Muchos chicos como Aaron se habían mudado a Los Ángeles desde sus ciudades del Medio Oeste soñando con realizar efectos especiales en Hollywood, pero enseguida descubrían que conseguir un trabajo en ese campo no era una tarea tan fácil. Ahora Aaron trabajaba de asistente personal para Georgie y se encargaba de su página Web. En su tiempo libre, jugaba a los videojuegos y engullía comida basura.

Aaron estrechó la mano de Bram y señaló el equipo de sonido, alojado en el interior de un mueble toscamente labrado cuyas puertas parecían proceder de una misión española.

– He leído cosas sobre equipos como ése. ¿Desde cuándo lo tienes?

– Lo compré el año pasado. ¿Quieres probarlo?

Mientras Aaron escudriñaba el equipo, Georgie examinó la habitación vacía que había en un recodo del pasillo, donde había decidido instalar su estudio. Al final, Aaron se reunió con ella y juntos decidieron qué muebles necesitaría para guardar sus cosas. Después de hacer planes para dejar su casa de alquiler y redactar un borrador de carta para sus fans de la Web, Georgie le dijo que cancelara las reuniones y citas a las que pensaba asistir antes de tomarse los seis meses de vacaciones.

Había pensado viajar por Europa, evitando las grandes ciudades y conduciendo por las zonas rurales. Se había imaginado visitando pueblos, paseando por viejos caminos y quizás, sólo quizás, encontrándose a sí misma. Pero su viaje de autodescubrimiento había tomado un desvío mucho más peligroso.

– Ahora entiendo por qué te tomas seis meses de descanso -comentó Aaron-. Buen plan. Al no tener nada en tu agenda, podrás disfrutar de una larga luna de miel.

¡Sí, una luna de miel estupenda!

Para su luna de miel, ella y Lance habían alquilado una casa de campo en la Toscana que daba a un olivar. Después de unos días, Lance se puso nervioso, pero a ella le encantó aquel lugar.

Georgie apenas había pensado en su ex marido en toda la mañana, lo que constituía todo un récord. Cuando Aaron se disponía a irse, Chaz pasó por el vestíbulo y Georgie los presentó.

– Éste es Aaron Wiggins, mi asistente personal. Aaron, Chaz es el ama de llaves de Bram.

Chaz deslizó sus ojos pintados con raya negra del cabello áspero de Aaron a los tensos ojales de su camisa de cuadros y de allí a su abultada barriga y sus deportivas negras. Torció el gesto y dijo:

– Mantente alejado de la nevera, ¿vale? Está fuera de tu jurisdicción.

Aaron enrojeció y Georgie sintió deseos de abofetear a la chica. «Si tengo que elegir entre tú y Chaz, ella gana de lejos.»

– Mientras Aaron trabaje para mí -declaró entonces-, tendrá libre acceso a todas las zonas de la casa. Confío en que le harás sentirse cómodo.

– Os deseo suerte -repuso Chaz y se alejó altiva con la regadera que llevaba en la mano.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Aaron.

– Le cuesta un poco adaptarse a la idea de que Bram está casado. No le hagas caso.

Era un buen consejo, pero a Georgie le costó imaginarse al bueno de Aaron aguantando el tipo frente aquella ama de llaves de veinte años y lengua viperina.

Cuando Aaron se marchó, Georgie salió al jardín en busca de Bram. Tenían que hacer planes y él ya le había dado demasiadas largas. Georgie siguió el sonido de agua borboteante hasta una piscina pequeña de contorno irregular situada en un rincón recogido detrás de un roble y unos arbustos. En un extremo de la piscina, el agua de una cascada de un metro de altura caía sobre unas piedras negras y brillantes otorgando al rincón un aire de recogimiento.

Georgie siguió caminando y, al final, encontró a Bram encerrado en su despacho. Estaba otra vez hablando por teléfono. Cuando ella sacudió la manecilla de la puerta, él le dio la espalda. Georgie intentó escuchar la conversación a través del cristal, pero no lo logró. Él colgó y se puso a teclear en el ordenador. Georgie no conseguía imaginar qué hacía Bram con un ordenador. Y, ahora que lo pensaba, ¿qué hacía fuera de la cama antes de las cuatro de la tarde?

– ¡Déjame entrar!

– ¡No puedo! -gritó él sin dejar de teclear-. Estoy ocupado buscando formas de gastarme tu dinero.

