Georgie quería que fuera real: aquella noche, el mágico y chispeante vestido, sus amigas reunidas a su alrededor y la dulce expresión de su padre. Sólo el hombre que estaba a su lado era el equivocado. Aunque no le parecía tan equivocado como debería.
Se mezclaron con los invitados, quienes iban vestidos de las formas más diversas, desde vaqueros y faldas de tenis a esmóquines y uniformes de colegiala. Trev y Sasha se habían presentado voluntarios para realizar los brindis, pero cuando se sentaron para cenar, de pronto Paul se puso de pie y levantó su copa.
– Esta noche celebramos el compromiso que estas dos personas increíbles han contraído entre ellas. -Entonces fijó la mirada en Georgie-. A una de estas personas la quiero mucho. -Su voz se quebró y los ojos de Georgie se llenaron de lágrimas. Paul carraspeó-. Y la otra… cada día me cae mejor.
Todos rieron, Bram incluido. Durante la última semana, la relación de Georgie con su padre había sido rara y maravillosa a la vez. Saber lo mucho que la quería y lo mucho que había querido a su madre lo había significado todo para ella. Pero mientras Paul expresaba sus buenos deseos para el futuro de los novios, Georgie tuvo que esforzarse para mantener una sonrisa en su cara. Contarle a su padre la verdad en lugar de intentar esconder sus errores por miedo a decepcionarlo constituía el siguiente paso en su viaje para ser ella misma.
Paul había esperado hasta aquella mañana para contarle que le había ofrecido a su ex agente asistir a la celebración como su acompañante. Aunque a Georgie le resultó violento saludar a Laura, se alegró de la decisión de su padre.
– Creo que es un bonito detalle hacia ella -explicó Paul-. Así todos verán que todavía la consideras parte de tu círculo íntimo.
Georgie intentó bromear siguiendo la misma línea.
– También es la manera idónea de que la gente sepa que vuelves a los escenarios y que Laura te va a representar.
Él se puso serio.
– Georgie, no es por eso que…
– Lo sé. No quería decir eso.
Estaban construyendo una nueva relación, y los dos intentaban encontrar su lugar. Georgie le dio un codazo para hacerle reír.
A continuación todos hicieron su brindis. El de Trev fue irreverente, y el de Sasha cálido, pero los dos fueron divertidos. Al inicio de la cena, se produjeron frecuentes interrupciones de invitados que hacían tintinear sus copas de agua pidiendo que los novios se besaran. A Georgie, los besos en público con Bram ya no le resultaban tan falsos. No conocía a ningún hombre que disfrutara tanto besando como Bram Shepard… ni nadie que lo hiciera tan bien. Y tampoco conocía a ningún hombre a quien ella disfrutara tanto besando.
En la mesa de al lado, Laura mordisqueó un trozo de langosta y, disimuladamente, se subió un tirante del su sujetador que le había resbalado por el hombro. Había pensado ponerse un vestido de fiesta, como el resto de las invitadas, pero en el último momento había cambiado de idea. Para ella, aquello era una reunión de negocios y no podía permitirse pasarse la velada tirando del corpiño de un vestido que, inevitablemente, sería demasiado escotado o preocupándose por sus brazos desnudos, que no estaban tan tonificados como deberían. Así que se decidió por un sencillo traje chaqueta beis, un blusón con cuello de lazo y unas perlas: el tipo de ropa que utilizaría la señora Scofield. Aparte de su eterno problema con los tirantes de los sujetadores, había tenido bastante éxito manteniendo un aspecto decente.
La invitación de Paul constituyó para ella una gran sorpresa. Laura le telefoneó para informarle de que había fallado en la audición, pero que el director de reparto quería verlo en la audición de otro personaje. Justo cuando empezaba su charla estándar ego-reparadora, él la interrumpió.
– Yo no era el actor adecuado para el papel, pero la audición me ha servido de práctica.
Y entonces la invitó a la fiesta.
Habría sido tonta si hubiera rechazado su invitación. El hecho de que la vieran allí aquella noche ayudaría a devolverle un poco de dignidad a su reputación profesional, como Paul bien sabía. Pero Laura no podía evitar sentirse cautelosa. La fría personalidad de Paul siempre había constituido el antídoto perfecto para su atractivo físico y sus otros valores masculinos, pero su nueva vulnerabilidad la empujaba a verlo de una forma más inquietante.
