– Ojalá hubiéramos dado una ojeada a los artículos para atarse -declaró Bram.
Georgie no pudo resistirse a jugar con fuego.
– Sólo por curiosidad… ¿A cuál de los dos habrías atado?
– ¿Para empezar? A ti. -Su voz adquirió un tono bajo y ronco-. Pero cuando hubieras demostrado una sumisión adecuada, podríamos cambiar los papeles. ¿Qué te parece si ahora te pruebas ese body de malla para mí?
La tentación de jugar con el demonio en aquel antro sexual era casi irresistible.
– ¿Y qué conseguiré a cambio?
– ¿Qué quieres?
Georgie reflexionó unos instantes.
– Retrocede.
Él lo hizo y ella acercó la cara a la rejilla. Entonces vio que el probador de Bram, que era más pequeño que el suyo, tenía las paredes de color ocre oscuro y unos pomos de hierro de gran tamaño, de los que colgaban las prendas que ella había elegido para él.
– Ese tanga de piel negra.
– Ni hablar.
– ¡Lástima!
Georgie cerró la ventanilla.
– ¡Eh!
Ella se tomó su tiempo antes de volver a abrir.
– ¿Has cambiado de idea?
– Si empiezas tú, sí.
– Sí, como que voy a caer en esa trampa.
Volvieron a retarse con los ojos. Ella mantuvo la mirada firme, aunque su corazón se había desbocado.
– ¡Vamos, Georgie! He tenido una mala semana. Ponerte esa ropa para mí es lo menos que puedes hacer.
– Yo también he tenido una mala semana y esto no es ropa, son artículos para estimular el sexo. Si tanto lo deseas, empieza tú.
– ¿Qué tal si lo hacemos al mismo tiempo?
– Hecho.
Georgie volvió a cerrar la ventanilla. Las manos le temblaban. Se quitó las manoletinas de lunares blancos y azul marino.
Transcurridos unos minutos, Bram llamó desde el otro lado.
– ¿Lista?
– No; me siento como una estúpida.
– ¿Tú te sientes como una estúpida? Esta cosa es un jodido taparrabos.
– Lo sé. Lo he elegido yo, ¿te acuerdas? Y soy yo la que debería quejarse. Estas tiras están organizadas de tal forma que no esconden nada.
– Abre la ventanilla. ¡Ahora!
– He cambiado de idea.
– A la de tres -dijo Bram.
– Tienes que apartarte de la ventanilla para que pueda verte.
– De acuerdo. Ya me estoy apartando. Una… Dos… ¡Tres!
Georgie abrió la ventanilla y miró al otro lado.
Bram la miró a ella.
Los dos estaban totalmente vestidos.
Él sacudió la cabeza.
– Tienes un problema serio de confianza.
Ella entornó los ojos.
– Al menos yo me he quitado los zapatos. Tú ni siquiera eso.
– Está bien, nuevo trato -dijo Bram-. La ventana se queda abierta. Tú te sacas una prenda. Yo me saco otra. Incluso estoy dispuesto a empezar primero. -Y se quitó la camiseta.
Ella ya sabía que él tenía un torso fantástico. Se había pasado mucho tiempo mirándolo de reojo. Sus músculos estaban bien delineados, pero no tan desarrollados como para que su coeficiente intelectual se viera amenazado, porque, la verdad, ¿hasta qué punto resulta sexy un hombre que no tiene nada mejor que hacer durante todo el día que trabajar sus músculos?
– Estoy esperando -dijo Bram.
Un cálculo rápido le indicó a Georgie que ella tenía puestas más prendas que él. ¿Realmente iba a meterse en aquello? Tener sexo con Bram no era una garantía de que no la engañara, pero él tampoco era un estúpido. Bram sabía que estaban en la lente de un microscopio y que le resultaría muy difícil hacer algo sin que se enterara todo el mundo. Además, él siempre elegía el camino más fácil y, en aquel caso, ese camino era ella.
Georgie se llevó la mano a la nuca y se quitó el collar de plata.
– Eso no es justo -se quejó Bram.
Ella pensó que su viaje al terreno de juego del demonio exigía que, al menos, realizara unas piruetas.
– Quítate los pantalones. Hay un taparrabos esperándote.
– Todavía tengo los zapatos puestos, ¿recuerdas? -Y retrocedió un paso para que ella pudiera verlo mientras se quitaba una única deportiva.
– Eso es trampa. -Georgie retrocedió y se quitó un pequeño diamante del lóbulo de la oreja.
– Mira quién habla de trampas. -Otra deportiva salió disparada.
