– Me estoy enamorando de ti, Laura. -Y se quedó tan sorprendido al decirlo en voz alta que apenas se dio cuenta de la carcajada que soltó ella-. Sé que es una locura -continuó-, y no espero que me creas, pero es la verdad.

Laura rio más.

– No sabía que te gustara tanto jugar. No creerás que voy a creerme un cuento como ése.

Sin dejar de reír, se frotó la frente y miró a Paul a los ojos. Y se tomó su tiempo, prestándole toda su atención, como hacía siempre. Inclinó la cabeza y lo observó. Poco a poco, su risa se fue desvaneciendo y sus labios se separaron levemente. Entonces hizo algo que de verdad sorprendió a Paul: le leyó la mente.

– ¡Dios mío! -exclamó-. ¡Lo dices en serio!

Él, incapaz de hablar, asintió con la cabeza. Largos segundos transcurrieron. Paul le dio el tiempo que necesitaba. El tirante de su sujetador resbaló por el hombro de Laura y ella parpadeó.

– Yo no estoy enamorada de ti -declaró-. ¿Cómo podría estarlo? Sólo estoy empezando a conocerte. -Clavó en él sus ojos de color coñac-. Pero te deseo muchísimo y te juro por Dios que, si esto no funciona y siquiera se te ocurre pensar en despedirme… -desabrochó su cinturón de seguridad- te pondré en la lista negra de todos los agentes de la ciudad. ¿Queda entendido?

– Entendido -contestó Paul justo antes de que ella se lanzara al ataque.

Fue glorioso. Laura le cogió la mandíbula con ambas manos y dejó que sus bocas juguetearan. Mientras le ofrecía a Paul la dulce punta de su lengua, una oleada de ternura hizo que la excitación de Paul aumentara. Él se separó lo suficiente del volante para que ella pudiera deslizar una rodilla por encima de su muslo. El pelo suave y lacio de Laura le rozó la mejilla. Paul apoyó las manos en los costados de ella. Debajo de la fina seda de su vestido, su carne era un poema de sensualidad.

– Te quiero -susurró sin importarle ya su plan.

– Estás como una cabra.

– Y tú eres un encanto.

Paul no había hecho algo así en un coche desde que tenía diecisiete años y, en esta ocasión, no fue más cómodo que entonces. Buscó a tientas la cremallera de Laura y consiguió no hacerse un lío al bajarla. Sus manos se deslizaron por el interior del vestido y la acarició por encima del sujetador.

– Esto es una locura -gimió Laura junto a su boca mientras él le bajaba el sujetador lo suficiente para succionarle los pechos.

Ella entrelazó los dedos en el pelo de Paul y dejó caer la cabeza hacia atrás.

El coche se había convertido en su enemigo. Laura tiró de la camisa de Paul arañándolo con su anillo. De algún modo, él la levantó en el aire y consiguió deslizarse debajo de ella en el asiento del copiloto, pero no sin que ella le clavara el codo en la mandíbula y la rodilla en el costado. Al final, Laura se sentó a horcajadas encima de él. Con sus bocas todavía unidas, Paul introdujo la mano por debajo del vestido…

Sus caricias aumentaron en intensidad. La mano de Laura se mostró atrevida y sabia, pese a que la ropa se interponía en su camino. Otro beso lujurioso y, entonces, de pronto él estaba en el interior de Laura. Amándola. Llenándola. Complaciéndola. Reclamándola para él. El sonido de sus gemidos, de su respiración, de sus cuerpos fusionándose acarició los oídos de Paul. Laura se agarró a él con fuerza. Se puso tensa. Permanecieron suspendidos… volando… disolviéndose.


Más tarde, Paul salió del coche para desentumecerse y, disimuladamente, relajó una contractura de su espalda. Laura se unió a él un segundo más tarde.

– Esto ha sido una auténtica locura -dijo muy seria-. Finjamos que nunca ha ocurrido.

Paul miró hacia las estrellas.

– Perfecto. Entonces podemos esperar con ilusión nuestra primera vez.

La dureza de Laura se desvaneció dejando paso a la preocupación.

– Hablas en serio, ¿no?

– Sí. -La rodeó con el brazo-. Y estoy tan impresionado como tú.

– Sorprendente. Eres un hombre sorprendente, Paul York. Tengo ganas de conocerte.

Paul rozó el suave pelo de Laura con sus labios.

– ¿Para ti sólo sigue siendo deseo?

Ella apoyó la mejilla en su hombro.

– Dame un par de meses y volveremos a hablar del tema.


