Georgie soltó un soplido desdeñoso.
– ¿Ah, sí, y cómo?
Él la miró. Sus ansiosos ojos reflejaron una versión del Actors Studio de un alma torturada.
– Te quiero, Georgie.
Los ojos de ella chispearon.
– ¿Ah, sí, y por qué?
– Porque sí. Porque tú eres tú.
– Tu voz suena sincera… Incluso pareces sincero. -Adoptó un aire despectivo y apartó el brazo de Bram de un empujón-. Pero no me lo trago.
Alguien menos cínico que ella podía haber pensado que lo que tensó los labios de Bram fue un dolor sincero.
– Lo que ocurrió el otro día en la playa… -dijo él-. Sé que fue muy desagradable, pero después recibí la sacudida que necesitaba para despertarme.
– ¡Vaya, fantástico!
– Sabía que no me creerías y no te culpo por ello. -Bram introdujo las manos en los bolsillos-. Sólo escúchame, Georgie. Ya hemos elegido a la actriz que interpretará a Helene. El trato está cerrado. ¿Qué otro motivo podría tener?
Nada de sufrir en silencio como había hecho cuando Lance la dejó. Georgie lo soltó todo.
– Empecemos por tu carrera. Hace tres meses y medio era yo quien estaba dispuesta a sacrificarlo todo para proteger mi imagen, pero ahora eres tú. Tu desagradable pasado estaba bloqueando tu futuro y me utilizaste para remediarlo.
– Eso no…
– Para ti, La casa del árbol no es un proyecto único en tu vida, sino el primer paso de una estrategia cuidadosamente planificada para establecerte como actor y productor respetable.
– No hay nada de malo en tener ambiciones.
– Lo hay cuando sigues queriendo utilizarme para promover tu imagen como don Digno de Confianza.
– ¡Esto es Hollywood, Georgie! La tierra prometida de los divorciados. ¿A quién demonios, aparte de Rory Keene, le importa si seguimos casados o no?
– A Rory Keene, exacto.
– ¡No creerás en serio que quiero que nuestro matrimonio dure sólo para que Rory tenga una buena opinión de mí!
– ¿No es eso lo que has estado haciendo hasta ahora?
– Sí, vale. Pero ya no. Me encanta la idea de que mi carrera dependa de la calidad de mi trabajo y no de con quién estoy casado.
El corazón de Georgie se había endurecido y no creyó ni una palabra.
– Dirías lo que fuera para evitar la crítica pública, pero ya estoy harta de fingir para que personas que no conozco crean que soy alguien que no soy. Le voy a decir a Aaron que deje de enviar comunicados de prensa. Y esta vez me aseguraré de que me haga caso.
– ¡Y un cuerno!
La transformación empezó en sus ojos, donde la frialdad calculadora se convirtió en pertinaz determinación. Y, entonces, Bram se volvió un poco majara. Le dio un fuerte beso y, medio a empujones, la condujo hacia el pasillo trasero de la casa.
– Vas a venir conmigo.
Georgie dio un traspié, pero él la tenía fuertemente sujeta y no dejó que se cayera.
– ¡Suéltame!
– Te voy a llevar a dar una vuelta.
– ¡Qué raro!
– Cállate. -Bram la empujó hacia el garaje. No se mostró rudo, pero tampoco amable-. Ya va siendo hora de que comprendas hasta qué punto valoro mi respetable reputación.
Bram parecía de nuevo el hombre salvaje que fuera en el pasado.
– No iré a ninguna parte contigo.
– Ya lo veremos. Yo soy más fuerte que tú, más malo que tú, y estoy mucho más desesperado que tú.
La rabia de Georgie creció en su interior.
– Si estás tan desesperado, ¿por qué no intentaste hablar conmigo cuando contratasteis a la actriz que iba a interpretar a Helene? ¿Por qué no…?
– ¡Porque primero tenía que hacer una cosa!
Bram la empujó al interior del coche y, lo siguiente que supo Georgie es que salieron del garaje, cruzaron la puerta del jardín y tomaron la calle con dos todoterrenos negros siguiéndolos a toda velocidad.
Bram puso el aire acondicionado al máximo. Hacía demasiado frío para las piernas desnudas de Georgie y su fina camiseta, pero ella no le pidió que bajara la potencia y permaneció en silencio. Bram condujo como un maníaco, pero ella estaba demasiado enfadada para que eso le importara. Él quería volver a destrozarle el corazón.
