– Creo que nunca me habías decepcionado tanto como ahora.

Sus palabras la hirieron en lo más hondo, pero se estaba esforzando en ser ella misma, así que esbozó otra sonrisa radiante.

– Pues piensa que sólo tengo treinta y un años. Tengo un montón de años por delante para mejorar mi récord.

– Ya está bien, Georgie -declaró Bram casi con amabilidad, y apartó el brazo de su cintura-. Paul, te lo diré sin rodeos: ahora Georgie es mi esposa y ésta es mi casa, así que compórtate o te prohibiré visitarnos.

Georgie contuvo el aliento.

– ¿Ah, sí?

Paul apretó los labios.

– Pues sí.

Bram se dirigió a las puertas vidrieras, pero antes de llegar se dio la vuelta, interpretando una salida falsa con tanta perfección como lo había hecho en cientos de episodios de Skip y Scooter. Incluso utilizó el mismo inicio de diálogo.

– ¡Ah, y una cosa más…! -Dejó a un lado el guión con una sonrisa perversa-. Quiero ver las declaraciones de la renta de Georgie de los últimos cinco años. Y sus estados financieros.

Ella no pudo creérselo. «El muy…» Avanzó un paso hacia Bram y su padre enrojeció de indignación.

– ¿Acaso estás sugiriendo que he administrado mal el dinero de Georgie?

– No lo sé. ¿Lo has hecho?

Bram había ido demasiado lejos. Puede que le molestara la forma en que su padre intentaba controlarla y, sin lugar a dudas, cuestionaba su criterio a la hora de elegir sus últimos papeles, pero él era el único hombre del mundo en el que ella confiaba plenamente en lo relativo al dinero. Cualquier niño-actor se sentiría afortunado con un padre tan escrupulosamente honesto cuidando de su dinero.

La apariencia de su padre se volvió más y más calmada, lo que nunca constituía una buena señal.

– Ahora llegamos a la verdadera razón de este matrimonio: el dinero de Georgie.

Su yerno torció la boca con insolencia.

– Primero dices que me he casado con ella para avanzar en mi carrera… Ahora, que lo he hecho por su dinero… La verdad, tío, es que me he casado con ella por el sexo.

Georgie se acercó a ellos.

– Muy bien, ya me he divertido bastante por hoy. Te llamaré mañana, papá. Te lo prometo.

– ¿Eso es todo? ¿No vas a decir nada más?

– Si me concedes un par de minutos, probablemente se me ocurrirá una buena frase lapidaria, pero de momento me temo que es lo mejor que tengo.

– Te acompañaré a la puerta -declaró Bram.

– No es necesario. -El padre de Georgie llegó a la puerta en un par de zancadas-. Saldré por donde he venido.

– Papá, no, de verdad… Deja que yo…

Pero él ya se estaba alejando por el sendero de grava. Georgie se dejó caer en un sofá blando y marrón, justo debajo de Humphrey Bogart.

– Ha sido divertido -comentó Bram.

Ella apretó los puños en su regazo.

– No puedo creer que cuestionaras su honestidad de esa manera. Tú, el auténtico rey de la mala administración financiera. La forma en que mi padre maneja mi dinero es asunto mío, no tuyo.

– Si no tiene nada que ocultar, no le importará enseñarme los libros.

Ella se levantó de golpe.

– ¡Pues a mí sí que me importa! Mi situación financiera es confidencial y lo primero que haré mañana por la mañana será llamar a mi abogado para que continúe siéndolo.

También mantendría una conversación privada con su contable para ocultarle a su padre los cincuenta mil dólares mensuales que le pagaría a Bram. «Gastos domésticos» o «gastos de seguridad» sonaba mucho mejor que «gastos de soborno».

– Relájate -dijo Bram-. ¿De verdad crees que sé interpretar un estado financiero?

– Lo has provocado deliberadamente.

– ¿No te has divertido al menos un poco? Ahora tu padre sabe que no puede mangonearme como hace contigo.

– Yo dirijo mi propia vida. -Al menos eso intentaba.

Georgie esperaba que él rebatiera su afirmación, pero Bram simplemente apagó la lámpara del escritorio y la empujó hacia la puerta.

– Hora de acostarse. Apuesto a que te gustaría un masaje en la espalda.

– Apuesto a que no. -Georgie salió del despacho y él cerró las puertas tras ellos-. ¿Por qué sigues insistiendo? Ni siquiera te gusto.

– Porque soy un tío y tú estás disponible.

Georgie dejó que su silencio hablara por sí mismo.

