Bram estaba jugando con ella.

El Pinkberry de West Hollywood se había convertido en uno de los lugares de concurrencia favoritos de los famosos, lo que significaba que los paparazzi siempre merodeaban por allí. Georgie se puso unos pantalones azul marino y una blusa blanca con seis botones rojos de estilo retro. Tardó una hora en arreglarse. Bram llevaba los mismos vaqueros y la misma camiseta de la mañana.

Georgie pidió yogur helado con mango y moras. Bram refunfuñó algo acerca de que quería un maldito Dairy Queen y acabó no pidiendo nada. Cuando salieron del restaurante, la media docena de fotógrafos que había en la puerta entraron en acción.

– ¡Georgie! ¡Bram! Hace días que no os vemos. ¿Dónde habéis estado?

– Somos unos recién casados -contestó Bram-. ¿Dónde crees que hemos estado?

– Georgie, ¿quieres declarar algo acerca del aborto de Jade Gentry?

– ¿Has hablado con Lance?

– ¿Tenéis planeado crear una familia?

Las preguntas siguieron lloviendo sobre ellos hasta que un reportero dijo con marcado acento de Brooklyn:

– Bram, ¿sigues teniendo problemas para encontrar un trabajo decente? Supongo que Georgie y su dinero han llegado justo a tiempo.

Bram se puso tenso y ella lo cogió del brazo.

– No sé quién eres -declaró Georgie sin abandonar su sonrisa-, pero los días en que Bram atizaba a los fotógrafos que actúan como gusanos no están tan lejos. ¿O quizás es eso lo que quieres?

Algunos fotógrafos miraron con desagrado al interpelante, pero eso no evitó que mantuvieran las cámaras preparadas por si Bram perdía el control. Una imagen de Bram propinando un puñetazo a un periodista les reportaría miles de dólares, y al agredido la posibilidad de conseguir una sustanciosa indemnización legal.

– No tenía intención de golpearlo -le dijo Bram a Georgie cuando por fin se abrieron paso entre los fotógrafos-. No soy tan estúpido como para cometer semejante gilipollez.

– Será por todas las veces que la cometiste en el pasado.

Él volvió la cabeza hacia los paparazzi, quienes los seguían de cerca.

– Démosles la imagen del millón.

– ¿Que es…?

– Ya lo verás.

La cogió de la mano y tiró de ella a lo largo de la acera mientras los paparazzi les pisaban los talones.

Capítulo 13

La tiendecita con su fachada de fuerte color mostaza le hizo pensar a Georgie en una antigua mercería inglesa. Encima de la puerta había la imagen de una mujer de estilo art nouveau abrazando las letras negras y brillantes del nombre de la tienda: «Provocativa.» Las dos oes formaban sus pechos.

Georgie le había oído hablar de aquel sexshop selecto a April, pero nunca había entrado.

– Excelente idea -comentó.

– ¡Y yo que pensaba que te pondrías en plan mojigato!

Bram le apoyó la mano en el trasero.

– Hace años que no soy mojigata.

– Podrías haberme engañado con facilidad.

Él mantuvo la puerta abierta para que ella pasara y entraron en la perfumada tienda acompañados por los gritos de los fotógrafos y el chasquido de las cámaras. La ley les impedía entrar en la tienda, así que se pelearon para conseguir la mejor posición y poder fotografiarlos a través del escaparate.

El interior de estilo eduardiano consistía en unas paredes color amarillo mostaza suave y unas molduras de madera que proporcionaban una sensación de calidez. Unas plumas de pavo real pintadas en el techo rodeaban la lámpara de araña, y unos dibujos eróticos de Aubrey Beardsley con marcos dorados decoraban las paredes. Georgie y Bram eran los únicos clientes, pero ella supuso que eso cambiaría en cuanto se corriera la voz de que estaban allí.

La tienda proporcionaba una exhibición variada de fantasías sexuales. Bram se encaminó directamente a la colección de lencería erótica, mientras que Georgie no podía apartar la vista de una exposición artísticamente dispuesta de consoladores colocados delante de un espejo antiguo. Georgie se dio cuenta de que llevaba observándolos demasiado tiempo cuando los labios de Bram le rozaron la oreja.

– Me encantará dejarte el mío.

A ella se le encogió levemente el estómago.

La dependienta, una mujer de mediana edad, largo pelo moreno y vestida con una elegante y ajustada camiseta y una falda vaporosa, los reconoció y enseguida se acercó. El tacón de aguja de sus zapatos se clavó en la moqueta del suelo.

