– Al menos esto responde a una pregunta.

– ¿Qué pregunta?

Él le sonrió con languidez.

– Por fin recuerdo lo que sucedió aquella noche en Las Vegas.

Capítulo 14

A través de la ventana, Chaz vio que Aaron aparcaba su Honda azul oscuro en la entrada. Minutos más tarde, la puerta principal de la casa se abrió. Aquel chico era un auténtico desastre. Chaz irrumpió en el vestíbulo para enfrentarse a él, pero Aaron no llevaba encima la bolsa de donuts que ella esperaba, sólo su birrioso maletín negro habitual. Él no se mostró contento de verla e intentó pasar por su lado saludándola con una sacudida de la cabeza, pero ella se interpuso al pie de las escaleras.

– ¿Qué has tomado para desayunar?

– Déjame tranquilo, Chaz. Tú no eres mi madre.

Ella apoyó una mano en la pared y la otra en la barandilla. Aaron había empezado a sudar y ni siquiera hacía calor.

– Seguro que todas las mañanas ella preparaba para su niño unos huevos con salchichas acompañados de tortitas.

– He desayunado un bol de cereales, ¿vale?

– Te dije que yo te prepararía el desayuno.

– No pienso volver a pasar por eso. La última vez sólo me diste la clara de dos huevos revueltos.

– Con una tostada y una naranja. Deja ya de actuar como un niño. Tienes que enfrentarte a tus problemas en lugar de comer para escapar de ellos.

– Así que ahora eres psiquiatra. -Le separó la mano de la pared y pasó por su lado-. Sólo tienes veinte años. ¿Qué coño sabes tú de nada?

Aaron nunca soltaba tacos, y a Chaz le gustó haberlo enervado tanto como para que lo hiciera. Lo siguió escaleras arriba.

– ¿Has visto a Becky este fin de semana?

Cuando llegaron arriba, a Aaron le faltaba el aliento.

– No debería haberte hablado de ella.

Becky vivía en el apartamento contiguo al de Aaron. Él estaba loco por ella, pero Becky ni siquiera sabía que él existía, lo que no constituía ninguna sorpresa. Por lo visto, Becky era un cerebrito, como Aaron, y tenía buen aspecto, aunque no era guapa, lo que significaba que si él perdía algo de peso, se hacía un buen corte de pelo, compraba ropa decente y dejaba de actuar como un tío raro, podía tener una posibilidad con la chica.

– ¿Has intentado hablar con ella como te dije?

– Tengo trabajo.

– ¿Lo has hecho?

Chaz le había dicho que se mostrara amigable con ella, pero no demasiado, lo que significaba que no debía soltar aquella estúpida risa suya de cerdo. Y tampoco debía hablarle de los videojuegos. Nunca.

– No la he visto, ¿vale?

– Sí, sí que la has visto. -Chaz lo siguió al interior del despacho de Georgie-. La has visto, pero no has tenido cojones para hablarle. ¿Tan difícil es decirle hola y preguntarle cómo le va?

– Creo que podría ser algo más original que eso.

– Cuando intentas ser original, suenas ridículo. Sé enrollado aunque sólo sea por una vez. Dile sólo «Hola» y pregúntale cómo le va. ¿Has traído tu bañador como te dije?

Aaron dejó su maletín en una silla.

– Tampoco eres mi entrenador personal.

– ¿Lo has traído?

– No lo sé. Puede.

Chaz pensó que estaba realizando progresos. Ahora él le dejaba que le preparara la comida y ya no llevaba comida basura a la casa porque sabía que ella la encontraría y la tiraría. Sólo habían pasado tres semanas, pero Chaz estaba casi segura de que el estómago de Aaron había empezado a encogerse.

– Esta noche no podrás irte a casa hasta que hayas nadado media hora. Lo digo en serio.

– Para variar, podrías pensar en mejorar tú en lugar de fijarte tanto en los demás. -Aaron se dejó caer en la silla que había delante del ordenador-. Para empezar, podrías ocuparte de tu trastorno de personalidad.

– A mí me gusta mi trastorno de personalidad. Mantiene alejados a los mamones. -Esbozó una sonrisita de suficiencia-. Aunque, en estos momentos, no parece estar funcionando muy bien.

En realidad, Aaron no era un mamón. Era un tío decente y Chaz admiraba en secreto su inteligencia. Pero no se enteraba de nada. Y era un solitario. Si al menos hiciera lo que ella le decía, estaba convencida de que podría arreglarlo para que consiguiera salir con una chica. No una tía buena, pero sí alguna cerebrito como él.