Tomaron Robertson Boulevard, que estaba atestado de los compradores de los sábados por la tarde. Cuando Bram apretó a fondo el freno y paró frente al aparcacoches del Ivy, la segunda residencia de los paparazzi, Georgie se vio impulsada hacia delante por la inercia.
– ¿Por qué paras aquí?
– Para que podamos hacer una aparición pública promocional.
– Estás de broma.
Un paparazzi los vio e intentó fotografiarlos a través del parabrisas. Georgie había salido de la casa de la playa sin nada de maquillaje, llevaba el pelo hecho un asco y el tono de azul de su camiseta no pegaba nada con sus arrugados pantalones cortos turquesa. Además, se había puesto unas deportivas en lugar de sandalias.
– No pienso salir así vestida.
– Eres tú a quien no le importa la imagen, ¿recuerdas?
– ¡Hay una gran diferencia entre que a uno no le importe la imagen y entrar en un restaurante decente con unos pantalones sucios y unas zapatillas mugrientas!
Tres fotógrafos más se apretaron contra el coche mientras otros corrían serpenteando entre el tráfico para llegar hasta ellos desde el otro lado de la calle.
– No vamos a comer en el restaurante -anunció Bram-. Y yo creo que estás guapísima.
Salió del coche, le entregó unos billetes al aparcacoches y avanzó entre los vociferantes fotógrafos para abrirle la puerta a Georgie.
Una camiseta que no pegaba con sus arrugados pantalones, despeinada, sin maquillaje… y con un marido que era posible que la quisiera, pero no probable. Con un sentido de irrealidad, ella bajó del coche.
El caos explotó. Hacía semanas que no se los veía juntos y todos los paparazzi se pusieron a gritar al unísono.
– ¡Bram! ¡Georgie! ¡Aquí!
– ¿Dónde habéis estado?
– Georgie, ¿Mel Duffy miente acerca de vuestro encuentro?
– ¿Estás embarazada?
– ¿Seguís juntos?
– ¿Qué le pasa a tu ropa, Georgie?
Bram la rodeó con un brazo y se abrió paso a codazos hasta los escalones de ladrillo de la entrada.
– Dejadnos sitio, chicos. Tendréis vuestras fotografías, sólo dejadnos algo de espacio.
Los transeúntes estaban boquiabiertos, los comensales de la terraza estiraban el cuello para verlos y tres diseñadoras de bolsos perfectamente ataviadas interrumpieron su conversación para contemplarlos. Georgie consideró brevemente la posibilidad de pedirles prestado un brillo de labios, pero había algo inusual y liberador en el hecho de estar frente al mundo con su peor aspecto.
Bram acercó la boca a su oído.
– ¿Quién necesita convocar una conferencia de prensa teniendo el Ivy?
– Bram, yo…
– ¡Escuchadme todos!
Bram levantó el brazo.
Georgie se sentía aturdida, pero de algún modo consiguió curvar los labios y esbozar una sonrisa Scooter. Entonces decidió que ya era suficiente. Basta de fingir. Estaba enfadada, nerviosa y asqueada, y no le importaba quién lo supiera. Así que dejó que todo lo que sentía se reflejara en su cara.
Una multitud bloqueó la acera. Mientras las cámaras fotográficas disparaban y las de vídeo grababan, Bram habló por encima del ruido.
– Todos sabéis que Georgie y yo nos casamos en Las Vegas hace tres meses. Lo que no sabéis…
Ella no tenía ni idea de qué pretendía Bram, y no le importaba. Fueran cuales fuesen las mentiras que contara, eran cosa suya.
– … es que fuimos víctimas de un par de combinados en los que habían echado drogas y que, básicamente, nos odiábamos a matar. Desde entonces hemos estado fingiendo nuestro matrimonio.
Georgie tuvo la sensación de que la cabeza le estallaba. Durante un segundo creyó que lo había entendido mal. ¿Lo que Bram pretendía era explicarlo todo desde las escaleras del Ivy?
Resultó que sí. Lo contó todo, una versión comprimida, pero los hechos estaban allí, hasta la desagradable escena de la playa. Georgie estudió la determinación que reflejaba su mandíbula y se acordó de los letreros de los extraordinarios héroes de las películas que colgaban de la pared de su despacho.
Los paparazzi estaban más acostumbrados a las mentiras que a la verdad, así que no se creyeron nada de lo que Bram les contó.
– Nos estás tomando el pelo, ¿verdad?