– Bienvenidos a Provocativa.

– Gracias -contestó Bram-. Interesante lugar.

Impactada por la excitación que le producía tener a dos celebridades en su tienda, la dependienta empezó a enumerar las peculiaridades del lugar:

– Al otro lado de aquel arco tenemos una sala con artículos sadomasoquistas. Unos látigos preciosos, palmetas, pinzas para pezones y algunas ataduras realmente lujosas. Os sorprenderá lo cómodas que son. Todos nuestros juguetes son de gran calidad. Como podéis ver, disponemos de una amplia variedad de consoladores, vibradores, anillos para penes y… -señaló un escaparate de cristal- una maravillosa colección de cuentas anales nacaradas.

Georgie hizo una mueca. Había oído hablar de las cuentas anales, pero no se le ocurría cómo se utilizaban ni para qué servían.

Cuando la dependienta se dio la vuelta para examinar las estanterías, Bram le susurró a su esposa:

– Vista una, vistas todas. Aunque no contigo.

A ella se le volvió a encoger el estómago.

La dependienta le dijo:

– Acabo de desempaquetar un envío de pelucas púbicas con adornos de bisutería. ¿Alguna vez te has puesto una?

– Dame una pista.

La mujer esbozó una sonrisa repelente y apoyó las manos en la cintura adoptando la pose de un guía de un museo de arte.

– Las pelucas púbicas las llevaban originariamente las prostitutas para ocultar la pérdida de vello púbico o las marcas de la sífilis. Las versiones modernas son mucho más sexys y, con tantas mujeres depiladas hoy en día, se han vuelto muy populares.

Georgie se oponía, tanto erótica como ideológicamente, a depilarse por completo el vello púbico. La idea de renunciar a algo tan intrínseco de las mujeres para parecer niñas preadolescentes le sonaba a pornografía infantil. Sin embargo, la vendedora ya había abierto un escaparate y sacado un objeto triangular adornado con destellantes cristales de colores púrpura, azul y carmesí. Georgie lo examinó y descubrió una pequeña abertura en forma de uve situada en el ángulo inferior del triángulo y que, obviamente, estaba pensada para mostrar la rendija correspondiente.

– Naturalmente, todas nuestras pelucas púbicas vienen con su adhesivo.

Bram cogió la peluca para examinarla y después se la devolvió.

– Creo que pasamos. Algunas cosas no necesitan una decoración extra.

– Comprendo -contestó la mujer-, aunque ésta viene con unos cubre-pezones de bisutería a juego.

– Se interpondrían en mi camino.

El sonrojo de Georgie le indicó a la dependienta que estaba metiéndose en problemas.

– Tenemos una lencería preciosa -le explicó a Bram-. Nuestros sujetadores de tres pétalos son muy populares. Su esposa puede llevarlos con todos los pétalos levantados o sólo con los laterales. O puede soltarlos todos.

Georgie sintió un hormigueo en los pechos.

– Muy eficiente.

Bram deslizó la mano por debajo del pelo de Georgie y le acarició la nuca produciéndole piel de gallina.

– ¿Habéis oído hablar de nuestro probador VIP?

A Georgie le vino a la memoria una conversación que había mantenido con April en cierta ocasión. Intentó parecer reflexiva.

– Yo… Esto… Creo que una amiga me comentó algo.

– Tiene una mirilla en la pared posterior. Si queréis, podéis abrirla. Al otro lado hay un probador más pequeño para tu marido.

Bram se echó a reír, una de las pocas risas genuinas que Georgie le había oído desde que aparecieran las fotografías del balcón.

– Si más hombres conocieran este lugar, dejarían de decir que odian ir de compras.

La vendedora le sonrió a Georgie con complicidad.

– Disponemos de una exótica colección de tangas para hombre y la mirilla funciona en ambos sentidos. -De pronto, la dependienta ya no pudo contenerse más-: Tengo que deciros que me encantasteis en Skip y Scooter. ¡Todo el mundo está tan emocionado con vuestra boda! Y no dejéis que esos estúpidos rumores os inquieten. -Tuvo que parar porque otros clientes habían entrado-. Si necesitáis algo, llamadme y vendré enseguida.

Georgie la siguió con la mirada.

– A la hora de la cena, una lista de todo lo que compremos estará colgada en Internet. Un aceite para masaje suena seguro.

– Bueno, creo que podemos ser un poco más atrevidos que eso.

