El agotamiento se apoderó de ella. Hacía seis meses que no asistía a sus clases de baile y le costaba un gran esfuerzo levantarse de la cama.
Arregló lo mejor que pudo los desperfectos del maquillaje de sus ojos y regresó al salón. Trevor acababa de mudarse a aquella casa, que había decorado con muebles de los años cincuenta. Debía de estar rememorando el pasado, porque encima de la mesilla auxiliar del sofá había un libro sobre la historia de la comedia televisiva norteamericana. En la página abierta, la fotografía del reparto de Skip y Scooter le devolvió la mirada y Georgie miró hacia otro lado.
En la terraza, unas macetas blancas de estuco con frondosas plantas verdes de hoja perenne proporcionaban un muro de privacidad frente a los posibles mirones que pasearan por la playa. Georgie se quitó las sandalias y se dejó caer en una tumbona estampada con franjas azules y marrones. El océano se extendía al otro lado de la barandilla tubular blanca. Unos cuantos surferos habían braceado más allá de donde rompían las olas, pero el mar estaba demasiado calmado para conseguir un deslizamiento decente y sus tablas cabeceaban en el agua como fetos flotando en el líquido amniótico.
Un pinchazo de dolor le cortó la respiración. Lance y ella habían sido una pareja de cuento de hadas. Él era el viril príncipe que, detrás del aspecto de patito feo de Georgie, había visto la hermosa alma que habitaba en su interior. Ella era la adorable esposa que le había dado el sólido amor que él necesitaba. Durante los dos años de cortejo y el año de matrimonio que duró su relación, los periodistas los siguieron a todas partes, pero, aun así, ella no estaba preparada para la histeria que se desató cuando Lance la dejó por Jade Gentry.
En privado, ella se quedaba tumbada en la cama, incapaz de moverse. En público exhibía una sonrisa estampada en su cara. Sin embargo, por muy alta que mantuviera la cabeza, las historias compasivas que se contaban sobre ella empeoraban cada vez más.
La prensa amarilla clamaba:
«A la animosa Georgie se le ha roto el corazón.»
«La valerosa Georgie quiere suicidarse tras oír las declaraciones de Lance: "Nunca supe lo que era el amor verdadero hasta que conocí a Jade Gentry."»
«¡Georgie se consume! Sus amigos temen por su vida.»
Aunque la carrera cinematográfica de Lance era mucho más exitosa que la de ella, Georgie seguía siendo Scooter Brown, la novia de Norteamérica, y la opinión pública se volvió contra él por abandonar a un querido icono de la televisión. Lance lanzó su propio contraataque: «Fuentes anónimas declaran que Lance ansiaba tener hijos, pero que Georgie estaba demasiado volcada en su carrera para dedicar tiempo a una familia.»
Georgie nunca le perdonaría esa mentira.
Trevor salió a la terraza llevando una bandeja de cuero blanco con dos vasos de margarita y una jarra medio llena. Con toda galantería, ignoró las lágrimas que resbalaban por debajo de las gafas de sol de Georgie.
– El bar está oficialmente abierto.
– Gracias, colega.
Georgie cogió el cóctel helado y, cuando Trevor se giró para dejar la bandeja en la mesa de la blanca terraza, se enjugó las lágrimas. No podía contarle lo de la ecografía. Ni siquiera sus mejores amigas sabían lo que significaba para ella tener un hijo. Ese dolor lo había mantenido en secreto. Un secreto que las fotografías que acababan de tomarle expondrían al mundo.
– El viernes pasado terminamos la grabación de Concurso de baile -explicó Georgie-. Otro desastre.
No podía afrontar tres fracasos de taquilla seguidos y eso era lo que tendría cuando se estrenara Concurso de baile. Dejó el vaso en el suelo sin probarlo.
– Mi padre está furioso por los seis meses de vacaciones que me he tomado -dijo ella.
Trevor se sentó en una silla tulipán de plástico moldeado.
– Has estado trabajando prácticamente desde que saliste del útero. Paul tiene que permitirte holgazanear un poco.
– Ya, como que eso va a suceder.
– Ya sabes lo que opino respecto a su forma de presionarte -comentó él-. No pienso decir nada más sobre ese asunto.
– No lo hagas.
Ella conocía de sobra la generalmente acertada opinión de Trevor sobre la difícil relación que ella mantenía con su padre. Georgie dobló las piernas y se las rodeó con los brazos contra el estómago.
