– Lo dudo -respondió.

Y se levantó para dirigirse al dormitorio. Georgie contempló las fresas intentando convencerse de que podía comer otra. Una maldición pronunciada en voz alta interrumpió sus pensamientos.

Bram regresó al salón como una exhalación. Llevaba la cremallera de los vaqueros bajada, la camisa de raya diplomática abierta y los puños sueltos. A Georgie le costó asociar sus musculosos pectorales con el cuerpo huesudo de su juventud.

Bram agitó un papel frente a la nariz de Georgie. Ella estaba acostumbrada a sus burlas y desprecios, pero no recordaba haberlo visto nunca enfadado de verdad.

– He encontrado esto debajo de mi ropa -declaró Bram.

– ¿Una amonestación de tu agente de la condicional?

– Sí, anda, disfruta mientras puedas.

Ella miró el papel, pero al principio no entendió.

– ¿Por qué alguien dejaría su licencia de matrimonio aquí? Es… -La garganta se le cerró-. ¡No! Se trata de una broma, ¿no? Dime que es una de tus bromas de mal gusto.

– Ni siquiera yo tengo tan mal gusto.

La cara de él había adquirido un color ceniciento. Georgie se levantó de un brinco y le arrancó el documento de la mano.

– ¿Nosotros nos…? -Apenas pudo pronunciar la palabra-: ¿Nos casamos?

Él hizo una mueca.

– Pero ¿por qué habríamos de casarnos? ¡Si yo te odio!

– Las copas que bebimos ayer por la noche debían de contener suficientes píldoras de la felicidad para que superáramos la repugnancia mutua.

Georgie estaba empezando a hiperventilar.

– No puede ser. Cambiaron la ley de Las Vegas. Lo leí en algún sitio. La oficina que emite las licencias de matrimonio cierra por las noches precisamente para que este tipo de cosas no sucedan.

Bram sonrió con desdén.

– Somos famosos. Por lo visto, encontramos a alguien dispuesto a quebrantar las normas por nosotros.

– Pero… quizá no sea legal. Quizá sea un… certificado falso.

– Pasa los dedos por el sello oficial del estado de Nevada y dime si tiene el tacto de un jodido sello falso.

El abultado relieve del sello rascó la yema de los dedos de Georgie, que se volvió hacia Bram.

– Fue idea tuya, lo sé.

– ¿Mía? ¡Eres tú la que está desesperada por encontrar un marido! -Entornó los ojos y sacudió el dedo índice frente a la cara de Georgie-. Me utilizaste.

– Voy a telefonear a mi abogado.

– Después de mí.

Los dos se abalanzaron sobre el teléfono del hotel, pero las piernas de Bram eran más largas y él llegó primero. Georgie corrió hacia su bolso y sacó su móvil. Bram pulsó las teclas.

– Será la anulación más fácil de la que se tenga noticia.

La palabra «noticia» envió un escalofrío a la espalda de Georgie.

– ¡Espera!

Dejó caer el móvil, corrió hacia Bram y le arrancó el auricular de las manos.

– Pero ¿qué haces?

– Déjame pensar un minuto.

Georgie colgó.

– Ya pensarás más tarde.

Bram se dispuso a coger otra vez el teléfono, pero ella apoyó la mano en el auricular.

– El matrimonio… la anulación… serán del dominio público. -Georgie deslizó su mano libre por su pelo enmarañado-. Antes de veinticuatro horas, todo el mundo lo sabrá. Se producirá una avalancha de medios, con helicópteros, persecuciones de coches, etcétera.

– Tú ya estás acostumbrada a eso.

Georgie tenía las manos heladas y el estómago revuelto.

– No pienso pasar por otro escándalo. Sólo con que tropiece en la acera, se genera el rumor de que he intentado suicidarme. Imagina lo que dirán cuando se enteren de esto.

– No es mi problema. Tú te lo ganaste al casarte con el Perdedor.

– ¿Quieres dejar de llamarlo así?

– Él te dejó tirada. Qué más te da que lo llame así.

– ¿Y tú por qué lo odias tanto?

– No lo odio por mí -declaró Bram con acento mordaz-. Lo odio por ti, puesto que no pareces capaz de hacerlo por ti misma. Ese tío es un hijo de papá. -Bram se apartó del teléfono, recogió un zapato y se puso a buscar sus calcetines-. Me voy a buscar a la bruja que nos drogó.

Georgie lo siguió hasta el dormitorio, pues no acababa de creerse que no fuera a telefonear a su abogado.

– No puedes salir hasta que se nos haya ocurrido una historia.

