– Aaron sabe dónde está Georgie.

– Sí, ya lo sé. Y su padre también lo sabe.

– Deberías obligarles a decírtelo.

– ¿Por qué? No pienso ir corriendo detrás de ella.

Además, gracias a una conversación telefónica que había mantenido con Trev, quien estaba en Australia rodando su última película, Bram ya sabía que Georgie estaba en cabo San Lucas. Bram consideró la posibilidad de volar a México y traer de vuelta a Georgie, pero ella lo había herido en su orgullo. En resumidas cuentas, era ella la que se había ido, así que le correspondía volver y arreglar las cosas.

Chaz puso un pan de molde encima de la tabla de madera y empezó a cortarlo con golpes secos del cuchillo.

– Sé por qué os casasteis.

Bram levantó la vista.

Ella destapó un recipiente que contenía guacamole.

– Deberíais haber sido honestos acerca de lo que sucedió en Las Vegas y haber anulado o lo que sea ese estúpido matrimonio. Como hizo Britney Spears la primera vez que se casó.

– ¿Cómo sabes qué ocurrió en Las Vegas?

– Os oí hablar sobre ello.

– Nos oíste porque tenías la oreja pegada a la puerta. Si alguna vez le cuentas algo a alguien…

Chaz cerró un armario de un portazo.

– ¿Es eso lo que piensas de mí? ¿Que soy una jodida bocazas?

Ahora Bram tenía a dos mujeres cabreadas en su vida, pero volver a recuperar la aceptación de ésta sería relativamente fácil.

– No, no pienso eso de ti. Lo siento.

Chaz consideró su disculpa y al final decidió aceptarla, como él sabía que ella haría. Se sentó delante de la comida que Chaz le había preparado. Él todavía no quería poner fin a su falso matrimonio. Suponía demasiadas ventajas, empezando por el sexo, que era tan fantástico que no se imaginaba perdiéndolo tan pronto. Gracias a Georgie, volvía a estar en el terreno de juego y tenía la intención de seguir allí. Quería que La casa del árbol fuera la primera de una serie de películas fenomenales y, de algún modo, Georgie se había convertido en la pieza clave para que eso sucediera.

Chaz dejó el sándwich delante de Bram.

– Todavía no puedo creer que Georgie no se presentara a la audición. Se toma el gran trabajo de prepararse y luego lo tira todo por la borda. No te imaginas la de vueltas que le hizo dar a Aaron para conseguirle una ropa especial. Después me obligó a darle mi opinión sobre varios peinados y maquillajes. Incluso me hizo grabarle una estúpida prueba. Y entonces va y se acobarda y sale corriendo.

Bram dejó el sándwich en el plato.

– ¿Le grabaste una prueba?

– Ya sabes cómo es. Lo graba todo. Probablemente no debería decir esto, pero si algún día te graba en plan sexual, te digo en serio que deberías…

– ¿La cinta sigue aquí?

– No lo sé. Supongo que sí. Seguramente está en su despacho.

Bram empezó a levantarse, pero volvió a sentarse. ¡A la mierda! Sabía exactamente lo que vería.

Sin embargo, antes de irse a dormir, su curiosidad pudo más que él y registró el despacho de Georgie hasta que encontró lo que estaba buscando.


Tuvieron su primera pelea por la cuenta del restaurante.

– Dámela -exigió Laura, sorprendida al ver que Paul cogía la cuenta antes que ella. Habían comido juntos más veces de las que podía contar y siempre había pagado ella-. Esta es una cena de negocios y el cliente nunca paga.

– Ha sido una cena de negocios durante la primera hora -replicó él-. Después, no estoy tan seguro.

Ella buscó a tientas su servilleta. Era cierto que aquella noche había sido diferente. Nunca antes habían hablado de los malos tragos que habían pasado en el instituto ni del entusiasmo común que sentían por la música y el béisbol. Y, desde luego, Paul nunca antes había insistido en recogerla en su apartamento para ir al restaurante. Durante toda la noche, Laura había hecho lo posible por mantener su relación dentro de los límites de lo profesional, pero él no había dejado de sabotearla. Algo había ocurrido. Algo que ella tenía que conseguir que dejara de ocurrir lo antes posible.

Alargó la mano para que él le diera la cuenta.

– Insisto, Paul. Ésta es una celebración que te mereces de verdad. Sólo hace seis semanas que eres mi cliente y ya has conseguido un papel estupendo.