– La comida es a las doce y media -dijo Chaz-. Sé puntual.

Cuando se volvió para irse, vio que Georgie estaba en la puerta del despacho filmándolo todo con su cámara de vídeo.

Chaz apoyó las manos en las caderas.

– Eso es ilegal, ¿lo sabes? Es ilegal filmar a la gente sin su permiso.

Georgie mantuvo el ojo pegado a la cámara.

– Pues búscate un abogado.

Chaz salió hecha una furia al pasillo y se dirigió a las escaleras. En aquel momento, Georgie era la última persona con la que quería hablar. El día antes, cuando Georgie y Bram habían llegado a la casa, estaban muy raros. Georgie tenía una escocedura en el cuello y no miraba a Bram, quien no dejaba de sonreírle en plan listillo. Chaz no sabía qué se traían entre manos. Ellos creían que no se había enterado de que dormían en habitaciones separadas. Como si Georgie supiera cómo hacer una cama de una forma medianamente decente. ¿Qué había ocurrido el día anterior?

Chaz pensó en todo el dinero que podría conseguir si les contara a los periodistas que los recién casados dormían en camas separadas. Si con ello hiriese a Georgie, quizá lo haría. Pero nunca le haría daño a Bram.

Georgie la siguió escaleras abajo.

– ¿Por qué eres tan dura con Aaron?

Chaz también podría formularle a ella unas cuantas preguntas, como por qué era tan dura con Bram, y qué había ocurrido el día anterior, y por qué la noche pasada Georgie había vuelto a dormir en el otro dormitorio. Pero ella había aprendido a guardarse para sí misma lo que sabía hasta que tuviera una razón para utilizarlo.

– Yo tengo una pregunta mejor -declaró Chaz-. ¿Por qué no has intentado ayudar a Aaron? Es un auténtico desastre. Casi no puede subir las escaleras sin que le dé un ataque al corazón.

– Y a ti te gusta arreglar los desastres.

– ¿Y qué?

Todo aquel asunto de la cámara de vídeo era muy raro. Chaz no sabía por qué Georgie la grababa continuamente y por qué ella no se negaba a hablar. Pero cada vez que Georgie la perseguía con su cámara, ella se sorprendía a sí misma hablando como una cotorra. Era como si… como si hablar sobre ella misma a la cámara, de algún modo, la convirtiera en alguien importante. Como si su vida fuera algo especial y ella tuviera algo valioso que decir.

Llegaron al final de las escaleras y Georgie la siguió al interior de la cocina.

– Cuéntame qué ocurrió cuando te fuiste de Barstow.

– Ya te lo dije. Vine a Los Ángeles y encontré un lugar donde vivir a las afueras de Sunset.

– Casi no tenías dinero. ¿Cómo conseguiste pagar el alquiler?

– Encontré un trabajo. ¿Qué creías si no?

– ¿Qué tipo de trabajo?

– Tengo que orinar. -Chaz se dirigió al aseo que había junto a la cocina-. ¿También me vas a seguir ahí dentro?

Cerró la puerta y echó el pestillo. Nadie conseguiría que hablara sobre lo sucedido cuando llegó a Los Ángeles. Nadie.

Cuando salió, Georgie había desaparecido y Bram estaba hablando por teléfono. Chaz cogió un trapo de cocina y limpió la encimera.

– Dile a Georgie que deje de seguirme a todas partes con su cámara -dijo cuando él acabó de hablar por teléfono.

– Resulta difícil decirle nada a Georgie. -Bram sacó la jarra de té helado de la nevera.

– Por cierto, ¿qué pasa con ella? ¿Por qué no deja de filmarme? -preguntó Chaz.

– ¿Quién sabe? Hace un par de días la vi filmando a las mujeres de la limpieza. Les hablaba en castellano.

Chaz nunca lo admitiría, pero no le gustó la idea de que Georgie grabara a alguien que no fuera ella.

– Estupendo. Puede que así ya no me moleste más.

Él señaló el móvil.

– ¿Ya lo has hecho?

La chica abrió el lavavajillas y metió los vasos del desayuno.

– Estoy pensándomelo.

– Chaz, ahí fuera hay todo un mundo. No puedes esconderte aquí para siempre.

– ¡No me estoy escondiendo! Y ahora, si no te importa, mañana por la noche hay invitados y tengo un montón de cosas que hacer.

Él sacudió la cabeza.

– A veces creo que no te hice ningún favor contratándote.

Bram estaba equivocado. Le había hecho el favor más grande de su vida y ella nunca lo olvidaría.


