No son piedras.
Georgie se llevó los dedos a los labios.
¿Un cementerio?
De repente, la cara del hombre ocupa toda la pantalla. Se trata de Skip Scofield. Más mayor, más distinguido y perfectamente arreglado, como solían ir todos los Scofield. Lleva el pelo corto y rizado, un traje negro entallado y una elegante corbata burdeos oscuro anudada sobre una camisa blanca. Unas profundas arrugas de dolor surcan sus bonitas facciones.
Georgie sacudió la cabeza con incredulidad. No podía ser…
– No quiero, papá -dice la niña.
– Lo sé, cariño.
Skip la coge con un brazo y, al mismo tiempo, rodea los delgados hombros del niño con el otro brazo.
Georgie sintió deseos de gritar. «¡Es una comedia! ¡Se supone que tiene que ser divertida!»
Ahora los tres están junto a una tumba abierta, con los asistentes al funeral vestidos de luto al fondo. El niño hunde la cara en el costado del padre y dice con voz apagada:
– Echo mucho en falta a mamá.
– Yo también, hijo mío. Ella nunca comprendió cuánto la quería.
– Deberías habérselo dicho.
– Lo intenté, pero ella no me creyó.
El pastor empieza a hablar fuera de pantalla.
A Georgie, aquella voz resonante le resultó familiar. Georgie entrecerró los ojos.
Corte hasta el final de la ceremonia. Primer plano del ataúd en el suelo. Un puñado de tierra seguido de tres hortensias azules cae sobre la lustrosa tapa.
Toma de Skip y sus llorosos hijos solos y de pie junto a la tumba. Skip se arrodilla y los abraza. Tiene los ojos cerrados y aprieta los párpados a causa del dolor.
– Gracias a Dios… -murmura-. Gracias a Dios que os tengo a vosotros.
El niño se separa de él con expresión petulante, casi vengativa.
– ¡Lástima que no nos tengas!
La niña pone los brazos en jarras.
– Somos imaginarios, ¿recuerdas?
El niño dice con desdén:
– Somos los hijos que podrías haber tenido si no te hubieras portado como un gilipollas.
De repente, los niños desaparecen y el hombre se queda solo junto a la tumba. Angustiado. Torturado. Coge una hortensia de uno de los adornos florales y se la lleva a los labios.
– Te quiero. Con todo mi corazón. Eternamente, Georgie.
Fundido en negro.
Georgie permaneció unos instantes sentada, atónita. Después saltó de la cama y salió indignada al pasillo. «¡Será…!» Corrió escaleras abajo, cruzó el porche y se dirigió a la casa de invitados. A través de las vidrieras, vio que Bram estaba sentado frente a su escritorio, con la mirada perdida. Entró con paso decidido y Bram se levantó de un brinco.
– ¡Conque una carta de amor, ¿eh?! -gritó Georgie.
Él asintió con rotundidad y con la tez pálida.
Ella puso las manos en jarras.
– ¡Me has matado!
Bram tragó saliva con dificultad.
– Tú… Bueno… no esperarías que me matara a mí, ¿no?
– ¡Y mi propio padre! ¡Me enterró mi propio padre!
– Es un buen actor. Y un suegro sorprendentemente decente.
Georgie rechinó los dientes.
– He vislumbrado un par de caras conocidas entre la multitud. ¿Chaz y Laura?
– Las dos parecieron… -Bram volvió a tragar saliva- disfrutar de la ceremonia.
Ella levantó los brazos.
– ¡No me puedo creer que mataras a Scooter!
– No tenía mucho tiempo para elaborar el guión. Fue lo mejor que se me ocurrió, sobre todo porque tenía que grabar sin que tú salieras.
– ¡Sólo faltaría!
– Podría haberlo acabado ayer, pero tu angelical y falsa hija resultó ser una diva. Ha sido una auténtica tortura trabajar con ella, lo que no pinta nada bien para La casa del árbol, porque ella interpreta a la niña.
– De todas maneras, es una actriz estupenda -comentó Georgie cruzando los brazos-. Hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas.
– Si alguna vez tenemos una hija que actúe como ella…
– Será culpa de su padre.
Bram se quedó helado, pero ella no estaba dispuesta a perdonarlo tan fácilmente, aunque pequeños globos de felicidad empezaron a elevarse en su interior.
– Sinceramente, Bram, es la película más horrible, estúpida y sensiblera que…
– Sabía que te gustaría. -Él parecía no saber qué hacer con las manos-. Así que te ha gustado, ¿eh? Es la única forma que se me ocurrió para demostrarte que entendía perfectamente el daño que te hice aquel día en la playa. Lo has comprendido, ¿no?
