Cuando estuvieron a bordo, Bram la condujo por la silenciosa embarcación hasta el camarote principal.

– Bienvenida a tu luna de miel, amor mío.

– ¡Oh, Bram…!

Todo estaba como él lo había organizado. Unas velas blancas situadas dentro de unos farolillos iluminaban las cálidas paredes de madera y las lujosas alfombras.

– ¡Es precioso! -exclamó Georgie con tanto énfasis que convenció a Bram de que no se acordaba ni del carruaje ni de los caballos-. Me encanta. Te quiero. -Miró más allá de Bram, hacia la cama, y se echó a reír-. ¿Lo que veo son pétalos de rosa esparcidos por las sábanas?

Él sonrió junto a la mejilla de su esposa.

– ¿Te parece excesivo?

– Sin duda. -Lo rodeó con los brazos-. ¡Y me encanta!

Bram la desnudó poco a poco, besando todas las partes que descubría: la curva de su hombro, la ondulación de sus pechos… Entonces se arrodilló y la besó en la barriga, los muslos… sabiendo que era el hombre más afortunado de la Tierra. Ella lo desnudó a él con la misma lentitud y, cuando Bram ya no pudo soportarlo más, la condujo a la cama y a las sábanas de pétalos de rosa, lo que, en su momento, le pareció una buena idea, pero…

Bram se quitó un pétalo de la boca.

– ¡Esta porquería está en todas partes!

– Lo mismo digo. Incluso aquí. -Georgie separó las piernas-. ¿Quieres hacer algo al respecto?

En fin, quizá, después de todo, lo de los pétalos de rosa no era tan mala idea.

El yate se balanceó debajo de ellos. Georgie y Bram hicieron el amor una y otra vez, arropados en su mundo privado y sensual, prometiendo con sus cuerpos todo lo que se habían prometido con palabras.

A la mañana siguiente, Bram fue el primero en despertarse y se quedó tumbado, con su mujer entre los brazos, respirando su aroma, dando gracias… y pensando en Skip Scofield.

«Tendrás que ayudarme, tío. Yo no tengo tanta práctica en ser sensible como tú.»

«Podrías empezar dejando de lado tu sarcasmo», respondió Skip.

«Georgie no me reconocería.»

«Al menos, utilízalo sólo en momentos puntuales.»

Esto sí que podía hacerlo. Georgie se acurrucó más contra él, que curvó la mano sobre su cadera.

«Por fin te llevo una, Skipper. Ahí estás tú, estancado para siempre con la pequeña Scooter Brown. Y aquí estoy yo… -Besó el suave pelo de su mujer-. Aquí estoy yo con Georgie York.»

Ella por fin despertó, pero no permitió que Bram la besara hasta que se lavó los dientes. Cuando salió desnuda del lavabo, él se fijó en que un olvidado pétalo de rosa colgaba de su pezón y alargó la mano.

– Ven aquí, esposa mía -dijo con ternura-. Voy a dejarte embarazada.

Ella le sorprendió dándole largas.

– Más tarde.

Él se incorporó en la cama y la observó con recelo mientras sacaba la cámara de vídeo de una de las maletas que les habían llevado al yate.

– Chaz ya me advirtió contra eso -dijo Bram.

Georgie sonrió y se sentó a los pies de la cama, de cara a su marido. La luz del sol se colaba por los ojos de buey reflejándose en el pelo oscuro de Georgie. Bram se reclinó en las almohadas y vio que ella levantaba la cámara.

– Empieza por el principio -indicó Georgie-. Descríbeme todo lo que amas de tu mujer.

Bram comprendió que ella se estaba burlando, pero no pensaba seguirle el juego, así que le cogió el pie con la mano e hizo exactamente lo que ella le había pedido.

Epílogo

Iris York Shepard era tan infeliz como podía serlo una niña de cuatro años. Estaba en medio del jardín de su casa, con los brazos cruzados sobre su liso pecho, tamborileando amenazadoramente con su piececito en la hierba, con el ceño fruncido y una mueca en su adorable carita. A Iris no le gustaba que la atención de los demás se desplazara demasiado lejos de su persona y, en aquel momento, incluso sus amantísimos abuelos se habían ido a hablar con el tío Trev.

Bram vio a su hija desde el porche y sonrió. Tenía una idea bastante exacta de lo que se avecinaba. Y lo mismo podía decirse de Georgie, que se había dado cuenta de la frustrada expresión de Iris desde el otro lado del jardín, donde perseguía a su hijo de dos años.

