Georgie tenía una idea bastante aproximada de lo que él debió de pensar.
Bram se encogió de hombros y apartó la mirada.
– Ellos me dijeron que Rory se lo había inventado todo. Yo quería creerles, así que lo hice, y cuando por fin lo entendí todo, ella ya hacía tiempo que se había ido. Cuando volví a verla, mi carrera estaba en el foso y, por decirlo de alguna manera, ella dudó de la sinceridad de mis disculpas.
– Y ahora tiene la oportunidad de vengarse de ti.
– Ya veremos cómo acaba esta historia. Ella quiere el guión y lo puede conseguir más barato trabajando conmigo que intentando comprarlo cuando mi opción haya expirado.
El mismo tío que, en cierta ocasión, mandó al cuerno tres días de rodaje para ir a practicar la pesca submarina, ahora era todo responsabilidad.
– Esta noche tenemos que dar lo mejor de nosotros. A Rory le caes bien y estoy dispuesto a sacar el máximo provecho de esa circunstancia. Muchas caricias. Demostraciones de afecto. Nada de bromitas.
– Creerán que estamos enfermos.
– Cuento contigo para estar a solas con ella un rato. -Bram cogió el centro de alcachofas y limones-. Intenta encontrar a un florista. Yo contrataré a un barman y a alguien para que sirva la mesa. Y tenemos que conseguir a un jefe de cocina de verdad.
Georgie levantó la mano.
– No sigas por ahí. Nada de floristas y nada de camareros. Y Chaz está cocinando kebabs para que cada uno se los prepare. Pollo, ternera y vieiras.
– ¿Estás loca? ¡A Rory no le podemos dar kebabs!
– Tendrás que confiar en mí. Recuerda que tengo un interés completamente egoísta en convencer a Rory para que respalde tu proyecto. Si me lo estropeas…
– Ya te lo dije, Georgie, Helene tiene que ser interpretada por…
– Venga ya. Tengo cosas que hacer.
Sobre todo, tenía que ayudarle a convencer a Rory de que él era la persona adecuada para realizar la película. Si Rory veía lo bien que Bram sabía comportarse, quizás olvidara sus idioteces del pasado.
A diferencia de ella, que no podía olvidar nada.
Cuando Bram se fue, Georgie se dedicó a poner velas por el porche, pero al final no pudo resistir la tentación de coger su cámara de vídeo. Aquel día en especial debería dejar en paz a Chaz, pero lo que había empezado como un capricho se había convertido en una obsesión. Además de la fascinación que sentía por Chaz, cada vez le gustaba más el proceso de filmar la vida de otras personas. Nunca había imaginado lo apasionante que era estar detrás de una cámara en lugar de delante.
Encontró a Chaz en la cocina, preparando un condimento de jengibre y ajo. Cuando vio a Georgie, la chica aplastó los dientes de ajo con un cuchillo de cocina.
– Saca esa cámara de aquí.
– Como no me dejas ayudarte, me aburro. -Hizo una toma general del bien organizado caos de la cocina.
– Ve a grabar a las mujeres de la limpieza. Por lo visto te diviertes mucho con ellas.
¿Acaso había percibido un deje de celos?, se preguntó Georgie.
– Me gusta hablar con ellas. Soledad, la alta y guapa, envía la mayor parte del dinero que gana a su madre, en México, así que tiene que vivir con su hermana. Viven seis personas en un piso de un dormitorio. ¿Te lo imaginas?
Chaz balanceó la hoja del cuchillo encima del diente de ajo.
– ¡Vaya una cosa! Al menos ella no duerme en la calle.
A Georgie se le pusieron los pelos de punta.
– ¿Como hiciste tú?
Chaz bajó la cabeza.
– Yo nunca he dicho eso.
– Me contaste lo del accidente y que, como te rompiste la mano, te despidieron. -Accionó el zoom-. Y también sé que te robaron los ahorros. La conclusión es bastante obvia.
– Hay muchos niños viviendo en las calles. No fue para tanto.
– Aun así… debió de ser especialmente duro para ti. Toda aquella suciedad y sin poder limpiarla…
– Pude soportarlo. Y ahora lárgate. Lo digo en serio, Georgie, tengo que concentrarme.
Debería haberse ido, pero las turbulentas emociones que hervían detrás de la dura fachada de Chaz le habían atraído desde el principio y, de alguna forma, la cámara le exigía que las grabara. Cambió el rumbo de su interrogatorio.
– ¿Preparar comida para más de una persona te pone nerviosa?
– Yo preparo comida para más de una persona prácticamente todas las noches. -Echó el ajo troceado y algo de jengibre pelado en un cuenco-. A ti te preparo la comida, ¿no?