– Por extraño que parezca, sí.
Bram hizo una mueca.
– Tendrás que ayudarme, Georgie. Nunca antes había querido a nadie.
– Ni siquiera a ti mismo -comentó ella en voz baja.
– No había mucho que querer. Hasta que tú empezaste a quererme. -Introdujo una mano en un bolsillo-. No quiero volver a hacerte daño. Nunca. Pero ya te lo he hecho. He sacrificado lo que tú más querías. -Torció la boca-. La posibilidad de interpretar a Helene se ha desvanecido para siempre, Georgie. Ya hemos firmado el contrato. Ese papel lo significaba todo para ti, lo sé, y yo la he fastidiado, pero no sabía qué otra cosa podía hacer. Si no contrataba a otra actriz, no podía demostrarte que te necesito por ti misma.
– Lo comprendo.
Georgie pensó en todo el dolor que las personas se causaban a sí mismas y las unas a las otras en nombre del amor, y supo que había llegado la hora de contarle a Bram lo que ella misma había averiguado hacía poco.
– Y me alegro.
– No lo entiendes. Esto no puedo rectificarlo, amor mío, y no sé cómo podría compensarte por ello.
– No tienes que compensarme por nada. -Entonces, Georgie lo dijo en voz alta por primera vez-: Soy una cineasta, Bram. Una directora de documentales. Eso es lo que quiero hacer con mi vida.
– ¿De qué estás hablando? ¡Pero si a ti te encanta actuar!
– Me encantó interpretar Annie. Y también a Scooter. Entonces necesitaba los elogios y los aplausos. Pero ya no. He madurado y quiero contar las historias de otras personas.
– Eso está bien, pero… ¿qué me dices de tu prueba, de tu maravillosa interpretación de Helene?
– No la hice de corazón. Era todo técnica. -Georgie eligió con cuidado sus palabras, encajando las piezas conforme hablaba, intentando explicarlo con claridad-. Prepararme para aquella audición tendría que haber sido lo más emocionante que hubiera hecho nunca en cuanto a trabajo, pero me pareció terriblemente aburrido. El personaje de Helene no me gustaba, y odiaba el oscuro lugar al que ella me transportaba. Lo único que deseaba de verdad era huir con mi cámara.
Bram arqueó una ceja empezando a parecerse más a sí mismo.
– Y, exactamente, ¿cuándo te diste cuenta de eso?
– Supongo que entonces ya lo sabía, pero creí que me sentía de aquella manera como reacción a lo mal que andaban las cosas entre nosotros. Ensayaba a ratos y, cuando no lo aguantaba más, cogía la cámara y perseguía a Chaz o entrevistaba a alguna camarera. Después de tanto hablar sobre reconducir mi carrera, no me di cuenta de que ya lo había hecho. -Georgie sonrió-. Espera a ver las historias que he rodado sobre la vida de Chaz, las chicas de la calle, las valerosas madres solteras… Todo no encaja en una misma película, pero decidir dónde va cada historia me enseñará mucho.
Bram finalmente salió de detrás de su escritorio.
– No me estarás contando esto sólo para que no me sienta culpable, ¿verdad?
– ¿Bromeas? Me encanta que te sientas culpable. Así me resulta más fácil tenerte dominado.
– Eso ya lo has conseguido -dijo él con voz ronca-. Más de lo que imaginas.
Estaba embelesado contemplando la cara de Georgie. Ella nunca se había sentido tan valorada. Se miraron directamente a los ojos. Al alma. Y ninguno de los dos hizo ninguna broma.
Bram la besó como si fuera una virgen. El encuentro de labios y corazones más tierno del mundo. Fue embarazosamente romántico, pero no tanto como sus húmedas mejillas. Se abrazaron íntimamente, con los ojos cerrados y los corazones palpitantes, desnudos como no lo habían estado nunca. Cada uno conocía los fallos del otro como los suyos propios, y sus virtudes todavía más, lo que hizo que aquel momento fuera todavía más dulce e intenso.
Hablaron durante largo rato. Georgie no ocultó nada y le contó que había telefoneado a Mel Duffy y lo que había estado a punto de hacer.
– Si lo hubieras hecho, no te habría culpado -dijo Bram-. Pero recuérdame que no te permita nunca tener una pistola.
– Quiero volver a casarme -susurró ella-. Casarme de verdad.
Bram la besó en la sien.
– ¿En serio?
– Quiero una ceremonia privada. Íntima y bonita.
