– Nunca volverás a caer en algo así.
– ¿Cómo lo sabes?
– Por pura lógica. Supongamos que vuelves a romperte un brazo, o incluso una pierna. ¿De verdad crees que Bram te echaría? ¿O que Georgie no se ocuparía de ti, o que yo no te dejaría quedarte en mi apartamento? Ahora tienes amigos, aunque, por tu forma de tratarlos, uno nunca lo diría.
– He conseguido que Georgie coma, ¿no? Y no deberías haberle dicho lo de que tengo miedo de suspender.
– Tú eres inteligente, Chaz. Lo sabe todo el mundo menos tú.
Ella cogió una concha rota y deslizó la yema del pulgar por el borde.
– Podría haber sido inteligente, pero me perdí la mayor parte de la escuela.
– ¿Y qué? Para eso está el examen libre de graduado de secundaria. Y ya te dije que te ayudaría a estudiar.
– Yo no necesito ayuda.
Si Aaron le ayudaba, se enteraría de lo poco que ella sabía y dejaría de respetarla.
Pero él pareció comprender lo que ella estaba pensando.
– Si tú no me hubieras ayudado, yo todavía estaría gordo. Las personas son buenas en distintas cosas. Yo siempre fui bueno estudiando y ahora me toca a mí hacerte un favor. Confía en mí. No te trataré ni la mitad de mal de lo que tú me has tratado a mí.
Ella lo había tratado mal. Y a Georgie también. Chaz estiró las piernas. Su piel era pálida como la de un vampiro y, además, vio que se había saltado un trocito de piel al depilarse.
– Lo siento.
No debió de parecer que lo decía de corazón, porque él no se rindió.
– Tienes que dejar de tratar tan mal a las personas. Crees que así pareces dura, pero sólo das lástima.
Chaz se levantó de golpe.
– ¡No vuelvas a decirme eso!
Aaron levantó la vista hacia ella, que lo miró con furia, con los brazos colgando rígidos a los lados y los puños apretados.
– ¡Deja de decir chorradas, Chaz! -La voz de Aaron sonó cansada, como si se estuviera hartando de ella-. Ya va siendo hora de que empieces a actuar como un ser humano decente. -Se levantó con calma-. Tú y yo somos muy buenos amigos, pero la mitad del tiempo me avergüenzo de ti. Como cuando he oído las gilipolleces que le has soltado antes a Georgie. Cualquiera que tenga ojos puede ver lo mal que se siente. No tenías por qué hacerle sentirse peor.
– Bram se siente tan mal como ella.
– Eso no justifica tu forma de hablarle.
Parecía que Aaron estuviera a punto de considerarla un caso perdido. Chaz sintió deseos de llorar, pero antes se suicidaría, así que se quitó el albornoz y lo dejó sobre la arena. Se sintió desnuda, pero Aaron sólo la miraba a la cara. Cuando vivía en las calles, los hombres apenas la miraban a la cara.
– ¿Estás satisfecho? -le espetó.
– ¿Lo estás tú? -replicó él.
Chaz no estaba satisfecha con casi nada de ella misma, y estaba harta de sentir miedo. Salir de la casa de Bram la ponía nerviosa. Tenía miedo de obtener el título de graduado escolar. ¡Tenía miedo de tantas cosas!
– Si soy amable con los demás, se aprovecharán de mí -dijo.
– Si se aprovechan de ti -contestó Aaron con suavidad-, deja de ser amable con ellos.
A Chaz se le puso carne de gallina. ¿De verdad tenía que ser todo o nada? Pensó en todo lo que Aaron le había dicho, en lo de que ahora tenía amigos que cuidarían de ella. Ella odiaba depender de los demás, pero eso quizá se debía a que nunca había podido hacerlo. Aaron tenía razón. Ahora tenía amigos, pero ella seguía actuando como si estuviera sola en su lucha contra el mundo. No le gustaba que Aaron pensara que trataba mal a los demás. Tratar mal a los demás no la salvaría de nada. Chaz examinó sus pies.
– No me consideres un caso perdido, ¿de acuerdo?
– No puedo hacerlo -contestó él-, siento demasiada curiosidad por saber en qué te vas a convertir cuando madures.
Chaz lo miró y vio que tenía una extraña expresión en la cara. No miraba su cuerpo, ni siquiera la miraba fijamente, pero ella fue consciente de él de una forma que le hizo sentir… picor, sed… o algo.
– ¿Quieres ir a nadar o piensas quedarte aquí todo el día psicoanalizándome? -le preguntó.
