Bram dirigió la mirada al pecho de Georgie. Ella había tenido que esforzarse para no ceder a la tentación de comprar los camisones más sexys que pudiera encontrar. Al final, decidió seguir utilizando sus pijamas habituales, aunque su sencilla camiseta de tirantes blanca y sus pantaloncitos negros estampados con calaveras piratas yacían ahora arrugados en el suelo, al lado de la cama. Subió la sábana hasta su barbilla.

– No te olvides de que tenemos la última reunión con Poppy a las nueve.

Bram soltó un gruñido y se volvió de nuevo hacia el armario.

– No pienso soportar ninguna reunión más sobre arreglos florales y peladillas estampadas con el emblema de la familia. Por cierto, ¿qué narices son las peladillas?

– Son almendras que saben a jabón.

La inquietud que la había estado acosando desde que se dio cuenta de que ahora Bram tenía todo lo que quería, la propulsó fuera de la cama.

– La gran fiesta-espectáculo sobre la boda de Skip y Scooter fue idea tuya y sólo faltan ocho días para que se celebre. Ni sueñes con escaquearte de la reunión.

– Te doy cien pavos y otro masaje de espalda si me dejas saltármela.

– Yo no necesito cien pavos. Y respecto a lo del masaje en la espalda, repasa tu libro de anatomía, tío, porque lo que has estado masajeando no era mi espalda.

– ¿Y eso no te alegra?

Tenía que reconocer que sí.

Al final, Bram asistió a la reunión.


El denso perfume, la grandilocuente forma de hablar y las ruidosas pulseras de colgantes de Poppy Paterson los volvían locos a los dos, pero Poppy era una organizadora de fiestas imaginativa y eficiente. Comprendió que los helicópteros de los paparazzi volvían imposible que la fiesta se celebrara al aire libre y encontró el lugar perfecto, la espléndida mansión Eldridge, construida en 1920 en el mismo estilo inglés que la mansión Scofield. En su lujoso salón cabían, confortablemente, los doscientos invitados, que habían recibido instrucciones de llevar puesto un disfraz inspirado en la serie.

Aaron y Chaz también se unieron a ellos alrededor de la mesa del comedor de Bram para concretar los últimos detalles. Empezaron hablando de la decoración y acabaron con la comida. Todos los platos del menú habían jugado un papel en uno u otro episodio de Skip y Scooter, empezando por el aperitivo, que consistía en mini pizzas de base gruesa, sándwiches diminutos en forma de corazón de mantequilla de cacahuete y canapés de perritos calientes. Sin kétchup.

La comida en sí era más formal y Chaz leyó el menú en voz alta:

– Ensalada Cohete con parmesano, episodio cuarenta y uno, «Scooter conoce al Alcalde»; colas de langosta glaseadas al ron con mango, episodio dos, «Un simpático aficionado a los caballos»; solomillo dorado a la pimienta negra, episodio sesenta y tres, «Skip se queda sin fin de semana».

– ¿Ensalada Cohete? -preguntó Bram con indolencia-. Suena a algo explosivo.

– Es de rúcula -contestó Chaz-. A ti te gusta.

Chaz miró a Poppy, quien iba vestida con un traje de punto de color champán de St. John y unas gafas de sol redondas descansaban encima de su sofisticada melena de pelo negro.

– Me alegro de que renunciaras a dar esa porquería de mousse de foie gras -dijo Chaz.

Desde el principio, Poppy dejó claro que le molestaba tener que tratar con una veinteañera de pelo color violeta que no era una estrella del rock.

– Se mencionaba en el episodio veintiocho, «La maldición de los Scofield».

– Sí, lo que Scooter le dio de comer al perro.

A Georgie se le pusieron los ojos vidriosos mientras la discusión continuaba. Las últimas semanas habían sido raras. Bram se iba al estudio temprano por la mañana y no regresaba hasta última hora de la tarde. Ella lo echaba de menos de una forma que no podía definir con exactitud… como si la vida fuera más monótona sin su esgrima verbal. Ni siquiera sus revolcones nocturnos la compensaban. Hacer el amor con él era divertido y excitante, pero faltaba algo.

Claro que faltaba algo: la confianza, el respeto, el amor, un futuro.

