– Tendrías que haberme dicho que tenías novia.
Bram señaló con la cabeza la parte trasera de la casa.
– La cocina está por ahí. Ella necesitará un café. Yo la iré preparando mientras tú haces el café.
– Bram, esto no es una buena idea. Como mujer te digo que…
Él ya había desaparecido escaleras arriba. Georgie se sentó en el primer escalón y apoyó la cara entre las manos. Una novia. Bram siempre había estado rodeado de mujeres hermosas, pero ella nunca había oído que tuviera una relación seria con nadie. Deseó no haber cortado a Trev cada vez que él empezaba a contarle cosas de Bram.
Se levantó del escalón y miró alrededor. La novia de Bram tenía un gusto exquisito para la decoración, aunque no para los hombres. A diferencia de otras casas antiguas de estilo colonial, aquélla tenía suelos de madera clara que, o eran originales o habían sido tratados para que parecieran usados y tuvieran un aspecto cálido y rústico. El mobiliario era confortable, piezas sencillas tapizadas con telas de tonalidad mate y adornadas con bonitos cojines indios y telas tibetanas de colores ocre, aceituna, marrón rojizo, peltre y dorado mate. Unos ventanales altos que daban a un porche trasero permitían que la luz matutina inundara el salón y, al mismo tiempo, contemplar los exuberantes limoneros y naranjos de China que crecían en decorativas macetas de cerámica. Una antigua ánfora de aceite contenía una frondosa enredadera que subía por el lateral de una chimenea y a lo largo de la repisa superior de piedra, que estaba labrada con un diseño morisco.
La bien equipada cocina tenía paredes de estuco, elegantes electrodomésticos y baldosas de tonalidad terrosa con motivos azules. Un candelabro de hierro con pantallas de estaño colgaba encima de la isla central de la cocina; el saliente con seis ventanas en arco que Georgie había visto desde el coche era el comedor de desayunos. Encontró la cafetera y preparó el café. De momento, no había oído ningún grito procedente de la planta de arriba, pero era sólo cuestión de tiempo. Georgie sacó su taza al porche trasero, construido con las mismas columnas rojizas y en espiral y las mismas baldosas españolas azules y blancas que el porche de la entrada. Los faroles de metal con filigranas, las mesas con mosaicos y patas de hierro curvadas, la mampara de madera labrada y los muebles tapizados con vistosas telas turcas y marroquíes hicieron que se sintiera como en una kasba. Las exuberantes enredaderas, los palmitos y las cañas de bambú proporcionaban al porche una sensación de intimidad.
Georgie se cubrió los hombros con un chal y se sentó en una cómoda tumbona. El leve tintineo de un móvil de piezas de latón llegó hasta ella flotando en el silencioso frío matinal. Evidentemente, Bram no conocía bien a su novia, porque el tipo de mujer que poseía una casa como aquélla no aceptaría que su novio se casara con otra mujer, fueran cuales fuesen las circunstancias. Bram era un estúpido por sólo imaginar algo así, lo que resultaba extraño, porque él nunca había sido…
Georgie se levantó de un brinco y el café le salpicó la mano. Lo absorbió de un lametón, dejó la taza encima de un montón de revistas y entró en la casa como una exhalación. En cuestión de segundos, había subido las escaleras y encontrado el dormitorio principal, donde Bram estaba dormido boca abajo, encima de la cama de matrimonio. Solo.
Georgie se había olvidado de la regla número uno en todo lo relacionado con Bram Shepard: no creer nada de lo que dijera.
Georgie quiso vaciar un cubo de agua fría sobre la cabeza de Bram, pero se lo pensó mejor. Mientras estuviera dormido no tendría que aguantarlo. Volvió a bajar y se acomodó de nuevo en el porche. A las ocho, telefoneó a Trev, quien, como era de esperar, casi le rompió los tímpanos con sus gritos.
– ¡¿Qué demonios ha pasado?!
– Amor verdadero -replicó Georgie.
– No puedo creer que os hayáis casado. Me resulta inconcebible que lo hayas convencido para que se casara contigo.
– Estábamos borrachos.
– Créeme, Bram no lo estaba tanto. Él siempre sabe exactamente lo que hace. ¿Dónde está ahora?
– Durmiendo en el piso de arriba, en una casa magnífica que, por lo visto, le pertenece.
– La compró hace dos años. Sólo Dios sabe de dónde sacó el dinero para la entrada. No es ningún secreto que últimamente no ha sido muy solvente.
Lo cual constituía la razón de que hubiera accedido a seguir el plan de Georgie: los cincuenta mil dólares mensuales que ella había prometido pagarle.
