Pasó el resto de la mañana en la peluquería, dándose reflejos en el pelo y depilándose las cejas. Cuando regresó a la casa, los nervios la embargaban. Estaba demasiado inquieta para concentrarse y prepararse para la audición, así que decidió coger la cámara y dirigirse fuera de la zona dominada por la prensa, quizás a Santee Alley. Allí entrevistaría a algunas de las mujeres que vendían imitaciones de los grandes diseñadores.
No había visto a su padre en toda la mañana, pero él apareció justo cuando ella bajaba las escaleras con la bolsa que contenía el equipo de filmación. Paul introdujo una mano en el bolsillo de sus pantalones caqui e hizo tintinear sus llaves.
– ¿Quieres ir a ver una película esta tarde?
– ¿Te refieres a ir al cine?
– Será divertido.
Aquella palabra sonaba rara en su boca.
– Creo que no -contestó Georgie.
– ¿Y qué tal si salimos a comer?
Ella tenía que acabar con aquello. Subió el asa de la bolsa más arriba en su hombro.
– No tienes por qué ser tan amable conmigo. Me pone nerviosa. Vamos, di lo que tengas que decir, que soy desagradecida y una mala hija, que no entiendo este negocio, que…
– Tú no eres desagradecida ni una mala hija, y no tengo nada más que decirte sobre eso. Sólo pensaba que te gustaría salir un rato. -Paul sacó las llaves de su bolsillo-. No importa. Tengo recados que hacer.
Y salió por la puerta principal.
Su extraña respuesta hizo que Georgie frunciera el ceño y lo siguiera.
A ella siempre le había encantado el porche delantero de la casa de Bram, con su suelo de baldosas azules y blancas y la arcada con columnas estucadas y en espiral. Una buganvilla violeta formaba una pared en un extremo y, recientemente, Chaz había añadido unas macetas más, un banco mexicano profusamente tallado y una silla de madera a juego.
– Espera, papá.
Sin pensárselo dos veces, Georgie hurgó en la bolsa.
La expresión de Paul pasó de inquisitiva a recelosa cuando su hija sacó la cámara y dejó la bolsa en el suelo.
– He tenido un sueño -dijo ella-. Bueno, más que un sueño, es un recuerdo… -La cámara era su escudo, su protección. La puso en marcha-. Un recuerdo de ti y mamá bailando y bromeando. Tú saltaste por encima de una silla. Los tres reíamos y… éramos felices. -Se acercó a su padre-. A veces tengo recuerdos como ése. Son producto de mi imaginación, ¿no?
– Apaga esa cámara.
Georgie tropezó con la esquina del banco e hizo una mueca de dolor, pero no dejó de grabar.
– Me los he inventado para esconder la verdad que no quiero ver.
– Georgie, por favor…
– Sé contar. -Rodeó el banco y enfocó a su padre con el objetivo-. Sé que te casaste con ella porque estaba embarazada de mí. Hiciste lo correcto, pero odiaste cada instante de vuestro matrimonio.
– Estás dramatizando.
– Cuéntame la verdad. -Georgie empezó a sudar-. Sólo por una vez, y no volveré a sacar el tema. No te culparé, podrías haberte desentendido pero no lo hiciste. Podrías haberme abandonado pero tampoco lo hiciste.
Él suspiró y volvió a subir las escaleras del porche, como si aquella fuera una fastidiosa reunión a la que no tuviera más remedio que asistir.
Georgie lo rodeó y retrocedió colocándose entre él y los escalones para que no pudiera escaparse.
– He visto las fotos de mamá. Era muy guapa y sé que le gustaba pasárselo bien.
– Apaga esa cámara, Georgie. Ya te he dicho que tu madre te quería, no sé qué más…
– También me dijiste que era muy atolondrada, pero sólo intentabas ser diplomático. -Su voz se volvió seria-. No me importa si ella sólo fue una aventura para ti, un ligue de una noche que salió mal. Yo sólo…
– ¡Ya está bien! -Paul apuntó el índice hacia la cámara. La vena de su cuello latía visiblemente-. ¡Apaga esa cámara ahora mismo!
– Ella era mi madre. Tengo que saberlo. Si no fue más que una aventura, al menos dímelo.
– ¡No, no lo fue! Y no vuelvas a decirlo nunca más. -Le arrancó la cámara de las manos y la lanzó contra el suelo, donde se hizo añicos-. ¡Tú no lo entiendes!
– ¡Entonces explícamelo!
– ¡Ella fue el amor de mi vida! -Sus palabras quedaron flotando en el aire.
Un escalofrío recorrió a Georgie. Miró fijamente a su padre. La angustia crispaba sus facciones. Ella se sintió mareada y temblorosa.
– No te creo.
