– Me alegro de que… bueno, de que os haya gustado. -Y le lanzó a Georgie una mirada furibunda.

– El postre estaba estupendo, Chaz -dijo Georgie-. Has conseguido un equilibrio perfecto entre el sabor ácido y el dulce.

Chaz la observó con recelo.

A las seis, Trev recibió una llamada y se fue, pero, a pesar de que se había levantado viento y el aire olía a lluvia, el resto de invitados no parecía tener prisa en terminar la velada. Bram puso música de jazz y se enfrascó con Rory en una relajada conversación acerca del cine italiano. Georgie lo felicitó mentalmente por ser tan comedido. Cuando Rory se disculpó para ir al lavabo, Georgie se acercó a Bram.

– Lo estás haciendo muy bien. Cuando vuelva, dale espacio para que no piense que estás desesperado.

– Pues estoy desesperado. Al menos…

Ella se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja y Bram miró fijamente su mano.

– ¿Dónde está tu anillo de boda?

Georgie contempló su dedo.

– Se me cayó por accidente en el lavamanos mientras me estaba arreglando. ¿Acabas de darte cuenta de que no lo llevo?

– Pero…

– Es más barato comprar otro que pagar a un fontanero.

– ¿Desde cuándo te preocupa que algo resulte barato? -Bram se volvió hacia los invitados y habló con calma, aunque con cierta tensión de fondo-: Disculpadme unos minutos. Uno de mis fans está en el lecho de muerte, pobre tío. Le prometí a su mujer que le telefonearía esta tarde.

Y así, sin más, se marchó.

Georgie esbozó una sonrisa triste y actuó como si telefonear a alguien que estaba en el lecho de muerte fuera lo más normal del mundo.

Empezó a lloviznar, y el porche, iluminado por las velas, resultó todavía más acogedor. Todos los invitados estaban conversando, así que Georgie pudo desaparecer sin que nadie se diera cuenta.

Encontró a Bram arrodillado, con la cabeza metida debajo del lavamanos y con un cubo de plástico y una llave inglesa a su lado.

– ¿Qué estás haciendo?

– Recuperar tu anillo.

– ¿Por qué?

– Porque es tu anillo de boda -contestó él con sequedad-. Todas las mujeres tienen un vínculo sentimental con su anillo de bodas.

– Yo no. El mío lo compraste en eBay por cien pavos.

Bram sacó la cabeza de debajo del lavamanos.

– ¿Quién te ha dicho eso?

– Tú.

Él refunfuñó, cogió la llave inglesa y volvió a meter la cabeza debajo del lavamanos.

A Georgie se le estaban poniendo los pelos de punta.

– Porque lo compraste en eBay, ¿no?

– No exactamente -respondió la voz amortiguada de Bram.

– Entonces, ¿dónde lo compraste?

– En… esa tienda.

– ¿Qué tienda?

Él asomó la cabeza.

– ¿Cómo quieres que me acuerde?

– ¡Hace sólo un mes que lo compraste!

– Lo que tú digas.

Su cabeza volvió a desaparecer.

– Me dijiste que el anillo era falso. Es falso, ¿no?

– Define «falso».

La llave inglesa produjo un ruido metálico al chocar contra una cañería.

– Falso es «no auténtico».

– Vaya.

– ¿Bram?

Se oyó otro ruido metálico.

– Entonces no es falso.

– ¿Quieres decir que es auténtico?

– Eso es lo que he dicho, ¿no?

– ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?

– Porque nuestra relación se basa en el engaño. -Alargó una mano-. Pásame el cubo.

– ¡No me lo puedo creer!

Bram tanteó el aire en busca del cubo sin sacar la cabeza.

– ¡Habría sido más cuidadosa! -Georgie pensó en todos los lugares en que había dejado el anillo momentáneamente y deseó patearle el culo a su marido-. ¡Ayer, cuando fui a nadar, lo dejé en la plataforma del trampolín!

– ¡Menuda estupidez!

Un chorro de agua cayó en el cubo.

– ¡Lo tengo! -exclamó Bram un segundo más tarde.

Georgie se sentó sobre la tapa del retrete y hundió la cara entre las manos.

– Estoy harta de tener un matrimonio basado en el engaño.

Bram salió de debajo del mueble del lavamanos con el cubo.

– Si lo piensas, tener un matrimonio basado en el engaño es el único tipo de matrimonio que conoces. Eso debería consolarte.

Georgie se incorporó de golpe.