Él encontró los calcetines y se sentó en la cama para ponérselos.

– Yo tengo mi propia historia. -Se puso uno-. Tú eres una mujer patética y desesperada. Y yo me casé contigo por lástima y…

– No dirás eso.

Bram se puso el otro calcetín.

– … y ahora que estoy sobrio, me he dado cuenta de que no estoy preparado para afrontar una vida miserable.

– Te demandaré. Te lo juro.

– ¿Dónde está tu sentido del humor? -Sin mostrar el menor rastro de humor por su parte, introdujo el pie en el zapato y regresó al salón para buscar el otro-. Lo convertiremos en una broma. Diremos que bebimos demasiado, que nos pusimos a ver reposiciones de Skip y Scooter, que nos invadió la nostalgia y que, en ese momento, casarnos nos pareció una buena idea.

Esta explicación podía irle bien a él, pero no a ella. Nadie se creería la historia de la droga en las bebidas y, durante el resto de su vida, la etiquetarían de loca y perdedora. Estaba atrapada, pero no podía permitir que su peor enemigo viera que estaba a su merced. Introdujo los puños en los bolsillos de su bata.

– Volvamos sobre nuestros pasos para averiguar qué ocurrió ayer por la noche. Seguro que descubriremos alguna pista acerca de dónde estuvimos. ¿Te acuerdas de algo?

– ¿«Métemela hasta el fondo, muchachote» cuenta?

– Al menos finge ser un hombre decente.

– No soy tan buen actor como para eso.

– Tú conoces a muchos personajes turbios. Seguro que se te ocurre alguien que pueda hacer desaparecer nuestro expediente de matrimonio.

Georgie esperaba que rechazara su sugerencia, pero él empezó a abrocharse la camisa como si tal cosa.

– Conozco ligeramente a un tío que antes era concejal del ayuntamiento. Le encanta codearse con los famosos. Es un contacto débil, pero podemos intentarlo.

Georgie no tenía ninguna idea mejor, así que aceptó.

Bram introdujo la mano en uno de sus bolsillos.

– Creo que esto te pertenece. -Abrió la palma y le enseñó un anillo de baratija con un solitario de plástico-. No puedes decir que no tengo buen gusto.

Le lanzó el anillo y Georgie se acordó del anillo de compromiso de dos quilates que tenía en su caja de caudales. Lance le pidió que lo conservara. ¡Como si ella quisiera volver a ponérselo!

Georgie se guardó el diamante de plástico en el bolsillo.

– Nada como la bisutería para una declaración de amor.


Georgie había alquilado una avioneta para el viaje de ida a Las Vegas, así que decidieron regresar a Los Ángeles en el coche de Bram. Mientras ella se duchaba, Bram preparó una salida discreta del hotel. Ella se puso unos pantalones grises de algodón y una ajustada camiseta blanca de tirantes, que era la ropa menos llamativa que había cogido para ir a Las Vegas.

– Han llevado mi coche a la parte trasera -declaró Bram cuando ella salió del dormitorio.

– Bajaremos en el ascensor de servicio. -Georgie se frotó la frente-. Esto es igual que lo de Ross y Rachel. Les ocurrió exactamente lo mismo al final de la temporada…

– ¡Salvo por el pequeño detalle de que Ross y Rachel no existen!

Ninguno de los dos habló mientras bajaban en el ascensor. Georgie ni siquiera se molestó en advertirle de que se había abrochado mal la camisa.

Llegaron al vestíbulo del servicio y se dirigieron a la salida. Bram abrió la puerta y una ráfaga de calor los golpeó. Georgie entornó los ojos para protegerlos del sol y salió del hotel.

Una cámara disparó el flash junto a su cara.

Capítulo 5

Mel Duffy, el Darth Vader de los paparazzi, los atrapó con su objetivo. Georgie experimentó la extraña sensación de salir flotando de su cuerpo y contemplar aquel desastre desde algún lugar por encima de su cabeza.

– ¡Felicidades! -declaró Duffy mientras disparaba la cámara una y otra vez-. En palabras de mi abuela irlandesa, «que seáis pobres en desgracias y ricos en bendiciones».

Bram se quedó quieto, con la mano en la puerta, la camisa mal abrochada y la mandíbula apretada, dejando la situación en manos de Georgie.

En esta ocasión, ella no permitiría que los chacales ganaran la batalla, así que esbozó su sonrisa Scooter Brown.

– Me alegro de tener la bendición de tu abuela, pero ¿por qué razón?

Duffy era obeso, tenía la tez roja y la barba descuidada.

