Él señaló la tarjeta que colgaba de un espléndido ramo de flores que había encima de la cómoda.
– ¿Desde cuándo Rory Keene y tú sois tan buenas amigas?
– ¿Es de ella?
– Nos desea lo mejor. Corrígeme si me equivoco, pero parece sentir un interés especial por ti.
– Apenas la conozco.
Eso era verdad, aunque en una ocasión Rory le había telefoneado para aconsejarle que no se involucrara en cierto proyecto. Georgie siguió su consejo y, efectivamente, la película tuvo problemas financieros y el rodaje se abandonó sin poder terminarla. Como Vortex no estaba implicada en el proyecto y Rory no ganaba nada con el consejo, a Georgie le intrigó su interés por ella.
– Supongo que se siente vinculada conmigo por el año que estuvo trabajando como ayudante de producción en Skip y Scooter.
Bram dejó la tarjeta sobre la cómoda.
– Pues no parece sentirse nada vinculada conmigo.
– Porque yo fui amable con ella.
Georgie apenas se acordaba de la Rory de aquellos días, pero sí de la costumbre de Bram de hacerle la vida difícil a los miembros del equipo.
– De una modesta ayudante de producción a la jefa de Vortex Studios en catorce años -declaró Bram-. ¡Quién lo habría dicho!
– Por lo visto, tú no. -Y lo obsequió con su sonrisa más burlona-. Cosechar lo que uno ha sembrado es un asco.
– Eso parece. -Bram se puso unas Ray-Ban negras de cristal reflector devastadoramente sexys-. Salgamos a enseñar tu anillo al público norteamericano.
Posaron para los paparazzi en la entrada del Cofee Bean & Tea Leaf, en el Beverly Boulevard. Bram la besó en el pelo y sonrió a los fotógrafos.
– ¡A que es guapa! Soy el tío más afortunado del mundo.
Después del horrible año cargado de humillaciones públicas, sus fingidas palabras de adoración fueron como un bálsamo para la magullada alma de Georgie. Qué patético, ¿no? Ella le dio un pisotón como respuesta.
Chaz regresaba a la casa después de limpiar el despacho de Bram cuando vio que el seboso asistente de Georgie estaba junto a la piscina, contemplando el agua. Se acercó a él.
– No deberías estar aquí.
Aaron parpadeó tras sus gafas. Aquel tío era un auténtico adefesio. Su pelo, castaño y áspero, salía disparado de su cabeza; quien hubiera elegido aquellas espantosas y enormes gafas debía de estar ciego. Vestía como un sesentón gordo, con la barriga colgándole por encima del cinturón y una camisa informal a cuadros que le tiraba de los ojales.
– Vale.
Aaron pasó junto a ella camino de la casa y Chaz se sacudió las manos.
– Por cierto, ¿qué estabas haciendo?
Él introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón, lo que aumentó el volumen de sus caderas.
– Tomándome un descanso.
– ¿De qué? Tu trabajo es fácil.
– A veces, pero ahora es un poco ajetreado.
– Sí, realmente se te ve muy ajetreado.
Aaron no la mandó al cuerno, algo que se merecía por ser tan antipática, pero es que Chaz odiaba que hubiera gente deambulando por su casa. Además, lo que había ocurrido el día anterior en el despacho de Bram, con Georgie y la cámara, la había sacado de quicio. Tendría que haberse ido sin miramientos, pero…
Intentó rectificar su mal talante.
– Seguramente a Bram no le importaría que te bañaras en la piscina de vez en cuando, siempre que no lo hicieras muy a menudo.
– No tengo tiempo para baños.
Aaron sacó las manos de los bolsillos y se alejó en dirección a la casa.
Chaz ya no nadaba, pero cuando era pequeña le encantaba el agua. Probablemente, a Aaron le daba vergüenza el aspecto que ofrecía en bañador. O quizás eso sólo les ocurría a las mujeres.
– ¡Este lugar es muy recogido! -gritó Chaz-. ¡Nadie te vería!
Él entró en la casa sin contestarle.
La chica sacó una red de detrás de las rocas de la cascada y empezó a limpiar la piscina de hojas. Bram había contratado un servicio de limpieza para la piscina, pero a ella le gustaba hacer que el agua se viera limpia y clara. Bram le había dicho que podía nadar siempre que quisiera, pero ella no lo había hecho nunca.
Dejó la red en su sitio. Hasta el lunes, se había sentido feliz allí, pero ahora, con todos aquellos desconocidos invadiendo su espacio, los sentimientos desagradables volvían a aflorar.