– Pero no pones el corazón en ello. Te lo juro, Chaz, hasta tus postres tienen un sabor amargo.
Chaz levantó la cabeza de golpe.
– Eso que acabas de decir es muy desagradable.
– Es sólo una observación personal. A Bram le encanta tu forma de cocinar y a Meg también. Claro que a ti Meg parece caerte bien.
Chaz apretó los labios y movió la hoja del cuchillo a más velocidad.
Georgie se desplazó hasta el final de la encimera.
– Deberías ir con cuidado. Los grandes cocineros saben que las comidas fabulosas consisten en algo más que mezclar ingredientes. Quien eres tú como persona y lo que sientes por los demás se refleja en tus creaciones.
La velocidad con que Chaz troceaba la comida disminuyó.
– No lo creo.
Georgie se dijo que debía dejarlo correr, pero no podía, no con la cámara en las manos, no cuando sentía que estaba haciendo lo correcto. Una oleada de compasión y extraña comprensión la invadió. Tanto ella como Chaz habían encontrado su propia forma de salir adelante en un mundo sobre el que parecían tener poco control.
– Entonces, ¿por qué tus postres saben tan amargos? -preguntó con voz suave-. ¿Es a mí a quien odias… o es a ti misma?
Chaz dejó el cuchillo y miró fijamente a la cámara con sus ojos perfilados en negro muy abiertos.
– Déjala en paz, Georgie -intervino Bram con determinación desde la puerta-. Llévate tu cámara y no fastidies más.
Chaz se volvió hacia él.
– ¡Se lo has contado!
Bram entró en la cocina.
– Yo no le he contado nada.
– ¡Ella lo sabe! ¡Tú se lo has contado!
El enfado y el odio que Chaz experimentaba hacia sí misma eran algo visceral y Georgie quería entenderlo. Quería grabarlo como un testimonio para todas las chicas que se consumían en su propio dolor. Pero no tenía derecho a invadir la intimidad de Chaz de aquella manera, así que se obligó a sí misma a bajar la cámara.
– Ella no sabe nada que no le hayas contado tú con tu bocaza -replicó Bram.
Una vez más, Georgie se dijo que lo mejor que podía hacer era irse, pero sus pies no se movieron. Entonces dijo:
– Sé que no eres la única chica que ha venido a Los Ángeles y ha hecho lo que se ha visto obligada a hacer para sobrevivir.
Chaz apretó los puños.
– ¡Yo no era una puta! Eso es lo que piensas, ¿no? ¡Que era una puta y una drogadicta!
Bram le lanzó a Georgie una mirada asesina y se puso al lado de Chaz.
– ¡Déjalo, Chaz! No tienes que justificarte ante nadie.
Pero algo parecía haberse desgarrado en el interior de la chica. Estaba totalmente centrada en Georgie. Tensó los labios y su voz se convirtió en un gruñido.
– ¡Yo no me drogaba! ¡Nunca lo hice! Sólo quería un lugar donde vivir y un poco de comida decente.
Georgie apagó la cámara.
– ¡No! -gritó Chaz-. Vuelve a encenderla. Deseabas oír esto con todas tus fuerzas… Enciéndela.
– Está bien, yo no…
– ¡Enciéndela! -le espetó Chaz con furia-. Esto es importante. ¡Haz que sea importante!
Las manos de Georgie habían empezado a temblar, pero entendía lo que Chaz quería decir e hizo lo que le pedía.
– Estaba sucia y vivía de lo que tenía en la mochila. -Georgie vio, a través de la lente, que las lágrimas se desbordaban por las pestañas de Chaz-. Me pasé un día sin comer. Y después otro. Oí hablar de los comedores de beneficencia, pero no pude reunir las fuerzas para ir allí. No comer me estaba volviendo loca y me pareció mejor vender mi cuerpo que pedir caridad.
Bram intentó acariciarle la espalda, pero ella lo apartó de un empujón.
– Me dije que sólo lo haría una vez y que cobraría sólo lo justo para sobrevivir hasta que me quitaran el yeso. -Sus palabras golpearon duramente la cámara-. Era un tío mayor. Iba a pagarme doscientos pavos, pero cuando terminó, me empujó fuera de su coche y se largó sin darme nada. Yo vomité en la alcantarilla. -Apretó los dientes con amargura-. Después de aquello aprendí a cobrar por adelantado. En general, cobraba veinte dólares, pero no tomaba, nunca tomé drogas y les obligaba a ponerse condón. Yo no era como las otras chicas, unas drogadictas a las que no les importaba nada. A mí sí me importaba. ¡Y yo no era una prostituta!