Sin embargo, Trev no sabía lo del dinero del soborno.
– Habrá decidido que tú eres el billete que necesita para mejorar su reputación. La publicidad de vuestra boda podría ayudarle a conseguir algún papel. A él parece no importarle que no lo contraten, pero créeme: sí le importa.
Georgie bajó con nerviosismo del porche al jardín y se volvió para contemplar la casa. Un segundo juego de columnas en espiral situado encima de las primeras sostenía el balcón que corría a lo largo de casi toda la planta superior y más enredaderas subían por las paredes de estucado rojizo.
– Bram no puede ser insolvente -declaró-. Esta casa es increíble.
– Y está hipotecada hasta la última teja. Además, la mayor parte del trabajo lo ha hecho él mismo.
– Imposible. Seguro que ha convencido a alguna mujer locamente enamorada de él para que pague parte de sus facturas.
– Es una posibilidad.
Georgie necesitaba saber más cosas, pero cuando presionó a Trev para que se las contara, él la atajó.
– Los dos sois amigos míos y no pienso involucrarme en esto, aunque, desde luego, espero que me invitéis a cenar para ver cómo os tiráis los trastos a la cabeza.
Georgie tenía treinta y siete mensajes en el móvil. Su padre era el remitente de diez de ellos. Se imaginaba lo histérico que estaría, pero todavía no se sentía capaz de hablar con él. April se había ido al rancho de Tennessee con su familia dos días antes. Georgie marcó su número y, cuando oyó la voz de su amiga, algunas de sus defensas se derrumbaron. Se mordió el labio.
– April, no tienes forma de confirmar que lo que voy a contarte es un montón de mentiras, lo cual te permitirá transmitir la información con la conciencia tranquila, ¿de acuerdo?
– ¡Oh, cariño…! -exclamó April con el tono de una madre preocupada.
– Bram y yo nos encontramos casualmente en Las Vegas. Saltó la chispa y nos dimos cuenta de lo mucho que nos habíamos querido siempre. Decidimos que habíamos malgastado demasiado tiempo lejos el uno del otro, así que nos casamos. Tú no sabes con certeza dónde estamos, pero crees que seguimos en el Bellagio disfrutando de una improvisada luna de miel. Seguro que todo el mundo estará contento de que Bram Shepard por fin se haya reformado y de tener el final feliz que todos se perdieron cuando Skip y Scooter se canceló. -Se le hizo un nudo en la garganta-. ¿Te importaría telefonear a Sasha y contarle lo mismo? Y si Meg aparece…
– Claro que lo haré, pero, cariño, estoy preocupada por ti. Cogeré un avión y…
– No.
La preocupación que Georgie percibió en la voz de April hizo que estuviera a punto de echarse a llorar.
– Estoy bien. De verdad. Sólo un poco alterada. Te quiero.
Nada más colgar, Georgie se obligó a enfrentarse a la realidad. De momento estaba atrapada en aquella casa. Al ser unos recién casados, el público esperaría que ella y Bram estuvieran juntos continuamente. Pasarían semanas antes de que pudiera ir sola a algún lugar. Se reclinó en la tumbona del porche, cerró los ojos e intentó pensar. Sin embargo, no había respuestas fáciles, y al final se quedó dormida al son de las campanillas de latón del móvil mecido por la brisa.
Cuando despertó dos horas más tarde, no se sintió nada repuesta. A desgana, subió las escaleras. Una música latina retumbaba en el otro extremo del pasillo. Mientras se dirigía hacia allí para averiguar de dónde procedía el sonido, pasó por delante del dormitorio de Bram y vio que su maleta estaba en medio de la habitación.
¡Sí, ya, como que eso iba a ocurrir!
Si hubiera tenido que adivinar cómo era el dormitorio de Bram Shepard, se lo habría imaginado con una de esas enormes esferas de espejitos que hay en las discotecas y una barra de striptease, pero se habría equivocado. Un techo de bóveda de cañón y unas paredes estucadas de color miel definían un espacio que era lujoso, elegante y sensual sin ser perverso. Unos paneles rectangulares de piel engastados en una estructura de bronce formaban la cabecera de la cama de matrimonio y una confortable zona para sentarse ocupaba la torre que había visto desde la parte frontal de la casa.
Cuando entró en la habitación para coger su maleta, la música se detuvo. Segundos más tarde, Bram apareció en la puerta del dormitorio vestido con una camiseta sudada de los Lakers y unos pantalones cortos de hacer deporte. Al verlo con aquel aspecto tan saludable, la rabia de Georgie se disparó.
