Pasaron cuatro días. Justo cuando Georgie empezaba a confiar en que las fotografías del balcón no saldrían a la luz, aparecieron en un periódico sensacionalista del Reino Unido. Y después estaban en todas partes. Sin embargo, en lugar de reflejar un encuentro entre amantes, las borrosas imágenes parecían mostrar una acalorada discusión entre ambos. En la primera, Georgie tenía la mano apoyada en la cadera denotando una actitud beligerante. En la siguiente tenía la cara hundida en las manos, de cuando se había sentido avergonzada por su plan egoísta de ir a Haití. Sin embargo, hasta el observador menos crítico interpretaría que estaba llorando debido a la discusión. La siguiente imagen mostraba a Bram sosteniéndola por los hombros. Se trataba de un gesto de consuelo, pero la imprecisa imagen hacía que su postura pareciera amenazadora. Por fin, la última, la más borrosa, mostraba su íntimo beso. Por desgracia, resultaba imposible discernir si Bram la estaba besando o zarandeando.

Se desató un auténtico infierno.

– ¡No puedo creer que esos cabrones queden impunes después de soltar esta basura! -exclamó Bram.

Intentó atrapar una mosca que tuvo la temeridad de aterrizar al lado de su taza de café. En el pasado, Bram era un experto haciendo caso omiso de la publicidad adversa, pero ahora quería sangre, la del fotógrafo y la de quienes habían editado las imágenes, desde el periódico inicial a las páginas de cotilleo de Internet.

– ¡Si al menos pudiera ponerle las manos encima a uno de ellos…!

– Si te vas a poner violento, a mí no me mires -declaró Georgie-. Por una vez, estoy de tu lado.

Estaban sentados en la terraza del Urth Caffé, en Melrose, bebiendo un café orgánico. Habían transcurrido siete días desde que las fotografías aparecieran. Los paparazzi y mirones estaban apostados en la acera, y el resto de los clientes de la cafetería observaban sin disimulo a los recién casados más famosos del mundo.

Todo lo que Georgie había esperado conseguir con aquel matrimonio se estaba volviendo en su contra. Todas sus amigas le habían telefoneado, salvo Meg, que seguía «desaparecida en combate». Georgie había conseguido evitar que April y Sasha viajaran a Los Ángeles para verla. En cuanto a su padre, se había presentado en casa de Bram hecho una furia y había amenazado con matarlo. Georgie no había conseguido convencerlo de lo que había ocurrido en realidad y su oposición a su matrimonio se había agudizado. ¡Pues sí que se estaba luciendo con su propósito de hacerse cargo de su vida! Su autoconfianza estaba más frágil que nunca.

– ¿Quieres hacer el favor de sonreírme?

La mandíbula encajada de Bram hacía que su sonrisa resultara difícil de creer, pero Georgie se portó bien y se inclinó para besarle la tensa comisura de los labios.

Desde la noche del balcón, once días antes, no se habían dado ningún beso, pero ella había pensado en el de aquella noche más de lo que querría. Bram podía desagradarle como persona, pero, por lo visto, su cuerpo era otra cosa, porque el único placer que había experimentado durante toda la semana había sido verlo por ahí sin camiseta, o incluso con ella, como en aquel momento.

– ¡Y esto es una cita, mierda! Nuestra quinta cita de esta semana.

– Chorradas -dijo ella sin dejar de sonreír-. Esto son negocios. Control de daños, como las otras salidas. Te lo dije, no será una cita hasta que los dos lo estemos pasando bien y, por si no lo habías notado, los dos estamos fatal.

Bram apretó la mandíbula.

– Quizá podrías poner algo más de empeño.

Georgie mojó su segundo biscote en el café y lo mordisqueó con desgana. Al menos había ganado unos kilos de peso, pero eso no compensaba el hecho de que estuviera atrapada en una situación imposible, con la prensa acosándola… y con un hombre que exudaba testosterona.

Él dejó su taza de café sobre la mesa.

– La gente cree que las fotografías no mienten.

– Pues ésas sí que lo hacen.

Los titulares ponían:

«¡Fin del matrimonio! Próxima parada: Separación.»

«Georgie, de nuevo con el corazón roto.»

«Ultimátum de Georgie a Bram: ¡Apúntate a rehabilitación!»

Incluso la antigua cinta de sexo de Bram había vuelto a salir a la luz.