– Nada de látigos o palmetas. Ya he superado lo del sadomasoquismo. Al principio era divertido, pero después de un tiempo, hacer llorar a todos esos hombres maduros resultaba aburrido.

Bram sonrió.

– Y tampoco nada de consoladores -dijo-, aunque sé lo mucho que deseas uno. Lo cual no es ninguna sorpresa, ya que…

– ¿Quieres dejarlo de lado de una vez?

– De lado… Encima… Debajo… -Bram le acarició la curvatura del labio superior-. Dentro…

Una ráfaga de calor recorrió el cuerpo de Georgie. Estaba a punto de derretirse.

Él la condujo hacia la sección de la lencería, donde unos expositores tenuemente iluminados mostraban unos conjuntos pervertidos de braga y sujetador, ligueros y unos bodys diminutos con corbata y agujeritos. Todos los artículos estaban muy bien confeccionados y eran ultracaros. Bram sostuvo en alto un sujetador fruncido en la parte superior de las cazoletas con sendos cordones de seda.

– ¿Tú qué usas, una…?

– Una noventa C -contestó ella.

Bram arqueó una ceja y cogió una noventa B, que era exactamente la talla de Georgie, lo que no le sorprendió, teniendo en cuenta su conocimiento de la anatomía femenina. Varios clientes más habían entrado en la tienda, pero de momento los dejaban tranquilos.

– Para que lo sepas -susurró Georgie tanto para Bram como para sí misma-, esto no es una cita, y la mirilla se quedará cerrada.

– Esto es definitivamente una cita. -Bram examinó un body de malla negra y declaró-: Excelente fabricación. -Tocó los cordones de satén-. Mucho más suave que el cuero.

– A mí me encanta el cuero. -Georgie cogió un tanga de piel para hombre.

– Ni en un millón de años -replicó Bram.

Ella le arrebató el body de malla negra.

– ¡Lástima!

Tuvieron un reto de miradas y él fue el primero en ceder.

– De acuerdo, tú ganas. Uno por otro.

– Trato hecho.

Intercambiaron las prendas como si lo que estaban viviendo fuera real en lugar de ser dos actores que fingían hábilmente. Bram añadió varios sujetadores sin copas y varias bragas sin entrepierna a las prendas que había elegido para su esposa. Ésta eligió para él unas cuantas prendas de cuero, pero cuando encontró un interesante par de perneras, Bram compuso una expresión tan lastimosa que ella las devolvió a su lugar. Él le correspondió el favor dejando un corsé de apariencia tortuosa. Al final, intercambiaron las prendas y la dependienta los condujo a la parte trasera de la tienda, donde estaba el probador VIP. La mujer abrió una puerta de paneles de madera con una llave antigua, colgó las prendas de Georgie en una percha de bronce y, a continuación, acompañó a Bram a su probador.

Georgie se encontró en una habitación de estilo antiguo, con paredes pintadas de rosa, un espejo de cuerpo entero de marco dorado, una banqueta tapizada y apliques de pantalla rosada y con fleco que proporcionaban una iluminación suave y acogedora. La peculiaridad más intrigante de la habitación se encontraba en la pared del fondo, a la altura de los ojos. Consistía en una ventanita cuadrada de unos treinta centímetros de lado y el pomo, sin la menor sutileza, tenía la forma de una diminuta concha de almeja parcialmente abierta con una perla encima.

Ya era suficiente. Fin del juego. De una vez por todas. A menos que…

«No. Desde luego que no.»

Alguien dio un golpecito en la pared.

– ¡Abre!

Georgie tiró de la concha y abrió la ventanilla. La cara de Bram le devolvió la mirada a través de la rejilla negra de hierro. Apenas podía considerarse una mirilla. Las paredes rosa que enmarcaban la cara deberían haber suavizado sus facciones, pero en realidad le hacían parecer más masculino. Bram se frotó la mandíbula.

– Me avergüenza admitirlo, pero este lugar me ha puesto a cien.

Bram no estaba avergonzado en absoluto; sin embargo, la atmósfera desinhibida del local también la había excitado a ella. Georgie dio vueltas a su anillo de boda falso. Melrose Avenue podía estar a sólo unas manzanas de allí, pero aquel emporio erótico le hacía sentirse como si hubiera entrado en otro mundo, un mundo extrañamente seguro donde un hombre nada digno de fiar podía mirar pero no tocar, un mundo donde todo giraba alrededor del sexo y donde el sufrimiento emocional no constituía una posibilidad.