Se quedó boquiabierta. Ella creía que Bram se lo había inventado para pincharla. Él sabía que grabar un espectáculo de reencuentro constituiría un gran retroceso en la carrera de Georgie, así que, ¿cómo esperaba convencerla para que accediera a ello?
A Georgie no le gustó la única respuesta que se le ocurrió. Chantaje. Podía amenazarla con romper el matrimonio si ella no apoyaba el proyecto. Sin embargo, separarse de ella implicaría cerrar el grifo del dinero que ella le daba, además de que quedaría como un capullo. Aunque eso, seguramente, no le importaría. Aun así… Georgie recordó la forma de comportarse de Bram cuando se les había acercado Rory Keene en el Ivy. Quizás a Bram le importaba más su imagen de lo que había dejado entrever.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
Georgie levantó la cabeza de golpe y vio a Chaz junto a la puerta. Parecía la hija natural de Martha Stewart y Joey Ramone. Su uniforme de ama de llaves de aquel día consistía en unos vaqueros que parecían un colador, una camiseta sin mangas de color verde aceituna y unas chanclas negras. Georgie cerró el cajón con el pie. Como no se le ocurrió ninguna excusa razonable, decidió darle la vuelta a la tortilla.
– Aún mejor: ¿qué estás haciendo tú aquí?
Los ojos enmarcados en negro de Chaz se entornaron con hostilidad.
– A Bram no le gusta que entren desconocidos en su despacho. No deberías estar aquí.
– Yo no soy una desconocida. Soy su esposa. -Palabras que nunca habría imaginado que saldrían de su boca.
– Él ni siquiera deja entrar aquí a las mujeres de la limpieza. -Chaz levantó la barbilla-. Sólo me deja entrar a mí.
– Tú eres muy fiel. Por cierto, ¿a qué se debe tanta lealtad?
Chaz sacó una escoba de un armario.
– Es mi trabajo.
Ahora Georgie no podía fisgonear en el ordenador, así que se dispuso a marcharse. Sin embargo, al levantarse se fijó en una cámara de vídeo que había en una esquina del escritorio. Chaz empezó a barrer el suelo. Georgie examinó la cámara y descubrió que Bram había borrado el vulgar encuentro sexual que debía de haber filmado la última vez que utilizó la cámara.
Chaz dejó de barrer.
– No toques eso.
Georgie enfocó impulsivamente a Chaz con la cámara y pulsó el botón de grabación.
– ¿Por qué te importa tanto que coja la cámara?
Chaz apretó el mango de la escoba contra su pecho.
– ¿Qué estás haciendo?
– Siento curiosidad por tu lealtad.
– ¡Apaga eso!
Georgie filmó un primer plano de Chaz. Detrás de sus piercings y su ceño fruncido, tenía unas facciones delicadas, casi frágiles. Se había recogido el pelo de un lado con un pequeño pasador plateado y el del otro lado le salía disparado como una cresta por encima de la oreja. La independencia y hostilidad de aquella chica le fascinaban. Georgie no se imaginaba lo libre que debía de sentirse una al importarle tan poco lo que opinaran los demás.
– Creo que debes de ser la única persona en Los Ángeles a quien no le gustan las cámaras -declaró-. ¿No aspiras a ser actriz? Ésa es la razón por la que la mayoría de las jóvenes vienen a esta ciudad.
– ¿Yo? No. ¿Y cómo sabes que no he vivido siempre aquí?
– Es sólo una impresión. -A través del visor, Georgie percibió la tensión que atenazaba las comisuras de su pequeña boca-. La mayoría de las jóvenes veinteañeras se aburrirían en un trabajo como el tuyo.
Chaz cogió el palo de la escoba con más fuerza, casi como si se tratara de un arma.
– A mí me gusta mi trabajo. Tú probablemente crees que el trabajo doméstico no es importante.
Georgie repitió las palabras de su padre.
– Yo creo que un trabajo es lo que las personas hacen de él.
La cámara había modificado sutilmente la relación que había entre ellas y por primera vez Chaz parecía insegura.
– La gente debería hacer lo que es buena haciendo -dijo la chica por fin-. Y yo soy buena haciendo esto. -Intentó volver a barrer, pero la cámara le molestaba-. ¡Apaga eso!
– ¿Cómo ha ocurrido? -Georgie salió de detrás del escritorio para mantenerla enfocada-. ¿Cómo has aprendido a llevar una casa siendo tan joven?
Chaz empezó a barrer un rincón de la habitación.
– Simplemente aprendí.
Georgie esperó y, para su sorpresa, la otra continuó.
