Lo que hice por amor
Título original: What I did for love
Traducción: Victoria Morera
© 2009 by Susan Elizabeth Phillips
En memoria de Kate Fleming/Anna Fields.
No hay suficientes palabras para llenar
el silencio que has dejado atrás. Lamentamos
tu pérdida y te echamos de menos más
de lo que nunca podremos expresar.
Capítulo 1
Salió a la tarde de finales de abril y los chacales la acorralaron. Cuando Georgie entró en la perfumería de Beverly Boulevard, sólo la acechaban tres, pero ahora había quince… veinte… quizá más; una jauría aullante y feroz que andaba suelta por Los Ángeles, con las cámaras disparando sin cesar, dispuestos a arrancar el último jirón de carne de sus huesos.
Los flashes la cegaron. Georgie se dijo que podía hacer frente a cualquier cosa que le dijeran. ¿Acaso no llevaba un año entero haciéndolo? Empezaron a formularle sus rudas preguntas. Demasiadas, deprisa y a voz en cuello, palabras que se entremezclaban. Hasta que nada tuvo sentido. Uno de ellos puso algo en sus manos, un ejemplar de la prensa sensacionalista, y le gritó al oído:
– ¡Acaba de publicarse, Georgie! ¿Quieres decir algo al respecto?
Ella bajó la vista y vio la ecografía de un bebé en la portada de Flash. El bebé de Lance y Jade. El bebé que tenía que haber sido de ella.
La sangre le bajó a los pies. Los flashes destellaron y las cámaras se dispararon mientras Georgie se llevaba el dorso de la mano a la boca. Después de meses y meses de aguantar el tipo, al final perdió la compostura y los ojos se le inundaron de lágrimas.
Las cámaras lo registraron todo, la mano en su boca, las lágrimas en sus ojos… Por fin les había dado a los chacales lo que llevaban un año intentando conseguir, las fotografías de Georgie York, la graciosa actriz de treinta y un años, derrumbándose mientras su vida se desmoronaba a su alrededor.
Dejó caer la revista al suelo y se dio la vuelta para salir huyendo, pero la habían acorralado. Intentó retroceder, pero estaban detrás de ella… delante… por todas partes… con sus cegadores flashes y su vocerío despiadado. Su olor le anegó el olfato, el olor a sudor, cigarrillos, colonia barata. Alguien la pisó. Un codo se clavó en su costado. Estrecharon el cerco robándole el aire, asfixiándola…
Bramwell Shepard contemplaba la desagradable escena desde los escalones del restaurante. Acababa de salir a la calle cuando la conmoción estalló y se detuvo para ver qué pasaba. Hacía dos años que no veía a Georgie y entonces sólo de forma fugaz, pero ahora, mientras contemplaba cómo la acosaban los paparazzi, los amargos sentimientos del pasado volvieron a invadirlo.
La parte alta de la escalinata le ofrecía una buena panorámica del caos desatado. Algunos reporteros sostenían las cámaras por encima de sus cabezas, mientras que otros prácticamente pegaban los objetivos a la cara de la actriz. Ella llevaba tratando con la prensa desde que era una niña, pero nada la había preparado para el descontrol del último año. Lástima que no hubiera ningún héroe por los alrededores para rescatarla.
Bram se había pasado ocho miserables años rescatando a Georgie de situaciones peliagudas, pero sus días de interpretar al galante Skip Scofield en su papel de salvador de la intrépida Scooter Brown, personaje representado por Georgie, hacía tiempo que habían quedado atrás. En esta ocasión, Scooter Brown tendría que salvar su propio pellejo o, aún más probable, esperar a que su papá lo hiciera por ella.
Los paparazzi no lo habían visto. Últimamente, él no era blanco de sus objetivos, aunque sí lo habría sido si hubiera aparecido en el mismo encuadre que Georgie. Skip y Scooter había sido una de las comedias de enredo de mayor éxito en la historia de la televisión. Estuvieron ocho años en el aire y ya llevaban ocho fuera de las pantallas, pero el público no los había olvidado, en especial a Scooter Brown, la buena chica favorita de Norteamérica, papel interpretado por Georgie York.
Un hombre que fuera mejor persona habría sentido lástima por el aprieto en que ella se encontraba, pero él sólo había llevado la insignia de héroe en la pantalla. Miró a Georgie y esbozó una mueca. «¿Qué tal tu espíritu de chica animosa y dinámica, Scooter?»