No obstante, Georgie había desarrollado, a regañadientes, un sentimiento de respeto hacia él. No conocía a ningún otro hombre que hubiera acogido a Chaz en su casa, y le encantaba que buscara siempre a las mujeres más comunes y las mirara de una forma seductora, hasta que ellas se sentían como unas supermodelos. Bram también estaba desplegando en su trabajo una importante ética laboral. Pero, en esencia, Bram siempre había mirado por sí mismo y eso no cambiaría nunca.

Al final, Poppy cogió su bolso de piel de serpiente despidiendo a su alrededor efluvios de perfume.

– He preparado una pequeña sorpresa para la fiesta -anunció-. Lo digo para que lo sepáis. Se trata de uno de los toques especiales que constituyen mi sello personal. Os encantará.

Bram la miró.

– ¿Qué tipo de sorpresa?

– Bueno, la espontaneidad lo es todo.

– A mí no me entusiasma mucho la espontaneidad -comentó Georgie.

Las pulseras de Poppy tintinearon.

– Me habéis contratado para organizar una fiesta espectacular y eso es lo que haré. Estaréis en una nube. Os lo prometo.

Bram estaba impaciente por marcharse e interrumpió las protestas de Georgie.

– Siempre que no me hagas llevar unas mallas o beber cerveza sin alcohol, por mí de acuerdo.

Poppy se marchó poco después y Bram se fue al estudio.

Georgie quería editar más película y tenía que seguir trabajando en su expediente de Helene, pero primero telefoneó a April. Habían estado trabajando juntas en el vestido de novia y los accesorios de Georgie y faltaba poco para la última prueba. Cuando acabaron de hablar, Georgie anotó unas cuantas ideas más sobre Helene, pero seguía distraída. Al final, subió a la planta superior para ver las últimas imágenes que había grabado sobre un grupo de mujeres solteras que intentaban salir adelante con empleos de salario mínimo. Oír de primera mano los relatos de las vidas de aquellas mujeres le había recordado, una vez más, lo privilegiada que era.

Rory le había estado ayudando a escapar de los paparazzi durante sus salidas y le había ofrecido una plaza en su garaje para que aparcara un coche que los periodistas no reconocieran. Cuando Georgie quería salir sin que la siguieran, se escabullía por la puerta del jardín a la casa de Rory y salía de su garaje con un Toyota Corolla que Aaron había alquilado para ella. De momento, ninguno de los paparazzi se había enterado y cargar por ahí con el equipo de vídeo le había proporcionado un anonimato que no se esperaba. Aunque las personas a las que entrevistaba sabían quién era, Georgie podía ir de un lado a otro con cierto grado de libertad.

Después de unas horas, Chaz asomó la cabeza por la puerta.

– Tu viejo se está mudando otra vez a la caseta de invitados.

Georgie levantó la cabeza del monitor de golpe.

– ¿Mi padre?

Chaz tiró de su flequillo violeta fosforescente.

– Me ha dicho que no han acabado de arreglar las humedades de su casa. Personalmente, yo creo que sólo quiere gorronearle a Bram.

Su padre no contestaba a sus llamadas desde que lo despidiera, así que ¿por qué se había presentado allí de repente? Lo último que necesitaba ella era otro sermón acerca de sus malas decisiones y su incompetencia general y, desde luego, no quería hablar de lo de Laura. Despedirla seguramente había sido una buena decisión, pero no se sentía del todo bien por haberlo hecho. ¡Ojalá Bram estuviera allí!

Aaron llegó de hacer unos recados con los brazos cargados de paquetes.

– Tu padre está abajo.

– Eso me han dicho.

Georgie quería acabar de editar la película y no tratar con lo inevitable, así que se acercó a Chaz con paso decidido.

– Escúchame… Si hay en ti aunque sólo sea una parte diminuta que no me odie, ¿podrías mantener a mi padre lejos de aquí durante una hora? Por favor.

La chica se tomó su tiempo en considerar su petición.

– Lo haré… pero sólo si primero comes algo. -Y sonrió.

– Deja de darme la lata.

Chaz respondió ensanchando la sonrisa.

Gracias a las comidas de Chaz, Georgie había recuperado el peso que había perdido, pero eso no calmaba su crispación.

– ¡Está bien! Pero la hora no empieza a contar hasta que haya terminado de comer.

– Vuelvo dentro de diez minutos.

Y volvió, llevando dos platos, uno con una ensalada de abundantes y riquísimos vegetales coronada con lonchas de salmón, y otro con un bocadillo enorme relleno de tres tipos de carne, queso y guacamole. Georgie y Aaron intercambiaron unas miradas de resignación mientras colocaba frente a él el plato de ensalada y el grasiento bocadillo delante de Georgie.

