No podía hacerlo. Ni por él ni por ella. Nunca más.

Capítulo 24

Bram llegó tarde a la audición de Georgie, y el frío saludo con la cabeza que le dirigió Hank Peters le indicó que no se sentía satisfecho. Bram sabía que todos esperaban que volviera a sus antiguas e irresponsables costumbres, pero lo había retrasado, justificadamente, una llamada de uno de los socios de Endeavor. Sin embargo, no explicó lo que le había ocurrido, pues había soltado demasiadas excusas falsas en el pasado, sino que simplemente expresó una breve disculpa.

– Siento haberos hecho esperar.

Aunque nadie se lo había dicho a la cara, todos pensaban que la audición de Georgie constituiría una pérdida de tiempo, pero él se lo debía a ella, aunque odiaba formar parte de algo que, al final, la dejaría hecha polvo.

– Pongámonos manos a la obra -dijo Hank.

Las paredes de la sala de audiciones estaban pintadas de un verde asqueroso, el suelo estaba cubierto con una moqueta marrón con manchas y el mobiliario estaba formado por unas cuantas sillas metálicas destartaladas y un par de mesas plegables. La sala estaba en el último piso de un viejo edificio situado en la parte trasera del terreno de los estudios Vortex, donde se alojaba la productora Siracca, la subsidiaria cinematográfica independiente de Vortex. Bram se sentó en la silla vacía que había entre Hank y la directora de reparto.

Con su cara alargada, su pelo cada vez más escaso y sus gafas, Hank parecía más un sesudo profesor de universidad que un director de Hollywood, pero tenía un gran talento y a Bram todavía le costaba creer que estuvieran trabajando juntos. La directora de reparto le hizo una seña con la cabeza a su asistente, quien abandonó la sala para ir en busca de Georgie a dondequiera que estuviera.

Bram no la veía desde la noche de la fiesta. Paul se había puesto enfermo -según le contó Chaz, había cogido algún tipo de gripe estomacal- y Georgie se había ido a cuidarlo antes de que Bram se despertara a la mañana siguiente. Georgie no necesitaba que la distrajeran haciendo de enfermera justo antes de aquella audición tan importante, y Bram no comprendía que Paul no la hubiera mandado de vuelta a casa. De hecho, le habría gustado disponer de otra oportunidad para convencerla de que renunciara a aquel papel.

La asistente de reparto regresó y mantuvo la puerta abierta. La autoconfianza de Georgie era mucho más frágil de lo que ella dejaba ver. No estaría horrible, pero tampoco lo haría bien, y Bram odiaba que todos analizaran y criticaran sus dotes interpretativas.

Una actriz alta y de pelo negro entró en la sala. Una actriz que no era Georgie. Cuando la directora de reparto le preguntó qué había hecho desde su última película, Bram se inclinó hacia Hank.

– ¿Dónde demonios está Georgie?

Hank lo miró con extrañeza.

– ¿No lo sabes?

– No hemos podido hablar. Su padre tiene la gripe y ha estado cuidando de él.

Hank se quitó las gafas y las limpió con el borde de su camisa, casi como si no quisiera mirar a Bram a los ojos.

– Georgie ha cambiado de idea. Ha decidido que el papel no es adecuado para ella y no se va a presentar a la audición.

Bram no pudo creérselo. Se quedó durante toda la audición, sin oír ni una sola palabra, y después se disculpó e intentó localizar a Georgie. Pero ella no respondió a sus llamadas. Y tampoco Paul, ni Aaron, y Chaz no sabía más que lo que Georgie le había contado. Al final telefoneó a Laura. Ella le dijo que había hablado con Paul hacía pocas horas y que él no le había mencionado que estuviera enfermo.

Algo iba muy mal. Bram se fue a su casa.

En la calle sólo montaban guardia tres todoterrenos negros. La celebración de la boda había tenido un gran impacto en la TMZ y el resto de las páginas de cotilleo de Internet, pero la locura de los dos primeros meses por fin parecía estar llegando a su fin. Sin embargo, no se necesitaba mucho para reavivar las llamas y si se extendía el rumor de que Georgie había desaparecido, se desencadenaría un auténtico infierno.

Mientras aparcaba en el garaje, su móvil sonó. Era Aaron.

– Tengo un mensaje de Georgie. Me ha dicho que te diga que se toma un descanso.

– ¿Qué demonios…? ¡Menuda tontería!

– Lo sé. Yo tampoco lo entiendo.