– ¡Haz algo! -gritó Georgie por encima de las cabezas de los invitados.

Bram reflexionó acerca de las alternativas. Podía tomar a Iris en brazos y hacerle cosquillas, o balancearla cabeza abajo cogiéndola de los tobillos, algo que a la niña le encantaba, o incluso mantener una pequeña charla con ella, algo en lo que se estaba volviendo sorprendentemente bueno, pero no hizo nada de eso. Era más divertido dejar que los sucesos siguieran su curso natural.

Veinticinco amigos de Bram y Georgie habían sido invitados a su fiesta anual de aniversario de boda. Aquel día hacía cinco años que se habían casado en la playa. ¡Habían ocurrido tantas cosas en aquellos cinco años! La casa del árbol había tenido un éxito moderado de audiencia y un éxito impresionante con la crítica, lo que supuso para Bram media docena de interesantes papeles protagonistas en otras tantas películas. Después, con el respaldo de Rory, produjo un guión propio que fue un éxito de audiencia, y su carrera se consolidó.

En cuanto a Georgie… Ella seguía interpretando el mundo a través de su cámara y realizando con ello un gran trabajo. De los tres documentales que había rodado, el último siempre era mejor que el anterior y empezaba a acumular importantes premios. Pero aunque los dos estaban encantados con sus respectivos trabajos, nada les proporcionaba más alegría que su familia.

Chaz se abrió camino entre la multitud. Bram se fijó en su resplandeciente melena negra, su vestido rojo de tirantes y sus sandalias plateadas, y apenas logró acordarse de la desesperada muchacha que había recogido en la puerta de un bar muchos años atrás. Incluso la protestona joven que solía dirigir su cocina se había suavizado. No se podía decir que hubiera perdido su descaro, ella y Georgie seguían peleándose, pero ahora todos formaban una familia: él, Georgie y los niños, Chaz y Aaron y, desde luego, Paul y Laura, que se habían casado en aquel mismo jardín.

Su boda fue el primer trabajo que realizó Chaz después de terminar sus estudios de cocina. En lugar de trabajar en un restaurante de lujo, como siempre había planeado, Chaz los sorprendió a todos decidiendo abrir su propio negocio de comida por encargo.

– Me gusta estar en la casa de otras personas -explicó ella.

Chaz se detuvo al lado de Bram.

– Iris está a punto de explotar. Será mejor que hagas algo, y rápido.

– O podría quedarme aquí y ver cómo vuelve loca a Georgie.

Bram cogió un canapé y señaló la zona de la piscina, donde el antiguo asistente personal de Georgie estaba enfrascado en una apasionada discusión con April y Jack Patriot.

– ¿Cuándo sacarás a tu enamorado de su miseria casándote con él?

– Después de que haya ganado su segundo millón.

– Siento darte la noticia, pero creo que ya lo ha hecho.

Aaron había creado su propia compañía de videojuegos y había logrado un gran éxito con un juego llamado Force Alpha Zebra. Con su musculoso cuerpo, su autoconfianza y su recién descubierto interés por la moda masculina, había cambiado incluso más que Chaz. Bram cogió otro canapé.

– Tardasteis lo vuestro en daros cuenta de que estabais enamorados.

– Yo tenía que madurar un poco. -La mirada de Chaz se suavizó mientras observaba a Aaron-. Me casaré con él uno de estos días, pero de momento me divierto mucho manteniéndolo en vilo.

Paul vio a su infeliz nieta y se separó de su mujer, pero era demasiado tarde. Iris ya había elegido una mesa, una de hierro forjado situada justo en el centro del atestado jardín, y se estaba subiendo a ella.

– ¡Iris! -Georgie intentó acercarse, pero un columpio y su movidito hijo se lo impidieron-. ¡Iris! ¡Baja de ahí!

La niña fingió no oírla, sorteó el vaso olvidado de alguien, extendió los brazos y se dirigió a los invitados con una voz decidida y demasiado potente para un cuerpo tan pequeño:

– ¡Escuchadme todos! ¡Voy a cantar!

Aaron se llevó los dedos a los labios y silbó.

– ¡Vamos, Iris!

Bram avanzó entre la multitud hasta donde estaba Georgie y cogió a su hijo en brazos justo cuando Iris abría su diminuta boca y empezaba a cantar. Cuando llegó al estribillo de su vigorosa y afinada interpretación de la canción inicial de Annie, ni Bram ni Georgie tuvieron el valor de interrumpirla.