– Mi madrastra trabajaba en un motel a las afueras de Barstow. Doce habitaciones y la cafetería. ¿Vas a apagar eso de una vez?
– Dentro de un minuto.
Las cámaras hacían que algunas personas se encerraran en sí mismas y que otras se volvieran comunicativas. Por lo visto, Chaz era una de estas últimas. Georgie avanzó otro paso.
– ¿Tú también trabajabas allí?
– A veces. A mi madrastra le gustaba irse de juerga y no siempre volvía a casa a tiempo para ir a trabajar. En esos casos, yo me saltaba el colegio e iba en su lugar.
Aprovechando que dominaba la situación, Georgie accionó el zoom centrándolo en la cara.
– ¿Cuántos años tenías entonces?
– No lo sé. Once, más o menos. -Volvió a barrer el rincón que acababa de barrer-. Al dueño del motel no le importaba los años que tuviera siempre que el trabajo se hiciera, y yo lo hacía mejor que mi madrastra.
La cámara registraba datos, no juzgaba el hecho de que una niña de once años trabajara.
– ¿Cómo te sentías al tener que saltarte las clases del colegio? -Se encendió la luz de batería baja.
Chaz se encogió de hombros.
– Necesitábamos el dinero.
– El trabajo debía de ser duro.
– Había cosas buenas.
– ¿Como qué?
Ella seguía barriendo el mismo rincón.
– No lo sé.
Apoyó la escoba en la pared y cogió un trapo.
Georgie la animó a seguir con un comentario amable.
– No puedo imaginarme muchas cosas buenas en esa situación.
Chaz pasó el trapo por una estantería.
– A veces, una familia con niños alquilaba una habitación. Algunos días pedían pizzas o llevaban hamburguesas a la habitación y los niños ensuciaban la alfombra. Por la mañana, la habitación estaba hecha un auténtico asco. -Se dedicó a limpiar el mismo libro que acababa de limpiar-. Había comida y basura por todas partes. Las sábanas estaban por el suelo y las toallas sucias. Pero, cuando yo había acabado, todo estaba limpio y ordenado otra vez. -Se irguió y dejó el trapo-. ¡Esto es una gilipollez y yo tengo trabajo! Volveré cuando te hayas ido.
Y salió indignada de la habitación justo cuando la cámara se quedó sin batería.
Georgie soltó el aliento que había estado conteniendo. Si no la hubiera estado grabando, Chaz nunca le habría contado tantas cosas. Mientras sacaba la cinta de la cámara y se la metía en el bolsillo, experimentó la misma clase de excitación que sentía cuando una escena difícil le salía bordada.
Para cenar, Georgie se encontró con el bocadillo más desagradable que quepa imaginar, una monstruosidad formada por grandes rebanadas de pan, gruesos trozos de bistec, ríos de mayonesa y varias lonchas de queso. Georgie lo apartó a un lado, se preparó un bocadillo normal y se lo comió a solas en el porche. No vio a Bram en lo que quedaba de día.
Al día siguiente, Aaron le llevó el último ejemplar de la revista Flash. Una de las fotografías que les tomó Mel Duffy en el balcón del Bellagio ocupaba la portada junto con unos llamativos titulares:
¡LA BODA QUE IMPACTÓ AL MUNDO!
FOTOS EXCLUSIVAS DE LA FELIZ
LUNA DE MIEL DE SKIP Y SCOOTER
En la imagen, Bram la tenía en brazos, la falda blanca y vaporosa de Georgie caía sobre sus mangas y los dos se miraban con ardor a los ojos. La fotografía de su boda con Lance también había ocupado la portada de aquella revista, pero los recién casados genuinos no parecían tan enamorados como los falsos.
Georgie debería haberse sentido satisfecha. Nada de titulares lastimeros, sólo reportajes de felicidad suprema.
Los fans de Georgie York se quedaron atónitos por su sorprendente escapada a Las Vegas con Bramwell Shepard, el chico malo que protagonizó con ella Skip y Scooter. «Hace meses que salen juntos en secreto», declaró April Robillar Patriot, la amiga del alma de Georgie. «Están rebosantes de felicidad y todos estamos muy contentos por ellos.»
Georgie envió un agradecimiento silencioso a April y leyó por encima el resto del artículo.
… Su publicista desmiente los rumores de una enconada enemistad entre los protagonistas de Skip y Scooter. «Nunca fueron enemigos. Bram hace tiempo que se enmendó.»
¡Menuda mentira!
Sus amigos dicen que tienen mucho en común…
Como no fuera el odio mutuo que se profesaban, a Georgie no se le ocurría nada más. Dejó la revista a un lado.
