¡Dios mío, no podía echarse a llorar! Tenía que ser tan severa con él como él lo era con ella. Hurgó más hondo en su creciente reserva de determinación.
– Ahora necesito que te apartes, papá. Yo tomo el mando.
– ¿Que me aparte?
Ella asintió con decisión.
– Ya veo. -Las atractivas facciones de Paul no mostraron ni un ápice de emoción-. Sí, bueno… Ya veo.
Georgie se preparó para recibir su frialdad, su condescendencia, sus comentarios mordaces. Su carrera los había mantenido unidos, pero aparte de esa carrera no tenían nada en común. Si ella no se retractaba, su relación con su padre se desvanecería. ¡Qué ironía! Media hora antes, ella había disfrutado de la compañía de su padre por primera vez en mucho tiempo, y ahora estaba a punto de perderlo para siempre. Aun así, no cedería. Se había emancipado de Lance. Había llegado la hora de emanciparse de su padre.
– Por favor, papá… Intenta comprenderme.
Él ni siquiera parpadeó.
– Yo también lo siento, Georgie. Siento que hayamos llegado a esta situación.
Y eso fue todo. Se fue sin más. Recogió sus cosas en la casa de invitados y salió de su vida.
Georgie resistió la sobrecogedora necesidad de ir tras él y subió con pesadez las escaleras. A Bram debía de haberle dado pereza ir hasta su despacho, porque estaba sentado en el sofá del despacho de ella, con el tobillo de una pierna apoyado en la rodilla de la otra y uno de los blocs de notas de Aaron en el muslo. Georgie se detuvo en el umbral.
– Creo que… he despedido a mi padre.
Bram levantó la vista.
– ¿No estás segura?
– Yo… -Se apoyó en el marco de la puerta-. Oh, Dios, ¿qué he hecho?
– ¿Madurar?
– No volverá a hablarme nunca más. Y es la única familia que tengo.
«Pobre, pobrecita Georgie York.»
Ella se enderezó. Ya estaba harta.
– Y también voy a despedir a Laura. Ahora mismo.
– ¡Uau! ¡La matanza de Georgie York!
– ¿Crees que hago mal?
Él descruzó las piernas y dejó a un lado el bloc.
– Creo que no necesitas que nadie te diga cómo tienes que dirigir tu carrera, pues eres perfectamente capaz de hacerlo tú sola.
Ella le agradeció el comentario, pero también deseó que discutiera o apoyara su decisión.
Bram la observó dirigirse al teléfono. Georgie sentía náuseas. Ella no había despedido a nadie en su vida. Su padre siempre se había encargado de hacerlo por ella.
Laura descolgó el auricular al primer tono.
– Hola, Georgie. Ahora mismo iba a llamarte. No estoy contenta, pero acabo de cancelar la reunión. Creo que deberías telefonear a Rich mañana y…
– Sí, ya le telefonearé. -Se dejó caer en la silla del escritorio de Aaron-. Laura, tengo que decirte una cosa.
– ¿Te encuentras bien? Tu voz suena rara.
– Sí, me encuentro bien, pero… -Miró el pulcro montón de papeles que había encima del escritorio sin verlos-. Laura, sé que llevamos juntas mucho tiempo y te agradezco lo mucho que has trabajado, agradezco todo lo que has hecho por mí, pero… -Se frotó la frente-. Tengo que dejarte.
– ¿Dejarme?
– Yo… he de realizar algunos cambios. -No había oído a Bram colocarse detrás de ella, pero notó su mano acariciándole la espalda-. Sé que tratar con mi padre puede resultar muy difícil y no te culpo de nada, de verdad que no, pero debo… empezar de nuevo. Y yo elegiré a la persona que me represente.
– Comprendo.
– Tengo que asegurarme de que mi opinión es la única que cuenta.
– Resulta irónico. -Laura rio con sequedad-. Sí, lo comprendo. Cuando hayas contratado a un nuevo agente, házmelo saber. Intentaré que la transición sea lo más fácil posible. Buena suerte, Georgie.
Laura colgó. Nada de súplicas. Nada de presiones. Georgie se sintió mal. Apoyó la frente en el escritorio.
– ¡Qué injusto es todo esto! Mi padre fijó las reglas y yo las acepté, pero es Laura la que paga por todo.
Él le quitó el auricular de la mano y lo dejó en su sitio.
– Laura sabía que la relación no funcionaba y era ella la que tenía que hacer algo al respecto.
– Aun así…
Georgie escondió la cara en el antebrazo.
– Para ya. -Bram la cogió por los hombros y le obligó a enderezarse-. No te arrepientas de lo que has hecho.
