– Antes has realizado una emocionante defensa de Bram -comentó-, pero dudo que nadie te haya creído. ¿Qué haces con él, Georgie? Explícamelo para que pueda entenderlo. Explícame cómo pudiste enamorarte de repente de un hombre al que detestabas. Un hombre que ha…

– Bram es mi marido, no quiero oírte hablar así de él.

Pero estaban hablando sin tapujos y Paul se acercó a su hija.

– Esperaba que, a estas alturas, por fin te hubieras dado cuenta del tipo de hombre que te conviene.

– ¿Qué quieres decir con «por fin»? Ya me había dado cuenta antes, ¿recuerdas? Pero aquel matrimonio no fue exactamente un éxito.

– Lance nunca fue el hombre adecuado para ti.

Era culpa de los helicópteros. Hacían tanto ruido que habían distorsionado las palabras de Paul.

– ¿Perdona?

Él apartó la mirada.

– Apoyé tu decisión de casarte con Lance aunque sabía que nunca te haría feliz, pero no pienso volver a hacerlo. En público diré lo correcto, pero en privado te diré la verdad. No pienso volver a fingir contigo.

– ¡Alto ahí! ¿Qué me estás diciendo? Fuiste tú quien me presentó a Lance. Te encantaba.

– No como marido, pero tú no querías oír ni una crítica acerca de él.

– Nunca me dijiste que no te gustaba, sólo que no tenía tantos registros como yo, con lo que, una vez más, dabas a entender que yo tenía que centrarme más.

– Eso no es lo que yo quería decir, Georgie, en absoluto. Lance es un actor correcto, ha encontrado su nicho y es lo bastante listo para quedarse en él, pero nunca ha tenido una identidad propia. Él depende de la gente que lo rodea para definir quién es. Hasta que te conoció, apenas había leído nada. Eres tú quien consiguió que se interesara por la música, la danza, el arte… incluso por los sucesos de la actualidad. Su capacidad para absorber la personalidad de otras personas le ayuda a ser un buen actor, pero no lo convierte en un buen marido.

Eso era, casi con exactitud, lo mismo que le había dicho Bram.

– Nunca soporté tu forma de comportarte cuando estabas junto a él -continuó Paul-, como si te sintieras agradecida de que él te hubiera elegido, cuando debería haber sido lo contrario. Él se alimentaba de esa actitud tuya. Se alimentaba de ti, de tu sentido del humor, de tu curiosidad, de tu forma desenvuelta de relacionarte con los demás… A él, todo eso no le sale con naturalidad.

– No me lo puedo creer… ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué no me dijiste lo que sentías respecto a él?

– Porque cada vez que lo intentaba, me volvías la espalda. Tú lo adorabas, y nada de lo que yo dijera podía cambiar eso. Además ya había suficiente tensión entre nosotros a causa de tu carrera. ¿Qué habría conseguido criticándolo, sino que sintieras más resentimiento hacia mí?

– Deberías haberme contado la verdad. Yo siempre he creído que te interesabas más por él que por mí.

– A ti te gusta pensar lo peor de mí.

– ¡Tú me culpaste del divorcio!

– Yo nunca te culpé, pero sí que te culpo ahora por casarte con Bramwell Shepard. De todos los hombres estúpidos…

– ¡Para! No sigas por ahí.

Georgie se presionó las sienes con los dedos. Se sentía agotada. ¿Su padre le estaba contando la verdad o intentaba reescribir la historia para mantener la ilusión de su propia omnipotencia?

Varios teléfonos sonaban en el interior de la casa y Georgie oyó que el intercomunicador de la puerta del jardín emitía su zumbido característico. Llegó un tercer helicóptero y voló más bajo que los otros.

– Esto es una locura. -Georgie hizo un gesto desdeñoso con la mano-. Ya hablaremos de esto más tarde.


Laura esperó hasta que Georgie desapareció para salir del fondo del porche. Paul se veía tan vulnerable como podía verse un hombre invencible y de acero. Para ella, Paul era un verdadero misterio. Tan sumamente controlado, no podía imaginárselo riendo por un buen chiste verde, y mucho menos soltándose en un orgasmo colosal. Ni haciendo nada que supusiera un exceso.

Conforme a los patrones de Hollywood, Paul vivía modestamente. Conducía un Lexus en lugar de un Bentley y tenía una casa urbana de tres dormitorios en lugar de una mansión en las afueras. No tenía empleados personales y salía con mujeres de su misma edad. ¿Qué otro hombre de cincuenta y dos años hacía lo mismo en Hollywood?