Media hora más tarde, entró en el despacho de Georgie. El mobiliario estaba formado por un escritorio de gran tamaño y con forma de riñón, un archivador de pared y un par de sillas de diseño funcional tapizadas con una tela color pimentón estampada con un diseño de ramas de árbol. Todo era demasiado moderno para la casa y a Chaz no le gustaba.
Aaron estaba de espaldas, hablando por teléfono.
– La señora York todavía no concede entrevistas, pero estoy seguro de que estará encantada de contribuir a su subasta benéfica… No, ya ha donado los guiones de Skip y Scooter al Museo de Broadcast Communications, pero cada año diseña adornos navideños para grupos como el suyo y los firma personalmente…
Cuando hablaba por teléfono, parecía una persona diferente, seguro de sí mismo, no un fanático de la tecnología. Chaz dejó un rollito de pavo encima del escritorio. Lo había preparado con una torta sin grasa, carne magra de pavo, rodajas de tomate, hojas de espinaca, una rodaja de aguacate y tiras de zanahoria como acompañamiento. El tío necesitaba que le dieran una pista.
Mientras terminaba de hablar por teléfono, Aaron le dio una ojeada al rollito. Cuando colgó, Chaz dijo:
– No pienses que te voy a preparar uno cada día. -Cogió el último ejemplar de la revista Flash, que mostraba una fotografía de Bram y Georgie en la portada, y se sentó en el extremo del escritorio para hojearla-. Vamos, come.
Aaron cogió el rollito y le dio un mordisco.
– ¿Tienes mayonesa?
– No. -Chaz se llevó una muestra de un perfume a la nariz y la olfateó-. ¿Cuántos años tienes?
Aaron tenía buenos modales y tragó antes de contestar.
– Veintiséis.
Tenía seis años más que ella, pero parecía más joven.
– ¿Has ido a la universidad?
– Sí, a la de Kansas.
– Mucha gente que ha ido a la universidad no sabe una mierda. -Chaz examinó la cara de Aaron y decidió que alguien tenía que decírselo-. Tus gafas son patéticas. No te ofendas.
– ¿Qué les pasa a mis gafas?
– Que son horribles. Deberías llevar lentes de contacto o algo por el estilo.
– Las lentillas dan muchos problemas.
– Tus ojos son bonitos. Deberías mostrarlos. Al menos, consigue unas gafas decentes.
Aaron tenía los ojos de un azul intenso y espesas pestañas, y eso era lo único potable en él. Frunció el ceño, lo que hizo que pareciera que sus mejillas se tragaban el resto de su cara.
– No creo que nadie con las cejas agujereadas tenga derecho a criticar a los demás.
A Chaz le encantaban los piercings de sus cejas. Hacían que se sintiera dura, como una rebelde a quien la sociedad le importaba un comino.
– A mí no me interesa lo que tú opinas -declaró Chaz.
Él volvió a centrarse en el ordenador y abrió una pantalla que contenía una especie de gráfico. Ella se levantó para irse, pero, camino de la puerta, vio el horrible y voluminoso maletín de Aaron, que estaba abierto en el suelo y dentro había una bolsa de patatas. Se acercó al maletín y cogió la bolsa.
– ¡Eh! ¿Qué haces?
– Esto no lo necesitas. Más tarde te subiré algo de fruta.
Aaron se levantó de la silla.
– Devuélvemela. No quiero tu fruta.
– ¿Y sí quieres esta porquería?
– Sí, sí que la quiero.
– ¡Lástima! -Chaz la dejó caer al suelo y le dio un fuerte pisotón. La bolsa se abrió con un estallido-. Pues aquí la tienes.
Aaron miró con fijeza a Chaz.
– ¿Y a ti qué demonios te pasa?
– Que soy una bruja.
Mientras salía del despacho y bajaba las escaleras, Chaz se lo imaginó recogiendo con ansia los trocitos de patata.
Bram se encerraba continuamente en su despacho, como si tuviera un empleo de verdad, dejando a Georgie sin posibilidad de descargar su frustración. Al final, ella decidió utilizar su gimnasio y retomar la rutina diaria de calentamiento de ballet que solía realizar. Sus músculos estaban rígidos y no cooperaban, pero ella insistió. Quizás haría que le instalaran una barra de ejercicios. Siempre le había encantado bailar y sabía que no debería haber abandonado esa práctica. Y lo mismo podía decir del canto. No era una gran cantante y la potente voz que le había resultado tan útil de niña no había madurado con la edad, pero todavía podía entonar bien una melodía y su energía compensaba su carencia de matices vocales.
