En aquel momento, a Georgie esa idea no le pareció tan horrorosa. Pero entonces…
Se le ocurrió una idea imposible.
Una idea mucho peor que cualquier trama asesina que Bram pudiera imaginar…
Una idea tan insoportable, tan repulsiva…
Se apartó del teléfono y dijo:
– Necesito una copa.
Bram sacudió el auricular en su dirección.
– El keroseno arde mejor y más deprisa. -El aspecto de Georgie debía de ser tan horrible como ella se sentía, porque él no marcó el número de inmediato-. ¿Qué te ocurre? No irás a vomitar, ¿no?
Si fuera tan sencillo… Georgie tragó saliva con dificultad.
– Tú s-sólo escúchame, ¿de acuerdo?
– Pues que sea rápido.
– ¡Oh, Dios…! -Las piernas empezaban a flaquearle, así que se sentó en el sillón que había enfrente del sofá-. Hay una… -La habitación empezó a darle vueltas-. Podría haber una… una salida a todo esto.
– Tienes razón, y te prometo que enviaré flores frescas a tu tumba una vez al mes. Y también por tu cumpleaños y por Navidad.
A Georgie le resultaba imposible mirarlo, así que contempló las rayas de sus pantalones grises.
– Podríamos… -Carraspeó y tragó saliva-. Podríamos se-seguir casados.
Un silencio denso se extendió por la habitación seguido del penetrante pitido que emiten los teléfonos cuando se dejan descolgados.
A Georgie le sudaban las palmas y las mejillas le ardían. Bram volvió a dejar el auricular en su sitio.
– ¿Qué has dicho?
Ella volvió a tragar saliva e intentó recobrar la compostura.
– Sólo durante… durante un año. Seguiremos casados por un año. -Sus palabras sonaban silbantes, como si las estuviera pronunciando a través de un kazoo-. Dentro de un año, a contar desde hoy, anunciamos que… que hemos decidido que somos mejores amigos que amantes y que nos divorciamos. Pero que nos querremos siempre. Y… ésta es la parte importante… -Los pensamientos se agolpaban en su mente, pero al final se centró-. Nos aseguramos de que después del divorcio nos vean juntos. Siempre riendo y pasándonoslo bien juntos para que ninguno de los dos quede como una… -se detuvo justo a tiempo evitando pronunciar la palabra «víctima»-, para que ninguno de los dos quede como un granuja.
Los detalles de su plan fueron encajando en su mente como si estuviera elaborando el guión de una comedia de enredo.
– Poco a poco, dejamos filtrar la noticia de que te he ido presentando a algunas amigas y de que tú me vas presentando a algunos de tus amigos cretinos. Todo sumamente amistoso. Tipo Bruce y Demi. Nada de dramas ni escándalos.
Y nada de lástima. Esto era lo realmente importante, la única forma en que ella podría salir bien parada. Nada de compasión por la patética y desconsolada Georgie York, quien no era capaz de conservar a ninguna pareja.
Bram todavía estaba atascado en la primera parte.
– ¿Seguir casados? ¿Tú y yo?
– Sólo durante un año. Es… Sé que no es un plan perfecto… -eso constituía una auténtica ironía-, pero dadas las circunstancias, creo que es la mejor jugada.
– ¡Pero si nos odiamos!
Ahora no podía desdecirse. Todo estaba en juego, su reputación, su carrera y, por encima de todo, su maltratado orgullo.
Aunque aquello era más que orgullo. El orgullo era una emoción superficial y lo que ella sentía era más profundo, abarcaba la totalidad de su sentido de identidad. Georgie se enfrentó a la dolorosa verdad de que había vivido toda su vida sin tomar, por sí misma, una sola decisión importante. Su padre había guiado todos los pasos de su carrera y de su vida personal, desde los trabajos que aceptaba hasta lo relacionado con su imagen. Incluso le había presentado a Lance, quien, por su parte, había decidido cuándo se casarían, dónde vivirían y cientos de otros aspectos. Fue Lance quien decidió que no tendrían hijos y también quien determinó el final de su matrimonio. Durante treinta y un años había permitido que otras personas decidieran su destino y ya estaba harta. Tenía dos alternativas: o seguir viviendo conforme a los dictados de los demás o tomar las riendas de su vida, por muy mal que lo hiciera.
La invadió un sentimiento de determinación tan aterrador como excitante.
– Te pagaré.
Bram enarcó una ceja.
– ¿Me pagarás?