Aquella tarde, mientras se vestía para las fotos de los paparazzi, Georgie se preguntó por qué tener sexo con un chico malo era más excitante que tenerlo con un tío decente. Aunque aquel tío decente la hubiera abandonado por otra mujer. Entonces, ¿por qué había querido dormir sola la noche anterior? Porque el sexo de la tarde había sido demasiado bueno y divertido. Deliciosamente libertino. Tan alocado y libre de complicaciones que no estaba preparada para estropearlo con la vida real. También porque quería que Bram comprendiera que no se había convertido en alguien disponible sólo porque hubiera tenido con él la aventura sexual más excitante de su vida. Pero para dormir sola había tenido que hacer uso de toda su fuerza de voluntad, y no le gustó la mirada de sabelotodo que Bram le lanzó cuando ella le dijo que se iba a dormir al otro dormitorio.

Salieron de la casa en una operación de café con fotos. Georgie decidió que la mejor manera de recuperar el sentido de la normalidad era entablar una pelea.

– Deja de tararear -dijo mirando a Bram con el ceño fruncido desde el asiento del copiloto-. Si crees que sigues la melodía, estás equivocado.

– ¿Qué te está carcomiendo? Yo no, por desgracia.

– Eres asqueroso.

– ¡Eh! ¿Qué le ha ocurrido a tu sentido del humor?

– Tú.

– Supongo que eso lo explica todo. -Bram empezó a tararear unos compases de la canción It's the Hard-knock Life, de Annie, sólo para provocarla-. Ayer por la tarde estabas mucho más simpática. Mucho más.

– Aquello fue lujuria, tío. Te estaba utilizando.

– Pues lo hiciste francamente bien.

A Georgie no le gustó que él se negara a entablar la pelea que ella necesitaba.

– No deberías haber dicho que te acordabas de lo que sucedió en Las Vegas porque no es verdad.

– Es una simple cuestión de eliminación. Estoy seguro de que uno de los dos perdió el sentido antes de que lo hiciéramos porque, si lo hubiéramos hecho, me acordaría.

Por una vez, ella se sintió inclinada a creerle.

Cuando salieron del Coffee Bean & Tea Leaf, los paparazzi los rodearon. Georgie pensó en los millones de fotografías que había visto de famosos con tazas de café o botellas de agua en la mano. ¿Desde cuándo la deshidratación se había convertido en riesgo laboral de la fama?

– ¡Aquí! ¡Mirad hacia aquí!

– ¿Qué planes tenéis para el fin de semana?

– ¿Vuestra relación sigue siendo sólida?

– Como una roca. -Bram apretó con más fuerza la cintura de Georgie y susurró-: Si fueras tan dura como pretendes, ayer por la noche no te habrías ido corriendo a tu camita.

Ella lo miró a los ojos con una amplia sonrisa.

– Ya te lo dije. Tengo la regla.

Él le devolvió la sonrisa.

– Y yo te contesté que no me importa en absoluto.

A Lance sí que le importaba. Se mostró amable, pero tener sexo con una mujer que estaba menstruando no era lo suyo. Claro que, en aquel momento, ella no tenía la regla.

– Es obvio que no he sido lo bastante clara -susurró Georgie representando el papel de predadora sexual mientras las cámaras no dejaban de disparar a su alrededor-. Ayer pasaste la audición en Provocativa. De ahora en adelante, tu única función es estar a mi servicio. Cuando y donde yo quiera. Y en estos momentos no quiero.

Mentirosa. Sí que quería, y también quería sexo con él. Precisamente, la experiencia del día anterior había sido increíble porque la había tenido con el guapísimo, inútil y depravado Bram Shepard. Para él, el sexo no significaba más que una sacudida de manos, y saberlo le proporcionaba a Georgie una nueva y excitante sensación de libertad. Su marido falso, y posiblemente alcohólico, nunca tendría el poder que Lance había tenido sobre ella. Con Bram, ella nunca se preocuparía por si una négligé era lo bastante sexy para atraerlo, ni pensaría que tenía que leer el último manual de sexo para mantenerlo interesado. ¿A quién le importaba? Quizá ni siquiera se depilase las piernas.

Bram le besó la parte superior de la oreja.

– Para que quede claro, Scoot, tú no tienes la regla. Y ayer por la noche saliste corriendo como una gallina porque tienes miedo de no poder manejarme.

– Mentira.

Bram lanzó un último saludo a los fotógrafos y condujo a Georgie hacia la calle hablándole de forma que sólo ella lo oyera.