Capítulo 7

A la mañana siguiente, Georgie hizo la cama en la que había dormido sola con esmero y bajó a la planta baja. En la cocina, encontró a una joven trajinando en la encimera, de espaldas a la puerta, con un colador con fresas. Llevaba el pelo teñido de negro, muy corto en un lado y largo hasta la mandíbula y escalado en el otro. Tres pequeños símbolos japoneses tatuados en su nuca desaparecían por debajo de una camiseta gris sin mangas y unos imperdibles de gran tamaño sujetaban un largo descosido en la pernera de sus vaqueros. Parecía una roquera punk de los años noventa y Georgie no entendió qué hacía allí, en la cocina de Bram.

– Esto… Buenos días. -Su saludo fue ignorado. Georgie no estaba acostumbrada a que no le hicieran la pelota y volvió a intentarlo-. Soy Georgie.

– ¡Como si no lo supiera! -La joven siguió sin darse la vuelta-. Ésta es la bebida especial proteínica de Bram para el desayuno. Tú tendrás que prepararte lo que quieras tú misma.

La batidora se puso en marcha.

Georgie esperó hasta que el motor se apagó.

– ¿Y tú eres…?

– El ama de llaves. Chaz.

– ¿Que es el diminutivo de…?

– Chaz.

Georgie captó el mensaje. Chaz la odiaba y no quería hablar con ella. Sólo a Bram se le ocurriría tener un ama de llaves que pareciera salida de una película de Tim Burton. Georgie empezó a abrir armarios en busca de una taza. Cuando la encontró, se dirigió a la cafetera.

Chaz se volvió hacia ella.

– Éste es el café especial de Bram. Es sólo para él. -Tenía cejas espesas y oscuras, y en una llevaba un piercing. Sus facciones eran pequeñas, afiladas y hostiles-. El café normal está en ese armario.

– Estoy segura de que a Bram no le importará que beba una taza del suyo.

Georgie cogió la jarra de la cafetera último modelo.

– Sólo he hecho la cantidad suficiente para él.

– Pues a partir de ahora será mejor que hagas un poco más.

Georgie no hizo caso de los dardos envenenados de los que era blanco, cogió una manzana de una fuente mexicana de Talavera y se la llevó, junto con el café, al porche trasero.

Se bebió la mitad del delicioso café, y comprobó si tenía mensajes en el móvil. Lance había vuelto a telefonearle, en esta ocasión desde Tailandia.

«Georgie, ¿te has vuelto loca? Devuélveme la llamada en cuanto oigas este mensaje.»

Ella borró el mensaje y, a continuación, telefoneó a su publicista y a su abogado. Sus evasivas acerca de lo que había ocurrido durante el fin de semana los estaban volviendo locos, pero ella no pensaba contarle la verdad a nadie, ni siquiera a las personas en que teóricamente debía confiar. Utilizó con ellos el mismo argumento que el día anterior con su asistente personal, cuando le indicó que recogiera sus cosas: «No puedo creer que precisamente tú no supieras que Bram y yo estábamos saliendo. Hicimos lo posible por mantenerlo en secreto, pero tú sueles leer en mí como en un libro abierto.»

Al final reunió el coraje necesario para telefonear a Sasha. Le preguntó acerca del incendio, pero ella cambió de tema.

– Me estoy ocupando de él. Ahora explícame qué está pasando de verdad, no la chorrada que me contó April acerca de que tú y Míster Sexy os pusisteis nostálgicos viendo una reposición de Skip y Scooter.

– Ésa es mi explicación y todos nos ajustaremos a ella, ¿de acuerdo?

– Pero…

– Por favor.

Al final, Sasha cedió.

– De momento no insistiré, pero la próxima vez que vaya a Los Ángeles tendremos una larga charla. Por desgracia, tengo que quedarme en Chicago durante un tiempo.

Georgie siempre esperaba con ilusión las visitas de Sasha, pero en esta ocasión se sintió más que feliz de posponer lo que sabía que constituiría un tenso interrogatorio.

No se molestó en telefonear a su agente. Su padre se encargaría de Laura. Intentar conseguir el cariño de su padre era como esforzarse en una rueda de hámster. No importaba lo deprisa que corriera: nunca se acercaba al objetivo. Algún día dejaría de intentarlo. En cuanto a lo de contarle la verdad… por el momento, no. Nunca.