– Cincuenta mil dólares por cada mes que vivamos juntos. Por si no sabes contar, eso suma seiscientos mil dólares.
– Sí que sé contar.
– Un regalo prematrimonial entregado con posterioridad.
Una vez más, Bram sacudió un dedo en su dirección.
– Lo hiciste a propósito. Me atrapaste de la misma forma que intentaste atrapar a Trevor. Lo tenías en mente desde el principio.
Ella se levantó del sillón de golpe.
– ¡Eso no te lo crees ni tú! Cada segundo que paso contigo es espantoso, pero me preocupa más mi carrera que el odio que siento por ti.
– ¿Tu carrera o tu imagen?
Georgie no pensaba discutir sus problemas de autoestima con el enemigo.
– En esta ciudad, la imagen es la carrera -declaró dándole la respuesta más obvia-. Tú lo sabes mejor que nadie. Por eso no puedes conseguir un trabajo decente, porque nadie confía en ti. Sin embargo, el público sí confía en mí. Incluso a pesar de mi fracaso con Lance. Mi reputación te beneficiará. Si decides seguir mi plan no tienes nada que perder, sólo ganar. La gente pensará que te has reformado y quizá por fin consigas un trabajo que valga la pena.
Algo chispeó en los ojos de Bram. Georgie estaba blandiendo el argumento equivocado, así que cambió de táctica.
– Seiscientos mil dólares, Bram.
Él se volvió y se dirigió lentamente a los ventanales.
– Seis meses.
La audacia de Georgie se desvaneció y tragó saliva.
– ¿De verdad?
– Accedo durante seis meses -declaró Bram-. Y después renegociamos. Además, tendrás que aceptar todas mis condiciones.
Las alarmas se dispararon en la mente de Georgie, pero intentó conservar la calma.
– ¿Y tus condiciones son…?
– Te las haré saber cuando llegue el momento.
– No hay trato.
Él se encogió de hombros.
– Muy bien, pues no hay trato. La idea era tuya, no mía.
– ¡No eres nada razonable!
– No soy yo quien se muere por estar casado. O lo hacemos a mi manera o no hay trato.
Ella no estaba dispuesta a hacerlo a su manera de ningún modo. Ya había tenido bastante con su padre y con Lance.
– De acuerdo -declaró-. A tu manera. Estoy segura de que será totalmente justa.
– ¡Uy, sí, puedes estar segura!
Georgie fingió no haberlo oído.
– Lo primero que deberíamos hacer es…
– Lo primero que haremos es encargarnos de Mel Duffy. -De repente, Bram se puso en plan serio, lo que resultaba enervante, pues él nunca se ponía en plan serio-. Le diremos que puede sacarnos fotos en exclusiva aquí, en esta suite, pero sólo si nos da a cambio las que nos ha sacado abajo. -Miró a Georgie a lo largo de su sublime nariz-. No cogió mi ángulo bueno.
Bram tenía razón: las fotografías que Duffy les había sacado antes les harían parecer más unos fugitivos que unos felices recién casados.
– Vamos allá -declaró ella-. Te acuerdas de cómo se hace, ¿no?
– No me presiones.
Georgie pidió a la operadora del hotel que retuviera el aluvión de llamadas que pronto se produciría y Bram se fue en busca de Mel Duffy. Tres horas más tarde, ella y su muy detestado marido estaban vestidos de blanco, cortesía del excelente servicio de conserjería del Bellagio. El vestido de Georgie tenía un corpiño que realzaba la figura, un dobladillo de encaje y cinta para coser de doble cara colocada estratégicamente para ajustarlo a su medida. Bram iba vestido con un traje de lino blanco y una camisa blanca de cuello abierto. Todo aquel blanco contrastaba con su piel morena, su pelo rubio leonado y su rebelde barba incipiente, dándole aire de pirata recién desembarcado de un lujoso velero para saquear a los asistentes al Festival de Cannes.
Georgie telefoneó a sus familiares, a todos salvo a su padre, y les contó la noticia. Hizo una interpretación medio decente profesando su alegría y excitación por estar casada con el playboy del mundo occidental, aunque no le resultaría tan fácil explicárselo a sus amigas. Dejó mensajes en sus contestadores automáticos a propósito para no tener que hablar con ellas directamente. En cuanto a su padre… Bueno, las crisis mejor de una en una.
Bram apareció detrás de ella mientras estaba en el lavabo. Si en aquel momento se dejaba pisotear por él, no podría dar marcha atrás. Bram tenía que ver en ella a una Georgie York totalmente nueva.
