encantaba parecer una mujer de mundo, pero la sonrisa burlona de Bram no resultaba muy reconfortante.

– Tu padre jamás permitiría que se te acercara un hombre mayor. Nunca te pierde de vista.

– Esta noche estoy aquí, ¿no?

– Sí, supongo que sí. -Bram vació su copa, aplastó el cigarrillo y se levantó-. Entonces, vamos.

Ella lo miró mientras su confianza la abandonaba.

– ¿Adónde?

Él sacudió la cabeza en dirección a una puerta que tenía un ancla encastada en la madera.

– Ahí dentro.

Ella lo miró con vacilación.

– Yo no…

– Entonces olvídalo. -Bram se encogió de hombros y empezó a darse la vuelta.

– ¡No! Iré.

Y fue. Así, sin más. Sin pedirle nada lo siguió al interior del camarote.

Una pareja medio desnuda estaba tumbada en el camastro doble. Levantaron la cabeza para ver quién entraba sin llamar.

– Fuera -dijo Bram.

Ellos se levantaron sin rechistar.

Georgie debería haberse ido con ellos, pero se quedó allí de pie, con su vestido de leopardo, sus sandalias de plataforma y sus tirabuzones color zanahoria. Contempló cómo la puerta se cerraba tras ellos. No le preguntó a Bram por qué sentía aquel repentino interés por ella. No se preguntó a sí misma hasta qué punto se valoraba para plegarse a sus deseos de aquella forma. Simplemente se quedó allí de pie y dejó que él la presionara contra la puerta.

Bram apoyó las manos a ambos lados de la cabeza de Georgie. Deslizó los pulgares entre su pelo y se le engancharon en un tirabuzón. Georgie hizo una mueca de dolor. Él inclinó la cabeza y la besó con la boca abierta. Sabía a humo y alcohol. Ella le devolvió el beso con todo su ser. La barba incipiente le escoció en la mejilla. Los dientes de Bram chocaron contra los suyos. Eso era lo que Georgie quería, que él la viera como una mujer en lugar de una niña que tuviera que rescatar de aprietos de guión.

Bram cogió el borde inferior de su vestido y tiró hacia arriba. Georgie llevaba puestas unas braguitas finas y la cremallera de los vaqueros de él le arañó el estómago. Bram iba demasiado deprisa y ella quería pedirle que fuera más despacio. Si hubiera sido cualquier otra persona, lo habría apartado de un empujón y le habría pedido que la acompañara a casa. Pero aquél era Bram y su casa estaba a medio continente de distancia, así que le permitió deslizar los dedos en el interior de sus bragas y tocarla a su gusto.

Antes de que se diera cuenta, Bram le había quitado las bragas y la había llevado hasta el camastro.

– Túmbate -dijo él.

Ella se sentó en el borde del camastro. Notó la vibración de los motores y se dijo que aquello era lo que anhelaba desde hacía mucho tiempo. Bram sacó un preservativo del bolsillo del pantalón. Iba a suceder de verdad.

A pesar del aire acondicionado, la piel de Georgie estaba perlada de sudor por el nerviosismo que la embargaba. Vio que Bram se quitaba los vaqueros e intentó no mirar su pene, pero estaba completamente erecto y no pudo apartar la mirada. Él se quitó el polo revelando un torso huesudo con algo de fino vello rubio. Mientras se ponía el condón, Georgie contempló el techo del camarote.

El camastro era alto y a Bram no le costó deslizar las caderas de Georgie hasta el borde. Ella se apoyó en los codos y la falda de su vestido quedó arrugada debajo de su cintura. Bram colocó las manos debajo de sus rodillas, le separó las piernas y se colocó entre ellas. Él la miró con resuelta avidez. Ella estaba abierta e indefensa. Nunca se había sentido tan vulnerable.

Bram deslizó las manos por la parte posterior de sus muslos hasta sus caderas y las inclinó hacia arriba. Georgie notó cómo su propio peso quedaba cargado sobre sus codos. La incómoda posición hizo que le doliera el cuello. Sintió el olor a látex de la goma y el olor que despedía Bram: a cerveza, tabaco y un toque del perfume de otra mujer. Él le hincó los dedos en el trasero y la penetró. A ella le dolió y gesticuló. En ese momento el yate dio un bandazo empujando el pene de Bram más adentro de Georgie. Cuando empezó a embestirla, Georgie se dio golpes en la cabeza contra el tabique del camarote. Torció la cabeza a un lado, pero no le sirvió de nada. Bram la penetró hasta el fondo. Una y otra vez. Ella contempló los pómulos perfectamente simétricos de su pálida cara y las sombras diamantinas que se recortaban en sus mejillas. Al final, Bram empezó a experimentar sacudidas.

