Georgie interpretó las palabras con soltura. La frialdad y la fiereza flotaron detrás de su roja sonrisa, captando a la perfección el egocentrismo de Helene, su astucia, su inteligencia, y la absoluta convicción de que se merecía todo lo que estuviera a su alcance. Bram permaneció inmóvil, hechizado, hasta que ella, con aquella helada y oscura sonrisa en los labios, llegó al final de su texto.
– «¿Te acuerdas de cómo te burlabas de mí cuando íbamos al colegio? ¿De cómo te reías? Pues bien, ¿quién ríe ahora, payaso? ¿Quién es el que ríe ahora?»
La cámara seguía grabándola, pero Georgie no se movió, simplemente esperó, con todas las células de su cuerpo despidiendo rabia contenida, orgullo desbordante y determinación inquebrantable. La cámara tembló y se oyó la voz de Chaz:
– ¡Mierda, Georgie, ha sido…!
La pantalla se volvió negra.
Bram miró a Georgie, que estaba de pie frente a él, en el patio encalado, con el pelo recogido en un nudo sudoroso y despeinado, con la cara sin maquillar y la toalla de playa colgando de su mano, y durante un instante creyó que eran los ojos fríos y calculadores de Helene los que le devolvían la mirada: decididos, cínicos, astutos. Él se encargaría de solucionarlo.
– Esta mañana he despertado a Hank y le he hecho ver la prueba incluso antes de que tomara el café.
– ¿Ah, sí?
– Se ha quedado alucinado. Igual que yo. Ninguna de las actrices a las que hemos visto ha conseguido lo que tú, la complejidad, el talante sombrío…
– Soy una actriz. Eso es lo que hago.
– Tu actuación ha sido electrizante.
– Gracias.
La reserva de Georgie estaba empezando a sacarlo de sus casillas. Bram esperaba que se jactara y le dijera que ya se lo había dicho, pero como Georgie no reaccionó de esa manera, él volvió a intentarlo.
– Has lanzado a Scooter Brown al olvido.
– Ésa era mi intención.
Georgie todavía no parecía haber captado su mensaje, así que Bram se lo concretó:
– El papel es tuyo.
En lugar de lanzarse a sus brazos, ella se dio la vuelta.
– Tengo que ducharme. Ponte cómodo mientras me visto.
Capítulo 25
Georgie se encerró en el lavabo y dejó que el agua resbalara por su cuerpo. Su buen nombre había sido reivindicado, pero eso no significaba nada para ella. Georgie ya sabía lo buena que era. ¡Menuda ironía! La única aprobación que realmente necesitaba era la suya propia. ¡Vaya lección de crecimiento personal!
Se puso los mismos pantalones cortos y blancos y la misma camiseta azul marino que había llevado por la mañana y se pasó el peine por el pelo húmedo. Había llegado la hora de encararse a Bram con toda la verdad que fuera capaz de revelarle, pero no podía hacerlo ella sola. Necesitaba la ayuda de su fiel compañera.
El pequeño y fresco salón tenía las paredes encaladas, el suelo embaldosado y sillas de mimbre oscuro con unos bonitos cojines azules. Todas las mañanas, Georgie abría las vidrieras correderas para que el patio se convirtiera en una extensión del interior permitiendo que, de vez en cuando, una lagartija entrara en la casa, pero a ella no le importaba. Había leído que algunas especies de lagartijas eran partenogenéticas, lo que significaba que las hembras podían reproducirse sin tener que aparearse. ¡Ojalá ella pudiera hacer lo mismo!
Bram había encontrado una jarra de té helado en la nevera y estaba sentado con los pies apoyados en la mesa auxiliar y un vaso verde de base gruesa en equilibrio sobre su muslo. Oyó los pasos de Georgie en las frescas baldosas de terracota, pero no dirigió la mirada hacia ella.
– No pareces tan contenta respecto a lo del papel como yo esperaba.
– Por lo visto, sólo tenía que demostrarme algo a mí misma -declaró con alegría Scooter, la fiel compañera de Georgie-. ¿Quién lo habría dicho?
– Ésta es la oportunidad que estabas esperando.
– Sí, pero…
Como titubeaba, Bram se dio la vuelta para mirarla. Georgie levantó una mano.
– Tengo algo que decirte. No te hará feliz, pero a mí tampoco me lo hace. Me dirás de todo, y no te lo reprocharé.
Bram se levantó del sofá y se acercó a Georgie con el mismo recelo que emplearía si fuera una maleta abandonada en un aeropuerto.