En vez de enfadarse, Georgie se puso a cantar Your Body Is a Wonderland y a tamborilear en los cristales, hasta que Bram no pudo aguantarlo más y se levantó para abrirle la puerta.

– Será mejor que no me entretengas mucho, las prostitutas que he contratado llegarán en cinco minutos.

– Gracias por decírmelo. -Entró en el despacho y señaló el ordenador con un gesto de la cabeza-. Mientras tú babeabas contemplando imágenes de animadoras desnudas yo he estado trabajando en nuestra reaparición en el mundo. Quizá quieras tomar notas. -Se sentó en el cómodo sofá marrón, debajo de Marlon Brando, y cruzó las piernas-. Tú tienes una página Web, ¿no? He escrito una carta en nombre de los dos para nuestros fans.

Cuando Bram apoyó los codos en el escritorio, Georgie perdió el hilo. Skip tenía un escritorio, pero Bram no. Skip también tenía una buena educación, una finalidad en la vida y una firme moralidad.

Volvió a la realidad.

– Aaron nos ha reservado mesa para cenar mañana en Mr. Chow. Será un auténtico zoo, pero creo que es la manera más rápida de que…

– ¿Una carta a nuestros fans y una cena en Mr. Chow? Eso sí que es pensar. ¿Y qué más se te ha ocurrido?

– Una comida en el Chateau el miércoles y una cena en Il Sole el jueves. Dentro de dos semanas hay un importante acto benéfico para ayudar a los enfermos de Alzheimer. Después se celebrará un baile para recaudar fondos para obras benéficas. Comemos, sonreímos y posamos.

– Nada de bailes. Ni uno.

– Siento oír eso. ¿Te lo ha prohibido el médico?

La sonrisa de Bram se curvó como la cola de una serpiente por encima de sus brillantes dientes blancos.

– Me lo pasaré de miedo gastándome los cincuenta mil pavos que me pagarás cada mes por aguantarte.

Era un desvergonzado. Georgie le contempló apoyar los pies en el borde del escritorio.

– ¿Eso es todo? -preguntó Bram-. ¿Ése es tu plan para aparecer en primera plana? ¿Que salgamos a comer?

– Supongo que podríamos seguir tu ejemplo y hacer que nos detuvieran por conducir borrachos, pero sería un poco borde, ¿no te parece?

– Muy graciosa. -Bram bajó los pies al suelo-. Celebraremos una fiesta.

Georgie casi se estaba divirtiendo, pero al oír su propuesta lo miró con recelo.

– ¿Qué clase de fiesta?

– Una cara y multitudinaria para celebrar que nos hemos casado, ¿qué demonios creías? Dentro de seis semanas. Dos meses, quizá. Lo suficiente para enviar las invitaciones y crear expectación, pero no tanto como para que el público pierda el interés por nuestra bonita historia de amor. ¿Por qué me miras así?

– ¿Se te ha ocurrido a ti solito?

– Estando borracho suelo ser bastante creativo.

– Tú odias todo lo que sea formal. Solías presentarte descalzo en las fiestas de la cadena. -Y con un aire de chico tan malo y atractivo que todas las invitadas a las fiestas lo deseaban.

– Prometo ponerme los zapatos. Tú haz que tu chico encuentre a un buen organizador de fiestas. El tema es obvio.

Georgie descruzó las piernas.

– ¿Qué quieres decir con que es obvio? A mí no me lo parece.

– Eso te pasa porque no bebes lo suficiente para pensar creativamente.

– Ilumíname.

– Skip y Scooter, desde luego. ¿Qué si no?

Georgie se levantó del sofá.

– ¿El tema será Skip y Scooter? ¿Estás loco?

– Pediremos a la gente que vaya disfrazada. Ya sea de los Scofield o de los criados. Arriba y abajo.

– Estás bromeando.

– Le pediremos al pastelero que ponga una pareja de esos estúpidos muñequitos de Skip y Scooter encima del pastel.

– ¿Unos muñequitos?

– Y le diremos a la florista que utilice aquellas flores azules como-se-llamen que salían en la pantalla de los créditos iniciales. Y también una reproducción en miniatura de la mansión en caramelo como regalito sorpresa para los invitados. Ese tipo de porquería.

– ¿Te has vuelto loco?

– Hay que darle a la gente lo que quiere, Georgie. Es la primera regla de los negocios. Me sorprende que una ricachona como tú no lo sepa.

Ella lo miró fijamente y él le sonrió con una expresión inocente que no encajaba con su cara de ángel caído. Y entonces ella lo entendió todo.