Por suerte, ella entendía los peligros de las fantasías salvadoras de las mujeres. Tenía claro lo que quería en la vida y no lo estropearía sólo porque Paul York fuera más interesante y complicado de lo que ella había imaginado. ¿Y qué si a veces se sentía sola? Los días en que permitía que un hombre la distrajera de sus objetivos quedaban muy atrás. Paul era un cliente, y que la vieran en aquella fiesta era un buen asunto.
Paul se había mostrado atento con ella durante toda la noche, como un perfecto caballero, pero ella estaba demasiado nerviosa para comer. Mientras los otros comensales de la mesa estaban entretenidos conversando, Laura se inclinó hacia Paul.
– Gracias por invitarme. Te debo una.
– Tienes que reconocer que la situación no ha sido tan violenta como te la imaginabas.
– Sólo porque tu hija es una actriz de primera.
– Deja de defenderla. Te despidió.
– Tenía que hacerlo. Y vosotros dos no habéis dejado de sonreíros en toda la noche, así que no te hagas el duro conmigo.
– Hemos hablado, eso es todo.
Paul señaló la comisura de su boca indicándole a Laura que tenía algo en aquella parte. Ella, avergonzada, cogió su servilleta, pero no acertó con el lugar y al final él le limpió la mancha con su propia servilleta.
Luego ella cogió su copa de agua.
– Debió de ser una conversación fantástica.
– Así es. Recuérdame que te la cuente la próxima vez que esté borracho.
– No te imagino borracho, eres demasiado disciplinado.
– No sería la primera vez.
– ¿Y cuándo te has emborrachado antes?
Laura esperaba que él se desentendiera de la pregunta, pero no fue así.
– Cuando murió mi esposa. Cada noche, después de que Georgie se durmiera.
Ése era un Paul York que Laura estaba empezando a conocer. Lo miró fijamente.
– ¿Cómo era tu esposa? Si no quieres, no tienes por qué contestarme.
Él dejó el tenedor en el plato.
– Era increíble. Brillante. Divertida. Dulce. Yo no la merecía.
– Ella debía de pensar lo contrario, o no se habría casado contigo.
Paul pareció un poco desconcertado, como si estuviera tan acostumbrado a considerarse un miembro de segunda clase en su matrimonio, que no pudiera verlo de otra manera.
– Apenas tenía veinticinco años cuando murió -comentó-. Era una niña.
Laura tocó las perlas de su collar.
– Y todavía estás enamorado de ella.
– No como crees. -Paul jugueteó con la maqueta de la mansión Scofield de azúcar hilado que había en su plato-. Supongo que el joven de veinticinco años que habita en mí siempre estará enamorado de ella, pero de eso hace mucho tiempo. Ella siempre estaba en las nubes. Tanto podía dejar las llaves del coche en la nevera como en su bolso. Y no le importaba su aspecto en absoluto. Me volvía loco. Y siempre estaba perdiendo botones o rompiendo cosas…
A Laura empezó a erizársele el vello.
– Me cuesta imaginarte con alguien así. ¡Las mujeres con las que sales son tan elegantes!
Él se encogió de hombros.
– La vida es un caos y yo busco el orden donde puedo.
Ella dobló su servilleta en el regazo.
– Pero no te has enamorado de ninguna de ellas.
– ¿Cómo lo sabes? Quizá me enamoré y me rechazaron.
– Es poco probable. Tú eres el primer premio en la lista de las ex esposas. Estable, inteligente y sumamente atractivo.
– Estaba demasiado ocupado dirigiendo la carrera de Georgie para volver a casarme.
Laura percibió cierto autorreproche.
– Hiciste un gran trabajo con ella durante muchos años -dijo-. He oído la historia. Según dicen, de niña Georgie no podía resistirse a ponerse delante de un micrófono o calzarse unas zapatillas de baile, así que deja de atormentarte.
– Le encantaba actuar. Cuando yo no la veía, se subía a las mesas para bailar. -Su expresión volvió a ensombrecerse-. Aun así, no debería haberla presionado tanto. Su madre me lo habría reprochado.
– ¡Eh! Resulta fácil criticar cuando se está en el cielo, fuera del área de juego y viendo a los demás cargar con todo el peso.
Laura tuvo la osadía de hablar con ligereza de su adorada esposa y la expresión de Paul se volvió fría y distante. En los viejos tiempos, ella se habría deshecho en explicaciones intentando disculparse, pero, aunque el ceño de Paul se acentuó, no sintió la necesidad de rectificar, sino que se inclinó hacia él y susurró:
– Supéralo.
