– El bastardo está aquí mismo.

Bram apareció, con un cigarrillo colgando de la comisura de los labios y unos ojos enrojecidos que no pegaban con su polo azul cielo, sus pantalones formales con raya y su reloj pijo.

– ¿Has podido dar una ojeada al guión? -le preguntó Jerry con sarcasmo-. Hoy filmaremos el primer beso de Skip y Scooter.

– Sí, ya lo he leído. -Bram lanzó la colilla entre las barras de la barandilla-. Acabemos con esta mierda.

Mientras seguía allí de pie, con su ropa de niña buena, Georgie lo odió tanto que le ardió la sangre. ¡Durante los primeros años se había empeñado tanto en verlo como a un hombre taciturno y romántico que esperaba encontrar a la mujer adecuada para que lo salvara! Pero, en realidad, Bram sólo era una variedad común y corriente de serpiente, y ella era una imbécil por no haberse dado cuenta desde el primer momento.

Repasaron sus textos, se colocaron en sus puestos y las cámaras empezaron a filmar. Mientras Bram se transformaba en Skip, Georgie esperó a que la magia se produjera.


SKIP (mirando a SCOOTER con ternura): ¿Qué voy a hacer contigo, Scooter?

SCOOTER: Podrías besarme. Pero sé que no quieres hacerlo. Sé que me dirás que soy…

SKIP: Problemática.

SCOOTER: No lo hago a propósito.

SKIP: Ni yo querría que fueras de otra manera.

(SKIP mira fijamente a los ojos a SCOOTER y lentamente la besa.)


Georgie sintió el duro tacto de los labios de Bram y la magia no funcionó. Los labios de Skip deberían ser blandos y Skip no debería saber a cigarrillos e insolencia. Georgie se apartó de él.

– ¡Corten! -gritó Jerry-. ¿Algún problema, Georgie?

– Pues sí. -Bram miró a la cámara con el ceño fruncido-. Sólo son las ocho de la mañana.

– Repitamos la escena -ordenó el director.

Y la repitieron. Una vez, y otra y otra. Sólo se trataba de un simple beso fingido, pero por mucho que Georgie lo intentara, no lograba convencerse de que era Skip quien la besaba, y cada vez que sus labios y los de él se juntaban, sentía que se estaba humillando otra vez a sí misma.

Seis tomas más tarde, Bram se marchó hecho una furia mientras le gritaba a Georgie que se apuntara a unas jodidas clases de interpretación. Ella, a su vez, le gritó que hiciera gárgaras con un jodido elixir bucal. Los miembros del equipo estaban acostumbrados a las explosiones de mal genio de Bram, pero no a que Georgie reaccionara de esa manera, y ella se sintió avergonzada.

– Lo siento -murmuró-. No era mi intención descargar mi mal humor en vosotros.

El director convenció a Bram para que regresara. Entonces Georgie buscó en su interior y, de algún modo, consiguió utilizar sus agitadas emociones para reflejar la confusión de Scooter. Al final, consiguieron una buena toma.

Y ahora allí estaba de nuevo, haciendo algo que nunca creyó que tendría que repetir: besar a Bram Shepard.

La boca de Bram se unió a la de ella y esta vez sus labios eran suaves, como deberían haber sido los de Skip. Georgie empezó a retirarse mentalmente al lugar secreto en que solía esconderse años atrás. Pero algo iba mal. Bram ya no sabía a bares sórdidos y noches sin dormir. Sabía a limpio. No limpio como Lance, un adicto a los caramelos de menta, sino limpio como…

Georgie no sabía exactamente qué pasaba, pero sabía que no le gustaba. Ella quería que Bram fuera Bram. Quería el sabor amargo de su condescendencia, la ofensa de su desdén. Esto era lo que ella sabía manejar.

Esperó a que él intentara meterle la lengua hasta la garganta. No es que quisiera que lo hiciera, ¡por Dios, no!, pero al menos eso le resultaría familiar.

Bram le mordisqueó el labio inferior y, poco a poco, volvió a dejarla en el suelo.

– Bienvenida a la vida matrimonial, señora Shepard -declaró con voz suave y tierna mientras su mano, escondida en los pliegues de la falda de Georgie, le pellizcaba el trasero.

Ella sonrió aliviada. Por fin Bram actuaba como él mismo.

– Bienvenido a mi corazón… -dijo ella con igual ternura-, señor de Georgie York.

Y le dio un codazo por debajo de la chaqueta con tanta fuerza como pudo.