– ¿Dónde está?

Se produjo una larga pausa.

– No puedo decírtelo.

– ¡Y una mierda que no puedes!

Pero, por encima de todo, Aaron era fiel a Georgie y las amenazas de Bram no le hicieron cambiar de opinión. Al final, Bram le colgó el teléfono y se quedó atónito sentado en el coche. ¿Georgie no se atrevía a encararse con él porque se había acobardado por lo de la audición? Pero a ella nunca le habían dado miedo las audiciones. Nada de aquello tenía sentido.

La extraña conversación que mantuvieron la noche de la fiesta se reprodujo en su mente. ¿En serio podía creer que él se había enamorado de ella? Bram pensó en todas las señales equívocas que él le había enviado y volvió a abrir el móvil. Georgie no le contestó, así que se vio obligado a dejarle un mensaje.

– Está bien, Georgie, lo he captado. La otra noche hablabas en serio, pero te juro por Dios que no estoy enamorado de ti, así que deja de preocuparte. Esto es totalmente ridículo. Piensa en ello. ¿Alguna vez me has visto preocuparme de alguien que no sea yo mismo? ¿Por qué habría de empezar ahora? Sobre todo contigo. ¡Maldita sea, si hubiera sabido que ibas a salir escopeteada de esta manera, habría mantenido la boca cerrada sobre lo de la amistad! Amistad. Eso es todo lo que es. Te lo prometo, así que deja de imaginarte chorradas y devuélveme la llamada.

Pero ella no lo llamó y, durante la mañana siguiente, a Bram se le ocurrió algo todavía más insidioso. Georgie quería un bebé y, en aquel momento, no podía tener uno sin él. ¿Y si todo aquello no era más que un chantaje? ¿Su forma de manipularlo? El hecho de que ella pudiera estar pensando en hacer algo tan odioso lo enfureció, así que la llamó y le dijo lo que pensaba al respecto en el buzón de voz. Como no se cortó ni un pelo, no le extrañó que ella no le devolviera la llamada.


La casa estucada en blanco que Georgie había alquilado estaba asentada en lo alto, por encima del mar de Cortez, justo a las afueras de cabo San Lucas. Tenía dos dormitorios, un jacuzzi en forma de riñón y una pared con cristaleras correderas que daba a un patio sombreado. Como no podía viajar a México en un avión comercial, Georgie utilizó un servicio de vuelos privados.

Todas las mañanas, durante una semana, se puso una camiseta holgada, unos pantalones anchos, unas gafas de sol grandes y un sombrero de paja para poder caminar a lo largo de kilómetros de playa sin que nadie la reconociera. Por las tardes, editaba película e intentaba aplacar su tristeza.

Bram estaba furioso con ella por haber desaparecido sin dar explicaciones y sus mensajes telefónicos le habían desgarrado el corazón.

«Te lo juro por Dios. No estoy enamorado de ti… Amistad. No es más que eso. Te lo prometo.»

En cuanto a su segundo mensaje acerca de que le hacía chantaje para tener un bebé… Georgie lo borró antes de llegar a la mitad.

Su padre sabía dónde estaba. Al final, le contó la verdad acerca de Las Vegas y un poco acerca de la razón por la que había tenido que irse. Como es lógico, su padre intentó culpar a Bram, pero ella no se lo permitió y le hizo prometerle que no se pondría en contacto con él.

– Dame un poco de tiempo, papá. ¿De acuerdo?

Él accedió de mala gana.

Al día siguiente, su padre le telefoneó para darle una noticia que la dejó helada.

– He hecho algunas averiguaciones. Bram no ha tocado ni un penique del dinero que supuestamente le estabas pagando. Por lo visto, no lo necesita.

– Claro que lo necesita. Todo el mundo sabe que tiró por la ventana todo el dinero que ganó con Skip y Scooter.

– Sí, «tirar» lo describe bastante bien, pero cuando por fin sentó la cabeza, simplificó su estilo de vida e invirtió el dinero que le quedaba. Y la verdad es que, para ser él, lo hizo increíblemente bien. Incluso ha pagado la totalidad de la hipoteca que grava su casa.

Resultaba irónico. La única cosa en la que Bram no la había engañado era en sus sentimientos hacia ella. Amistad. Eso era todo.