Como no tenía nada productivo que hacer, fue al salón y arrancó unas cuantas hojas secas del limonero que había en un tiesto. Con el rabillo del ojo, vio que Bram entraba en la cocina. Seguramente para rellenar su copa. No quería que él creyera que lo estaba evitando de una forma deliberada, aunque fuera cierto, así que sacó el móvil de su bolsillo y le telefoneó.
– Ganaste la casa en una partida de póquer, ¿no es así? Eso explicaría muchas cosas.
– ¿Como qué?
– La bonita decoración, el precioso jardín, los libros con palabras en lugar de sólo imágenes. Pero no importa… Skip y Scooter tienen que hacer otra aparición pública hoy. ¿Qué tal un paseo y un café?
– Por mí, bien.
Bram entró en el salón con el móvil pegado a la oreja. Iba vestido con unos vaqueros y una vieja camiseta de Nirvana.
– ¿Por qué me telefoneas en lugar de hablarme directamente?
Georgie cambió de oreja el teléfono.
– He decidido que nos comunicamos mejor a distancia.
– ¿Desde cuándo lo has decidido? Ah, sí, ya me acuerdo. Desde hace dos noches, cuando te besé en la playa. -Se apoyó en el marco de la puerta y la miró seductoramente de arriba abajo-. Lo sé por tu forma de mirarme. Te excito y eso te saca de quicio.
– Tú eres guapo y yo un poco putilla, así que ¿cómo resistirme? -Georgie se acercó más el teléfono a la oreja-. Por suerte, tu personalidad anula por completo el efecto. La razón de que te haya telefoneado…
– En lugar de cruzar la habitación y hablarme cara a cara…
– … es que lo nuestro es una relación de negocios.
– ¿Desde cuándo un matrimonio es una relación de negocios?
Eso la enfureció y Georgie cerró el móvil.
– Desde que me embaucaste para que te pagara cincuenta mil dólares mensuales.
– Buena observación. -Bram guardó su móvil en un bolsillo y se acercó con calma a Georgie-. He oído decir que el Perdedor no te dio ni un centavo por el divorcio.
Georgie podría haber conseguido que Lance le pagara millones como compensación, pero ¿para qué? Ella no quería su dinero, lo quería a él.
– ¿Quién necesita más dinero? ¡Ups… tú!
– Tengo que realizar unas llamadas -dijo Bram-. Dame media hora. -Introdujo la mano en el bolsillo de sus vaqueros-. Una cosa más… -Le lanzó a Georgie un estuche-. Lo he comprado por cien pavos en eBay. Tienes que admitir que parece auténtico.
Ella abrió el estuche: contenía un anillo con un diamante cuadrado de tres quilates.
– ¡Uau! Un diamante falso a juego con un marido falso. A mí ya me vale. -Se puso el anillo.
– Esta piedra es más grande que la que te regaló el Perdedor, el muy tacaño.
– Sí, pero el suyo era auténtico.
– ¿Como sus votos matrimoniales?
Una parte de Georgie se autoengañaba y todavía quería creer lo mejor del hombre que la había abandonado, pero reprimió la necesidad que experimentaba de salir en defensa de Lance.
– Lo guardaré siempre, como un tesoro -dijo lentamente mientras pasaba junto a Bram camino de las escaleras.
Georgie consultó el archivador de tres anillas de April y eligió unos pantalones de popelina y una camiseta fruncida de color verde musgo con mangas cortitas y abombadas. También se puso unas manoletinas de Tory Burch, pero renunció al bolso de diseño de tres mil dólares que April recomendaba. Las fans no eran conscientes de que los bolsos obscenamente caros que las famosas utilizaban con tanta ligereza eran regalos de los diseñadores, y Georgie estaba harta de formar parte de la conspiración concebida para que las mujeres corrientes se gastaran montones de dinero en el bolso que reemplazarían por otro el bolso antes incluso de que les cargaran el precio del primero en la cuenta. En su lugar, sacó del armario un bolso divertido y original que Sasha le había regalado el año anterior.
Georgie se arregló el pelo, se retocó el maquillaje y, cuando bajó las escaleras y vio a Bram vestido con los mismos vaqueros y la misma camiseta de Nirvana que llevaba antes, tuvo que tragarse su resentimiento. Por lo visto, Bram no había hecho nada para presentarse ante los fotógrafos y, aún más enervante, no necesitaba hacer nada. Su barba de varios días resultaba tan fotogénica como su pelo encrespado y despeinado. Otro signo de la conspiración hollywoodiense contra las mujeres famosas.
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