– Yo nunca he hecho trampas en mi vida -dijo ella y se quitó el otro pendiente de diamante.
– No te creo. -Un calcetín.
– Quizás en el Pictionary. -Su anillo de boda.
Cada vez que uno de ellos se quitaba algo, se alejaba de la rejilla para que el otro pudiera verlo. Adelante y atrás… Adelante y atrás… Un baile sensual de desvelar y ocultar.
El segundo calcetín de Bram cayó al suelo.
– ¿Algún hombre te ha echado un chorro de miel en el vientre y después te lo ha limpiado con la lengua?
– Docenas de veces.
Georgie jugueteó con el botón superior de su blusa para ganar tiempo, pues todavía no estaba segura de hasta dónde quería llegar en aquel juego de mirar y mostrarse.
– ¿Cuánto tiempo hace que no haces el amor? -preguntó.
– Demasiado. -Bram introdujo el pulgar en el cierre a presión del pantalón.
– ¿Cuándo fue la última vez? -Retorció con los dedos el botón de plástico rojo de su blusa.
– ¿Podemos hablar de eso en otro momento? -Bajó la cremallera del pantalón.
– Me parece que no. -Georgie pensó que hablar de las anteriores amantes de Bram disminuiría el deseo que experimentaba, pero no fue así.
– Hablaremos de ello más tarde. Te lo prometo.
– No te creo.
– Si te miento, puedes caminar desnuda sobre mi espalda con unos zapatos de tacón de aguja.
– Si me mientes… -El botón superior pareció abrirse por iniciativa propia- nunca volverás a ver éstas.
Georgie se desabrochó la blusa botón a botón y, después, la dejó caer por sus brazos. Llevaba puesto un sujetador de encaje blanco de La Perla con unas braguitas a juego de las que Bram todavía no sabía nada.
Él bajó la mano hasta la cintura y, lentamente, se quitó el reloj -ella se había olvidado de su estúpido reloj-, quedando vestido sólo con los vaqueros y… ¿qué, debajo? Georgie no podía respirar hondo. Se retiró de la ventanilla, se desabrochó los pantalones azul marino y, mirando fijamente a Bram a los ojos, se los bajó.
Sus piernas siempre habían sido su mejor atributo -largas, delgadas y fuertes-, las piernas de una bailarina, y él se entretuvo mirándolas. Unos segundos interminables transcurrieron antes de que retrocediera y se quitara los vaqueros. Llevaba puestos unos calzoncillos grises de punto End Zone que se ajustaban a una considerable erección. Georgie lo contempló con atención.
– Ahora la ropa interior -dijo Bram acercándose a la rejilla.
Ella nunca se había sentido tan excitada, y ni siquiera se habían tocado. Se desabrochó el sujetador. Los tirantes se deslizaron por sus hombros, pero ella cubrió las cazoletas con las manos para evitar que cayeran y se acercó a la rejilla.
– Gánatelo -susurró.
La voz de Bram se volvió ronca.
– Esta vez tendré que confiar en ti.
Introdujo los pulgares en la cinturilla de sus End Zone, se los bajó y se quedó delante de Georgie magníficamente desnudo. Ella recorrió su cuerpo con la mirada: sus amplios hombros bronceados, su musculoso torso, sus estrechas caderas algo más pálidas que el resto del cuerpo… Ni siquiera notó que el sujetador se le caía de las manos.
– Retrocede -dijo Bram en un ronco susurro.
Él la estaba utilizando y ella lo estaba utilizando a él, y no le importaba. Georgie se colocó en medio del probador y se quitó las frágiles bragas de nailon. Bram la contempló con tanta intensidad que ella sintió un hormigueo en la piel. Él había estado con mujeres mucho más guapas, pero Georgie no experimentó la terrible inseguridad que experimentaba con Lance. Aquél era Bram. A ella no le importaba su opinión. Lo único que le importaba era su cuerpo. Ladeó la cabeza.
– Aléjate para que pueda verte otra vez.
Pero a Bram se le había acabado la paciencia.
– El juego ha terminado. Nos largamos de aquí. Ahora.
Georgie no quería irse. Quería quedarse en aquel mundo de fantasía sensual para siempre. Descolgó el sujetador de pétalos azul pálido.
– Me pregunto cómo me quedará esto.
– ¿Te vas a poner ropa?
– Voy a ver si me queda bien.
Georgie volvió su desnudo trasero hacia Bram y se puso el sujetador. Cada copa estaba formada por tres pétalos suaves. Se giró de nuevo hacia él y, sin decir una palabra, desató los pétalos uno a uno. Primero los de los lados y después el del centro. Tomándose todo el tiempo del mundo.
