– ¿Y cuál es mi parte?
– Toda. Es lo justo, ¿no crees?, ya que yo te proporciono un techo.
– Si al menos incluyeras algo de comida debajo de ese techo…
– ¿No puedes pensar en otra cosa que no sea comer?
– En este momento no.
Georgie cogió una galleta de su bandeja y le dio un buen mordisco. Todavía estaba caliente… y deliciosa.
– No hay tiempo para esto. -Bram le quitó el resto de galleta y se lo metió en la boca-. ¡Joder, qué buenas están! Chaz cocina cada día mejor.
Georgie vio cómo la galleta le bajaba por el gaznate. Durante un año, todo el mundo la había presionado para que comiera, y ahora que tenía hambre él le quitaba la comida. Eso le provocó aún más hambre.
– ¡Pues yo no tengo modo de saberlo!
El final del camino que conducía a la casa apareció a la vista, y también los fornidos guardas de seguridad que había allí apostados. Varias docenas de paparazzi y algunos miembros de la prensa legítima se agolpaban ruidosamente en la calle. Georgie los saludó alegremente con la mano. Bram se la cogió y, con los dedos entrelazados y las galletas, se dirigieron hacia allí. Los paparazzi empezaron a «soltarles manguerazos», un término desagradable que describía la agresiva toma de fotografías a los famosos.
– ¡Si jugáis limpio, posaremos para vosotros! -gritó Bram-. Pero si alguien se acerca demasiado a Georgie, nos largaremos. Lo digo en serio. Que nadie se acerque a ella.
Georgie se emocionó, pero se acordó de que Bram estaba representando el papel de esposo protector y enseguida regresó al mundo de la cordura.
– ¡Nosotros siempre jugamos limpio, Bram! -gritó una reportera por encima del barullo.
A continuación empezaron a dispararles preguntas incluso antes de que Bram pasara las bandejas a los guardias de seguridad para que repartieran las galletas. ¿Cuándo se habían enamorado? ¿Dónde? ¿Por qué ahora, después de tantos años? ¿Qué había sido de su mutuo resentimiento? Una pregunta seguía a la otra.
– Georgia, ¿te has casado por despecho a Lance?
– Todo el mundo dice que estás anoréxica. ¿Es cierto?
Ambos eran auténticos profesionales manejando a la prensa y sólo contestaron las preguntas que quisieron.
– ¡La gente opina que todo esto es un ardid publicitario! -exclamó Mel Duffy.
– Uno finge una cita por publicidad -replicó Bram-, pero no se casa. De todas maneras, la gente puede opinar lo que quiera.
– Georgie, se rumorea que estás embarazada.
– ¿De verdad? -El comentario le dolió, pero se hizo la graciosa y se dio unos golpecitos en la barriga-. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
– Georgie no está embarazada -explicó Bram-. Cuando lo esté, os lo comunicaremos.
– ¿Vais a viajar a algún lugar de luna de miel? -preguntó un reportero con acento británico.
Bram acarició la espalda de su esposa.
– Cuando llegue el momento.
– ¿Habéis decidido adónde iréis?
– A Maui -contestó él.
– A Haití -contestó ella.
Se miraron y ella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
– Bram y yo queremos utilizar toda esta locura de medios para llamar la atención sobre la difícil situación de la gente pobre.
No estaba muy informada acerca de Haití, pero sí sabía que en aquel país había pobreza y, además, estaba mucho más cerca que Tailandia y Filipinas, que era donde Lance y Jade estaban realizando sus buenas obras.
– Como veis, todavía lo estamos decidiendo -comentó Bram.
Y sin más abrazó a Georgie y le dio el apasionado beso que la prensa estaba esperando. Ella realizó todos los movimientos de respuesta adecuados, pero estaba cansada, hambrienta y atrapada en los brazos de su enemigo más ancestral.
Al final se separaron y Bram se dirigió a los reporteros mientras miraba a Georgie con el ardor de un amante.
– Estamos encantados de que os quedéis por aquí, pero os aseguro que esta noche no iremos a ninguna parte.
Georgie intentó ruborizarse, pero era pedir demasiado. ¿Algún día conseguiría saber qué había pasado en aquella habitación de hotel en Las Vegas? No había visto ninguna prueba de que hubieran hecho el amor, pero los dos estaban desnudos, lo que, en su opinión, era una prueba bastante fiable.
Cuando se volvieron para regresar a la casa, Bram deslizó la mano hasta el trasero de Georgie a beneficio de los mirones.