A lo largo de los años, Laura había dedicado tanta energía a sentirse ofendida por culpa de él que ya sólo lo veía como un símbolo de su propia ineficacia. Sin embargo, acababa de presenciar su talón de Aquiles y algo en su interior se conmovió.

– Georgie es una persona increíble, Paul.

– ¿Crees que no lo sé? -Rápidamente volvió a su ser de hielo-. ¿Es así como has consolidado tu carrera? ¿Escuchando conversaciones ajenas?

– Ha sido sin querer -contestó ella-. He salido para ver si tenía más cobertura aquí fuera y entonces os he oído hablar. No quería interrumpiros.

– ¿Ni volver adentro y dejarnos a solas?

– Me he quedado preocupada al ver lo desorientado que estabas. Durante un rato, tu ofuscación me ha paralizado.

Laura contuvo la respiración. No podía creer que aquellas palabras hubieran salido de su boca. Quería achacar su descontrolada lengua a que había pasado la noche en vela, pero ¿y si se trataba de algo peor? ¿Y si todos los años de autodesprecio habían acabado con sus últimos restos de moderación?

Paul estaba acostumbrado a su habitual servilismo y arqueó las cejas. La carrera de Laura dependía totalmente de representar a Georgie York y tenía que disculparse de inmediato.

– Quiero decir que… Siempre se te ve tan centrado. Siempre estás seguro de tus ideas y nunca cambias de opinión. -Se fijó en los pantalones azul marino y el polo de Paul y su disculpa empezó a desvariar-. No tienes más que mirarte. Llevas la misma ropa que ayer por la noche, pero estás impecable. Ni una arruga. Resulta intimidante.

Si al menos él no se hubiera inclinado hacia atrás y no hubiera mirado con lástima el arrugado blusón y los desmejorados pantalones de color marfil de Laura, ella podría haberse contenido. Sin embargo, continuó con voz excesivamente alta:

– Estabas hablando con tu hija. Tu única hija.

Paul apretó los dedos alrededor de la taza que Georgie había dejado encima de la mesa.

– Ya sé quién es.

– Siempre he creído que mi padre era un desastre. Era un manirroto y no conseguía conservar ningún empleo, pero no pasaba un día sin que abrazara a sus hijos y nos dijera cuánto nos quería.

– Si estás sugiriendo que no quiero a mi hija, te equivocas. Tú no has tenido hijos y no entiendes lo que es ser padre.

Laura tenía cuatro sobrinos maravillosos, así que tenía una idea bastante exacta de lo que implicaba ser padre, pero tenía que reprimirse como fuera. Sin embargo, su lengua parecía haberse desconectado de su cerebro.

– No entiendo cómo puedes ser tan distante con ella. ¿No puedes actuar como un padre?

– Por lo visto, no has prestado la suficiente atención, si no sabrías que estaba haciendo justamente eso.

– ¿Sermoneándola y criticándola? No apruebas lo que quiere hacer con su carrera. No aceptas su gusto respecto a los hombres. Dime, ¿qué te gusta de ella? Aparte de su capacidad de ganar dinero.

Paul enrojeció de rabia. Laura no sabía quién de los dos estaba más sorprendido. Ella estaba arruinando todo lo que había tardado años en construir. Tenía que suplicarle que la perdonara, pero estaba tan enfadada consigo misma que no encontraba las palabras adecuadas.

– Acabas de pasar una línea peligrosa -repuso Paul.

– Lo sé. Yo… no debería haberlo dicho.

– Tienes toda la razón. No deberías haberlo dicho.

Sin embargo, en lugar de huir de allí antes de causar más estragos, los pies de Laura siguieron clavados en el suelo con tozudez.

– Nunca he entendido por qué eres tan crítico con ella. Es una mujer maravillosa. Puede que no tenga el mejor de los gustos en cuanto a hombres, aunque debo decir que Bram ha constituido una agradable sorpresa, pero Georgie es una mujer cálida y generosa. ¿Cuántos actores conoces que intenten hacer la vida más fácil a las personas que los rodean? Georgie es lista como un lince y todo le interesa. Si fuera hija mía, querría disfrutar de su compañía en lugar de actuar siempre como si creyera que necesita una reforma total.

– No sé a qué te refieres.

Sin embargo, Laura se dio cuenta de que él lo sabía perfectamente.