Así que cogió la barra de labios que acababa de dejar.
– Yo no comparto mi maquillaje -declaró-. Utiliza el tuyo.
– ¿Seguro que esta cosa no mancha? No quiero tener marcas de pintalabios por todas partes cuando te bese.
– Tú no vas a besarme.
– ¿Te apuestas algo? -Bram cruzó los brazos y apoyó un hombro en el marco de la puerta-. ¿Sabes qué pienso?
– Ah, pero ¿tú piensas?
– Pienso que todo ese rollo que me soltaste acerca de proteger tu carrera es mentira. -Alguien llamó a la puerta de la suite-. La verdadera razón de que quieras vivir esta farsa es que nunca superaste lo mío.
– ¡Oh, vaya, me has pillado!
Georgie le dio un fuerte codazo cuando pasó por su lado.
Bram la atrapó antes de que llegara al salón y le alborotó el pelo.
– Así está mejor. Ahora parece que acabes de darte un revolcón. -Y se dirigió hacia la puerta-. Sonríe para el simpático fotógrafo.
Mel Duffy entró caminando con pesadez y despidiendo un olor a aros de cebolla rebozados.
– Georgie, estás fantástica. -Duffy examinó la habitación con la mirada y, a continuación, señaló la terraza-. Empecemos ahí fuera.
Minutos después, Georgie y Bram estaban posando junto a la barandilla de la terraza, con el sol poniente y los brazos entrelazados alrededor de la cintura. Duffy tomó unos cuantos primeros planos de los novios riendo y contemplando el diamante de plástico, y después le sugirió a Bram que cogiera a la novia en brazos.
Justo lo que ella quería… Bram Shepard sosteniéndola en vilo a una altura de treinta plantas.
Cuando él la levantó en brazos, la fina falda blanca giró flotando alrededor de ellos. Georgie le hincó los dedos en el bíceps. Él la miró a los ojos con expresión embelesada. Ella deslizó la mano por el interior de la chaqueta de él y le devolvió el cariñoso gesto. Georgie se preguntó cómo sería vivir sin fingir emociones que no sentía en absoluto. Al menos, en esta ocasión ella había elegido el camino a seguir y eso tenía que contar para algo.
Duffy cambió de posición.
– ¿Qué tal un beso?
– Justo lo que yo estaba pensando. -La voz de Bram era puro sexo líquido.
Ella esbozó una dulce sonrisa.
– Esperaba que nos lo pidieras.
Bram inclinó la cabeza y, de golpe, Georgie se vio transportada al pasado, al día de su primer beso en la pantalla.
Entonces ella estaba junto a otra barandilla, una que daba al río Chicago, cerca del puente de Michigan Avenue. Como era habitual, dedicarían los quince primeros días a rodar exteriores y después regresarían a Los Ángeles para filmar el resto de lo que sería su quinta temporada. Era un domingo por la mañana de finales de julio y la policía había acordonado la zona. Aunque soplaba una brisa procedente del lago, la temperatura había alcanzado los treinta y dos grados.
– ¿Ya ha llegado Bram? -preguntó Jerry Clarke, el director.
– Todavía no -contestó su asistente.
Bram odiaba madrugar casi tanto como odiaba interpretar a Skip, y Georgie sabía que Jerry había asignado a uno de los asistentes de producción la tarea específica de despertarlo. Había transcurrido un año desde la desagradable noche del yate, pero Georgie todavía no había perdonado a Bram lo que le había hecho, ni se había perdonado a ella misma por haberle permitido llegar tan lejos. Lo soportaba haciendo ver que no existía. Sólo cuando las cámaras empezaban a rodar y él se convertía en su Skip Scofield, con sus ojos amables e inteligentes y su expresión de interés y preocupación por ella, Georgie dejaba a un lado sus defensas.
Aquel día la habían vestido con una camiseta ajustada, pero no demasiado ajustada, y una falda corta, pero no demasiado corta. Los productores habían empezado a permitir que le dieran a su cabello un tono más caoba, aunque ella seguía odiando los tirabuzones. La cadena no sólo era la propietaria de su pelo, sino también de todo lo demás. Su contrato le prohibía ponerse piercings, grabarse tatuajes, provocar escándalos sexuales y tomar drogas. Por lo visto, a Bram su contrato no le prohibía nada.
El director explotó con frustración.
– ¡Que alguien vaya a buscar a ese bastardo!
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