– Diviérteme con algún buen cotilleo.
– Mi coprotagonista está cada día más loca. Si alguna vez se me ocurre grabar otra película con esa mujer, mátame. -Trev movió su silla para que su cabeza rapada quedara en la sombra-. ¿Sabías que ella y Bram habían salido juntos?
A Georgie se le encogió el estómago.
– Son tal para cual.
– Él está cuidando la casa…
Georgie levantó una mano.
– Para. No soporto hablar de Bramwell Shepard. Y menos hoy.
Bram podría haberla visto morir aplastada aquella tarde y ni siquiera se le habría borrado la sonrisa de la cara. ¡Dios, cuánto lo odiaba! Incluso después de tantos años.
Afortunadamente, Trev cambió de tema sin formular ninguna pregunta acerca de Bram.
– Ya viste el sondeo de opinión de USA Today de la semana pasada, ¿no? Aquel sobre las protagonistas de comedia favoritas. Scooter Brown es la tercera después de Lucy y Mary Tyler Moore. Incluso has desbancado a Barbara Eden.
Georgie había leído el resultado de la encuesta, pero la dejó indiferente.
– Odio a Scooter Brown.
– Pues eres la única. Scooter es un icono. No quererla es antiamericano.
– Hace ocho años que la serie dejó de emitirse. ¿Por qué no se olvidan de ella?
– Quizá las continuas reposiciones que se emiten por todo el mundo tengan algo que ver.
Georgie se subió las gafas de sol.
– Cuando la serie empezó yo era una niña, sólo tenía quince años. Y apenas tenía veintitrés cuando se dejó de rodar.
Trev se dio cuenta de que Georgie tenía los ojos rojos, pero no comentó nada.
– Scooter Brown no tiene edad. Es la mejor amiga de cualquier mujer y la virgen favorita de cualquier hombre.
– Pero yo no soy Scooter Brown, sino Georgie York. Mi vida me pertenece a mí, no al mundo.
– ¡Pues te deseo buena suerte!
No podía seguir haciendo aquello, pensó Georgie: reaccionar una y otra vez a las fuerzas externas, incapaz de actuar por sí misma; siguiendo siempre las sugerencias de los demás, nunca las suyas propias. Apretó más las rodillas contra el pecho y examinó los arco iris que había pedido a la pedicura que le pintara en las uñas de los pies en un vano intento por animarse.
Si no lo hacía en aquel momento, no lo haría nunca.
– Trev, ¿qué te parecería si tú y yo viviéramos un pequeño… un gran romance?
– ¿Un romance?
– Sí, nosotros dos. -No podía mirarlo a la cara, así qué mantuvo la vista clavada en los arco iris-. Nos enamoraríamos muy públicamente. Y quizá… Trev, llevo dándole vueltas a esto mucho tiempo… Sé que pensarás que es una locura. Y lo es. Pero… si no detestas la idea, he pensado que… al menos podríamos considerar la posibilidad de… casarnos.
– ¿Casarnos?
Trev se puso en pie de golpe. Aunque era uno de sus amigos más queridos, Georgie se sonrojó. De todos modos, ¿qué era otro momento humillante en un año lleno de ellos? Georgie se soltó las piernas.
– Sé que no debería soltártelo así, sin más. Y también sé que es una idea rara. Muy rara. Cuando se me ocurrió, yo también lo pensé, pero después la analicé objetivamente y no me pareció tan horrible.
– Georgie, yo soy gay.
– Se rumorea que eres gay.
– Sí, pero en la vida real también lo soy.
– Pero estás tan metido en el armario que prácticamente nadie lo sabe. -Deslizó las piernas por el lado de la tumbona y el arañazo reciente de su tobillo le escoció-. Eso acabaría con los rumores. Enfréntate a ello, Trev. Si se enteran de que eres homosexual, será el fin de tu carrera.
– Ya lo sé. -Se frotó la cabeza rapada con la mano-. Georgie, tu vida es un circo y, por mucho que te adore, no quiero verme arrastrado a la pista central.
– Ésta es la idea: si tú y yo estamos juntos, el circo se acabará.
Él volvió a sentarse y ella se acercó y se arrodilló a su lado.