Cuando Duffy se marchó, había oscurecido y la dirección del hotel había deslizado un mensaje para ellos por debajo de la puerta. La centralita estaba colapsada de llamadas y una multitud de fotógrafos se había congregado en el exterior. Georgie encendió el televisor y vio que la noticia de su boda se había hecho pública. Mientras Bram se cambiaba de ropa, ella se sentó en el borde del sofá mirando la televisión.

Todo el mundo estaba impactado.

Nadie se lo esperaba.

Como los periodistas sólo disponían de una información escueta, los programas del corazón rellenaban la historia con comentarios de supuestos expertos que no sabían absolutamente nada.

«Después del terrible final de su primer matrimonio, Georgie ha vuelto al confort de lo que le resulta familiar.»

«Quizá Shepard se ha cansado de su vida disoluta…»

«Pero ¿se ha reformado realmente? Georgie es una mujer adinerada y…»

Bram salió del dormitorio vestido con unos vaqueros y una camiseta negra.

– Nos vamos esta noche.

Georgie silenció el televisor.

– No me entusiasma mucho la idea de conducir hasta Los Ángeles con una manada de fotógrafos persiguiéndonos. Como diría la princesa Diana, «ya tengo bastante de eso».

– Ya me he ocupado de ese asunto.

– Pero si ni siquiera eres capaz de ocuparte de ti mismo.

– Te lo explicaré de otra manera: no pienso quedarme aquí. Puedes venir conmigo o explicarle a la prensa por qué tu recién estrenado marido se va solo.

Era evidente que Bram iba a ganar aquella batalla, así que Georgie declaró con aire despectivo:

– Será mejor que sepas lo que haces.

Al final resultó que Bram sí tenía resuelta la situación. Una furgoneta con las ventanillas pintadas con publicidad de una fontanería los esperaba en la zona de mercancías del hotel. Bram metió las maletas en la parte trasera y le dio al conductor un par de billetes doblados. Después ayudó a Georgie a subir, hizo lo propio y cerró la puerta.

El interior de la furgoneta olía a huevos podridos. Se acomodaron cerca de las puertas, doblaron las rodillas y apoyaron la espalda en las maletas.

– Supongo que no iremos así hasta Los Ángeles -comentó Georgie.

– ¿Siempre has sido tan quejica?

«Más o menos», pensó Georgie. Al menos durante el último año. Pero eso iba a cambiar.

– Preocúpate de ti mismo.

La furgoneta se alejó del hotel y Georgie chocó contra Bram. En eso se había convertido su vida. En escapar de Las Vegas ocultos en una furgoneta de fontanería. Georgie apoyó la mejilla en las rodillas y cerró los ojos intentando no pensar en lo que le esperaba.


SCOOTER: Yo nunca miro las estrellas.

SKIP: ¿Por qué?

SCOOTER: Porque me hacen sentirme pequeña. Más pequeña que un puntito. Preferiría meter la mano en una jaula de leones que mirar las estrellas.

SKIP: Eso es absurdo. Las estrellas son bonitas.

SCOOTER: Las estrellas son deprimentes. Yo quiero hacer grandes cosas en mi vida, pero ¿cómo puedo conseguirlo si las estrellas me recuerdan lo pequeña que soy en realidad?


Al cabo de un rato, la furgoneta salió de la carretera y se detuvo en un camino de tierra lleno de baches. Bram bajó y Georgie asomó la cabeza. La noche era oscura como boca de lobo y estaban en medio de ninguna parte. Georgie bajó y se dirigió con cautela a la parte frontal del vehículo. Los faros delanteros iluminaban un letrero de madera que indicaba: JEAN DRY LAKE. Junto a éste, un cartel anunciaba una especie de festival de lanzamiento de cohetes. Bram estaba hablando con el conductor de un sedán negro. Ella no quería hablar con nadie, así que no se acercó.

El conductor de la furgoneta pasó por su lado con las maletas.

– Me gustabas mucho en Skip y Scooter -le dijo.

– Gracias.

Georgie deseó que alguien le dijera que le había gustado en sus otras películas.

El conductor del sedán bajó y metió las maletas en el maletero. Los dos hombres subieron a la furgoneta y se marcharon. Ella y Bram se quedaron solos, con sólo el brillo del pelo de Bram a la luz de la luna.

– Contarán lo de nuestra huida -dijo Georgie-. Sabes que sí. Ganarán un buen dinero por eso.

– Cuando salga a la luz, ya hará tiempo que estaremos en casa.

