Volvió a pulsar la tecla de borrar. ¿Por qué, aunque sólo fuera por una vez, su padre no podía comportarse como un padre en lugar de un representante? Su padre había empezado a construir su carrera cuando ella tenía cinco años, antes de que hubiera transcurrido un año desde la muerte de su madre. Él la acompañó a todas las pruebas para principiantes, contrató sus primeros anuncios para la televisión y la obligó a asistir a las clases de canto y baile que le permitieron conseguir el papel protagonista en la reposición de Broadway de Annie. A su vez, ese papel le permitió acceder a las pruebas para el personaje de Scooter Brown. A diferencia de tantos otros padres de niños estrella, su padre se había asegurado de invertir debidamente sus ingresos. Gracias a él, Georgie nunca tendría que trabajar y, aunque se sentía agradecida hacia él por haberse ocupado tan bien de su dinero, ella daría hasta el último centavo a cambio de tener un verdadero padre.
Al oír la voz de Lance en el contestador, retrocedió un paso.
«Georgie, soy yo -dijo él con voz suave-. Ayer llegamos a las Filipinas. Acabo de enterarme de lo del artículo en Flash… No sé si ya lo has leído. Yo… quería contártelo personalmente antes de que lo leyeras en la prensa. Jade está embarazada…»
Escuchó su mensaje hasta el final. Percibió la culpabilidad en su voz, la súplica, el orgullo que su ineptitud como actor le impedía disimular. Todavía esperaba que ella lo perdonara por dejarla, por mentirle a la prensa acerca de que ella no quería tener hijos. Lance era un actor, con la necesidad de los actores de ser querido por todos, incluso por la mujer a la que le había roto el corazón. Lance quería que ella le diera un certificado gratis de no culpabilidad. Pero ella no podía dárselo. Se lo había dado todo. No sólo su corazón, no sólo su cuerpo, sino todo lo que tenía, y mira adónde la había llevado.
Georgie se dejó caer en el sofá. Ya había pasado un año y allí estaba, llorando otra vez. ¿Cuándo lo superaría? ¿Cuándo dejaría de actuar exactamente como la perdedora que el mundo creía que era? Si seguía así, la amargura que la consumía ganaría la batalla y se convertiría en una persona que no quería ser. Tenía que hacer algo -cualquier cosa- que le hiciera parecer, que le hiciera sentirse como una vencedora.
Capítulo 2
¿Qué haría Scooter Brown en su situación? Ésa era la pregunta que Georgie se formulaba sin cesar y así fue como acabó cruzando la terraza del Ivy hasta una mesa situada junto a la valla blanca del famoso restaurante. Scooter Brown, la decidida huérfana que se escondió en las dependencias de los sirvientes de la mansión Scofield para escapar de los servicios sociales, habría tomado las riendas de su propio destino, y Georgie hacía demasiado tiempo que debería haber hecho exactamente lo mismo.
Saludó con la mano a un rapero famoso, con la cabeza a un periodista de un programa televisivo, y lanzó un beso a un antiguo protagonista de la serie Anatomía de Grey. Sólo Rory Keene, la nueva directora de Vortex Studios, estaba demasiado absorta en una conversación con uno de los jefes de la agencia de talentos C.A.A. para darse cuenta de la llegada de Georgie.
Punto número uno de la nueva agenda de Georgie: ser vista en público acompañada del hombre perfecto. Como la humillante fotografía de ella contemplando la ecografía del bebé de Lance había aparecido en multitud de medios de comunicación, ahora tenía que dejar de esconderse y hacer lo que debía haber hecho meses atrás. Aquella cita para comer tenía que provocar la suficiente sensación para que todo el mundo olvidara su anterior expresión de sorpresa.
Por desgracia, el hombre perfecto que ella había elegido para su primera cita aún no había llegado, obligándola a sentarse sola en una mesa para dos. Georgie intentó aparentar que se sentía contenta de disponer de unos minutos para estar a solas. No podía enfadarse con Trevor. Aunque no había conseguido convencerlo de la boda, al menos había aceptado aparecer durante unas semanas en el circo de medios que la rodeaba.