– He visto una copia de vuestra licencia matrimonial y he hablado con el tío que ofició la ceremonia. Parece un Justin Timberlake con mala pinta. -Mientras hablaba, seguía tomando fotografías-. Antes de una hora estará todo en los teletipos, así que ya podríais contarme a mí la primicia. Prometo que os enviaré un regalo de boda estupendo. -Volvió a cambiar de ángulo-. ¿Cuánto hace que…?

– No hay ninguna noticia.

Bram rodeó a Georgie por la cintura y tiró de ella hacia el interior del edificio.

Duffy, ignorando las leyes de intrusión en una propiedad privada, cogió la puerta antes de que se cerrara y los siguió.

– ¿Habéis hablado con Lance? ¿Sabe que os habéis casado?

– ¡Lárgate! -bufó Bram.

– Vamos, Shepard. Sabes cómo funciona esto tan bien como yo. Ésta es la noticia del año.

– He dicho que te largues. -Bram intentó arrebatarle la cámara.

Georgie, utilizando el resto de cordura que le quedaba, lo cogió del brazo y lo contuvo.

– ¡No lo hagas!

Duffy retrocedió con rapidez, tomó una última fotografía y se alejó diciendo:

– Nada de mosqueos, tío.

Bram se desembarazó de la mano de Georgie y se lanzó tras él.

– ¡Déjalo! -Ella le cerró el paso con su cuerpo-. ¿Qué conseguirías ahora rompiéndole la cámara?

– Sentirme mejor.

– ¡Muy típico de ti! Por lo que veo, sigues intentando resolver los problemas con los puños.

– A diferencia de ti, que sonríes a cualquier gilipollas que te enfoca con su cámara y finges que todo es de color rosa. -Entornó los ojos y la miró-. La próxima vez que decida zurrar a alguien, no te interpongas en mi camino.

Un ayudante de camarero entró en el pasillo y Georgie se vio obligada a reprimir su vehemente réplica. Se dirigieron al ascensor del servicio y regresaron a la planta de la suite en medio de un airado silencio. Cuando llegaron a la habitación, Bram le propinó una patada a la puerta y sacó con furia el móvil de su bolsillo.

– ¡No!

Georgie se lo arrancó de la mano y corrió hasta el lavabo.

Él la siguió.

– ¿Qué demonios estás haciendo?

Ella tiró el móvil al retrete antes de que Bram pudiera recuperarlo. Él la empujó a un lado y miró fijamente el interior de la taza.

– No puedo creer que hayas hecho esto.

En cierta ocasión, a Scooter se le cayó accidentalmente el ancestral álbum de fotos de la señora Scofield en la fuente del jardín y se pasó el resto del episodio intentando cubrir sus huellas. Al final, Skip la salvó asumiendo la responsabilidad del accidente. Pero esta vez eso no iba a ocurrir.

– No telefonearás a nadie hasta que lleguemos a un acuerdo -declaró Georgie.

– ¿Ah, sí?

Ella respiraba aceleradamente y centró toda su rabia en Bram.

– No me jodas. Soy un icono norteamericano, ¿recuerdas? Lance lo hizo y no ha salido mal parado por los pelos, claro que él es Míster Escrupulosamente Limpio. Pero tú no lo eres y acabarías mal.

El reflejo de las mandíbulas apretadas de Bram en el espejo no resultaba muy tranquilizador.

– Seguiremos mi plan original -declaró él por fin-. Dentro de una hora tu publicista y el que yo voy a contratar ahora mismo harán una declaración en nuestro nombre. Demasiado alcohol, demasiada nostalgia, seguiremos siendo buenos amigos, bla bla bla, bla bla bla…

Y salió indignado del lavabo.

Georgie lo siguió como nunca lo había hecho con Lance.

– Una estrella del pop con pájaros en la cabeza puede permitirse casarse en Las Vegas y cancelar el matrimonio antes de veinticuatro horas, pero yo no. Y tú tampoco. Dame algo de tiempo para pensar.

– Por mucho que pienses, nada nos librará de este lío.

Bram se dirigió al teléfono que había junto al sofá.

– ¡Cinco minutos! Eso es todo lo que necesito. -Georgie señaló el televisor-. Mientras esperas, puedes ver porno.

– Velo tú. Yo voy a buscar un publicista.

Ella corrió por detrás del sofá y, una vez más, apoyó la mano en el auricular.

– No me obligues a tirar también éste por el retrete.

– ¡No me obligues tú a mí a atarte, encerrarte en el armario y tirar dentro una cerilla encendida!