– Voy a nadar.
– Ya me lo parecía a mí.
Chaz corrió hacia el agua sintiéndose casi libre. Quizás aquella sensación no le durara mucho, pero, de momento, resultaba agradable.
Georgie editaba película durante el día y merodeaba por las calles más pobres de Hollywood y West Hollywood durante la noche, con sólo su cámara y su famosa cara como protección. La mayoría de las muchachas a las que abordaba la reconocían y se mostraban muy dispuestas a hablar para la cámara.
Encontró un centro de asistencia sanitaria móvil que ayudaba a los chicos de las calles. Una vez más, ser famosa le resultó útil y los sanitarios le permitieron ir con ellos noche tras noche ofreciendo pruebas del sida y de enfermedades de transmisión sexual, asesoramiento ante las crisis, condones y educación sanitaria preventiva. Lo que Georgie oyó y vio durante aquellas noches le afectó mucho. Se imaginaba a Chaz entre aquellas muchachas y se preguntaba dónde estaría en aquellos momentos si Bram no hubiera intervenido para ayudarla.
Transcurrieron dos semanas y Bram no realizó ningún intento de ponerse en contacto con ella. Georgie estaba agotada hasta el punto de sentirse aturdida, pero no podía dormir más que unas pocas horas antes de despertar sobresaltada, con el camisón empapado de sudor y las sábanas enrolladas en su cuerpo. Añoraba vivamente al hombre que creía que era Bram, el hombre que albergaba un corazón tierno detrás de su cínico exterior. Sólo su trabajo y saber que había hecho lo correcto al no vender su alma por una venganza, evitaban que cayera en la desesperación.
Como los paparazzi no solían merodear por los vecindarios que ella visitaba, no apareció ninguna fotografía de ella. Aunque le había ordenado a Aaron que dejara de transmitir a la prensa del corazón historias sobre lo felices que ella y Bram eran en su matrimonio, él siguió haciéndolo. Pero eso a ella ya no le importaba. Ya se encargaría Bram de aquella cuestión.
Un viernes, tres semanas después de su ruptura con Bram, Aaron le telefoneó y le dijo que entrara en la página Web de Variety. Georgie le hizo caso y leyó el siguiente anuncio:
«El reparto de La casa del árbol, la adaptación cinematográfica de Bram Shepard de la exitosa novela de Sarah Carter, ya se ha completado. En una decisión sorpresa de última hora, Anna Chalmers, una actriz del cine independiente prácticamente desconocida ha firmado para representar a Helene, el complejo papel femenino protagonista.»
Georgie se quedó mirando fijamente la pantalla. Todo había acabado. Ahora Bram ya no necesitaba convencerla de su amor eterno, lo que explicaba por qué no había vuelto a intentar hablar con ella. Georgie se puso a desgana las deportivas y se fue a dar un paseo por la playa. Estaba baja de defensas y se sentía agotada, de lo contrario no se habría dejado llevar por un escenario de fantasía en el que Bram se presentaba en la casa y caía de rodillas suplicándole su amor y su perdón.
Enfadada consigo misma, regresó a la casa.
A la mañana siguiente, mientras estaba frente al ordenador, el teléfono sonó. Georgie salió de su estupor y miró con los ojos entornados el visor de su móvil. Se trataba de Aaron, quien había ido a pasar el fin de semana a Kansas para celebrar el sesenta cumpleaños de su padre. Georgie se aclaró la voz.
– ¿Cómo va la reunión familiar?
– Bien, pero Chaz está enferma. Acabo de hablar con ella y parecía estar realmente mal.
– ¿Qué le pasa?
– No ha querido decírmelo, pero creo que estaba llorando. Le he dicho que busque a Bram, pero no sabe dónde está.
En Malibú intentando recuperarme no, pensó Georgie.
– Estoy preocupado por ella -continuó Aaron-. ¿Crees que…?
– Iré a verla.
Mientras conducía por la carretera, la fantasía volvió a representarse en su mente. Georgie se vio a sí misma entrando en casa de Bram, que estaba llena de globos. Había docenas de globos flotando contra el techo, con cintas colgando. Y Bram estaba allí en medio, con una expresión dulce, tierna y ansiosa.
«¡Sorpresa!»
Georgie apretó el acelerador y se obligó a volver a la realidad.
En la casa vacía y silenciosa de Bram no había ni un solo globo, y el hombre que la había traicionado no estaba por ningún lado. Como los paparazzi volvían a merodear por la entrada, Georgie aparcó el coche en la casa de Rory y cruzó a la de Bram por la puerta del jardín. Dejó su bolso y llamó a Chaz. No obtuvo respuesta.