Cuando terminó su tabla de ejercicios, telefoneó a Sasha y April y realizó unas compras por Internet. Su rutina diaria se había visto reducida a molestar a sus ocupadas amigas y asegurarse de que tenía buen aspecto para las fotografías, pero animaba sus días siguiendo a Chaz por la casa con la cámara y formulándole preguntas indiscretas.
Chaz se quejaba con amargura, pero contestaba a las preguntas y Georgie averiguó más cosas acerca de ella. Su creciente fascinación por el ama de llaves era lo único que evitaba que contratara su propia cocinera.
El viernes por la mañana, el séptimo día de su matrimonio, los esposos se reunieron con una planificadora de fiestas, la sumamente cuidadosa, extremadamente cara y muy elogiada Poppy Patterson. Todo en ella resultaba irritante, pero le encantó la idea de utilizar la serie Skip y Scooter como tema de la fiesta, así que la contrataron y le dijeron que concretara los detalles con Aaron.
Aquella tarde, el padre de Georgie decidió que ya la había castigado bastante y por fin respondió a una de sus llamadas.
– Georgie, sé que quieres que apruebe tu matrimonio, pero no puedo hacerlo porque es un gran error.
Ella no podía contarle la verdad, pero tampoco podía mentirle más de lo que ya lo había hecho.
– Sólo he pensado que podíamos mantener una conversación agradable. ¿Es demasiado pedir?
– Ahora mismo, sí. Shepard no me gusta. No confío en él y estoy preocupado por ti.
– No tienes por qué preocuparte. Bram no es… no es exactamente como lo recuerdas. -Georgie se esforzó en encontrar un ejemplo convincente de la creciente madurez de Bram mientras intentaba olvidar lo mucho que bebía-. Ahora es… mayor.
Su padre no se sintió impresionado.
– Recuerda lo que te digo, Georgie. Si alguna vez intenta dañarte, sea de la forma que sea, prométeme que acudirás a mí en busca de ayuda.
– Haces que suene como si fuera a pegarme.
– Hay distintas formas de hacer daño a las personas. Tú nunca lo has visto de una forma racional.
– Eso fue hace mucho tiempo. Ahora no somos los mismos.
– Tengo que irme. Hablaremos en otro momento.
Y así, sin más, colgó.
Georgie se mordió el labio y los ojos le escocieron. Su padre la quería, de eso estaba convencida, pero el suyo no era el tipo de amor cálido y paternal que ella deseaba. Un amor sin tantos condicionantes, por el que no tuviera que luchar tanto.
Capítulo 10
El sábado, Georgie se despertó hacia las tres de la madrugada y no pudo volver a dormirse. Una semana antes, más o menos a aquella hora, ella estaba de pie, al lado de Bram, formulando sus votos matrimoniales. Se preguntó qué había jurado con exactitud.
El aire del dormitorio estaba cargado. Apartó las sábanas, se puso unas viejas zapatillas Crocs amarillas y salió al balcón. Las hojas de las palmeras chasqueaban al son de la brisa y el suave gorgoteo de la cascada llegó hasta ella desde la piscina. La tarde anterior, Lance le había dejado otro mensaje en el móvil. Estaba preocupado por ella. Georgie deseó que la dejara tranquila o poder odiarlo. Bueno, en realidad lo odiaba con frecuencia, aunque eso no le hacía sentirse mejor.
El tintineo de unos cubitos de hielo interrumpió sus pensamientos y una voz llegó hasta ella en la oscuridad.
– Si vas a saltar, espera hasta mañana. Estoy demasiado borracho para manejar un cadáver esta noche.
Bram estaba sentado junto a las vidrieras de su dormitorio, a la izquierda de donde estaba ella. Calzaba unas deportivas viejas y tenía los pies apoyados en la barandilla. Con una copa en la mano y una sombra en forma de hoz cruzándole la cara, era la viva imagen de un hombre planteándose cuál de los siete pecados capitales cometería a continuación.
Georgie sabía que todos los dormitorios de la parte de atrás de la casa daban a aquel balcón, pero nunca antes había visto allí a Bram.
– No tengo por qué saltar -contestó-. Estoy en la cima del mundo. -Apoyó la mano en la barandilla-. ¿Por qué no estás durmiendo?
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