– Para ti es fácil decirlo. A ti se te da bien ser desagradable.
Georgie se levantó de la silla.
– Laura me cae muy bien -dijo Bram-, y probablemente podría haber sido una agente adecuada para ti, pero no mientras esté sirviendo a dos jefes a la vez.
– Mi padre no volverá a dirigirme la palabra.
– No tendrás tanta suerte. -Él se sentó en el borde del escritorio-. ¿Y qué es lo que ha provocado la catástrofe?
– Mi padre quería que jugáramos a las cartas. Y también me ha salpicado con agua en la piscina.
Georgie le propinó una patada a la papelera y lo único que consiguió fue hacerse daño en el dedo gordo del pie y esparcir el contenido por la alfombra.
– ¡Mierda! -Se arrodilló para arreglar el desaguisado-. Ayúdame a recoger esto antes de que Chaz lo vea.
Bram empujó un papel arrugado hacia ella con la punta del zapato.
– Por curiosidad… ¿tu vida siempre ha sido una hecatombe o da la casualidad de que he entrado en escena en un momento especialmente crucial?
Georgie echó la piel de un plátano en la papelera.
– Podrías ayudarme, ¿no?
– Lo haré. Te ayudaré a ahogar tus penas en una sesión de sexo alucinante.
Teniendo en cuenta el frágil estado de su matrimonio, lo del sexo alucinante probablemente constituía una buena idea.
– Bueno, pero yo domino, estoy harta de ser sumisa.
– Soy todo tuyo.
Una franja de luz dorada procedente de la lámpara cruzó el cuerpo desnudo de Bram iluminando desde el hombro hasta sus caderas. Se dejó caer sobre la almohada, agotado e intentando recuperar el aliento. Era un hermoso ángel caído, borracho de sexo y pecado.
– Al final te enamorarás de mí -dijo-. Lo sé.
Georgie se apartó el pelo de los ojos y contempló el torso masculino empapado en sudor. Las sacudidas de su último orgasmo la habían dejado tierna y vulnerable. Intentó recuperarse.
– Estás delirando.
Bram le cogió los muslos, que todavía lo rodeaban por las caderas.
– Te conozco. Te enamorarás de mí y lo estropearás todo.
Ella hizo una mueca y se separó de Bram.
– ¿Por qué habría de enamorarme de ti?
Él le acarició el trasero.
– Porque tienes un gusto horrible con los hombres, por eso.
Georgie se tumbó a su lado.
– ¡No tan horrible!
– Eso lo dices ahora, pero dentro de poco me dejarás mensajes amenazadores en el buzón de voz y acecharás a mis novias.
– Sólo para advertirles respecto a ti.
Georgie notó la calidez del cuerpo de Bram en su piel y el olor terroso de sus cuerpos se mezcló con el olor fresco de las sábanas limpias. Como de costumbre, el sexo había sido increíble y, más tarde, ella culparía a su cerebro nublado por lo que iba a ocurrir a continuación. O quizás era el día de quemar todas las naves.
– La única cosa que podría… que podría querer de ti es… -Georgie se tapó los ojos con el brazo y lo soltó-: Quizás… un hijo.
Él se echó a reír.
– Lo digo en serio. -Levantó el brazo y se obligó a mirarlo a la cara.
– Lo sé, por eso me río.
– No te costaría nada. -Georgie se sentó y sus músculos, relajados tras haber hecho el amor, se contrajeron-. Nada de visitas aburridas. Nada de pensión alimenticia. Lo único que tendrías que hacer es darme la semilla y desaparecer antes del acontecimiento.
– Ni hablar. Ni en un trillón de años.
– Yo no te lo habría comentado…
– Sí, en eso sí que eres buena.
– … si no estuvieras tan bueno. Tus fallos son sólo de carácter, y como no dejaría que te acercaras a mi hijo, salvo para una ocasional sesión publicitaria, esto no constituiría ningún problema. Si bien es cierto que, al utilizar tu ADN me arriesgo a que mi hijo herede unos cuantos cromosomas dañados a causa de tus años de excesos, estoy dispuesta a asumirlo, pues salvo esa excepción, representas bastante bien el premio gordo de la genética masculina.
– Me siento profundamente halagado, pero… No. Jamás.
Georgie volvió a dejarse caer en la cama.
– Sabía que eras demasiado egoísta para considerar mi propuesta. ¡Es tan típicamente tuyo!
– ¡No es como si me estuvieras pidiendo veinte pavos, la verdad!
– ¡Sí, eso sería mejor, porque entonces sólo tendría que devolvérmelos a mí misma!