Bram salió al porche bebiendo los restos de algo rosa, espeso y espumoso. Mientras Georgie se fijaba en la forma en que su camiseta marcaba unos músculos que a ella no le resultaban nada familiares, decidió que prefería su anterior aspecto de heroinómano. Al menos aquello lo entendía. Vio cómo un trozo de fresa desaparecía en la boca de Bram. Ella también quería un batido rosa y espumoso para desayunar. Claro que también quería muchas cosas que no podía tener: un matrimonio fantástico, hijos, una relación saludable con su padre, y una carrera que mejorara con el tiempo. Pero en aquel momento se conformaría con un buen plan para hacer creer al público que se había enamorado otra vez.

– Las vacaciones han tocado a su fin, Skipper. -Ella se levantó de la silla-. El fin de semana ha terminado y la prensa exige respuestas. Como mínimo, hemos de planificar los próximos días. Lo primero que tenemos que hacer es…

– No hagas enfadarse a Chaz.

Bram se limpió una burbuja de espuma rosa de la comisura de los labios.

– ¿Yo? Esa chica es una máquina de cabrear parlante.

– También es la mejor ama de llaves que he tenido nunca.

– Por su aspecto, parece que tenga dieciocho años. ¿Quién tiene un ama de llaves tan joven?

– Tiene veinte años. Y yo tengo un ama de llaves tan joven. Déjala tranquila.

– Si voy a vivir aquí, va a resultar un poco difícil.

– Te lo dejaré bien claro: si tengo que elegir entre tú y Chaz, ella gana de lejos.

Bram y su vaso vacío desaparecieron en el interior de la casa.

Se acostaban juntos. Eso explicaría la hostilidad de Chaz. No parecía su tipo, pero ¿qué sabía ella sobre los gustos actuales de Bram? Nada en absoluto, y tenía la intención de que siguiera de esa manera.


Aaron Wiggins, su asistente personal, llegó media hora más tarde. Georgie mantuvo la puerta abierta para que pudiera entrar con su maleta más grande y algunos conjuntos colgados en perchas.

– Ahí fuera hay una auténtica zona de guerra -declaró Aaron con el entusiasmo de un chico de veintiséis años que sigue obsesionado con los videojuegos-. Los paparazzi, una cadena de noticias… Y creo que he visto a aquella tía de la cadena E!

– Estupendo -ironizó Georgie.

Aaron era su asistente personal desde que el anterior se pasara al campo de Lance y Jade. Aaron era casi tan ancho como alto, debía de pesar ciento treinta kilos y apenas alcanzaba el metro ochenta. Su pelo áspero y castaño enmarcaba una cara gordinflona adornada con unas gafas enormes y estrafalarias, una nariz larga y una boca pequeña y dulce.

– Mañana por la mañana empaquetaré el resto de tu ropa -explicó-. ¿Dónde quieres que deje todo esto?

– Arriba. El armario de Bram está lleno, así que he convertido el dormitorio contiguo en mi vestidor.

Cuando llegaron al final de las escaleras, Aaron resollaba y su bolso negro se había deslizado hasta el ángulo de su codo. Georgie deseaba que se cuidara más, pero él no hacía caso de sus indirectas. Cuando pasaron por el dormitorio de Bram, Aaron echó un vistazo al interior y se detuvo.

– Precioso. -Se refería al equipo de sonido, no a la decoración-. ¿Te importa si dejo tu ropa en tu vestidor y vengo a darle una ojeada? -preguntó.

Sabiendo cuánto le gustaban los aparatos, Georgie no pudo negarse. Aaron dejó la ropa y la maleta en la habitación contigua y regresó a examinar el equipo electrónico.

– ¡Increíble!

– ¿Quieres celebrar una fiesta, guapo? -preguntó una voz sedosa desde la puerta.

Aaron reaccionó soltando un extraño soplido.

– Soy Aaron, el asistente personal de Georgie.

Bram arqueó una de sus cejas perfectas mientras miraba a Georgie. Los asistentes personales solían ser mujeres jóvenes y guapas u hombres gays muy bien vestidos. Aaron no encajaba en ninguna de esas categorías. Georgie estuvo a punto de no contratarlo a pesar de que su padre se lo había recomendado. Sin embargo, durante la entrevista, la alarma contra incendios de su casa se disparó y Aaron arregló el problema con tanta facilidad que ella decidió concederle una oportunidad. Aaron resultó ser alegre, listo, muy bien organizado y no tener manías acerca de las tareas que ella le encargaba. Además, su autoestima era tan baja como su habilidad para el arte dramático y nunca le pedía favores, como que consiguiera que lo admitieran en un club o un restaurante de moda, cosas que su anterior asistente daba por sentadas.