Ellos habían intentado reparar los daños apareciendo a diario en los lugares frecuentados por los paparazzi. Habían comprado muffins en la panadería City, en Brentwood, habían comido en el Chateau, habían vuelto al Ivy y también se habían dejado ver en el Nobu, el Polo Lounge y Mr. Chow. Dedicaron dos noches a ir de club en club, lo que hizo que Georgie se sintiera vieja y todavía más deprimida. Aquella mañana habían ido de compras a la tienda de objetos para casa de Armani, en Robertson, y a Fred Segal, en Melrose; después, se detuvieron en una tienda de moda donde compraron varias camisetas espantosas a juego que se pondrían, única y exclusivamente, en público.

Sólo se habían arriesgado a salir por separado en contadas ocasiones. Bram se escapó para asistir a un par de reuniones misteriosas. Georgie acudió a unas clases de baile, salió a correr una mañana temprano y envió un sustancioso cheque anónimo para participar en la compra de comida de un programa de ayuda a los pobres de Haití. De todas formas, la mayoría de las veces tenían que ir juntos a todas partes. Por sugerencia de Bram, ella utilizaba el truco favorito de los famosos ávidos de publicidad, que consistía en cambiarse de ropa varias veces al día, pues cada nuevo conjunto significaba que la prensa amarilla compraba una nueva foto. Después de pasar el último año intentando evitar la atención pública, su actual situación implicaba una ironía que a ella no se le escapaba.

Hasta entonces, el resto de los clientes de la cafetería se había contentado con mirarlos, pero de repente un joven con barbita de chivo y un Rolex falso se acercó a su mesa.

– ¿Podéis firmarme un autógrafo?

A Georgie no le importaba firmar autógrafos a los fans verdaderos, pero algo le dijo que aquél estaría a la venta en eBay a última hora de la tarde.

– Vuestra firma será suficiente -declaró el joven, confirmando las sospechas de Georgie.

Ella cogió el rotulador y el papel inmaculado que él le tendió.

– Me gustaría dedicártelo -declaró ella.

– No, no es necesario.

– Insisto.

Si un autógrafo estaba dedicado, perdía valor. El joven se percató de que Georgie lo había pillado y, tras realizar una mueca huraña, murmuró el nombre de Harry.

Georgie escribió: «Para Harry, con todo mi cariño.» En la línea siguiente escribió mal su apellido a propósito añadiendo una «e» a York, con lo que el autógrafo parecía falso. Bram, por su parte, garabateó «Miley Cyrus» en su papel.

El chico arrugó ambos papeles y se alejó ofendido mientras murmuraba:

– Gracias por nada.

Bram se reclinó en la silla y dijo:

– ¿Qué mierda de vida es ésta?

– Ahora mismo es la nuestra, y tenemos que sacarle el mejor partido.

– Hazme un favor y ahórrame la banda sonora de Annie.

– Eres muy negativo.

A continuación, Georgie se puso a tararear el estribillo de Tomorrow.

– Ya está bien. -Bram se puso de pie de golpe-. Larguémonos de aquí.

Caminaron por la acera cogidos de la mano, con el pelo rubio de Bram brillando al sol, el de Georgie pidiendo a gritos un corte y los paparazzi pisándoles los talones. El paseo duró un buen rato.

– ¿Tienes que pararte y hablar con todos los niños con que te cruzas? -gruñó Bram.

– Es una buena estrategia publicitaria. -Georgie no le confesó lo mucho que le gustaba hablar con los niños-. ¿Y quién eres tú para quejarte? ¿Cuántas veces he tenido que esperarte mientras flirteabas con otras mujeres?

– La última tenía, como poco, sesenta años.

También tenía un lunar enorme en la cara e iba muy mal maquillada, pero Bram alabó sus pendientes e incluso le lanzó una mirada seductora. Georgie se había dado cuenta de que Bram ignoraba con frecuencia a las mujeres más atractivas para detenerse y charlar con las más comunes. Durante unos instantes, les hacía sentirse bellas.

A Georgie le fastidiaba que Bram hiciera cosas buenas.

De todos modos, el mal humor de él le había levantado el ánimo y, cuando pasaron junto a una floristería, ella tiró de él hacia el interior de la tienda. El olor era muy agradable y las flores estaban maravillosamente dispuestas. La dependienta los dejó solos. Georgie observó con toda tranquilidad los ramos y, al final, eligió uno mixto de lirios, rosas y azucenas.

– Te toca pagar a ti.

– Siempre he sido un tío muy generoso.