Los codos de Georgie cedieron y se derrumbó sobre el colchón. Unos minutos más tarde, Bram sacó su miembro y dejó caer sus piernas. Estaban tan agarrotadas, que a Georgie le costó juntarlas. Él entró en el diminuto lavabo del camarote. Ella se bajó el vestido y se dijo que aquello todavía podía acabar bien. Ahora él tendría que verla de otra manera. Hablarían. Pasarían tiempo juntos.

Se mordió el labio y consiguió sostenerse sobre sus temblorosas piernas. Bram salió del lavabo y encendió un cigarrillo.

– Hasta luego -dijo.

Y la puerta del camarote se cerró tras él.

Entonces todas las fantasías que Georgie había albergado se derrumbaron y por fin lo vio tal como era: un bruto egoísta, gilipollas y egocéntrico. Y también se vio a sí misma: una mujer necesitada y estúpida. La vergüenza hizo que cayera de rodillas y el autodesprecio la laceró. No sabía nada de las personas ni de la vida. Lo único que sabía era hacer muecas estúpidas delante de una cámara.

Quería venganza. Quería apuñalarlo. Torturarlo, matarlo y hacerle daño como él se lo había hecho a ella. ¿Cómo podía haber creído que estaba enamorada de él?

La siguiente temporada fue horrible. Salvo cuando estaban rodando, Georgie se comportó como si Bram fuera invisible. Irónicamente, la desagradable tensión que ella experimentaba provocó que hubiera entre ellos una potente química en la pantalla y los índices de audiencia subieron. Georgie intentaba estar siempre rodeada de sus amigos de reparto, del equipo o estudiando en el camerino, cualquier cosa con tal de evitarlo a él o a los impresentables amigos de su infancia que merodeaban por el plató. El odio que experimentaba se cristalizó en una sólida armadura de protección.

Una temporada siguió a la otra y, cuando llevaban seis años en el aire, los excesos de Bram empezaron a hacer mella en los índices de audiencia. Fiestas con ríos de alcohol, conducción temeraria, rumores de drogadicción… Las fans del bueno de Skip Scofield no estaban contentas, pero Bram ignoró las advertencias de los productores. Cuando la cinta de sexo salió a la luz, al final de la octava temporada, todo se vino abajo.

Para ser una cinta de sexo, era bastante discreta, pero no tanto como para ocultar lo que estaba ocurriendo. La prensa se volvió loca. Ningún tipo de información manipulada pudo reparar los daños. Los mandamases decidieron que ya tenían bastante de los escándalos de Bram Shepard. Skip y Scooter se cancelaba.

– ¡Mierda! -exclamó él ahora, de vuelta en la sala de la suite.

Georgie dio un brinco. Tardó unos instantes en reconciliar la imagen del gilipollas joven y obsesionado con el sexo con el gilipollas adulto y saludable que se dirigía hacia ella. Llevaba puesto un albornoz del hotel y tenía el pelo húmedo de la ducha. Por encima de todo, Georgie quería vengar a su yo de dieciocho años.

La expresión de Bram fue extrañamente sombría mientras se ceñía el cinturón del albornoz. El reloj marcó las dos, lo que significaba que ya había transcurrido la mitad de aquel asqueroso día.

– Por casualidad no habrás visto un condón en la papelera.

Georgie se salpicó la mano con el café caliente y su corazón se detuvo. Corrió al dormitorio y rebuscó con urgencia en la papelera, pero allí sólo estaban sus bragas. Volvió al salón. Bram levantó la taza de café en dirección a ella.

– Confío en que te habrás hecho pruebas desde la última vez que te acostaste con el cerdo de tu ex marido.

– ¿Yo? -Deseó tirarle otro zapato, pero no encontró ninguno-. Tú follas con cualquier cosa que camine. Prostitutas, strippers, ¡chulos de piscina!

«Vírgenes de dieciocho años con fantasías equivocadas.»

– ¡Yo no he follado con un chulo de piscina en toda mi vida!