– No te quedarás en casa de Trev. Lo digo en serio, Georgie. ¡Yo he cumplido todos los pactos de este estúpido matrimonio, así que tú también puedes hacerlo!
– Tú no los has cumplido porque seas honrado, sino por razones egoístas.
– Es igual -contestó él-. Yo he cumplido mi parte y tú tienes que cumplir la tuya, o no eres la mujer que creía que eras.
– En principio, estoy de acuerdo, pero… -Georgie no era una persona superficial y había llegado la hora de soltar la verdad-. Pondré las cartas sobre la mesa, Skipper. -Enderezó una revista que había en un extremo de la mesa-. Siento que estoy empezando a enamorarme de ti otra vez.
– ¡Y un cuerno!
Bram ni siquiera parpadeó. Georgie continuó:
– Es ridículo, ¿no? Humillante. Embarazoso… Por suerte, la cosa no ha avanzado mucho, pero ya me conoces, siempre decidida a dispararme a la menor oportunidad. Pero esta vez, no. Esta vez voy a acabar con esta estupidez incluso antes de que empiece.
– Tú no te estás enamorando de mí.
– A mí también me cuesta creerlo. Afortunadamente, sólo es el principio. -Sacudió el dedo hacia Bram-. Es tu cuerpo. Tu cara. Y tu pelo… Estás buenísimo y, lamento decirlo, yo soy tan sensible como cualquier mujer.
– Ya lo capto. Se trata de una cuestión de sexo. Básicamente, eres una mujer chapada a la antigua que necesita creer que está enamorada para disfrutar del sexo.
– ¡Dios mío, creo que tienes razón!
Bram parpadeó y, unos segundos demasiado tarde, se dio cuenta de que ella lo había acorralado.
– Lo que quiero decir es que…
– Tienes toda la razón -contestó ella con énfasis-. Gracias. Ya no más sexo entre nosotros.
– ¡No me refería a eso!
– La alternativa es que vuelva a tu casa y me enamore por completo de ti. Seguro que los dos somos conscientes de cómo podría acabar eso: escenas violentas en las que yo lloraría y suplicaría… Tú sintiéndote como una mierda… Conociéndome, seguro que dejaría de tomar los anticonceptivos a escondidas. ¿Captas la idea?
– No puedo creerlo. -Bram se mesó el pelo-. No eres tan estúpida. Lo nuestro no es amor, es sexo. Me conoces demasiado bien para enamorarte de mí.
– Eso creía yo.
– Tú, por encima de todos los demás, sabes lo imbécil, egoísta y mujeriego que soy.
– Me odio a mí misma por esto. De verdad.
– Georgie, no lo hagas.
– ¿Qué puedo decir? De todos los líos en que nos he metido éste es el peor. -Bram no respondió y Georgie se humedeció los labios-. Curioso, ¿no?
– No es nada extraño. Eres tú siendo tú misma. Eres demasiado emocional. Utiliza la cabeza. Los dos sabemos que te mereces a alguien mejor que yo.
– Por fin estamos de acuerdo en algo.
Ella lo dijo esperando aliviar la tensión que había entre los dos, pero el ceño fruncido de Bram se acentuó.
– Aquella estúpida conversación que mantuvimos sobre si yo estaba enamorado… Creí que estabas preocupada por mis sentimientos, pero sólo me estabas tanteando.
– Por favor, no me lo recuerdes. Seguro que eres consciente de cuánto me cuesta tragarme el orgullo y admitir que estoy cayendo en esa vieja trampa.
– Es algo temporal. Estabas necesitada de sexo y yo soy un amante jodidamente bueno.
– ¿Y si es algo más que eso?
– No lo es. Piensa que últimamente he estado sacando casi lo mejor de mí. Ahora veo que he cometido un error. Recoge tus cosas y olvídalo. Te garantizo que no volverá a ocurrir.
– Lo siento, pero no puedo.
– Claro que puedes. Estás haciendo una montaña de todo esto.
– Ojalá fuera eso. ¿Cómo crees que me siento al admitir algo tan degradante? Sólo un hilo me mantiene unida a mi autoestima.
– Eso ocurre porque te estás comportando como una idiota.
– Y estoy decidida a ponerle fin.
– Por una vez estamos de acuerdo. -Bram enganchó los pulgares en los bolsillos del pantalón-. Está bien, llegaremos a un acuerdo. Puedes instalarte en la casa de invitados durante un tiempo. Hasta que vuelvas a sentar la cabeza.
– Resultaría demasiado extraño, con Chaz y Aaron por allí. Trasladarme a Malibú es una idea mucho mejor.