– De acuerdo.
Bram deslizó la mano hasta el pecho de Georgie y el deseo que había latido entre ellos explotó. Ella necesitó hacer acopio de todas sus fuerzas para separarse de él.
– No sabes cuánto me cuesta decirte esto -cogió la mano de Bram y le besó los dedos-, pero quiero una noche de bodas.
Él soltó un gruñido.
– Por favor, no me digas que eso significa lo que creo que significa.
– ¿Tanto te importa?
Bram lo consideró.
– Pues sí.
– Pero accederás de todos modos, ¿no?
Él le cogió la cara entre las manos.
– No me vas a dejar elegir, ¿no?
– Sí. Estamos en esto juntos.
Bram sonrió y le apoyó una mano en las nalgas.
– Poppy tiene exactamente veinticuatro horas para preparar la boda de tus sueños. Yo me encargaré de la luna de miel.
– ¿Veinticuatro horas? No podemos…
– Poppy sí que puede.
Y Poppy pudo, aunque tardó cuarenta y ocho horas. Después, le impidieron asistir a la ceremonia, lo que no le gustó nada.
Se casaron al atardecer, en una zona solitaria de una caleta arenosa. Sólo les acompañaron cinco personas: Chaz, Aaron, Paul, Laura y Meg, quien fue sola porque no le permitieron llevar a un acompañante. Sasha y April no podían llegar a tiempo y Bram se negó a esperarlas. Georgie quería invitar a Rory, pero Bram le dijo que lo ponía muy nervioso. Entonces Georgie explotó de risa, lo que, a su vez, hizo que Bram la besara hasta robarle el aliento.
Le pidieron a Paul que celebrara la ceremonia. Georgie le dijo que era lo mínimo que podía hacer después de haberla enterrado. Él alegó que no estaba ordenado, pero no le hicieron caso; ya habían cumplido con las formalidades meses atrás. La ceremonia que ellos querían era una boda del corazón.
Aquella tarde, una puesta de sol multicolor enmarcaba la playa. Unos sencillos cubos galvanizados rebosaban de ramos de pies de golondrina, lirios y guisantes de olor atados con cintas que flotaban en la cálida brisa. Aunque Georgie le había prohibido a Poppy que preparara un enramado nupcial o pintara corazoncitos en la arena, se olvidó de mencionarle lo de construir castillos de arena, así que una réplica de la mansión Scofield de un metro y medio de alto y adornada con flores y conchas marinas se erigía junto a los novios.
Georgie llevaba un sencillo vestido amarillo de algodón y su pelo negro estaba salpicado de flores. Bram iba descalzo. Los votos que habían redactado hablaban de lo que sabían, de lo que habían aprendido y de lo que se prometían. Cuando la ceremonia terminó, se sentaron alrededor de una hoguera para darse un festín de cangrejo rematado con las magdalenas de chocolate rellenas de crema de Chaz. Paul y Laura no podían apartar los ojos el uno del otro. Mientras el fuego crujía, Laura dejó solo a Paul unos instantes y se acercó a Georgie.
– ¿Te importa lo que hay entre tu padre y yo? Sé que va muy deprisa. Sé que…
– Vuestra relación no podría hacerme más feliz.
Georgie la abrazó, mientras Chaz y Aaron se alejaban juntos por la playa.
Bram contempló la bonita cara de su mujer brillando al resplandor de la hoguera y se dio cuenta de que el pánico que había sido su silencioso compañero desde que tenía memoria, había desaparecido. Si una mujer tan sensata como Georgie podía aceptarlo con sus fallos, entonces ya era hora de que él también se aceptara a sí mismo.
Aquella criatura maravillosa, cariñosa, exquisita e inteligente era suya. Quizá debería tener miedo de fallarle, pero no lo tenía. En todas las cosas importantes de la vida él siempre estaría allí para ella.
Mientras oscurecía, Georgie vio que un bote neumático se acercaba a la orilla desde un yate anclado mar adentro.
– ¿Qué es eso?
– Mi sorpresa -le susurró Bram junto al pelo-. Quería que pasáramos la noche de bodas en un yate. Para compensarte por la primera vez.
Ella sonrió.
– Eso fue hace mucho tiempo.
Sus invitados los despidieron con una lluvia de arroz integral de cultivo biológico aportado por Meg. Mientras se dirigían al yate, Bram estrechó amorosamente a su esposa. Quería que la noche de bodas fuera perfecta. Lance la había sorprendido con un carruaje y seis caballos blancos y Bram no quería ser menos.
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