Bram era notoriamente heterosexual, pero teniendo en cuenta su naturaleza hedonista, Georgie estaba convencida de que si no lo había hecho, era sólo por despiste.

Él emprendió la contraofensiva.

– Yo siempre he mantenido mi maquinaria en perfecto funcionamiento y estoy más limpio que una patena. Claro que yo nunca me he acostado con Lance el Perdedor ni con ninguno de esos peleles por los que lo hayas reemplazado.

Ella no podía creérselo.

– ¿Así que la golfa soy yo? ¡Tú no has dormido sólo desde que tenías catorce años, ¿verdad?!

– Y yo apuesto a que tú sigues haciéndolo. Treinta y un años. ¿Ya has ido al psiquiatra?

Debido a la sobreprotección de su padre, ella solo se había acostado con cuatro hombres, pero como Bram había sido, por decirlo de alguna manera, su primer amante y, por lo visto, también el último, lo de aquella noche no influía en el conteo global.

– Yo sólo he tenido diez amantes, así que tú te quedas con el trofeo de la golfería. Y también estoy limpia como una patena. Y ahora, lárgate de aquí. Esto nunca ha ocurrido.

Pero el carrito de la comida había llamado la atención de Bram.

– Se han olvidado los bloody-marys. ¡Mierda! -Empezó a destapar las bandejas-. Ayer por la noche fuiste una auténtica descarriada. Tus garras en mi espalda, tus rugidos en mi oído… -Al sentarse, el albornoz se abrió mostrando un musculoso muslo-. Vaya cosas me pediste que te hiciera… -Pinchó un trozo de mango con un tenedor-. Hasta yo me sentí abochornado.

– No te acuerdas de nada.

– No mucho.

Ella quería pedirle que le contara exactamente lo que recordaba. Conociéndolo, podía haberla violado, pero, de algún modo, eso no le parecía tan horrible como haberse entregado voluntariamente a él. Se sintió mareada y se dejó caer en una silla.

– Me llamaste tu semental salvaje -continuó él-. De eso me acuerdo seguro.

– Pues yo estoy segura de que no te acuerdas de nada.

Tenía que averiguar qué había ocurrido, pero ¿cómo podía conseguir que él se lo contara? Bram empezó a comer una tortilla y Georgie intentó estabilizar su estómago con un trozo de bollo. Él cogió el pimentero.

– Así que… estás tomando la pastilla, ¿no?

Ella dejó caer el bollo y se levantó de un brinco.

– ¡Oh, Dios…!

Bram dejó de masticar.

– Georgie…

– Quizá no pasó nada. -Georgie se llevó los dedos a los labios-. Quizás estábamos tan colocados que nos dormimos sin más.

Él se levantó de golpe.

– ¿Me estás diciendo que…?

– Todo saldrá bien. Tiene que salir bien. -Georgie empezó a caminar de un lado a otro-. Al fin y al cabo, ¿qué probabilidades hay? No es posible que me haya quedado embarazada.

Los ojos de Bram adoptaron una expresión enloquecida.

– ¡Podrías estarlo si no estás tomando la pastilla!

– Si… si lo estuviera… Bueno… yo… yo lo daría en adopción. Sé que resultará difícil encontrar a alguien tan desesperado como para adoptar a un bebé con lengua viperina y cola, pero creo que lo conseguiré.

Las mejillas de Bram recobraron el color. Volvió a sentarse y cogió la taza de café.

– Una representación estelar.

– Gracias.

Su réplica podía considerarse infantil, pero le levantó el ánimo y así pudo comer una fresa. Sin embargo, se imaginó el cálido peso del bebé que nunca tendría y no pudo seguir comiendo.

Él se sirvió otro café. El antagonismo que sentía hacia aquel hombre se clavó en el corazón de Georgie. Era la primera vez que experimentaba unos sentimientos tan intensos desde el colapso de su matrimonio.

Bram dejó su servilleta.

– Voy a vestirme. -Entonces deslizó la mirada hacia el cuello abierto de la bata de Georgie-. A menos que quieras…

– ¡Ni lo sueñes!

Él se encogió de hombros.

– En fin, es una lástima. Ahora nunca sabremos si lo hicimos bien juntos.

– Yo estuve fabulosa. Sin embargo, tú estuviste tan egocéntrico como siempre.

Una fugaz punzada de dolor le recordó a la jovencita del pasado.