Los ojos de Bram chispearon a través de la rejilla.
– Me estás matando.
– Lo sé.
Georgie descolgó las braguitas a juego del colgador y se colocó en medio de la habitación para que él le viera ponérselas. Tenían una abertura en la entrepierna.
– Me sienta bien, ¿no crees?
– Ahora mismo no puedo pensar. Acércate.
Ella se acercó a la rejilla con lentitud. Cuando llegó, Bram susurró:
– Más cerca.
Presionaron las caras contra la rejilla y sus bocas se juntaron a través del enrejado de metal negro. Sólo sus bocas.
Y entonces la tierra se movió.
Se movió de verdad.
Al menos la pared sí que se movió. Georgie abrió los ojos de golpe y, cuando el último obstáculo que los separaba desapareció, soltó un soplido de sobresalto. Tendría que haber supuesto que una tienda tan imaginativa no pasaría por alto algo así. Su sensación de seguridad se desvaneció.
Bram entró en su probador.
– No le cuentan a todo el mundo lo de la puerta.
Georgie nunca había practicado el sexo sin amor y lo que Bram le ofrecía era pura y simple excitación. Ella sabía que Bram era un bribón nada fiable. Y no se hacía ilusiones. Tenía los ojos muy abiertos, justo como quería tenerlos.
– Ésta es nuestra primera cita -dijo Georgie.
– ¡Y menuda cita!
Bram cerró la puerta que comunicaba los dos probadores y contempló los pechos desnudos de Georgie que exhibía el sujetador.
– Señora, me encanta su ropa interior.
Bram le rozó un pezón con los nudillos de la mano, cogió uno de los sedosos pétalos y lo abrochó, y después le succionó el pezón a través de la frágil barrera.
A Georgie le flaquearon las piernas. Él se sentó en el acolchado diván y tiró de ella de tal forma que quedó a horcajadas sobre los muslos de él. Se besaron. Bram le succionó el pecho. Georgie le hundió los dedos en el pelo y se mordió los labios para no gritar. Él separó los muslos separando, a su vez, los de ella. Georgie seguía llevando puestas las bragas sin entrepierna. Bram apartó la tela de nailon y jugueteó con el sexo de su esposa hasta que ella tembló de deseo.
Cuando Georgie no pudo aguantar más, afianzó las rodillas en el diván, se enderezó y, poco a poco, introdujo el miembro turgente en su interior.
Bram respiraba en jadeos, pero no intentó penetrarla, sino que le dio todo el tiempo que ella necesitó para aceptarlo. Y ella se aprovechó. Maliciosamente. En cuanto se introducía muy lentamente un centímetro del pene, volvía a sacárselo y empezaba de nuevo. Los hombros de Bram se volvieron resbaladizos a causa del sudor. Pero a ella no le importaba lo que él necesitara, no le importaba si le proporcionaba o no placer, no le importaban sus sentimientos, sus fantasías, su ego. Lo único que le importaba era lo que él podía hacer por ella. Y si no la satisfacía, si al final resultaba ser un inútil, ella no se inventaría excusas para disculparlo como había hecho con Lance, sino que se quejaría largo y tendido hasta que él lo entendiera. Aunque no parecía que esto fuera a ser necesario.
– Pagarás por esto -dijo Bram con los dientes apretados.
Pero siguió permitiéndole que hiciera lo que quisiera, hasta que ella se excitó tanto que tuvo que interrumpir el juego. Sólo entonces le hincó los dedos en el trasero y le hizo descender con fuerza sobre él.
No podían provocar ningún ruido. Sólo una delgada pared evitaba que quedaran expuestos. Bram hundió la cara en los pechos de Georgie y le frotó el bajo vientre. Georgie se arqueó contra la mano de Bram, echó la cabeza atrás, se agarró a los hombros de él y se unió a Bram en una cabalgada salvaje y silenciosa.
Sin amarlo. Sólo usándolo.
Él se estremeció. Ella dejó caer la cabeza atrás.
Liberación…
Los aspectos prácticos no entraron en la mente de Georgie hasta después. El desorden. La ropa interior usada que no habían pagado. El marido inconveniente. Cuando se separaron, su cordura regresó. Tenía que asegurarse de que él entendía que lo que había pasado no cambiaba nada.
– Bien hecho, Skipper. -Georgie estiró sus entumecidas piernas-. No eres George Clooney, pero prometes.
Bram se dirigió a la puerta oculta, pero entonces se volvió y examinó el cuerpo de Georgie, como si estuviera marcando su territorio.
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