Georgie no conseguía encontrar su equilibrio. Estaba echada en una tumbona de teca mientras los rayos de sol de última hora de la tarde caían oblicuos sobre el patio de piedras blancas. Era un martes por la tarde, y hacía dieciséis días que había llegado a México. Se obligaría a volver a Los Ángeles antes del fin de semana en lugar de quedarse allí para siempre, como quería. Le habría gustado seguir allí hasta decidir qué nueva forma debía tomar su vida. Salvo cuando estaba delante del ordenador que había comprado unos días atrás, no lograba concentrarse en nada. El corazón le dolía demasiado.

Dos lagartijas corretearon hacia la zona sombreada. Unos barcos cabeceaban en la distancia y sus parabrisas destellaban como estroboscopios a la luz del sol. Hacía demasiado calor para seguir allí fuera, pero Georgie no se movió. La noche anterior había soñado que era una novia. Estaba frente a una ventana, con su traje de boda y trocitos de cinta blanca entremezclados con el pelo, y vio a Bram acercarse a través de una vaporosa cortina de encaje.

Las bisagras de la puerta de la valla crujieron. Georgie levantó la vista y allí estaba él, entrando en el patio con su andar despreocupado, como si ella lo hubiera conjurado, pero el romántico novio de su sueño ahora iba vestido con unos pantalones de aviador de color gris plomo, y su cara tenía una expresión hosca. Georgie odió el brinco que dio su estómago. Bram era esbelto, alto y saludable. Los años de vida disipada quedaban muy atrás. El chico malo, egocéntrico y autodestructivo hacía años que había dejado de ser un chico malo, sólo que nadie se había dado cuenta. El nudo en la garganta de Georgie le impidió pronunciar ninguna palabra.

Bram la observó a través de los cristales oscuros de sus gafas de sol, desde su pelo sudado hasta la parte baja de su bikini morado y, después, contempló sus pechos. El patio era privado y ella no esperaba visitas, y todavía menos la de él, así que allí estaba ella, con los pechos al aire justo cuando menos lo deseaba.

– ¿Qué, disfrutando de tus vacaciones? -El suave murmullo de su voz le recorrió la piel como el inicio de una tormenta.

Ella era una actriz y las cámaras habían empezado a rodar. Entonces encontró su voz.

– Mira a tu alrededor. Todo es maravilloso.

Bram se acercó a ella con andar despreocupado.

– Deberías haberme avisado antes de salir corriendo.

– Nuestro matrimonio no es de ese tipo.

Cuando Georgie alargó el brazo para coger la parte de arriba del bikini de rayas amarillas y moradas, tuvo la sensación de que era de goma.

Bram se la arrebató y la lanzó al otro extremo del patio, donde aterrizó sobre una mesita.

– No te molestes en vestirte.

– Tranquilo.

Georgie se dirigió a la mesita contando despacio y en voz baja para no acelerarse, y dejando que sus caderas se contonearan bajo las diminutas braguitas moradas del bikini. ¿Quizás un último intento para conseguir que él se enamorara de ella? Pero él no lo hizo. Bram no se enamoraba, no porque fuera tan egoísta como creía, sino porque no sabía cómo hacerlo.

Se puso la parte de arriba del bikini y se sacudió el pelo.

– Tu viaje ha sido una pérdida de tiempo. Pronto regresaré a Los Ángeles.

– Eso me ha contado Trev. -Bram apretó los puños a sus costados-. Hablé con él, que está en Australia, hace un par de días, pero la historia completa la obtuve gracias a la prensa. Según Flash, los dos nos vamos a trasladar a la casa de Trev mientras él está rodando para así disfrutar de unas vacaciones en la playa.

– Mi asistente personal, que antes era tímido, se ha convertido en un portavoz fantástico ante los medios.

– Al menos alguien cuida de ti. ¿Qué ocurre, Georgie?

Ella intentó recobrar el dominio de sí misma.

– Yo voy a trasladarme a la casa de Trevor, pero tú no. Es una buena solución.

– ¿Una solución a qué? -Él se quitó las gafas de sol con ímpetu-. No lo entiendo. No entiendo qué ha sucedido, así, de repente, de modo que será mejor que me lo expliques.

Bram estaba distante y enfadado.

– Se trata de nuestro futuro -explicó Georgie-, de la siguiente fase. ¿No crees que ha llegado la hora de que sigamos con nuestras vidas? Todo el mundo sabe que estás trabajando, así que no resultará extraño que yo pase el verano en Malibú. Si quieres, Aaron puede seguir divulgando comunicados. Incluso puedes ir a Malibú un par de veces para dar un paseo muy público conmigo por la playa. Eso estaría bien.