– Chaz ya sabe lo de Las Vegas y Aaron haría cualquier cosa por ti. La casa de invitados es el lugar perfecto para que pongas fin a tu locura. En cuanto a nuestra relación laboral… Cuando estés en el plató volverás a ser una profesional y yo volveré a ser un imbécil arrogante. No tardarás mucho en recuperar la razón.
Aquélla era la parte más difícil y, justo cuando más la necesitaba, Scooter desapareció para repartir su alegría en algún otro lugar. Georgie no podía mirar a Bram a la cara, así que salió al patio.
– Bram… No voy a aceptar el trabajo. No interpretaré a Helene.
– ¿Qué? Claro que la interpretarás.
Georgie miró acantilado abajo, hacia las tejas de las casas inferiores.
– No; lo digo en serio.
Oyó el furioso golpeteo de los pasos de Bram conforme se acercaba a ella.
– Eso es lo más estúpido que te he oído decir nunca. Ésta es la oportunidad que estabas esperando. ¿Y todo aquello de reinventar tu carrera? ¿Era mentira?
– En aquel momento, no, pero…
– ¡Maldita sea! ¡Voy a llamar a tu padre! -Bram se puso a su lado-. Tú eres una profesional. Uno no echa por la borda la oportunidad de su vida por una estupidez como ésta.
– Lo hace si esa oportunidad podría dejarte traumatizada durante años.
– No hablarás en serio.
– No puedo arriesgarme a trabajar contigo día tras día. No, sintiendo lo que siento ahora.
Entonces él se dejó ir. Recorrió el patio de un extremo al otro esgrimiendo argumentos. Mientras se sumergía y salía de las zonas sombreadas, Georgie lo vio como quien realmente era, un ser de luz y sombra que sólo revelaba lo que quería. Cuando Bram hizo una pausa para tomar aliento, ella sacudió la cabeza.
– Oigo lo que dices, pero no voy a cambiar de idea.
Al final, él comprendió que hablaba en serio. Georgie lo vio replegarse en sí mismo, como una criatura marina en su concha protectora.
– Siento oírte decir eso. -Frío, distante-. Al menos Jade estará contenta.
– ¿Jade?
– Sí, Jade ha querido ese papel desde la lectura que hicimos en casa. ¿No lo suponías? Estábamos a punto de hacerle una oferta cuando vi tu grabación.
– ¡No puedes darle el papel a Jade!
– Reconozco que se armará la de San Quintín -admitió Bram sin la menor emoción-, pero dará publicidad a la película y no voy a rechazar propaganda gratis.
Un rugido resonó en la mente de Georgie. No podía moverse y apenas podía hablar.
– Será mejor que te vayas.
– Buena idea. -Sacó las gafas de sol del cuello de su camisa con una actitud fría y seria-. Estamos a martes. Tienes hasta el fin de semana para cambiar de idea. Si no, Jade tendrá el papel. Piensa en ello cuando estés en la cama esta noche. -Se puso las gafas-. Y, de paso, piensa en si realmente quieres enamorarte de un tío que está dispuesto a lanzarte a los lobos.
Dos días más tarde, Bram llegó a su casa después de un día de trabajo y encontró a Rory Keene descalza en su cocina. Estrujaba una manga de cocina y formaba montoncitos de azúcar glaseado rosa sobre un papel encerado bajo la supervisión de una ceñuda Chaz. Bram apenas había dormido desde su regreso de México. Tenía la garganta irritada, un persistente dolor de cabeza y el estómago continuamente revuelto. Lo único que le apetecía era concentrarse en el trabajo.
– Se supone que son rosas -se quejó Chaz-. ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?
Rory dejó la manga de cocina con enojo y Bram realizó una mueca.
– Si fueras un poco más despacio cuando haces la demostración, quizá me saldría bien -se quejó Rory.
¿Cuándo se daría cuenta Chaz de que tenía que hacerle la pelota a la gente importante? Bram intervino:
– Tienes que disculpar a mi ama de llaves. La criaron los lobos. -Y se acercó para examinar los bultitos rosas-. Parece delicioso.
Ambas mujeres lo miraron con sorna.
– Ésa no es la cuestión. Son ornamentales -explicó Rory como si él tuviera que saberlo-. Siempre he querido aprender a decorar pasteles y Chaz me está enseñando los fundamentos.
– Sí, es una clase de educación especial -murmuró Chaz.
– Yo soy una ejecutiva -replicó Rory-, no una pastelera.
– Eso está claro.
– Lárgate, Chaz -ordenó Bram.
Estar en presencia de Rory siempre lo ponía nervioso y, en aquel momento, no estaba para tratar con las dos mujeres a la vez.
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