– Quiero un anillo falso. A mí me gustaba tener un anillo falso. ¿Por qué no haces siempre lo que se supone que debes hacer?

– Porque nunca sé lo que se supone que debo hacer. -Colocó el tapón del desagüe y lavó el anillo no falso de Georgie-. Cuando bajemos, me llevaré a Rory aparte. No permitas que nadie nos interrumpa, ¿de acuerdo?

– ¡Georgie! -llamó Meg desde la planta baja-. Georgie, corre, baja. Tienes una visita.

¿Cómo podía tener una visita con un guardia apostado en la puerta de la finca?

Bram le cogió la mano y le puso el anillo.

– Esta vez procura ser más cuidadosa.

Ella contempló el diamante de gran tamaño.

– Lo he pagado yo, ¿no?

– Todo el mundo debería tener una mujer rica.

Georgie pasó con brusquedad junto a él y recorrió el pasillo con rapidez. A mitad de camino de las escaleras, se detuvo de golpe.

Su ex marido la esperaba en la planta inferior.

Capítulo 17

Meg tiró con nerviosismo de uno de sus pendientes de ámbar.

– Le he dicho que no podía entrar.

El aspecto de Lance era tan malo como podía serlo el de alguien tan pulcro como él. Por lo visto, se estaba dejando crecer el pelo y la barba para su próxima película de acción, porque dos centímetros de barba oscura y descuidada sobresalían de su mandíbula y su cabello negro colgaba desparejo alrededor de su mentón cuadrado. Su aspecto no resultaba atractivo, aunque sin duda mejoraría después de que su equipo de peluquería y maquillaje acabara con él. Una camiseta manchada de café se ajustaba a aquellos voluminosos músculos a cuyo mantenimiento Lance dedicaba varias horas diarias. Unas pulseras estrechas de yute trenzado -parecidas a la cinta que Meg llevaba en la frente pero más desgastadas- rodeaban su muñeca, y calzaba unas sandalias de lona y cuerda. Un hábil dentista había moldeado sus impecables dientes blancos, pero Lance nunca había permitido que nadie tocara su ligeramente torcida nariz. Su oficina de prensa decía que se la había roto en una pelea callejera entre adolescentes, pero en realidad fue al tropezar en los escalones de la casa de la hermandad universitaria a la que pertenecía y había tenido miedo de operarse para que se la enderezaran.

– Georgie, te he dejado media docena de mensajes. Como no me contestabas, tenía miedo de que… ¿Por qué no has respondido a mis llamadas?

Ella aferró la barandilla de la escalera.

– Porque no quería.

Como la mayoría de los actores de papeles protagonistas de Hollywood, Lance no era excepcionalmente alto, apenas un metro ochenta, pero su mandíbula de granito, su masculino mentón partido, sus enternecedores ojos oscuros y su pronunciada musculatura compensaban su escasa estatura.

– Necesitaba hablar contigo. Necesitaba oír tu voz para asegurarme de que estabas bien.

Georgie deseaba que Lance se arrastrara a sus pies. Quería oírle decir que había cometido el mayor error de su vida y que haría cualquier cosa para recuperarla, pero eso no parecía que fuera a suceder. Georgie descendió un escalón.

– Tienes un aspecto horrible.

– He venido directamente desde el aeropuerto. Acabamos de llegar de Filipinas.

Ella se obligó a terminar de bajar las escaleras.

– Viajas en un jet privado. El trayecto no puede haber sido muy duro.

– Dos personas de nuestro equipo se han puesto enfermas. Ha sido…

Lance miró por encima del hombro hacia Meg, quien montaba guardia detrás de él; se había quitado los botines naranja y, con sus desnudos tobillos emergiendo de las mallas azules de diseño de leopardo, parecía que la hubieran sumergido, cabeza abajo, en una cuba de pintura de distintos colores.

– ¿Podemos hablar en privado? -preguntó Lance.

– No, pero a Meg siempre le has caído bien. Puedes hablar con ella.

– Ya no me cae bien -contestó Meg-. Creo que es un mamón.

Lance odiaba que no lo adoraran y el desánimo se reflejó en sus ojos. Estupendo.

– Envíame un e-mail -sugirió Georgie-. Tengo invitados y he de regresar a la fiesta.

– Cinco minutos. No te pido más.

Una idea alarmante acudió a la mente de Georgie.

– Hay fotógrafos por todas partes. Si te han visto entrar…

– No soy tan estúpido. Mi coach personal me ha dejado su coche y tiene las ventanillas tintadas, así que nadie me ha visto. He llamado al interfono y alguien me ha dejado entrar.