– Tú necesitas las calorías -dijo Chaz cuando Georgie le pidió cambiar los platos-, pero Aaron no.

Georgie cogió el bocadillo.

– Eres una gran experta en nutrición.

– Chaz es experta en todo -comentó Aaron-. Sólo tienes que preguntarle lo que sea.

La chica se cruzó de brazos con expresión de suficiencia.

– Sé que, por fin, ayer Becky habló contigo.

– Sólo quiere que le eche una ojeada a su ordenador.

– Eres tonto. No sé por qué pierdo el tiempo contigo.

Georgie sabía por qué, pero no era tan tonta como para señalar que Chaz era una cuidadora nata.

Cuando ya casi habían acabado de comer, Georgie le dijo a Chaz que bajara para cuidar de su padre. Aaron se fue para que le cambiaran el aceite al coche de Georgie y ella volvió a la edición de la película. Pasó una hora.

– ¿Puedo entrar?

Georgie levantó la vista sobresaltada y vio a su padre en el umbral de la puerta. Vestía unos pantalones cortos grises, un polo azul claro y necesitaba un corte de pelo. Paul señaló el ordenador con un gesto de la cabeza.

– ¿Qué estás haciendo?

Seguro que la criticaría, pero, de todos modos, ella se lo contó.

– Un nuevo hobby. He estado haciendo filmaciones de vídeo y luego las edito.

Él guardó silencio como respuesta, lo que exasperó a Georgie. Ella jugueteó con el ratón.

– Todo el mundo se merece tener un hobby. -Georgie levantó la barbilla-. He comprado un equipo de edición. Sólo para divertirme.

Paul se frotó el dedo índice con el pulgar.

– Ya veo.

– ¿Hay algo malo en eso?

– No; sólo me sorprende.

Le sorprendía porque la idea no había surgido de él.

Un silencio horrible invadió la habitación. Georgie se enderezó en la silla.

– Papá, ya sé que no apruebas la forma en que he estado haciendo las cosas últimamente, pero no pienso volver a discutirlo contigo.

Él cambió el peso de pierna y asintió con la cabeza.

– Sólo quería saber si tenías idea de dónde está la caja de fusibles de la casa de invitados. Uno de los circuitos ha saltado y no quería ir husmeando por ahí sin preguntar.

– ¿La caja de los fusibles?

– No importa, se lo preguntaré a Chaz.

Sus pasos se alejaron por el pasillo.

Georgie miró con fijeza el umbral vacío de la puerta. Su padre se comportaba de una forma realmente extraña desde el incidente de la piscina. Tenía que hablar con él. Hablar en serio, pero ¿acaso no llevaba años intentándolo?

Se volvió hacia el monitor. Su padre tenía buen ojo y Georgie deseó poder enseñarle sus filmaciones, pero ella necesitaba su apoyo, no sus críticas. Si al menos pudieran estar juntos y relajados…

Un recuerdo acudió a su memoria.

Una habitación pequeña y sencilla, una alfombra fea de color dorado, libros desparramados por todas partes… Sus padres estaban bailando… Entonces empezaron a hacerse cosquillas. Y a perseguirse por la habitación. Su padre saltó por encima de una silla. Su madre la cogió en brazos. «¿Qué vas a hacer ahora, tiarrón? Yo tengo a la niña.» Y los tres cayeron al suelo muertos de risa.


Su padre salió a cenar fuera, así que Georgie no pudo preguntarle si su recuerdo era real o no, aunque probablemente no habría conseguido nada, porque él tenía la costumbre de esquivar sus preguntas acerca del pasado. Al menos, le agradecía que no hablara mal de su madre, aunque era evidente que su matrimonio había sido un error.

A la mañana siguiente, Georgie despertó hecha un manojo de nervios. Sólo faltaba una semana para la fiesta. Su padre se había instalado en su casa. Ella tenía la audición más importante de su carrera para un papel que nadie creía que pudiera interpretar. Y ahora que su falso marido había conseguido el contrato para hacer la película, era posible que decidiera que ya no necesitaba sus cincuenta mil dólares mensuales y pasara de ella. El grano que le salió en la frente casi constituyó un alivio: un problema pequeño que no tardaría mucho en desaparecer.