Paul se quitó las gafas y se dejó caer en el labrado banco.
– Tu madre me tenía hechizado -dijo con voz áspera y ronca-. Era encantadora… La risa era algo tan natural en ella como la respiración. Era inteligente, más inteligente de lo que yo lo he sido nunca, y también divertida. Se negaba a ver la maldad en los demás. -Dejó las gafas a su lado con mano temblorosa-. Ella no murió en un accidente de tráfico, Georgie. Vio a un chico golpeando a su novia embarazada e intentó ayudarla. Él le pegó un tiro a tu madre en la cabeza.
– ¡No! -gimió Georgie.
Paul apoyó los codos en las rodillas y dejó caer la cabeza entre las manos.
– El dolor que sentí cuando la perdí fue superior a mis fuerzas. Tú no entendías adónde había ido ella y llorabas todo el tiempo. Y yo no podía consolarte. Apenas tenía fuerzas para alimentarte. Ella te quería tanto que no habría soportado que no me ocupara de ti. -Se frotó la cara con las manos-. Dejé de presentarme a las audiciones. No podía. Actuar requiere de una transparencia que yo ya no tenía. -Se pasó los dedos por el pelo-. No podía volver a pasar por algo así nunca más, así que me prometí que nunca amaría a nadie más como amé a tu madre.
A Georgie se le encogió el pecho con un profundo dolor.
– Y cumpliste tu promesa -susurró.
Él la miró y ella vio que las lágrimas pugnaban por rebosar de sus párpados.
– No, no la cumplí. Y no cumplirla mira adónde nos ha llevado.
Georgie tardó unos instantes en comprender lo que su padre le decía.
– ¿A mí? ¿A mí me quieres de esa manera?
Paul soltó una risa nerviosa.
– Sorprendente, ¿no?
– Me… me cuesta creerlo.
Él inclinó la cabeza y empujó a un lado la cámara con el pie.
– Supongo que soy mejor actor de lo que creía.
– Pero… ¿cómo? ¡Siempre te has mostrado tan frío conmigo! Tan…
– Porque tenía que salir adelante -replicó él con fiereza-. Por nosotros. No podía derrumbarme otra vez.
– ¿Durante todos estos años? ¡Ella murió hace mucho tiempo!
– La frialdad se convirtió en un hábito para mí. Un lugar seguro donde vivir.
Paul se levantó del banco. Por primera vez en su vida, a Georgie le pareció más mayor de lo que en realidad era.
– ¡A veces te pareces tanto a ella! Tu risa. Tu amabilidad. Pero tú eres más práctica que ella, y no tan inocente.
– Como tú.
– En última instancia, tú eres tú misma. Por eso te quiero. Por eso te he querido siempre.
– Yo nunca he sentido que… que me quisieras mucho.
– Lo sé, pero no sabía… no se me ocurría cómo transmitírtelo, así que intenté compensarte siendo muy escrupuloso con tu carrera. Tenía que asegurarme de que estaba haciendo todo lo que podía por ti, pero siempre supe que no era suficiente. Ni de cerca.
Un sentimiento de compasión hacia su padre creció en Georgie, y también otro de tristeza por todo lo que ella se había perdido. Y también tuvo la certeza de que su madre, la mujer que él le había descrito, no habría soportado verlo de esa manera.
Él cogió sus gafas y se apretó el puente de la nariz.
– Y cuando te vi después de que Lance te abandonara, cuando vi lo que sufrías sin que yo pudiera hacer nada para consolarte… Deseé matarlo. Y después te casaste con Bram. No puedo olvidar el pasado, pero sé que lo quieres y lo estoy intentando.
Una protesta brotó en los labios de Georgie, pero la contuvo.
– Papá, sé que te hago daño al decirte que quiero dirigir mi propia carrera, pero yo sólo… quiero que seas mi padre.
– Eso ya me lo has dejado claro. -Volvió a sentarse en el banco, justo delante de Georgie; más preocupado que ofendido-. Pero tengo un problema. Conozco bien esta ciudad. Quizá se trate de una cuestión de ego o sobreprotección, pero no creo que nadie más que yo sea capaz de poner tus intereses por encima de todo lo demás.
Georgie pensó que eso era algo que él siempre había hecho, aunque ella no siempre hubiera estado de acuerdo con los resultados.
– Tendrás que confiar en mí -contestó con dulzura-. Te pediré tu opinión, pero las decisiones finales, correctas o equivocadas, las tomaré yo.
Paul asintió con lentitud y vacilación.
– Supongo que ha llegado la hora. -Se inclinó y cogió lo que antes era la cámara de Georgie-. Siento lo de la cámara. Te compraré otra.
– No importa. Tengo una de recambio.
El silencio se instaló entre ellos. Un silencio incómodo, pero los dos lo soportaron.