«Casa.» Georgie no se imaginaba a los dos atrapados en su pequeña casa de alquiler. Tenía que encontrar otra y deprisa. Una casa grande para que no tuvieran que verse. Mientras abría la portezuela del coche, consultó su reloj: las dos de la madrugada. Sólo habían pasado doce horas desde que despertara para encontrarse inmersa en aquel desastre.

Bram se sentó al volante. Condujo deprisa, aunque no con temeridad.

– Un amigo mío llevará mi coche de regreso a Los Ángeles dentro de un par de días. Si tenemos suerte, no descubrirán que nos hemos ido del hotel hasta entonces.

– Necesitamos un lugar para vivir. Le diré a mi agente inmobiliario que encuentre algo deprisa.

– Viviremos en mi casa.

– ¿Tu casa? Creía que estabas cuidando la casa de Trev en Malibú.

– Sólo voy allí cuando quiero escapar.

– ¿Escapar de qué? -Georgie se quitó las sandalias-. Espera. ¿No me dijo Trev que vivías en un apartamento?

– ¿Tienes algo en contra de los apartamentos?

– Sí, que son pequeños.

– ¿Siempre has sido tan esnob?

– Yo no soy esnob. Se trata de una cuestión de intimidad. De uno respecto al otro.

– Pues nos resultará un poco difícil, porque mi apartamento sólo tiene un dormitorio, aunque es bastante grande.

Georgie le lanzó una mirada airada.

– De ningún modo viviremos en un apartamento de un solo dormitorio.

– Tú no tienes por qué hacerlo si no quieres, pero yo sí viviré allí.

Entonces ella lo entendió. Así era como él pensaba manejarlo todo. Sería a su manera o a la calle.

A Georgie le dolía la cabeza, tenía tortícolis y no vio ninguna ventaja en discutir sobre aquella cuestión antes de llegar a Los Ángeles. Se volvió de lado y cerró los ojos. Tomar la decisión de asumir el control de su vida era la parte fácil. Llevarlo a cabo le resultaría mucho más complicado.


Despertó al amanecer. Se había dormido apoyada en la puerta del coche y se frotó la nuca. Estaban subiendo por una calle serpenteante de una zona residencial flanqueada por casas ocultas tras frondosos follajes. Bram la miró de reojo. Aparte de tener la barba más crecida, no mostraba signos de no haber dormido en toda la noche. Georgie frunció el ceño.

– ¿Dónde estamos?

– En las colinas de Hollywood.

Pasaron junto a un seto alto de ficus, tomaron otra curva y cogieron un camino entre dos pilares de piedra. Una gran casa de piedra y estuco rojizo de estilo colonial español apareció a la vista. Una buganvilla se enredaba alrededor de un saliente formado por seis ventanas en arco de estilo morisco y una trompeta trepadora subía por una torre redonda de dos plantas de altura que remataba un extremo de la casa.

– Sabía que me mentías respecto a lo del apartamento.

– Ésta es la casa de mi novia.

– ¿Tu novia?

Bram paró delante de la casa y apagó el motor.

– Tienes que explicarle lo que ha sucedido. Todo irá mejor si se lo explicas tú personalmente.

– ¿Quieres que le explique a tu novia por qué te has casado?

– ¿Qué quieres, que se entere por los periódicos? ¿No crees que debería ser sensible con la mujer que amo?

– Tú no has amado a nadie en tu vida. ¿Y desde cuándo sales con una sola mujer?

– Siempre hay una primera vez.

Bram se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del coche.

Corrió detrás de él hacia el porche con arcos y suelo de baldosas azules y blancas que formaba la entrada de la casa. En un rincón, junto a tres columnas en espiral del mismo color rojizo que el estucado, había unas macetas de terracota de varios tamaños.

– No le contaremos a nadie la verdad acerca de nuestro matrimonio -susurró Georgie-. Y menos a una mujer que va a experimentar una comprensible necesidad de venganza.

Bram subió los escalones del porche.

– Si va tan en serio conmigo como yo creo, mantendrá la boca cerrada y esperará hasta que todo termine.

– ¿Y si no va en serio contigo?

Bram enarcó una ceja.

– Sé sincera, Scoot. ¿Cuándo has visto que una mujer no vaya en serio conmigo?

Capítulo 6

Bram tenía una llave de la casa de su novia, así que o vivía con ella o pasaba mucho tiempo allí, lo que explicaría por qué sólo necesitaba un apartamento de una habitación. Georgie subió los escalones del porche y siguió a Bram al interior de un vestíbulo con apliques de bronce y paredes pintadas a la esponja.