Georgie volvió a intentar apagar la cámara, pero Chaz no se lo permitió.
– Esto es lo que querías oír. No te atrevas a parar ahora.
– De acuerdo -contestó Georgie con suavidad.
– Yo odiaba dormir en las calles. -Unas lágrimas manchadas de negro resbalaron por sus mejillas-. Y por encima de todo, odiaba tener que limpiarme como podía en los lavabos públicos. Lo odiaba tanto que quería morirme, pero suicidarse es más difícil de lo que uno cree. -Cogió una servilleta de papel de una caja que había en la encimera-. Poco antes de Navidad conocí a un tío al que le compré unas pastillas. No para colocarme. Las pastillas eran para… acabar con todo. -Se sonó la nariz-. Pensaba guardármelas para Nochebuena, como un regalo para mí misma. Entonces me las tomaría, me acurrucaría en el portal de cualquier casa y me dormiría para siempre.
– ¡Oh, Chaz…!
A Georgie se le había encogido el corazón. Bram cogió a la chica por la espalda y le acarició los hombros.
– Lo único que tenía que hacer era esperar a que llegara la Nochebuena, pero tenía mucha hambre. -Arrugó la servilleta en la mano-. Una noche, vi a un tío salir de un club. Iba solo y se lo veía realmente limpio. Cuando me acerqué a él, me preguntó cuántos años tenía. Muchos me lo preguntaban y yo les respondía lo que ellos querían oír, así que, a veces, contestaba que tenía catorce años, o incluso doce. Pero él no parecía ser un puerco de ésos, así que le dije la verdad. Él me dio algo de dinero y se alejó. Era un billete de cien dólares y yo debería haberle dado las gracias y ya está, pero estaba como loca, le grité que no necesitaba su caridad. Cuando se volvió para mirarme, le tiré el billete.
Chaz se separó de Bram y echó la servilleta al cubo de la basura.
– Él volvió, recogió el dinero del suelo y me preguntó cuánto tiempo hacía que no comía. Le dije que no me acordaba y él me llevó a un bar y pidió unas hamburguesas y más cosas. No me dejó ir a lavarme las manos porque me dijo que intentaría largarme, pero yo no lo habría hecho. Tenía demasiada hambre. Envolví la hamburguesa en una servilleta y me la comí de forma que mis manos no la tocaran.
Se dirigió al fregadero, abrió el grifo y se lavó las manos de espaldas a Georgie y Bram.
– Él esperó a que yo terminara y entonces me dijo que me llevaría a un lugar de acogida de los servicios sociales, y yo le contesté que no necesitaba a los servicios sociales, sino un trabajo en un restaurante. Pero, aunque ya me habían quitado el yeso, no encontraba ningún empleo porque no tenía una dirección y no conseguía estar limpia.
Georgie bajó la cámara y se pasó la lengua por los labios.
– Así que él te dio un empleo. Invitó a una chica de la calle a la que no conocía de nada a su casa y le dio un trabajo.
Chaz se volvió para mirarla. Orgullosa, desafiante, con aire desdeñoso.
– Y se cree superlisto respecto a todo. Yo podría haberle clavado un cuchillo. Él no se da cuenta de lo malas que pueden ser las personas. ¿Entiendes por qué tengo que vigilarlo de cerca?
– Sí, lo comprendo -contestó Georgie-. Antes no lo comprendía, pero ahora sí.
– Estoy seguro de que habría vencido a una enclenque como tú -declaró Bram.
Chaz cogió un papel de cocina y se acercó a Georgie como si él no hubiera dicho nada.
– Ahora que lo tienes todo en tu cámara, quizá me dejes tranquila.
– Quizá, pero probablemente no.
Chaz se volvió de golpe hacia Bram.
– ¿Ves lo rara que es? ¿Ahora lo ves?
Bram introdujo la mano en el bolsillo.
– ¿Y yo qué quieres que haga?
– Pues… no sé. Dile que es jodidamente rara.
– Eres rara -le dijo Bram a Georgie-. Chaz tiene razón.
– Lo sé, y os agradezco que me aguantéis.
Georgie comenzó a sentir que había hecho algo bueno.
Capítulo 16
Georgie se encerró en el lavabo de Bram y se metió en la bañera. Tanto ella como Chaz habían sido traicionadas por hombres. Chaz de un modo más horrible, en las calles, y Georgie en un yate en medio del lago Michigan, y después por el marido que prometió amarla para siempre. Ahora las dos intentaban encontrar la forma de salir adelante. Se preguntó si Chaz le habría contado su desgarradora historia si no hubiera tenido la cámara. «Esto es importante -había dicho Chaz cuando Georgie había intentado dejar de grabar-. Haz que sea importante.»
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