Eso no estaría nada bien. Cualquier contacto que tuviera con él a partir de aquel momento, no haría más que prolongar su agonía.

– No es así como habíamos decidido manejar esto. -Introdujo la patilla de sus gafas en el cuello de su camiseta-. Tenemos un acuerdo. Un año. Y espero que lo cumplas hasta el último segundo.

Él había insistido en que su acuerdo sólo durara seis meses, no un año, pero Georgie dejó correr ese detalle.

– No me estás escuchando. -De algún modo, Georgie consiguió sacar a la luz la inocencia y espontaneidad de Scooter-. Tú estás trabajando. Yo estoy en la playa. Un par de apariciones públicas. Nadie sospechará nada.

– Tienes que estar en la casa. En mi casa. Y, por lo visto, no he oído tu explicación acerca de por qué no estás allí.

– Porque hace tiempo que debería haber empezado a fijar un nuevo rumbo a mi vida. La playa será un lugar estupendo para dar los primeros pasos.

La sombra de un tulipán africano ensombreció momentáneamente la cara de Bram cuando se acercó a Georgie.

– Tu vida actual ya está bien.

Aunque tenía el corazón roto, ella interpretó el papel de una mujer exasperada.

– ¡Sabía que no lo entenderías! Todos los hombres sois iguales. -Cogió su toalla y la apretó contra su pecho como si fuera el amuleto de un niño-. Voy a ducharme mientras tú te calmas.

Pero mientras se volvía para entrar en la casa, Bram logró que se detuviera de golpe.

– Vi la grabación de tu prueba.

Bram vio cómo la expresión de Georgie pasaba de la confusión a la comprensión y la curiosidad. Deseó cogerla por los hombros, zarandearla, obligarle a contarle la verdad.

Los dedos con que Georgie sujetaba la toalla flaquearon.

– ¿Te refieres a la cinta que me grabó Chaz?

– Es increíble -declaró él con lentitud-. Estás increíble.

Ella lo contempló con sus grandes ojos verdes.

– Clavaste el papel, como tú misma habías dicho -dijo Bram-. La gente me subestima como actor y nunca se me ocurrió que yo estuviera haciendo lo mismo contigo. Todos te hemos subestimado.

– Lo sé.

Su sencilla respuesta sacó de quicio a Bram. Él no sabía de lo que Georgie era capaz y, después de ver la cinta, se sintió como si le hubieran asestado un puñetazo en el estómago.

La noche anterior había contemplado la cinta en la oscuridad de su dormitorio. Cuando pulsó el botón de inicio, la pared vacía del despacho de Georgie apareció en la pantalla y oyó la voz de Chaz fuera de imagen.

– Estoy muy ocupada. No tengo tiempo para esta porquería.

Georgie apareció en pantalla. Iba peinada austeramente, con la raya en medio, y con un mínimo maquillaje: una base clara, nada de máscara, apenas un toque de raya en los párpados y un pintalabios rojo intenso que no podía haber sido menos adecuado para Helene. La cámara la grabó de cintura para arriba: una discreta chaqueta de traje negra, una camisa blanca y un intrincado collar de cuentas negras.

– Lo digo en serio -protestó Chaz-. Tengo que ir a hacer la cena.

Georgie se enfrentó al desaire de Chaz con el tono distante e imperioso de Helene, en lugar de responder con su forma de ser habitual, amistosa y vulnerable.

– Harás lo que yo te diga.

La chica murmuró algo que el micrófono no registró y se quedó quieta. Georgie hinchó el pecho levemente por debajo de la chaqueta y entonces una sonrisa fría y sarcástica curvó su mandíbula consiguiendo que sus rojos labios encajaran a la perfección con el papel.

– «¿Crees que puedes avergonzarme, Danny? Yo no me avergüenzo de nada. Avergonzarse es de perdedores, y aquí el perdedor eres tú, no yo. Tú eres un cero a la izquierda. No eres nada. Todos lo sabemos desde siempre, incluso desde que eras un niño.»

Su voz era grave, de una frialdad letal y totalmente serena. A diferencia de las otras actrices que se habían presentado a la audición, Georgie no mostró ninguna emoción. Nada de dientes rechinantes ni dramatismo en la voz. Todo, en su interpretación, reflejaba contención.

– «No te queda ningún amigo en esta ciudad y, aun así, crees que puedes vencerme…»