Georgie se pasaba los días mirando hacia el infinito o cogiendo un libro y leyendo la misma frase una y otra vez. Pero no lloró como había hecho con Lance. En esta ocasión, su tristeza era demasiado profunda para derramar lágrimas. La única actividad que podría interesarle sería ir con la cámara a uno de los centros turísticos de lujo y entrevistar a las chicas del servicio. Como no podía permitirse ese tipo de exposición pública, instaló la cámara en el sombreado patio de piedras blancas y se entrevistó a sí misma.

– Cuéntame, Georgie. ¿Siempre has sido una perdedora en el amor?

»Más o menos. ¿Y tú?

»Más o menos. ¿Y por qué crees que es así?

»¿Por mi patética necesidad de ser amada?

»¿Y a qué achacas la culpa? ¿A la relación con tu padre durante tu infancia?

»Digamos que sí.

»Así que, en última instancia, el hecho de que te enamoraras de Bram Shepard es culpa de tu padre, ¿no?

»No -susurró-. Es culpa mía. Yo sabía que enamorarme de él era imposible, pero aun así tenía que hacerlo.

»Has renunciado a la audición y a la posibilidad de interpretar a Helene.

»¿Y qué? ¿Qué no haría una mujer por amor?

»¡Menuda estupidez!

»¿Qué querías que hiciera? ¿Trabajar con él todos los días y después dormir con él por las noches?

»Lo que deberías hacer es conseguir que tu carrera sea tu mayor prioridad.

»Ahora mismo, mi carrera no me importa. Ni siquiera he contratado a un nuevo agente. Lo único que me importa es…

»¿Sentirte desgraciada?

»Dentro de unos meses lo habré superado.

»¿De verdad lo crees?

No, no lo creía. Quería a Bram de una forma consciente, como nunca había querido a su ex marido. Nada de gafas rosa ni atolondramiento sin sentido, nada de fantasías de Cenicienta ni la falsa esperanza de que él pondría orden en su vida. Lo que sentía por Bram era complicado, sincero y profundo. Georgie sentía que… formaba parte de ella, de lo mejor y de lo peor. Él era la persona con la que quería enfrentarse a la vida; compartir los triunfos y los fracasos; compartir las vacaciones, los cumpleaños y el día a día.

– Estupendo -le dijo su entrevistadora-. Al final te he hecho llorar. Igual que Barbara Walters.

Georgie apagó la cámara y ocultó la cara entre las manos.


Georgie llevaba fuera casi dos semanas y Aaron era la única fuente de información de Bram. El asistente de Georgie se había encargado de filtrar una serie de historias ficticias sobre ellos a la prensa del corazón. Les explicó que Georgie había tomado la decisión de irse de vacaciones mientras Bram trabajaba, y también ofreció largas descripciones de románticas llamadas entre los recién casados. Las invenciones de Aaron mantenían a raya a la prensa, así que Bram no las rectificó.

La casa del árbol seguía avanzando sin mayores tropiezos, aunque la elección del reparto todavía no había terminado. Bram se habría sentido en la cima del mundo, pero, en el fondo, lo que más deseaba era contactar con su antiguo camello. Sin embargo, en lugar de llamarlo se enfrascó en el trabajo.

El lunes por la noche, cuando volvió a su casa después del trabajo, Chaz lo estaba esperando. En lugar de los libros de texto del graduado escolar, que ni siquiera había abierto, tenía sobre la mesa un nuevo surtido de libros de cocina. Cuando Bram llegó, ella se levantó de un salto.

– Te prepararé un sándwich. Uno bueno, con pan integral, pavo y guacamole. Seguro que lo único que has comido en todo el día no era más que basura.

– No quiero nada, y te había dicho que no me esperaras despierta.

Chaz hurgó afanosamente en la nevera.

– Ni siquiera es medianoche.

Su larga experiencia con Chaz le había enseñado que era inútil discutir con ella acerca de la comida, así que, aunque lo único que quería era dormir, se quedó en la cocina fingiendo revisar el correo que había en la encimera mientras ella sacaba recipientes de la nevera y le informaba de su rutina diaria.

– Aaron ha estado pesadísimo. Él y Becky lo han dejado. No han salido juntos ni tres semanas. Según él, son demasiado parecidos, pero eso debería ser algo bueno, ¿no?

– No siempre.

Bram miró, sin prestar atención, una invitación a una fiesta y la tiró a la basura. Él y Georgie tenían más semejanzas que diferencias, aunque había tardado un poco en darse cuenta.

Chaz dejó sobre la encimera un recipiente con tanta fuerza que la tapa salió disparada.