– ¿Qué vamos a hacer con ella? -preguntó la madre exhalando un suspiro.

– Supongo que, a la larga, tendremos que dejarla en manos de la abuela Laura. -Bram besó la sudorosa cabeza de su hijo-. Ya sabes que Laura y Paul se mueren por hacerle una prueba a Iris.

– Todos sabemos cómo saldrá esa prueba. Estará fabulosa.

– Es realmente buena, ¿no crees?

– Ni una nota desafinada. Iris ha nacido para interpretar. Y la verdad es que no necesitamos a otro niño estrella en la familia.

Bram dejó a su escurridizo hijo en el suelo.

– La buena noticia es que ella nunca creerá que tiene que interpretar para ganarse el cariño de nadie.

– Es cierto. Aquí hay cariño de sobra.

Los dos estaban demasiado enfrascados sonriéndose el uno al otro para darse cuenta de que su hijo se había dejado caer sobre su trasero y había empezado a batir palmas a un ritmo perfectamente acorde con la canción de su hermana. La voz de Bram se volvió ronca, como solía hacer cuando era consciente de su suerte.

– ¿Quién podía haber imaginado que un tío como yo tendría una familia como ésta?

Georgie apoyó la cabeza en su hombro.

– Skip no lo habría hecho mejor. -Entonces hizo una mueca-. ¡Oh, cielos…! ¡Ahora viene el zapateado!

– Al menos no se ha quitado la ropa.

Pero Bram había hablado demasiado pronto. Un pequeño vestido floreado voló hasta un rosal.

– Eso lo ha heredado de su madre -murmuró Bram-. No he conocido a ninguna mujer que le guste tanto quitarse la ropa.

– No es culpa mía. Tú eres muy persuasivo.

– Y tú eres irresistible.

Skip Scofield eligió aquel momento para darle un golpecito en el hombro a Bram.

«¿Quién se lo habría imaginado? Después de todo, te has convertido en un hombre de familia.»

¡Y menuda familia!, pensó Bram mirando alrededor.

Iris realizó una reverencia y se dispuso a interpretar su siguiente número. Su hijo se revolcó por el suelo y su esposa, su mujer, se puso de puntillas y le susurró al oído:

– Éste es el mejor espectáculo de reencuentro del mundo.

Bram no podía estar más conforme.

Nota de la autora

Todos mis personajes ficticios existen en un mismo universo creativo, así que las lectoras astutas se habrán dado cuenta de la reaparición de algunos de esos personajes, como April Robillar y Jack Patriot, de Nacida para seducir; Fleur, Jake y Meg Koranda, de Niña de purpurina. No puedo resistir la tentación de reencontrarme con los viejos amigos y tengo planeado seguir haciéndolo.

Algunas personas muy especiales me han ayudado mientras escribía esta novela. Doy las gracias a Joseph Phillips, por compartir sus conocimientos sobre California del Sur con esta oriunda del Medio Oeste; a Julie Wachowski por guiarme por el moderno universo cinematográfico; a Jimmie Morel, cuyas percepciones siempre me ayudan a profundizar en mi trabajo; y a Dana Phillips, quien ha dejado de editar películas temporalmente para cuidar a los dos niños más adorables del universo. Por desgracia, cualquier error es sólo mío. (¡Aunque también podéis culparlos a ellos!)

Mi gratitud a Carrie Feron, mi editora de toda la vida y una querida amiga; y también a Steven Axelrod y Lori Antonson, de la agencia Axelrod. Mi extraordinaria ayudante, Sharon Mitchell, es inapreciable. Abrazos para mi familia, mi hermana, Dawn y las Chili Babes, Kathy y Suzanne, mis colegas de caminatas; Kristin Hannah y Jayne Ann Krentz; y las Sepis del tablón de anuncios de mi página Web. Todas las escritoras deberían tener tantas animadoras estupendas como tengo yo.

Por último, un caluroso aplauso a todos los empleados de William Morrow y Avon Books, y un aplauso extra para Lisa Gallagher. Siempre tengo presente lo afortunada que soy por formar parte de un equipo editorial tan entusiasta y con tanto talento.


Susan Elizabeth Phillips

www.susanelizabethphillips.com

Susan Elizabeth Phillips

Susan Elizabeth Phillips es autora de numerosas novelas que han sido best-séllers del New York Times y se han traducido a varios idiomas. Entre ellas se cuentan Toscana para dos y Ella es tan dulce, publicadas por Vergara, y Este corazón mío, por Zeta Bolsillo.