Paul había sido elegido para actuar en una curiosa y nueva serie de la HBO acerca de un grupo de veteranos de las guerras de Vietnam e Irak que dedicaban los fines de semana a recrear episodios de la guerra de Secesión.

Él apoyó la mano en la carpetita de piel que contenía la cuenta.

– Te la daré sólo si la del fin de semana que viene corre a mi cargo.

¿Acababa de pedirle una cita? Laura era demasiado vieja para participar en jueguecitos.

– ¿Me estás pidiendo una cita?

Paul inclinó la cabeza y la comisura de sus labios se curvó en una divertida sonrisa.

– ¿Eso he hecho?

– No, no lo has hecho.

– ¿Y por qué no?

– Porque no soy delgada.

– ¡Ahhh!

– Ni rubia, ni elegante, ni estoy divorciada de un ejecutivo de producción de alto nivel. Porque no tengo tiempo para hacer ejercicio con un entrenador personal, la ropa no me sienta bien y arreglarme el pelo me aburre a morir. -Laura cruzó las piernas-. Pero, por encima de todo, porque soy tu agente y tengo planeado ganar mucho dinero con tu carrera.

– Entonces, ¿saldrás conmigo el próximo fin de semana?

– ¡No!

– ¡Lástima!

El camarero se acercó y Paul le entregó su tarjeta de crédito. Un director a quien los dos conocían se detuvo junto a su mesa para charlar con ellos y, a continuación, el aparcacoches del restaurante llevó el coche de Paul a la puerta. Para entonces, Laura supuso que el tema había quedado atrás, pero él le demostró que estaba equivocada.

– La Orquesta de Cámara de Los Ángeles toca en el Royce Hall el fin de semana que viene -comentó mientras se alejaban del restaurante-. Creo que deberíamos ir. A menos que prefieras asistir a un partido de los Dodgers.

Dos de las actividades preferidas de Laura.

– No lo entiendo. Tú eres un profesional consumado, así que sabes perfectamente que no puedo salir con un cliente. Y mucho menos con un cliente tan importante como tú.

– Lo de «importante» me gusta.

– Lo digo en serio. Vas a tener una estupenda carrera y quiero negociar todas las etapas de ella.

Paul tomó dirección norte, hacia Beverly Glen Boulevard.

– Si no fueras mi agente, ¿saldrías conmigo?

«Sin pensármelo dos veces.»

– Seguramente no. Somos muy diferentes.

– ¿Por qué no paras de decir eso?

– Porque tú eres tranquilo y razonable. Y te gusta el orden. ¿Cuánto hace que no te olvidas de pagar la cuenta de la televisión por cable o que te manchas la ropa con vino?

Laura señaló la pequeña salpicadura roja que había en la falda de su vestido de seda mientras, con la otra mano, tapaba un roto reciente. Quería que él comprendiera su punto de vista sin que pensara que era una auténtica chapucera.

– Ésa es una de las cosas que me gustan de ti -declaró Paul-. Te concentras tanto en las conversaciones que te olvidas de lo que estás haciendo. Eres una persona que sabe escuchar, Laura.

Él también lo era. La atención absoluta que le había prestado mientras cenaban le había hecho sentirse la mujer más fascinante de la Tierra.

– No lo entiendo -dijo-. ¿A qué viene este interés repentino por mí?

– Yo diría que no es tan repentino. De hecho, fuiste mi acompañante en la fiesta de la boda de Georgie, ¿te acuerdas?

– Aquello fue una cita de negocios.

– ¿Ah, sí?

– Eso pensé yo.

– Pues pensaste mal -replicó Paul-. Aquel día rompiste mis esquemas, me abriste los ojos acerca de Georgie y nada ha sido igual desde entonces. -El deje de una sonrisa flotó en la comisura de sus labios-. Por si no lo habías notado, soy una persona muy tensa y tú eres una mujer muy relajante, Laura Moody. Tú me destensas. ¡Ah, y también me gusta tu cuerpo!

Ella soltó una carcajada. ¿De dónde había salido tanto encanto? ¿No era suficiente con que Paul fuera inteligente, atractivo y mucho más agradable de lo que ella había imaginado?

– ¡Tonterías!

Paul sonrió y tomó una estrecha calle secundaria que pasaba por encima de Stone Canyon Reservoir.

– Tú me has devuelto a mi hija y me has dado una nueva carrera. Casi me da miedo decirlo, pero por primera vez en mucho tiempo, soy feliz.