El restaurante Ivy era una institución en Los Ángeles, el lugar perfecto para ver y ser visto, con un ejército de paparazzi acampados permanentemente a la entrada. Las celebridades que comían allí y simulaban sentirse molestas por la atención de los medios eran los hipócritas más grandes del mundo, sobre todo los que se sentaban en la terraza exterior, cuya valla se extendía a lo largo del concurrido Robertson Boulevard.
Georgie se sentó bajo una sombrilla blanca. Beber vino a mediodía podía interpretarse como que estaba ahogando sus penas en alcohol, así que pidió un té helado. Dos mujeres se pararon en la acera, al otro lado de la valla, y la contemplaron embobadas. ¿Dónde estaba Trevor?
Su plan era sencillo. En lugar de evitar la publicidad, flirtearía con ella, pero con sus condiciones: como una mujer sin pareja que se estaba divirtiendo como nunca. Saldría unas semanas con un hombre perfecto y otras más con otro, pero nunca el tiempo suficiente para sugerir que se trataba de una relación de amor seria. Sólo por diversión, diversión y diversión, acompañada de montones de fotografías de ella riendo y pasándoselo bien; fotografías que su publicista se aseguraría de que se distribuyeran adecuadamente. Georgie conocía una docena de actores muy atractivos que ansiaban publicidad y conocían las reglas del juego. Trevor iniciaría la campaña. ¡Si al menos fuera más puntual!
¡Y ojalá la idea de alentar voluntariamente la publicidad no le resultara tan repugnante!
Transcurrieron cinco minutos. Georgie se había vestido especialmente para la ocasión, con el conjunto que su talentosa estilista había elegido para ella, un vestido de tirantes de algodón negro con un ribete ancho y rojo en el corpiño y unas hojas ocres y marrones estampadas aleatoriamente por la corta y estrecha falda. Unos zapatos con tacón de cuña atados a los tobillos y unos pendientes ámbar completaban su aspecto de sofisticación informal y poco convencional, el cual encajaba más con ella que los estilos recargados o sexys. Además, le habían confeccionado el vestido de forma que camuflara su pérdida de peso.
Habían transcurrido ocho minutos. Al final, Rory Keene la vio y la saludó con la mano. Georgie le devolvió el saludo. Quince años atrás, durante la segunda temporada de Skip y Scooter, Rory era una simple ayudante de producción, pero ahora dirigía la productora Vortex Studios y era una de las mujeres más poderosas de Hollywood. Como las dos últimas películas de Georgie habían sido sonados fracasos de taquilla y la que acababa de rodar se prometía incluso peor, Georgie detestó que alguien tan influyente la viera allí sentada con aspecto de perdedora. Claro que, ¿qué había de nuevo en eso?
Nunca había sido una derrotista y tenía que dejar de pensar como si lo fuera. Aunque ya habían pasado diez minutos…
Fingió no darse cuenta de las miradas que le dirigían, pero ya había empezado a sudar. Estar sola en el Ivy equivalía a ser víctima de un vacío público. Georgie consideró sacar el móvil, pero no quería que pareciera que tenía que recordarle la cita a su acompañante.
En el otro extremo de la terraza, un grupo de herederas jóvenes, delgadas, absolutamente estilosas y de cara bonita y vacía se había reunido para comer. Entre ellas estaba la insulsa hija de una decadente estrella del rock, la de un jefe de un estudio cinematográfico y la de un magnate internacional fabricante de un refresco. Las jóvenes eran famosas por ser famosas, iconos de todo lo que estaba de moda y resultaba inalcanzable para las mujeres comunes que contemplaban boquiabiertas sus fotografías. Ninguna de ellas quería admitir que vivía del dinero de papá, así que solían decir que eran «diseñadoras de bolsos». Sin embargo, su verdadero trabajo consistía en ser fotografiadas. Su líder, la heredera del refresco, se levantó de la mesa y se deslizó como un elegante Ferrari hasta la mesa de Georgie.
– Hola, soy Madison Merril. Creo que no nos conocemos. -Giró las caderas en dirección a los potentes objetivos de los paparazzi que había al otro lado de la calle ofreciéndoles una vista fantástica del vestido de diseño trapezoidal de Stella McCartney-. Me encantaste en Verano en la ciudad. No entiendo que no fuera un gran éxito. A mí me chiflan las comedias románticas. -Una arruga surcó su frente perfecta-. O sea, también me encantan las películas serias, ya sabes, como las de Scorsese y tal.