– Precioso -declaró Bram.
El dolor que Georgie había intentado atenuar con tanto ahínco salió a la superficie.
– Nunca te he perdonado lo que sucedió en aquel yate. Y nunca te lo perdonaré.
Bram apartó la mano.
– Había bebido. Sé que no actué exactamente como un amante romántico, pero…
– Lo que hiciste estuvo a un paso de ser una violación.
Él se detuvo en seco.
– Qué ridiculez dices. Yo nunca he forzado a una mujer, y desde luego no te forcé a ti.
– No me forzaste físicamente, pero…
– Estabas enamorada de mí. Todo el mundo lo sabía. Y te lanzaste a mis brazos desde el principio.
– Ni siquiera te tumbaste en la cama conmigo -contestó ella-. Me levantaste la falda y te serviste tú mismo.
– Lo único que tenías que hacer era decirme que no.
– Y después te marchaste. Nada más acabar.
– Yo nunca me habría enamorado de ti, Georgie. Había hecho todo lo posible para que lo comprendieras, pero tú no quisiste entenderlo. Al menos, aquel día te quedó claro.
– ¡No te atrevas a insinuar que me hiciste un favor! Tú querías aliviarte y yo estaba a mano. Te aprovechaste de una niña tonta que creía que eras romántico y misterioso cuando, en realidad, no eras más que un gilipollas egoísta y egocéntrico. Tú y yo somos enemigos. Lo éramos entonces y seguimos siéndolo.
– Por mí, bien.
Mientras Bram se alejaba hecho una furia, Georgie se dijo que le había dicho exactamente lo que necesitaba decirle. Pero nada podía cambiar el pasado, y ella no se sentía mejor.
Capítulo 8
A la mañana siguiente Georgie nadó durante casi una hora en la apartada piscina. El día anterior le había explicado a Bram hasta qué punto le había hecho daño, pero mostrar su vulnerabilidad ante él era un lujo que no podía repetir. Nunca más.
Cuando salía de la piscina, oyó una voz procedente del camino que transcurría al otro lado de los arbustos.
– Tranquilízate, Caitlin… Sí, lo sé. Ten un poco de fe, cariño…
Bram siguió caminando y Georgie no oyó nada más. Mientras se envolvía en una toalla, se preguntó quién era Caitlin y cuánto tardaría Bram en recurrir a una de sus misteriosas mujeres para practicar sexo extramatrimonial.
Georgie se arregló el húmedo pelo con los dedos, enrolló la toalla por debajo de sus axilas y entró en la casa para hurgar en la nevera. Cuando estaba sacando un yogur de moras, Chaz entró en la cocina y dejó un montón de cartas en la isla central.
– Te agradecería que te mantuvieras alejada de la nevera. Todo está organizado como a mí me gusta.
– No tocaré nada que no vaya a comerme.
Chaz era una lata insufrible, pero aun así Georgie la compadecía. No creía que fuera la amante de Bram, pero se veía que estaba enamorada de él. Al recordar el dolor que producía esta enfermedad, decidió enfocar su relación con Chaz de otra manera.
– Háblame de ti, Chaz. ¿Creciste en esta ciudad?
– No.
La chica sacó un cuenco de un armario.
Georgie volvió a intentarlo.
– Yo soy un desastre cocinando. ¿Cómo aprendiste tú?
Chaz cerró el armario de un portazo.
– No tengo tiempo para charlas. He de preparar la comida para Bram.
– ¿Qué hay en el menú?
– Una ensalada especial que a él le gusta mucho.
– A mí ya me va bien.
Chaz cogió un trapo de cocina.
– No puedo cocinar para los dos. Ya tengo mucho que hacer. Si no quieres que me vaya, tendrás que ocuparte de ti misma.
Georgie lamió la tapa del yogur.
– ¿Quién ha dicho que no quiero que te vayas?
Chaz enrojeció de rabia. Georgie era comprensiva, pero la hostilidad de Chaz estaba empeorando una situación ya de por sí desagradable. Georgie sacó una cucharilla de un cajón.
– Prepara comida para dos, Chaz. Es una orden.
– Yo sólo acepto órdenes de Bram. Él me dijo que nunca se metería en cómo hago mi trabajo.
– Cuando te lo dijo no estaba casado, pero ahora sí lo está, y tu forma de actuar destructiva está pasada de moda. Tienes dos opciones: o eres amable conmigo o contrataré a mis propios empleados, y entonces tendrás que compartir tu cocina. No sé por qué, pero tengo la impresión de que eso no te gustaría.