– ¡Oh, Dios mío, hablabas en serio cuando comentaste lo del espectáculo de reencuentro de Skip y Scooter!

Bram sonrió ampliamente.

– Creo que deberíamos poner el escudo de armas de los Scofield en los menús. Y el lema de la familia… ¿Cómo demonios era? ¿Avaricia para siempre?

– ¡Es verdad que quieres que se celebre un espectáculo de reencuentro! -Georgie se dejó caer en el sofá-. No fue sólo el dinero lo que te llevó a aceptar este matrimonio.

– Yo no estaría tan seguro.

– Además del dinero, quieres un espectáculo de reencuentro.

La silla del escritorio crujió mientras Bram se reclinaba.

– Nuestra fiesta será más divertida que la cursi recepción que diste cuando te casaste con el Perdedor. ¡Por favor, dime que no es verdad que te fuiste de la iglesia en un carruaje tirado por seis caballos blancos!

Lo del carruaje había sido idea de Lance, y ella se sintió como una princesa. Pero ahora su príncipe se había escapado con la bruja malvada y Georgie se había casado por accidente con el lobo malo.

– No pienso celebrar un espectáculo de reencuentro de Skip y Scooter -declaró-. Me he pasado ocho años intentando escapar de la sombra de Scooter y no pienso recaer en lo mismo.

– Si de verdad hubieras querido escapar de la sombra de Scooter, no habrías rodado todas esas lamentables comedias románticas.

– No hay nada malo en las comedias románticas.

– Pero sí que lo hay en las comedias románticas malas. Y no se puede decir que las tuyas fueran Pretty Woman ni Jerry Maguire, cariño.

– Yo odiaba Pretty Woman.

– Pues la audiencia no. Por otro lado, el público sí que odió Gente guapa y Verano en la ciudad. Y no he oído nada bueno acerca del proyecto que acabas de terminar.

– Es tu carrera la que está en el retrete, no la mía. -Lo que sólo era parcialmente cierto, pues Concurso de baile no se emitiría hasta el invierno siguiente-. No conseguirás arrastrarme al fango contigo.

Sonó el teléfono del escritorio. Bram miró la pantalla y contestó.

– ¿Sí?… De acuerdo… -Colgó y rodeó el escritorio con la copa en la mano-. Era Chaz. Arréglate el maquillaje. Ha llegado la hora de lucirse ante la prensa.

– ¿Desde cuándo te preocupa lucirte ante alguien que no sea una mujer tonta?

– Desde que me he convertido en un respetable hombre casado. Nos vemos en la puerta principal dentro de quince minutos. No olvides aplicarte el pintalabios que no mancha.

– No te preocupes, lo recordaré. -Se levantó del sofá y pasó junto a él-. ¡Ah, y todo aquel rollo que me soltaste acerca de la carta del poder! Todo un ejemplo de autoengaño…

Georgie hizo un gesto despectivo con la mano y se dirigió hacia la casa.


Cuando terminó de retocarse el maquillaje, ahuecarse el pelo con los dedos y ponerse un vestido verde menta de encaje de Marc Jacobs, percibió un aroma a algo recién horneado que subía por las escaleras. El estómago le crujió. No recordaba la última vez que había tenido tanta hambre. Bram la estaba esperando en el vestíbulo con Chaz, quien lo miraba como si fuese el Rey Sol.

Georgie se puso al lado de su marido y él le rodeó los hombros.

– Chaz, asegúrate de que Georgie tiene todo lo que necesita.

La chica respondió con una amabilidad que podía convencer a Bram, pero que Georgie no se tragó ni por un instante.

– Sea lo que sea lo que necesites, sólo tienes que pedírmelo, Georgie.

– Gracias. De hecho, hoy apenas he comido nada y no me importaría…

– Luego, cariño. Ahora tenemos trabajo. -Bram la besó en la frente y se volvió para coger una de las dos bandejas llenas de galletas caseras que Chaz sostenía-. Chaz ha cocinado estas galletas para nuestros amigos de la prensa. -Le entregó la bandeja a Georgie y cogió la otra-. Se las ofreceremos y posaremos para las fotos.

Lo que más les gustaba a los de la prensa era la comida gratis. La idea era fantástica y Georgie deseó que se le hubiera ocurrido a ella. Bram abrió la puerta y la dejó pasar primero.

– Hasta que coloquen la verja, he contratado un servicio de seguridad -dijo-. Estoy seguro de que no te importará pagar tu parte de la factura.