– Comprendo.
Georgie estampó una alegre sonrisa en su cara y se imaginó a los paparazzi disparando sus cámaras y obteniendo unas estupendas fotografías de la fotogénica Madison Merrill junto a una escuálida Georgie York, sentada sola en una mesa para dos.
– Skip y Scooter también era fantástica. -Madison retrocedió un paso para que la sombrilla de la mesa no le ensombreciera la cara-. Era mi serie favorita cuando tenía unos nueve años.
La chica era demasiado tonta para ser sutil. Tendría que trabajarse ese aspecto si quería seguir destacando en Los Ángeles.
Madison contempló la silla vacía.
– Tengo que volver con mis amigas. Si no vas a comer con nadie ¿podrías sentarte con nosotras? -Convirtió la invitación en una pregunta.
Georgie jugueteó con uno de sus pendientes ámbar.
– ¡Oh, no! Lo han entretenido en una reunión. Le he prometido que lo esperaría. ¡Hombres!
– Sí, claro.
Madison saludó a los fotógrafos y regresó a su mesa.
Georgie se sentía como si una flecha de neón resplandeciente señalara la silla vacía que había al otro lado de la mesa. Miles de hombres de todo el mundo, millones, darían cualquier cosa para comer con Scooter Brown, y ella había tenido que elegir a su informal y antiguo mejor amigo.
El camarero de Georgie se acercó por tercera vez.
– ¿Está segura de que no quiere pedir la comida, señorita York?
Georgie estaba atrapada. No podía quedarse y tampoco irse.
– Otro té helado, por favor.
El camarero asintió.
Georgie levantó la muñeca y observó de forma patente su reloj. No podía alargarlo más. Tenía que hacer ver que recibía una llamada. Sería su acompañante para decirle que había sufrido un percance de tráfico. Al principio se fingiría preocupada y después exhibiría alivio porque nadie hubiera resultado herido. A continuación, se mostraría totalmente comprensiva.
«¡Plantada! Hombre misterioso no se presenta a la cita con Georgie»
Ya podía ver la fotografía de ella sola en aquella mesa. ¿Cómo podía un plan tan sencillo haber fallado tan deprisa? Debería empezar a salir a la calle con un séquito, como hacían muchos famosos, pero ella siempre había detestado estar rodeada por acompañantes de pago.
Cuando se disponía a sacar el móvil, fue consciente de una leve agitación en la atmósfera, una corriente eléctrica invisible que recorría la terraza. Levantó la vista y se le heló la sangre. Bramwell Shepard acababa de llegar.
Todas las cabezas giraron de un extremo al otro de la terraza, como en una partida de ping-pong, de Bram a ella y de nuevo a él, que iba vestido como el segundo y ocioso hijo de un monarca europeo exiliado, con una americana de diseño, seguramente de Gucci, unos vaqueros de calidad que enfatizaban su metro noventa de estatura y una camiseta negra desteñida que significaba que todo le importaba un cuerno. Dos hombres que eran modelos se lo comieron con ojos de envidia. Madison Merrill se medio incorporó para interceptarle el paso, pero Bram se dirigió directamente hacia Georgie.
Los frenos de los coches chirriaron conforme los paparazzi zigzagueaban entre el tráfico para cruzar la calle y conseguir la fotografía de la semana, quizá del mes, pues nadie los había visto juntos desde que se dejara de transmitir la serie. Bram llegó a la mesa, se inclinó por debajo de la sombrilla y le dio a Georgie un leve beso en los labios.
– Trev no ha podido venir. -Mantuvo la voz baja para evitar ser oído-. Ha tenido un contratiempo inevitable de última hora.
– ¡No puedo creer que estés haciendo esto!
Pero sí que podía creerlo. Bram quería conseguir algo de ella, ¿quizás una escena en público? Georgie obligó a sus helados labios a curvarse esperando que las cámaras lo captaran como si fuera una sonrisa.
– ¿Qué le has hecho a Trevor?
– ¡Qué suspicaz! El pobre se ha lesionado la espalda al salir de la ducha.
Bram se sentó en la silla enfrente de Georgie, mantuvo la voz tan baja como ella y esbozó su sonrisa más seductora.
– Entonces, ¿por qué no me ha telefoneado cancelando la cita? -preguntó ella.
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