Cruzó la cocina hasta el pasillo trasero y subió las escaleras que conducían al apartamento de Chaz. No le sorprendió ver que éste estaba decorado con sencillez y escrupulosamente limpio.
– Chaz, ¿estás bien?
Un gemido surgió de lo que parecía el único dormitorio. La chica estaba tumbada encima de una arrugada colcha gris, con las rodillas pegadas al pecho y la tez pálida. Al ver a Georgie, soltó un gruñido.
– Aaron me ha llamado.
Georgie se acercó a la cama.
– ¿Qué te pasa?
Chaz apretó con más fuerza las rodillas contra su pecho.
– No me puedo creer que te haya llamado.
– Está preocupado. Me ha dicho que estás enferma y es evidente que tiene razón.
– Tengo calambres.
– ¿Calambres?
– Sí, calambres. Eso es todo. A veces me pasa. Ahora vete.
– ¿Has tomado algo?
– Se me han acabado las pastillas. -Su voz era apenas un gemido-. Déjame sola. -Hundió la cara en la almohada y dijo con voz más suave-: Por favor.
«¿Por favor?» Debía de estar realmente enferma. Georgie fue a buscar una caja de Tylenol a la cocina, preparó una taza de té y regresó al apartamento de Chaz. Camino del dormitorio vio un libro de texto de secundaria abierto encima de una mesilla auxiliar y un par de libretas y lápices. Sonrió por primera vez en una semana.
– No puedo creer que Aaron te telefoneara -volvió a decir Chaz después de tomarse la pastilla-. ¿Has venido desde Malibú para darme un Tylenol?
– Aaron estaba muy alterado. -Georgie dejó el frasco del medicamento en la mesilla de noche-. Además, tú habrías hecho lo mismo por mí.
Chaz pareció animarse.
– ¿Aaron estaba alterado?
Georgie asintió con la cabeza y le alargó el té caliente y azucarado.
– Ahora te dejaré sola.
Chaz se incorporó lo suficiente para coger la taza.
– Gracias -murmuró-. Lo digo en serio.
– Lo sé -contestó Georgie mientras salía de la habitación.
Cogió un par de cosas suyas que había en la casa procurando no echar ni siquiera una ojeada al dormitorio. Mientras bajaba las escaleras, un haz de luz dorada entró por las ventanas. Aquella casa le encantaba. Sus rincones, sus salas… Le encantaban las macetas con los limoneros y las telas tibetanas, la repisa de piedra azteca de la chimenea y los cálidos suelos de madera. Le encantaba el comedor, con las paredes forradas de librerías, y los móviles de latón que tintineaban con el viento. ¿Cómo podía el hombre que había decorado aquella casa tan acogedora tener un corazón tan hostil y vacío?
Y entonces fue cuando él entró.
Capítulo 27
La expresión de sorpresa de Bram demostraba con claridad que Georgie era la última persona del mundo que esperaba o quería ver. Ella estaba pálida y ojerosa por tantas noches sin dormir, pero él parecía preparado para posar en una sesión fotográfica de la revista de moda masculina GQ. Se había cortado el pelo casi tan corto como en los días de Skip y Scooter, y ella habría jurado que se había hecho la manicura.
Georgie no soportaba la idea de que él creyera que había ido a verlo a él.
– Chaz está enferma -se justificó con sequedad-. He venido a ver cómo estaba, pero ya me voy.
Enderezó los hombros y cruzó la habitación hacia el porche, pero, antes de que abriera la cristalera, Bram estaba a su lado.
– No des ni un paso más.
– No me montes ninguna escena, Bram. No estoy de humor para soportarlo.
– Somos actores, nos encantan las escenas. -La cogió por los hombros y le hizo volverse hacia él-. No he pasado por todo esto para que ahora me dejes plantado.
La rabia que Georgie creía bajo control volvió a explotar.
– ¿Pasado por todo el qué? ¿Qué es todo eso por lo que tú has pasado? ¡Mírate! No tienes ni una arruga. ¡Lo que estás pasando es la mejor época de tu vida!
– ¿Es así como me ves?
– Estás produciendo y protagonizando una película genial. Todos tus sueños se han convertido en realidad.
– No exactamente. La cagué contigo, ¿recuerdas?, con la persona más importante de mi vida. -La retuvo contra las vidrieras-. Y estoy intentando arreglarlo.
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