– Nada de tomaduras de pelo -contestó él-. A Georgie le ha dado por vivir una vida honesta. Demasiada Oprah.
– Georgie, ¿has obligado a Bram a contar todo esto?
– ¿Os habéis separado?
Atacaron como los chacales que eran y Bram los hizo callar a gritos.
– De ahora en adelante, lo que os contemos será la verdad, pero podéis estar seguros de que no os contaremos nada que no queramos contaros. Aunque tengamos que promocionar una película y necesitemos publicidad. En cuanto al futuro de nuestro matrimonio… Georgie está decidida a darme la patada, pero yo la amo y estoy haciendo todo lo que está en mi mano para que cambie de opinión. Esto es todo lo que os vamos a contar de momento. ¿Entendido?
Los paparazzi se trastocaron, se empujaron y se dieron codazos como locos. De algún modo, Bram consiguió abrir una brecha entre la multitud para poder pasar. Bram la sostenía con tanta fuerza que los pies de Georgie se levantaron del suelo y perdió una zapatilla. Los aparcacoches del restaurante consiguieron abrir la puerta del de Bram y Georgie subió.
Bram puso en marcha el motor y estuvo a punto de llevarse por delante a dos fotógrafos que se habían echado sobre el capó.
– No quiero oír ni una palabra más acerca de motivos ocultos. -Su expresión ceñuda y su voz entrecortada no dejaban lugar a discusiones-. De hecho, ahora mismo no quiero hablar de nada.
A ella ya le pareció bien, porque no se le ocurría nada que decir.
Un convoy de todoterrenos los siguió de regreso a la casa. Bram cruzó la valla, condujo hasta la casa y frenó a fondo antes de apagar el motor. Su pesada respiración llenó el repentinamente silencioso interior del coche. Abrió la guantera y sacó un DVD.
– Ésta es la razón de que no pudiera ir a verte antes. No estaba acabado. Tenía pensado llevártelo esta noche. -Dejó el DVD en el regazo de Georgie-. Míralo antes de tomar más decisiones importantes sobre nuestro futuro.
– No lo entiendo. ¿Qué es esto?
– Supongo que podrías decir que se trata de… mi carta de amor por ti. -Y salió del coche.
– ¿Tu carta de amor?
Pero él ya había desaparecido por el lateral de la casa.
Georgie contempló el DVD y se fijó en el titular escrito a mano.
SKIP Y SCOOTER
«Bajo tierra»
Skip y Scooter había acabado en el episodio 108, y la etiqueta del DVD indicaba que se trataba del episodio 109. Georgie apretó el DVD contra su pecho, se quitó la zapatilla que conservaba y corrió descalza al interior de la casa. No tenía suficiente paciencia para manejar el complicado equipo de la sala de proyecciones, así que subió la carta de amor videográfica al piso de arriba y la introdujo en el reproductor del dormitorio de Bram. Se sentó en mitad de la cama, rodeó sus rodillas con un brazo y, con el pulso acelerado, presionó el play.
Fundido de dos pares de pies pequeños caminando por una extensión de césped de vivo verde. Uno de los pares está formado por zapatos negros de charol y calcetines blancos con volantes. El otro, por lustrosos zapatos de cordones para niño que rozan con los bajos de unos pantalones de vestir negros. Los dos pares de zapatos se detienen y se vuelven hacia alguien que camina detrás de ellos. La niña pequeña gimotea.
– ¿Papi?
Georgie se abrazó.
El niño dice con voz potente:
– Dijiste que no llorarías.
La niña suelta otro gemido.
– No estoy llorando, pero quiero ir con papá.
Un tercer par de zapatos entra en escena. Unos zapatos negros de hombre.
– Estoy aquí, cariño. Tenía que ayudar a la abuela.
Georgie se estremeció mientras la cámara subía por unos pantalones negros de vestir hasta la mano de largos y cuidados dedos del hombre, que llevaba una alianza de platino.
La mano de la niña se desliza en la mano del hombre.
Aparece un primer plano de la cara de la niña. Tiene siete u ocho años. Es rubia, de cara angelical, y lleva un vestido de terciopelo negro y un fino collar de perlas.
La cámara se aleja. El niño, más o menos de la misma edad que la niña, coge la otra mano del hombre con expresión solemne.
Una toma más amplia muestra, de espaldas, al alto y esbelto hombre y a los dos niños avanzando por el cuidado césped. Aparece un árbol, una extensión de césped mayor y más árboles. Una especie de piedras. La toma se amplía más.
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