– ¿Por qué no te diviertes con ella de vez en cuando? Pasa el rato con ella. Haced algo ajeno al trabajo. Jugad a cartas, chapotead en la piscina…

– ¿Y qué tal un viajecito a Disneylandia? -ironizó Paul.

– Sí, ¿por qué no?

– Georgie tiene treinta y un años, no cinco.

– ¿Hiciste esas cosas con ella cuando tenía cinco años?

– Su madre acababa de morir, así que yo estaba un poco agobiado -soltó Paul.

– Debió de ser horrible.

– Fui el mejor padre que pude.

Ella percibió auténtico dolor en sus ojos, pero eso no despertó su compasión.

– Eso es lo que me preocupa, Paul. Si yo no entiendo lo mucho que la quieres, ¿cómo va a entenderlo ella?

– Ya es suficiente. Más que suficiente. Si éste es todo el respeto que sientes hacia nuestra relación profesional, quizá tengamos que replantearnos dónde estamos.

A Laura se le encogió el estómago. Todavía podía salvar la situación. Podía alegar enfermedad, locura, SARS… Pero no lo hizo, sino que enderezó los hombros y se marchó.

El corazón le latía con fuerza mientras se dirigía a la casa de invitados. Pensó en su gravosa hipoteca, en lo que sucedería con su reputación si perdía su mejor cliente, en cómo acababa de cometer una inmensa metedura de pata. Entonces, ¿por qué no volvía al porche y se disculpaba?

Porque una buena agente, una agente de primera categoría, servía bien a su cliente y, por primera vez, Laura se sintió como si hubiera hecho exactamente eso.

Capítulo 19

Durante todo el día, Bram contempló la partida de ajedrez humano que se desarrollaba ante él mientras los helicópteros los sobrevolaban en círculo. Vio cómo Georgie hacía todo lo posible por mantenerse alejada de Lance, Jade y su padre, mientras que Paul apenas hablaba con nadie. Vio que Chaz intentaba satisfacer todos los caprichos de Lance y Jade, pero que seguía mostrándose antipática con Georgie y Aaron. Meg ayudaba en la cocina, miraba con desdén a Lance cada vez que se cruzaba con él y actuaba como si Jade fuera invisible. Laura adoptó el papel de una Suiza nerviosa, intentando moverse con neutralidad entre las naciones en conflicto. Y todo el mundo le hacía la pelota a Rory. Él incluido.

Bram decidió que, con la posible excepción de Chaz, él era el único que estaba contento con la cuarentena. Había planeado acorralar a Rory la noche anterior, pero la aparición de Lance había estropeado sus planes. Sin embargo, ahora tenía el resto del fin de semana para abordarla a solas y ella no podría seguir esquivándolo eternamente.

Entre los helicópteros y el incidente de la serpiente, nadie quería ir a la piscina. Varios invitados estaban en la cocina y Bram vio que Georgie se disponía a fastidiar con su cámara de vídeo otra vez. Chaz empezó a enfadarse y Bram intervino.

– Cariño, ¿por qué no practicas tu técnica de entrevistar a la gente con Laura? Ya sabes, una agente del sexo femenino en el charco de tiburones de Hollywood.

– Yo no quiero entrevistar a Laura, quiero entrevistar a Chaz otra vez.

– Sólo porque las mujeres de la limpieza no están -soltó la chica con desdén-. ¡Le encanta hablar con ellas!

A Bram le resultaba extraño sentirse como si fuera la única persona adulta de la habitación.

– Entonces ¿qué te parecería entrevistar a Aaron? -preguntó, pensando que era una sugerencia razonable.

– No me interesa hablar con los hombres -soltó Georgie-. Está bien, te entrevistaré a ti.

– Haz que se quite la ropa -sugirió Meg-. Eso animará un poco el ambiente.

– Gran idea -contestó Bram-. Lo haremos en el dormitorio.

Georgie decidió reavivar su papel de amante esposa.

– No me tientes de esa forma en público.

Una serie de imágenes semipornográficas cruzaron la mente de Bram. ¿Quién se habría imaginado que Georgie fuera semejante bomba? Desde el primer momento, su autoritarismo sexual lo había excitado muchísimo. A diferencia de otras mujeres, a ella no le preocupaba si él se excitaba o no y, por alguna razón, eso todavía lo excitaba más. El aspecto sexual de aquel matrimonio de pega se había convertido en algo mucho más divertido de lo que él había imaginado. Tanto que había empezado a sentirse un poco inquieto. Sólo tenía espacio para una persona en su vida, y esa persona era él mismo. Lo de Chaz había sido un accidente.