– Me he encontrado con tu novia en el piso de abajo. Se ha arrodillado y me ha dado las gracias por sacarte de su vida.
– Espero que hayas sido amable con ella.
Bram no tuvo la gentileza de disculparse por su mentira, aunque nunca le había pedido perdón por nada. Georgie se acercó a él.
– Ni tienes novia ni apartamento. Esta casa es tuya y quiero que dejes de mentirme.
– No pude evitarlo, me estabas poniendo de los nervios -repuso él mientras se dirigía al lavabo.
– ¡Lo digo en serio, Bram! Estamos juntos en esto. Por mucho que lo detestemos, oficialmente somos un equipo. Sé que no sabes lo que eso significa, pero yo sí, y un equipo sólo funciona si todos cooperan.
– Muy bien, ya has vuelto a ponerme nervioso. Intenta entretenerte con algo mientras me lavo. -Se quitó la sudada camiseta y desapareció en el lavabo-. A menos que… -asomó la cabeza- quieras meterte en la ducha conmigo para jugar un poco. -La miró con lascivia de arriba abajo-. Después de lo de ayer por la noche… No digo que seas una ninfómana, pero no estás lejos de serlo.
¡Ah, no! No la vencería tan fácilmente. Georgie levantó la barbilla y le devolvió su mirada seductora.
– Me temo que me has confundido con aquel gran danés que tenías.
Bram soltó una carcajada y cerró la puerta.
Ella cogió su maleta y la sacó al pasillo. Una vez más, la sensación de estar atrapada le aceleró el corazón y volvió a intentar serenarse. Tenía que encontrar un lugar apropiado para dormir. Había vislumbrado una casita para invitados en la parte posterior de la finca, pero probablemente Bram tenía servicio doméstico, de modo que no podía instalarse tan lejos del edificio principal.
Exploró la planta superior y descubrió cinco dormitorios. Bram utilizaba uno para almacenar cosas, otro lo había convertido en un gimnasio bien equipado y un tercero era espacioso, pero estaba totalmente vacío. Sólo el dormitorio contiguo al principal estaba amueblado: una cama de matrimonio con una ornamentada cabecera de estilo morisco y una cómoda a juego. La luz del sol se esparcía por el interior gracias a unos ventanales que daban al balcón posterior de la casa. Las paredes pintadas de un alegre amarillo limón formaban un atractivo contraste con la oscura madera y la vistosa alfombra oriental.
Su ayudante le llevaría algo de ropa el día siguiente, pero hasta entonces sólo le quedaba una muda limpia. Deshizo la maleta y llevó sus artículos de tocador al lavabo del dormitorio, de cristal pavés y azulejos bermellón. Necesitaba una ducha con urgencia, pero cuando regresó al dormitorio para desvestirse, encontró a Bram tumbado en la cama, vestido con una camiseta limpia, unos pantalones cortos tipo safari y lo que parecía un vaso de whisky en equilibrio sobre su pecho. Y ni siquiera eran las dos de la tarde.
Él agitó el líquido del vaso.
– No es buena idea que duermas aquí. Mi ama de llaves vive encima del garaje y se daría cuenta de que dormimos en camas separadas.
– Haré la cama todas las mañanas antes de que ella la vea -contestó Georgie con dulzura fingida-. En cuanto a mis cosas… Dile que utilizo este dormitorio como vestidor.
Bram bebió un sorbo de whisky y descruzó los tobillos.
– Lo que te dije ayer iba en serio. Esto lo haremos según mis normas, y una vida sexual regular forma parte del trato.
Georgie lo conocía demasiado bien como para fingir sorpresa.
– Estamos en el siglo veintiuno, Skipper. Los hombres no dan ultimátums sexuales.
– Pues este hombre sí los da. -Bram se levantó de la cama como un león de melena pelirroja que se prepara para la caza-. No pienso renunciar al sexo, lo que significa que, o follo contigo, o haremos lo que hacen todos los matrimonios. Y no te preocupes, ya no me va tanto el sadomasoquismo como antes. No es que lo haya dejado del todo… -Su burla sutil resultaba más intimidante que el desdén que utilizaba antes. Bebió un sorbo de whisky con calma-. Hay un nuevo sheriff en la ciudad, Scooter. Tú y tu papaíto ya no tenéis la carta ganadora del poder. Estamos jugando con una baraja nueva y me toca repartir.
"Lo que hice por amor" отзывы
Отзывы читателей о книге "Lo que hice por amor". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Lo que hice por amor" друзьям в соцсетях.