Él levantó la cabeza y la furia que sentía convirtió sus ojos en balas.
Laura le sostuvo la mirada y añadió:
– Ya va siendo hora.
La retirada era el arma preferida de Paul York y Laura esperaba que se recluyera en sí mismo, pero no lo hizo. Entonces el hielo de sus ojos se fundió.
– Interesante. Georgie me ha dicho lo mismo. -Y recogió del suelo la servilleta que se le había caído a Laura y le dedicó una larga mirada que la derritió.
Capítulo 23
Al principio, Chaz se fijó en el camarero porque era muy guapo y no parecía un actor. Era demasiado bajo para eso, pero tenía un cuerpo bonito y el pelo moreno y no demasiado corto. Mientras ofrecía las bandejas del aperitivo, no paraba de lanzar miradas furtivas a todo el mundo, lo que resultaba un poco inquietante, pero ella hacía lo mismo, así que no le dio mucha importancia. Después, Chaz se fijó en la extraña forma en que giraba el cuerpo.
Cuando por fin se dio cuenta de lo que el camarero estaba haciendo, se cabreó mucho. Esperó a que la cena casi hubiera acabado, se disculpó y se dirigió a la zona del servicio, donde lo encontró ordenando platos en un carrito. Cuando se aproximó a él, el camarero se fijó en su aureola y esbozó una sonrisa burlona.
– ¡Eh, ángel! ¿Qué puedo hacer por ti?
Ella leyó su tarjeta identificativa.
– Puedes entregarme tu cámara, Marcus.
La socarronería de él se esfumó.
– No sé de qué me hablas.
– Tienes una cámara oculta.
– Estás loca.
Chaz intentó recordar dónde ocultaban sus cámaras los periodistas de investigación.
– Sé quién eres -dijo el camarero-. Trabajas para Bram y Georgie. ¿Cuánto te pagan?
– Más de lo que te pagan a ti.
Marcus no era alto, pero tenía aspecto de hacer ejercicio y, aunque tarde, a Chaz se le ocurrió que debería haber avisado a alguien de seguridad para que manejara aquella situación. Sin embargo, había gente a su alrededor y le pareció mejor mantenerlo en secreto.
– Si no me das la cámara, Marcus, haré que te la quiten.
Debió de parecer que hablaba en serio, porque él se inquietó. El hecho de que pudiera intimidarlo, aunque sólo fuera un poco, animó a Chaz.
– No es asunto tuyo -replicó Marcus.
– Sólo intentas ganarte la vida, lo comprendo, y en cuanto me hayas entregado la cámara olvidaré el asunto.
– No seas bruja.
Chaz se movió con rapidez y aferró el botón superior de la chaqueta de Marcus, el que no hacía juego con el resto. El botón se desprendió y, cuando ella tiró para soltarlo, se encontró con la resistencia de un fino cable.
– ¡Eh!
Chaz dio un tirón fuerte y se lo arrancó.
– No se permiten cámaras, ¿no te habías enterado?
– ¿Y a ti qué te importa? ¿Tienes idea de lo que las agencias pagan por porquerías como ésta?
– No lo suficiente.
Marcus había enrojecido, pero no podía arrebatarle la cámara a Chaz sin que todo el mundo notara que pasaba algo. Ella se alejó de allí, pero él la siguió.
– Podrías vender tu historia, ¿sabes? Sobre tu trabajo. Seguro que podrías conseguir, como mínimo, cien de los grandes. Devuélveme la cámara y te pondré en contacto con un tío que se encargará de todo.
«Cien mil dólares…»
– Ni siquiera tendrías que decir nada malo de ellos.
Ella no respondió. Sólo se alejó.
«Cien mil dólares…»
Después de la cena se proyectó un divertido videomontaje con escenas de Skip y Scooter. Poco antes de la ceremonia de cortar el pastel, apareció Dirk Duke con un micrófono. Dirk era el pinchadiscos más famoso de la ciudad. Su verdadero nombre era Adam Levenstein y Poppy lo había contratado para que pusiera música para bailar, lo que estaba programado para media hora más tarde. Dirk era bajito, tenía la cabeza en forma de pepino, el cuello tatuado y se había educado en una universidad privada, algo que él se esforzaba en ocultar. Aquella noche, en lugar de sus habituales vaqueros, iba vestido con un esmoquin que no era de su talla.
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