– Georgie… No estoy seguro de cómo ha sucedido, pero por lo visto… -jugueteó con la carcasa vacía de la cámara- existe una posibilidad remota, muy remota, de que vuelva a… concentrarme en mi carrera.
Y le contó la visita de Laura, su insistencia en tomarlo como cliente y lo de las clases de interpretación a las que había empezado a asistir. Parecía un poco avergonzado y, al mismo tiempo, perplejo.
– Me había olvidado de cuánto me gustaba actuar. Me siento como si por fin estuviera haciendo lo que debería haber hecho durante todo este tiempo. Como si hubiera llegado… a casa.
– No sé qué decir. Es maravilloso. Estoy impresionada. Emocionada. -Georgie le acarició la mano-. No te lo había dicho, pero la noche que leímos La casa del árbol estuviste brillante. Supongo que tú no eres el único que ha estado reprimiendo sus sentimientos. ¿Cuándo tienes la audición? Cuéntame más cosas.
Paul se las contó: le resumió el guión, le describió el personaje y le habló de la clase de interpretación a la que había asistido. Al verlo tan animado, Georgie tuvo la impresión de que estaba contemplando a un hombre que empezaba a liberarse de una prisión emocional.
La conversación giró hacia Laura.
– Si me odiara, no la culparía. -El sentimiento de culpabilidad de Georgie resurgió-. Quizá no debería haberlo hecho, pero quiero empezar desde cero y no se me ocurrió otra forma de hacerlo.
– Te resultará difícil creerlo, pero Laura parece sentirse bien con tu decisión. No me pidas que lo entienda. Has abierto una enorme brecha en sus ingresos, pero en lugar de deprimirse, ella está… no sé… entusiasmada, vigorizada… no sé cómo llamarlo. Laura es una mujer fuera de lo común. Mucho más valerosa de lo que yo creía. Es una persona… interesante.
Georgie lo miró con atención y Paul se levantó del banco. Otro incómodo silencio surgió entre ellos. Él apoyó la mano en una columna.
– ¿Qué haremos ahora, Georgie? Me gustaría ser el padre que deseas, pero creo que es un poco tarde para eso. No tengo ni idea de qué hacer.
– Pues a mí no me mires. Yo estoy emocionalmente traumatizada por todas las broncas que me has echado.
Un sabelotodo nunca dejaba de serlo, pero a ella lo único que se le ocurría era pedirle que la abrazara, que simplemente la rodeara con los brazos.
Se cruzó de brazos y dijo:
– A menos que quieras empezar con algún tipo de abrazo patético.
Para su sorpresa, su padre cerró los ojos angustiado.
– No creo que me acuerde de cómo se hace.
Su vulnerabilidad emocionó a Georgie.
– Quizá podrías intentarlo.
– ¡Oh, Georgie…! -Paul extendió los brazos, estrechó a su hija contra su pecho y la abrazó tan fuerte que le hizo daño en las costillas-. ¡Te quiero tanto!
Apoyó la mandíbula en la cabeza de Georgie y la balanceó como si fuera una niña. Fue un gesto torpe, incómodo… y maravilloso.
Ella hundió la cara en el cuello de su padre. Aquello no sería fácil, ni para él ni para ella. Georgie tendría que tomar las riendas de la relación, pero ahora que sabía cuáles eran los sentimientos de él, no le importaba hacerlo.
Capítulo 22
La mansión Eldridge, construida en piedra gris, había sido utilizada como escenario para una docena de películas y programas de televisión, pero nunca nadie había visto las dos entradas de la fachada cubiertas con sendos doseles. La más grande y ornamentada, con un dosel de un blanco inmaculado, indicaba «LOS SCOFIELD» y conducía a la puerta principal. Un dosel verde y de menor tamaño situado a un lado de la anterior indicaba «SÓLO CRIADOS».
Conforme salían de sus limusinas, Bentleys y Porsches, los invitados se echaban a reír. Siguiendo el espíritu del evento, los que iban vestidos con traje de fiesta, esmoquin, ropa de tenis o el clásico de Chanel, levantaron la barbilla y se dirigieron a la entrada principal. Pero Jack Patriot no era tonto. Vistiendo sus vaqueros más cómodos, una camisa a cuadros y con unos guantes de jardinero y unas bolsas con semillas colgando de su cinturón, la legendaria estrella del rock entró alegremente por la puerta de servicio acompañado por su esposa. El sencillo vestido negro de ama de llaves de April habría resultado simple si ella no lo hubiera modificado para la ocasión con un corpiño ajustado y un escote pronunciado. Un par de llaves antiguas que colgaban de una cinta negra de seda se acomodaban en su escote y había recogido su rubio pelo en un moño flojo y muy sexy.
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