Bram se inclinó sobre ella y le mordisqueó el labio inferior.
– ¿Te importaría utilizar esa fantástica boca tuya para algo que no fuera simple palabrería?
– Deja de burlarte de mi boca. ¿Qué pasa con ella? Dímelo.
– Lo que pasa es que no quiero tener un hijo.
– Exacto. -Georgie volvió a incorporarse-. Y no lo tendrás.
– ¿De verdad crees que sería tan fácil?
No. Sería un caos y sumamente complicado, pero la idea de mezclar sus genes le atraía cada día más. El aspecto de Bram y -odiaba admitirlo- su intelecto combinados con el temperamento y la disciplina de ella darían como resultado un niño maravilloso, un niño que ella ansiaba tener.
– Sería más fácil que fácil -contestó-. Es algo que ni siquiera hay que pensarlo.
– Exacto, nada de pensarlo. Por suerte el resto de tu cuerpo compensa tu cabeza hueca.
– Ahorra tus fuerzas. No estoy de humor.
– Vaya, lo siento más de lo que imaginas.
Bram se puso encima y le separó las piernas con los muslos.
– ¿Qué haces?
– Reivindicar mi supremacía masculina. -Cogió las muñecas de Georgie y se las sujetó por encima de la cabeza-. Lo siento, Scoot, pero tengo que hacerlo.
Y empezó a penetrarla.
– ¡Eh, que no estoy tomando la pastilla!
– Buen intento. -Le mordisqueó un pecho-. Pero inútil.
Georgie no insistió. En primer lugar, porque era una mentira. En segundo, porque se había convertido en una maníaca sexual. Y en tercero…
Se olvidó del tercero y rodeó a Bram con las piernas.
Él no podía creérselo. ¡Un hijo! ¿De verdad ella había pensado que él accedería a semejante locura? Bram siempre había sabido que nunca se casaría, mucho menos tendría hijos. Los hombres como él no estaban hechos para nada que implicara sacrificio, cooperación o altruismo. Las escasas cantidades de esas cualidades que pudiera reunir, tenía que emplearlas en su trabajo. Georgie era la combinación más extraña de sentido común y chifladura que había visto nunca y estaba volviéndolo más que un poco loco.
Esperó a que terminara su reunión con Vortex de la tarde siguiente para contarle la noticia a Caitlin.
– Prepárate, cariño, La casa del árbol tiene luz verde con Vortex. Rory Keene ha cerrado el trato.
– No te creo.
– ¡Y pensar que creía que te alegrarías por mí!
– ¡Serás cabrón! Sólo faltaban dos semanas para que tu opción venciera.
– Quince días. Míralo de esta forma, ahora podrás dormir por las noches sabiendo que no permitiré que nadie convierta la novela de tu madre en una basura. Estoy seguro de que eso te tranquilizará mucho.
– ¡Que te jodan! -Caitlin colgó de golpe.
Bram miró escaleras arriba.
– Excelente idea.
Entre el dolor de cabeza, la deprimente reunión con sus superiores de Starlight Management y una multa por exceso de velocidad que le habían puesto camino de Santa Mónica, Laura tenía un día de perros. Pulsó el timbre de la casa de dos pisos y de estilo mediterráneo de Paul York que estaba a sólo cuatro manzanas del puerto, aunque no se lo imaginaba yendo allí nunca. El pronunciado escote de su vestido de seda y sin mangas de Escada le proporcionaba algo de ventilación extra, pero seguía teniendo calor y el pelo ya había empezado a encrespársele. Cada día, por la mañana, su aspecto era pulcro y arreglado, pero no tardaba mucho en empeorar: una partícula de máscara debajo de un ojo, un tirante del sujetador resbalando por su hombro, un arañazo en un zapato, una costura desgarrada y, por muy cara que fuera la peluquería a la que acudiera, su fino pelo hacía que, conforme el día avanzaba, su peinado siempre se desmoronara.
Oyó una canción de Steely Dan en el interior de la casa y supo que había alguien dentro, pero Paul no abría la puerta, del mismo modo que tampoco había respondido a sus llamadas. Laura había intentado ponerse en contacto con él desde que Georgie la había despedido dos semanas antes, el día que se había levantado la cuarentena.
Laura aporreó la puerta y, como eso tampoco funcionaba, volvió a aporrearla. La prensa amarilla había intentado conseguir detalles acerca de la cuarentena, pero al averiguar que Rory formaba parte del grupo y que Vortex iba a financiar La casa del árbol, las ridículas teorías acerca de que se habían producido histéricas peleas y orgías hedonistas habían perdido fuerza.
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