A Georgie no le costó deducir quién le había permitido la entrada a la finca. En la cocina había un intercomunicador y seguro que Chaz sabía cuánto odiaría ella que Lance se presentara en aquellos momentos. Georgie introdujo el pulgar en el bolsillo de sus pantalones.

– ¿Jade sabe que estás aquí?

– Claro. Nos lo contamos todo y ella entiende por qué tengo que hacer esto. Ella sabe lo que siento por ti.

– ¿Y qué es, exactamente, lo que sientes por Georgie?

Bram descendió con gran calma las escaleras. Con su cabello rubio y despeinado, su mirada lavanda de hombre harto de la vida y su ropa blanca de Gatsby, parecía el supermimado y hastiado, pero potencialmente peligroso, heredero de una perdida fortuna licorera de Nueva Inglaterra.

Lance se acercó a su ex esposa en actitud protectora.

– Esto es entre Georgie y yo.

– Lo siento, tío. -Bram acabó de bajar las escaleras-. Perdiste tu oportunidad de mantener una conversación privada con ella cuando la cambiaste por Jade. ¡Pobre imbécil!

Lance dio un amenazante paso al frente.

– No sigas por ahí, Shepard. No digas una palabra más acerca de Jade.

– Relájate. -Bram apoyó el codo en el primer poste de la barandilla-. Lo único que siento por tu esposa es admiración, pero eso no significa que alguna vez deseara casarme con ella. El mantenimiento es demasiado caro.

– Nada de lo que tengas que preocuparte -dijo Lance con voz tensa.

Aunque Bram era bastante más alto que su ex marido, la estupenda forma física de Lance debería hacer que su presencia resultara más imponente, pero, de algún modo, la perfecta elegancia de Bram le proporcionaba ventaja en aquella pelea de machos. Georgie no pudo evitar preguntarse cómo una mujer como ella había acabado casada con dos hombres tan impresionantes. Se acercó a Bram.

– Di lo que tengas que decir, Lance, y después déjame en paz.

– ¿Puedes venir fuera un momento?

– Georgie y yo no tenemos secretos el uno para el otro. -Bram dejó que su voz fuese un murmullo tipo Clint Eastwood años setenta-. A mí no me gustan los secretos. No me gustan en absoluto.

Georgie consideró la posibilidad de sobreponerse a aquellos instintos machistas, pero sólo durante un instante.

– Bram es muy posesivo. La mayor parte de las veces, de una forma positiva.

Él curvó la mano en la nuca de Georgie.

– Y procuraremos que siga así.

La oleada de diversión que Georgie experimentó le indicó que llevaba demasiado tiempo viviendo con el demonio. Aun así, aquélla era su batalla, no la de Bram, y aunque apreciaba mucho su apoyo, tenía que librarla ella sola.

– No parece que Lance vaya a marcharse así como así, de modo que será mejor que solucione esto de una vez por todas.

– No tienes por qué hablar con él. -Bram le soltó la nuca-. Nada me gustaría más que una buena excusa para enviar a la calle a este bastardo de una patada en el culo.

– Sé que lo harías, cariño, pero siento estropearte la diversión. ¿Te importa dejarnos solos unos minutos? Te prometo que te lo contaré todo. Sé lo mucho que te gusta reírte.

Meg le lanzó una mirada furibunda a Lance y cogió a Bram del brazo.

– Vamos, colega. Te prepararé otra copa.

¡Justo lo que Bram no necesitaba! Pero la intención de Meg era buena.

Él fijó la mirada en Georgie y ella se dio cuenta de que intentaba decidir la duración e intensidad del beso que iba a darle. Sin embargo, con gran sabiduría, restó énfasis a la escena y sólo le rozó la mano.

– Estaré cerca por si me necesitas.

Georgie quería quedarse en el vestíbulo, pero Lance tenía otra idea y entró en el salón obligándola a seguirlo. Su pasión por las superficies lisas y las líneas duras y modernas harían que desdeñara aquella encantadora habitación, con sus naranjos chinos, las telas tibetanas y los cojines indios con espejitos. Además, aunque la casa de Bram era espaciosa, podría haber cabido en una esquina de la enorme finca en la que ella y Lance habían vivido.

Georgie recordó algo en lo que debería haber pensado antes.

– Siento lo del bebé. Lo digo de corazón.

Lance se detuvo delante de la chimenea y pareció que la enredadera que crecía a lo largo de la repisa surgía de su cabeza.