Georgie y su yogur salieron de la cocina.
Conforme los pasos de Georgie se iban desvaneciendo en el aire, Chaz se apretó el estómago con los puños intentando contener todo el odio que pugnaba por desbordarse. Georgie York lo tenía todo. Era rica y famosa. Tenía una ropa preciosa y una gran carrera. Y ahora también tenía a Bram, pero Chaz era la única que tenía que cuidar de él.
Un colibrí se acercó volando a los ventanales de la cocina que comunicaban con el porche trasero. Chaz arrancó un trozo de papel de cocina y abrió la nevera. La leche no estaba donde ella la había dejado y dos envases de yogur se habían volcado. Incluso los huevos estaban en el lado equivocado de la estantería.
Lo puso todo en orden y limpió una mancha de la puerta de la nevera. No soportaba que nadie hurgara en su cocina. En su casa. Echó el papel a la basura. Georgie ni siquiera era tan guapa, al menos no como las mujeres con las que Bram solía salir. Ella no se lo merecía. No se merecía nada de lo que tenía. Todo el mundo sabía que sólo era famosa porque su padre había hecho de ella una estrella. Georgie había crecido mientras todos le besaban los pies y le decían que era la mejor. Pero a Chaz nadie la había halagado. Ni siquiera una vez.
Miró alrededor. La luz del sol que entraba por los seis estrechos ventanales hacía que los motivos azules de los azulejos centellearan. Aquél era su lugar favorito. Incluso más que su apartamento situado encima del garaje, y Georgie quería entrometerse en su mundo.
Todavía le costaba creer que Bram no le hubiera contado que se iba a casar. Eso era lo que más le dolía. Pero había algo que no acababa de estar bien. Él no trataba a Georgie de la forma que Chaz pensaba que trataría a la mujer que amara. Chaz decidió averiguar qué pasaba exactamente.
Georgie se mantuvo fuera de la vista mientras Aaron supervisaba a los hombres de las mudanzas que descargaban sus cosas. A última hora de la tarde, Aaron ya había montado el despacho de Georgie y ella había sacado la ropa de las cajas que llenaban su dormitorio, aunque sólo contenían su ropa de uso diario. Cuando Aaron se fue, las paredes se cernieron sobre ella. Aunque su Prius estaba aparcado en el camino de entrada, no podía ir sola a ningún lugar, al menos no el cuarto día de su matrimonio, pues todos los fotógrafos de la ciudad estaban apostados enfrente de la casa. Decidió intentar leer.
Mucho más tarde, Bram la encontró junto a las puertas del balcón de su dormitorio, animándose interiormente acerca de aspectos como la independencia y la propia identidad.
– Vayamos a la playa -propuso él-. Aquí me estoy volviendo loco.
– Pronto habrá oscurecido.
– ¿Y a quién le importa? -Se frotó la rubia barba de varios días con los nudillos-. Ya me he fumado dos paquetes de cigarrillos. Tengo que salir de aquí.
Ella también, aunque tuviera que hacerlo con él.
– ¿Has estado bebiendo?
– ¡Mierda, no! Pero me pondré a beber si sigo atrapado aquí mucho tiempo más. ¿Quieres venir o no?
– Dame veinte minutos.
En cuanto Bram salió de la habitación, Georgie consultó el apartado «Superinformal» de la carpeta de anillas que Aaron mantenía al día con fotografías de toda la ropa de Georgie junto con instrucciones de April sobre cómo combinarla. Quizás algún día Georgie podría disfrutar del lujo de salir de casa sin tener que preocuparse acerca de su aspecto, pero de momento no podía permitírselo. Eligió sus vaqueros Rock & Republic, una camiseta de tirantes ajustada y un sencillo jersey Michael Kors sobre el que April había anotado que «armonizará el conjunto».
Georgie era capaz de vestirse sola, pero April tenía mucho mejor gusto que ella. El público no tenía ni idea de lo perdidas que estaban respecto a la moda la mayoría de las famosas y de lo mucho que dependían de sus estilistas. Georgie siempre le estaría agradecida a April por seguir aconsejándola.
Los paparazzi los esperaban en la entrada de la casa como una jauría de perros hambrientos. Cuando Bram arrancó el coche, los fotógrafos se precipitaron sobre su Audi. Bram maniobró entre ellos, pero enseguida media docena de todoterrenos negros lo siguieron en fila.
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