De repente, las cosas tomaron un giro más desagradable. Dos paparazzi empezaron a competir dándose empujones y uno de ellos le propinó un fuerte golpe a Georgie, que perdió el equilibrio y empezó a caerse, momento en que levantó la cabeza y lo vio. En medio de toda aquella locura, de las brutales disputas y los fuertes empujones, en medio del clamor y el caos, ella lo vio. Allí, a apenas diez metros de distancia. Su expresión reflejó sobresalto, no por la caída, pues de algún modo había conseguido mantenerse en pie, sino por el hecho de verlo. Sus miradas se encontraron, las cámaras se apretujaron más a su alrededor y la petición de ayuda que reflejaron sus facciones hizo que volviera a parecer una niña. Él la contempló sin moverse, simplemente fijándose en aquellos ojos verdes y redondos que esperaban encontrar un regalo más debajo del árbol de Navidad. Entonces la mirada de Georgie se nubló y Bram percibió el momento exacto en que ella comprendió que él no iba a ayudarla, que seguía siendo el mismo cabrón egoísta de siempre.
¿Qué demonios esperaba? ¿Cuándo había podido contar con él para algo? Su graciosa cara de niña se contrajo con desdén y volvió a centrarse en librarse de las cámaras.
Bram se dio cuenta de que estaba dejando escapar una oportunidad de oro y empezó a bajar los escalones, pero había esperado demasiado. Ella ya había lanzado el primer puñetazo. No fue un buen puñetazo, pero cumplió con su objetivo y dos paparazzi se apartaron a un lado para que ella pudiera llegar a su coche. Georgie subió y, segundos más tarde, se alejaba a toda velocidad. Mientras se sumía erráticamente en el tráfico de los viernes por la tarde de Los Ángeles, los paparazzi corrieron hacia sus mal aparcados todoterrenos negros y salieron disparados tras ella.
Si el servicio de aparcamiento del restaurante no hubiera elegido aquel momento para llevarle su Audi, probablemente Bram se habría olvidado del incidente, pero cuando se sentó al volante de su coche, la curiosidad lo venció. ¿Adónde iba a lamer sus heridas una princesa de la prensa del corazón cuando no le quedaba ningún lugar donde esconderse?
La comida a que había asistido Bram había sido un desastre y no tenía nada mejor que hacer, así que decidió unirse a la cabalgata de paparazzi. Aunque no podía ver el Prius de Georgie, por la forma serpenteante en que los periodistas se movían entre el tráfico dedujo que Georgie estaba conduciendo de forma alocada en dirección a Sunset. Bram encendió la radio, volvió a apagarla y consideró su situación. Su mente empezó a sopesar una interesante perspectiva.
Al final, la cabalgata tomó la carretera del Pacífico en dirección norte y a él se le ocurrió cuál era el destino probable de Georgie. Frotó la parte superior del volante con el pulgar.
La vida estaba llena de interesantes coincidencias…
Deseó poder arrancarse la piel y cambiarla por otra. Ya no quería ser Georgie York. Quería ser una persona con dignidad y merecedora de respeto.
Oculta tras los cristales tintados de su Prius, se enjugó la nariz con el dorso de la mano. Hubo un tiempo en que hacía reír a la gente, pero ahora, a pesar de todos sus esfuerzos en contra, se había convertido en la imagen misma del sufrimiento y la humillación. El único consuelo que había tenido desde el hundimiento de su matrimonio era saber que los paparazzi nunca, en ningún momento, la habían fotografiado con la cabeza baja. Incluso el peor día de su vida, aquel en que su esposo la había dejado por Jade Gentry, había conseguido esbozar una de las sonrisas características de Scooter Brown y adoptar una pose de chica mona para los chacales que la acosaban. Pero ahora le habían robado sus últimos vestigios de orgullo. Y Bram Shepard lo había presenciado.
Se le hizo un nudo en el estómago. Lo había visto por última vez en una fiesta unos dos años atrás. Él estaba rodeado de mujeres, lo que no constituía ninguna sorpresa. Ella se había ido de la fiesta de inmediato.