– Luego me cargarás la factura a mí, ¿no?

– Triste pero cierto.

Antes de que llegaran a la caja, el móvil de Bram sonó. Él miró la pantalla y rechazó la llamada. Georgie se había percatado de que Bram hablaba mucho por teléfono, pero siempre donde ella no pudiera oírlo. Alargó el brazo antes de que él guardara el teléfono en el bolsillo.

– ¿Me lo dejas? Tengo que hacer una llamada y he olvidado el mío.

Bram se lo dio, pero en lugar de marcar un número, Georgie consultó la lista de últimas llamadas.

– Caitlin Carter. Ahora sé el apellido de tu amante.

Él le quitó el móvil.

– Deja de curiosear. Y ella no es mi amante.

– Entonces ¿por qué no hablas con ella delante de mí?

– Porque no quiero.

Bram se dirigió al mostrador con el ramo. Por el camino, se detuvo junto a un carro lleno de flores color pastel y Georgie admiró el contraste entre su masculina seguridad y las delicadas flores. Entonces volvió a experimentar aquella desconcertante excitación. Por la mañana, incluso se había inventado una excusa para hacer ejercicio con él sólo por el espectáculo.

Resultaba patético, pero comprensible. Incluso estaba un poco orgullosa de sí misma. A pesar del caos provocado por las fotografías, experimentaba un deseo sexual de lo más elemental, alejado incluso del afecto. Básicamente se había convertido en un tío.

Bram le dio el ramo para que saliera con él de la tienda. Habían tenido suerte encontrando un aparcamiento cerca, pero todavía tenían que atravesar la ruidosa aglomeración de reporteros que acechaban en la otra acera.

– ¡Bram! ¡Georgie! ¡Aquí!

– ¿Ya os habéis reconciliado?

– ¿Las flores de la enmienda, Bram?

– ¡Aquí, Georgie!

Bram apretó a Georgie contra su torso.

– Manteneos a distancia, chicos. Dejadnos espacio.

– Georgie, se comenta que has ido a ver a un abogado.

Bram dio un empujón a un fornido fotógrafo que se había acercado demasiado.

– ¡He dicho que os mantengáis a distancia!

De repente, Mel Duffy surgió de la multitud y los enfocó con su cámara.

– ¡Eh, Georgie! ¿Algún comentario acerca del aborto de Jade Gentry?

El obturador de su cámara se disparó.


Georgie sentía náuseas. De algún modo, su envidia había envenenado a aquel feto indefenso. Duffy les dijo que el aborto se había producido en Tailandia, aproximadamente dos semanas antes, pocos días después de su boda en Las Vegas, cuando Lance y Jade iban a reunirse con los miembros de una delegación especial de Naciones Unidas. Su publicista acababa de comunicar la noticia añadiendo que la pareja estaba destrozada, aunque los médicos les habían asegurado que no existía ningún impedimento para que tuvieran otro hijo. Todos los mensajes que Lance le había dejado en el teléfono…

Bram no dijo nada hasta que casi habían llegado a su casa. Entonces apagó la radio y miró a Georgie de reojo.

– No me digas que te lo estás tomando a pecho.

¿Qué clase de mujer sentía celos de un bebé inocente que ni siquiera había nacido?, pensó Georgie. El sentimiento de culpabilidad le revolvía el estómago.

– ¿Yo? Claro que no. Es triste, eso es todo. Como es lógico, me sabe mal por ellos.

Bram puso cara de comprender la verdad y ella apartó la mirada. Necesitaba un gigoló, no un psiquiatra. Se ajustó las gafas de sol.

– Nadie quiere que ocurra algo así. Es posible que desee no haberme alterado tanto cuando me enteré de que Jade estaba embarazada, pero ésta es una reacción natural.

– Lo que ha ocurrido no tiene nada que ver contigo.

– Ya lo sé.

– Tu mente lo sabe, pero el resto de tu persona se pone totalmente neurótica cuando se habla de algo relacionado con el Perdedor.

Georgie abandonó el autodominio.

– ¡Acaba de quedarse sin su bebé! Un bebé que yo no quería que naciera.

– ¡Lo sabía! Sabía que pensabas que, de algún modo, eras responsable de lo que ha sucedido. Sé fuerte, Georgie.

– ¿Crees que no lo soy? Estoy sobreviviendo a nuestro matrimonio, ¿no?

– Lo nuestro no es un matrimonio, sino una partida de ajedrez.