De repente, el interior del Lexus se había vuelto demasiado pequeño. Y todavía se volvió más íntimo cuando Paul tomó una carretera oscura y sin asfaltar, aparcó el coche en la cuneta y bajó las ventanillas. Cuando apagó el motor, Laura se enderezó en el asiento.

– ¿Hay alguna razón para que hayas parado aquí?

– Esperaba que nos besuqueáramos.

– Estás de broma.

– Míralo desde mi punto de vista. Llevo toda la noche deseando acariciarte. Desde luego, preferiría la comodidad de un bonito sofá, pero dado que ni siquiera aceptas tener una cita conmigo, no confío en que me invites a entrar en tu casa, así que estoy improvisando.

– ¡Paul, soy tu agente! Llámame loca, pero tengo la política de no besuquearme con mis clientes.

– Lo comprendo. Yo en tu lugar tendría la misma política, pero hagámoslo de todas maneras. Sólo para ver lo que ocurre.

Ella sabía lo que ocurriría. ¡Vaya si lo sabía! Cada vez le costaba más ignorar el magnetismo sexual de Paul, pero no tenía la menor intención de fastidiar su ya fastidiada carrera.

– No, no lo haremos.

Las luces automáticas, que habían estado iluminando una franja de chaparral y arbustos de roble, se apagaron arropándolos en la suave y cálida oscuridad.

– He aquí el tema. -Paul se desabrochó el cinturón de seguridad-. Llevo años dejando que la lógica dirija mi vida, y desde luego no ha funcionado tan bien. Pero ahora soy un actor, lo que oficialmente me convierte en un maníaco, así que voy a empezar a hacer lo que quiero. Y lo que quiero es… -Se inclinó hacia ella y la besó en los labios-. Lo que quiero es esto…

Todo lo que Laura tenía que hacer era apartarse, pero, en lugar de hacerlo, se permitió disfrutar del sabor de Paul… de su olor… de la marea embriagadora y vertiginosa… Quería más.

Pero los días en los que sacrificaba sus intereses por un placer rápido hacía tiempo que habían quedado atrás. Hundió las manos en el pelo de Paul, lo besó profunda e intensamente y, a continuación, se apartó.

– Ha sido divertido. No vuelvas a hacerlo.


En realidad, Paul no había esperado otra cosa. Pero lo había deseado. Acarició la mejilla de Laura con los nudillos de la mano. Ella no le creería si le decía que se estaba enamorando, así que no pensaba decírselo. Ni él mismo podía creérselo. A los cincuenta y dos años, por fin volvía a enamorarse, y de una mujer a la que conocía hacía años. Aunque, incluso en la época en que ella le permitía mangonearla, él se había sentido físicamente atraído por Laura.

A él siempre le habían gustado las mujeres con redondeces y formas blandas, con el pelo suave y sedoso y los ojos del color del Armagnac. Mujeres inteligentes e independientes que sabían cómo abrirse camino en el mundo, que les gustaba la comida y que estaban más interesadas en hablar con la persona que tenían delante que en comprobar el móvil. El hecho de que no se hubiera permitido acercarse a ninguna mujer con esas cualidades sólo demostraba su determinación en mantenerse a salvo de las erráticas emociones que, en el pasado, casi lo habían destruido.

Pero, aunque se había sentido físicamente atraído por Laura, él no la había respetado, no hasta que ella le plantó cara. Cuando él percibió su integridad y la forma en que cuidaba a los demás, se volvió loco por ella, y el remate fue cuando finalmente le hizo recordar que era un actor. Ella supo lo que él necesitaba antes que él mismo.

Durante las últimas semanas, Paul se había sentido renacer. A veces, con las piernas temblorosas como las de un potro recién nacido, y otras con la sensación de estar haciendo lo correcto. No podía creer que se hubiera permitido estar perdido tanto tiempo. Sólo su preocupación por Georgie le impedía sentirse plenamente satisfecho. Eso y el persistente temor de no poder superar las sensatas barreras que Laura insistiría en mantener entre ellos.

Pero tenía un plan y aquella noche había dado el primer paso al decirle que, entre ellos, había algo más que negocios. Paul tenía la intención de ir avanzando lentamente y así darle a Laura el tiempo suficiente para ajustarse a la idea de que estaban hechos el uno para el otro. No realizaría ningún movimiento brusco. Nada de abrirle su corazón. Sólo una persecución paciente y deliberada.

Entonces el bolso de Laura resbaló de su falda y, cuando ella se inclinó para recogerlo, se golpeó la frente contra la guantera, y el plan de Paul saltó por los aires.