– Trev, sólo piénsalo. Siempre nos hemos llevado bien. Podríamos vivir nuestras vidas como quisiéramos, sin interferir en la del otro. Piensa en toda la libertad que tendrías… que tendríamos los dos. -Apoyó la mejilla en la rodilla de Trev un segundo y después se sentó a su lado-. Tú y yo no somos una pareja llamativa como lo éramos Lance y yo. Trevor y Georgie serían un matrimonio aburrido y, después de un par de meses, la prensa nos dejaría en paz. Viviríamos por debajo del radar. Tú no tendrías que seguir saliendo con todas esas mujeres por las que has fingido sentir interés. Podrías verte con quien quisieras. Nuestro matrimonio sería la tapadera perfecta para ti.
Y para ella sería la manera de conseguir que el mundo dejara de compadecerla. Por un lado recuperaría su dignidad pública y, por el otro, su matrimonio constituiría una especie de póliza de seguros que evitaría que volviera a lanzarse por un precipicio emocional a causa de un hombre.
– Piénsalo, Trev. Por favor. -Tenía que dejar que él se hiciera a la idea antes de mencionar a los niños-. Piensa en lo liberador que sería.
– No pienso casarme contigo.
– Yo tampoco -declaró una voz terriblemente familiar desde el otro lado de la terraza-. Antes dejaría de beber.
Georgie se incorporó como un rayo y vio a Bramwell Shepard subiendo tranquilamente las escaleras que conducían a la playa. Bram se detuvo en lo alto con una mueca de calculada ironía.
Ella contuvo el aliento.
– No quisiera interrumpir. -Bram se apoyó en la barandilla-. Es la conversación más interesante que he oído casualmente desde que Scooter y sus amigas comentaron la posibilidad de teñirse el vello púbico. Trev, ¿por qué no me habías dicho que eres un mariquita? Ahora no podremos volver a dejarnos ver juntos en público.
A diferencia de Georgie, Trevor pareció sentirse aliviado por la interrupción y, levantando el vaso hacia la cabeza bañada por el sol de Bram, declaró:
– Pues tú me presentaste a mi último novio.
– Debía de estar borracho. -Entonces el anterior compañero de reparto de Georgie se fijó en ella-: Hablando de desastres… tú estás hecha un asco.
Tenía que largarse de allí. Georgie dirigió la mirada hacia las puertas que comunicaban con el interior de la casa, pero en las cenizas de su autoestima todavía quedaba un débil rescoldo de dignidad, así que no podía dejar que él la viera salir huyendo.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó a Bram-. Seguro que no se trata de una coincidencia.
Él señaló la jarra con la cabeza.
– No estaréis bebiendo esa mierda, ¿no?
– Seguro que te acuerdas de dónde guardo el alcohol de verdad.
Trev miró a Georgie con preocupación.
– Después -respondió Bram, y se sentó en la tumbona que había frente a la que había utilizado Georgie.
La arena que tenía pegada en la pantorrilla brilló como diamantes diminutos. La brisa jugueteó en su espeso pelo castaño claro. A Georgie se le revolvió el estómago. Un hermoso ángel caído.
La imagen procedía de un artículo escrito por un conocido crítico de televisión poco después de la debacle que terminó con una de las series más exitosas de la historia de las telecomedias. Georgie todavía se acordaba del artículo.
Nos imaginamos a Bram Shepard en el cielo. Su cara es tan perfecta que los otros ángeles no se deciden a echarlo, aunque se ha bebido todo el vino sagrado, ha seducido a las preciosas ángeles vírgenes y ha robado un arpa para reemplazar la que perdió en una partida de póquer celestial. Lo vemos poner en peligro a todo el grupo por volar demasiado cerca del sol y, a continuación, lanzarse en picado con temeridad hacia el mar. Pero la comunidad angélica está hechizada por los campos de lavanda de sus ojos y los rayos de sol que se entrelazan con su pelo, así que le perdonan sus transgresiones… hasta que su último y peligroso descenso los zambulle a todos en el barro.
Bram apoyó la cabeza en el respaldo de la tumbona. Esa posición resaltó contra el cielo su perfil, que seguía siendo perfecto. A la edad de treinta y tres años, los suaves contornos de su juventud hedonista se habían endurecido haciendo que su belleza deslumbrante y perezosa resultara todavía más destructiva. Reflejos castaño dorados adornaban su rubio cabello, el cinismo enturbiaba sus ojos lavanda de niño de coro y la sorna flotaba en las comisuras de su boca perfectamente simétrica.
El hecho de que alguien tan carente de escrúpulos hubiera oído su conversación con Trevor ponía enferma a Georgie. No podía huir, todavía no, pero sus piernas empezaban a flaquear.
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