Sonó una bocina. No podía enfrentarse a su casa vacía ni a la lastimosa diversión pública en que se había convertido su vida, así que se dirigió a la casa de su viejo amigo Trevor Elliott, en la playa de Malibú. Aunque llevaba conduciendo una hora, el ritmo de su corazón no había disminuido. Poco a poco, había perdido las dos cosas que más le importaban, su esposo y su orgullo. Tres cosas, si incluía la gradual desintegración de su carrera. Y ahora aquello. Jade Gentry llevaba en sus entrañas el hijo que Georgie tanto había deseado.
Trevor abrió la puerta.
– ¿Estás loca?
La agarró de la muñeca, la hizo entrar en el fresco y sombreado vestíbulo y asomó la cabeza al exterior, pero la entrada en ele de su casa ofrecía suficiente intimidad para ocultarla a la vista de los periodistas que estaban aparcando en el arcén de la carretera de la costa del Pacífico.
– Es seguro -declaró ella un tanto irónicamente, pues nada parecía seguro en aquellos días.
Él se pasó la mano por su rapada cabeza.
– Esta noche, en E! News ya estaremos casados y tú estarás embarazada.
¡Si tan sólo fuera verdad!, pensó ella mientras lo seguía al interior de la casa.
Hacía catorce años que conocía a Trevor. Lo conoció durante el rodaje de Skip y Scooter, cuando él representaba a Harry, el amigo bobo de Skip, pero Trevor hacía mucho tiempo que había dejado de representar papeles secundarios para protagonizar una serie de comedias escatológicas pensadas para chicos de dieciocho años. Las últimas Navidades, ella le había regalado una camiseta con la leyenda: «Me encantan los chistes de pedos.»
Aunque apenas medía un metro setenta, Trevor tenía un cuerpo bonito y bien proporcionado, así como unas facciones un poco torcidas que lo convertían en la persona idónea para encarnar al perdedor tontorrón que salía airoso de todas las situaciones.
– No debería haber venido -dijo Georgie sin hablar en serio.
Trevor silenció la retransmisión del partido de béisbol que estaba viendo en su televisor de plasma y, al ver el aspecto de Georgie, frunció el ceño. Ella sabía que había perdido más peso del que su esbelto cuerpo de bailarina podía permitirse, pero eran los disgustos, no la anorexia, lo que le encogía el estómago.
– ¿Hay alguna razón por la que no me hayas devuelto mis dos últimas llamadas? -preguntó Trevor.
Ella empezó a quitarse las gafas de sol, pero entonces cambió de idea. Nadie quería ver las lágrimas de un payaso, ni siquiera el mejor amigo del payaso.
– La verdad es que estoy demasiado absorta en mí misma para preocuparme por nadie más.
– No es cierto. -La voz de Trevor se suavizó con ternura-. Tienes pinta de necesitar una copa.
– No hay suficiente alcohol en el mundo para… Vale, de acuerdo.
– No oigo ningún helicóptero. Sentémonos en la terraza. Prepararé unos margaritas.
Trevor desapareció en el interior de la cocina. Georgie se quitó las gafas de sol y atravesó con pesadumbre el suelo de terrazo moteado hasta el lavabo para arreglar los daños resultantes del ataque de los paparazzi.
Debido a su pérdida de peso, su cara redonda había empezado a hundirse por debajo de los pómulos y, si su boca no fuera tan ancha, sus grandes ojos se habrían comido su cara. Colocó un mechón de su pelo liso y moreno detrás de la oreja. En un intento por animarse y suavizar sus nuevas y angulosas facciones, se había hecho un moderno corte de pelo, escalado y curvo junto a las mejillas y con un flequillo largo y desigual. En los días de Skip y Scooter se había visto obligada a llevar su negro pelo continuamente permanentado y teñido de un ridículo tono zanahoria, porque los productores querían sacar provecho de su súper éxito como protagonista de la reposición de Broadway de Annie. Aquel peinado humillante también había enfatizado el contraste entre su imagen de chica divertida y la de tío guapo de Skip Scofield.
Georgie siempre se había sentido acomplejada por sus mejillas de muñeca de porcelana, sus ojos verdes y saltones y su boca enorme. Por un lado, sus poco convencionales facciones le habían proporcionado fama, pero en una ciudad como Hollywood, donde hasta las cajeras de los supermercados eran auténticos monumentos, no ser guapa constituía toda una prueba. Claro que ahora eso ya no le importaba, pero mientras estuvo casada con Lance Marks, la superestrella del cine de acción y aventuras, desde luego que le importó.
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