Le clavó el codo en el pecho con tanta fuerza como pudo reunir.

Él soltó una exclamación de dolor y se dio la vuelta llevándose toda la sábana con él.

Georgie hundió la cara en la almohada. Al cabo de unos segundos, él se levantó haciendo que la parte del colchón de Georgie se hundiera más. Georgie oyó el sonido apagado de sus pasos camino del lavabo. Cuando la puerta se cerró, buscó a tientas la sábana y se sentó. La habitación se ladeó y el estómago se le revolvió. Georgie se envolvió en la sábana, se puso de pie tambaleándose y fue al otro lavabo haciendo eses. Una vez allí, se inclinó sobre el lavamanos y agachó la cabeza.

¿Qué haría Scooter si la hubieran drogado y se despertara desnuda en la cama con un desconocido? O no desconocido. Scooter no haría nada porque nunca le habría ocurrido algo tan espantoso. Resultaba fácil ser animosa y optimista cuando tenías a todo un equipo de guionistas, con dedicación exclusiva, protegiéndote de la mierda que la vida real te lanzaba a la cara.

Cuando bajó las manos, una imagen horrible la recibió en el espejo, como la Courtney Love de los comienzos. La maraña de su pelo no ocultaba el roce que una barba le había dejado en el cuello. Unos grumos de maquillaje seco emborronaban sus ojos verdes como el barro que rodea un estanque lleno de algas. Su ancha boca se curvaba hacia abajo en las comisuras y su cutis era del color del yogur pasado. Se obligó a beber un vaso de agua. Todos sus artículos de tocador estaban en el otro lavabo, así que se lavó la cara y se enjuagó la boca con elixir bucal del hotel.

Aún no se sentía capaz de enfrentarse a lo que había al otro lado de la puerta, así que se apartó el pelo de la cara y se sentó en el bordillo de mármol de la bañera. Quería telefonear a alguien, pero no podía traspasarle a Sasha semejante carga en aquellos momentos, no podía contactar con Meg y no estaba dispuesta a confesarle su pecado a April, pues su amiga se sentiría decepcionada. Por Dios, una antigua groupie de grupos de rock and roll se había convertido en su guía moral. Y en cuanto a su padre… ni hablar.

Se levantó y ajustó la sábana debajo de sus brazos. El dormitorio estaba vacío, pero su esperanza de que él se hubiera marchado se desvaneció cuando vio que su ropa seguía en el suelo. Se dirigió a la salita arrastrando los pies por la moqueta.

Él estaba frente a los ventanales, de espaldas a ella. Era alto, pero no tanto como los jugadores de la NBA. Era su peor pesadilla.

– No digas nada hasta que nos hayan traído el café -dijo él sin darse la vuelta-. Lo digo en serio, Georgie. Ahora mismo no puedo encararme a ti. A menos que tengas un cigarrillo.

La rabia de Georgie se disparó. Cogió un cojín del sofá y lo lanzó a la cabeza de pelo rubio y enmarañado de Bramwell Shepard.

– ¡Me drogaste!

Él se inclinó y el cojín dio contra la ventana.

Ella intentó abalanzarse sobre él, que se volvió hacia ella, pero Georgie tropezó con la sábana y ésta resbaló hasta su cintura.

– Aparta ese par de mi vista -pidió él-. Ya nos han causado bastantes problemas.

En esta ocasión, Georgie tuvo mejor suerte lanzándole uno de sus zapatos.

– ¡Ay! -Bram se frotó el pecho y tuvo el valor de enfadarse-. ¡Yo no te drogué! Créeme, si quisiera drogar a una mujer, no serías tú.

Georgie volvió a subir la sábana hasta sus axilas y miró alrededor buscando alguna otra cosa para lanzarle a Bram.

– Me estás mintiendo. Estaba drogada.

– Tienes razón, estabas drogada. Los dos lo estábamos. Pero no fui yo, sino Meredith… Marilyn… Mary-algo.

– ¿A quién te refieres?

– A la pelirroja de la fiesta de ayer por la noche. ¿Recuerdas las bebidas que trajo? Yo cogí una y te di la otra, la que había preparado para ella misma.

– ¿Por qué habría de querer drogarse?

– ¡Porque le gusta la sensación que le produce!

Georgie tuvo el presentimiento de que, por primera vez en su vida, Bramwell Shepard estaba diciendo la verdad. Entonces se acordó de que él se había enfrentado a aquella mujer y que parecía muy enfadado. Levantó el trozo de sábana que arrastraba por el suelo y se dirigió a él dando traspiés.

– ¿Sabías que los martinis contenían droga? ¿Lo sabías y no impediste que me lo tomara?

– No lo sabía. No hasta que terminé el mío, te miré y vi que no me repelías del todo.

Alguien llamó a la puerta y una voz anunció «servicio de habitaciones».

– Métete en el dormitorio -siseó ella-. ¡Y dame esa bata! La prensa del corazón tiene informantes por todas partes. ¡Deprisa!

– Si vuelves a darme otra orden…

– ¡Por favor, date prisa, capullo!

– Me gustabas más cuando estabas borracha.

Bram se quitó la bata, la colgó del brazo de Georgie y desapareció. Ella lanzó la sábana detrás del sofá y se anudó el cinturón de la bata camino de la puerta.

El camarero entró el carrito de la comida y dejó los platos en la mesa, que estaba debajo de una lámpara de araña de tonos dorados. Georgie oyó que la ducha se encendía. Se correría la voz de que no había pasado la noche sola. Por suerte, nadie sabía con quién, lo que actuaría a su favor.

El camarero por fin se fue. Georgie se sirvió un café de inmediato, se acercó a los ventanales e intentó recobrar el autodominio. Abajo, los turistas se habían congregado para ver el espectáculo de la fuente del Bellagio. ¿Qué había ocurrido en el dormitorio durante la noche? No se acordaba de nada. Aunque, la primera vez…

El día en que Bram y ella se conocieron, Georgie tenía quince años y él diecisiete. Su atractivo la había dejado muda, pero él la desdeñó con un gruñido de aburrimiento y un único parpadeo de sus engreídos ojos lavanda. Como es lógico, ella se enamoró perdidamente de él.

Las advertencias de su padre en contra de Bram no hicieron más que intensificar su enamoramiento. Bram era arrogante, malhumorado, indisciplinado y guapísimo. Pura miel para una romántica de quince años. Sin embargo, durante las dos primeras temporadas, él la ignoró, salvo cuando estaban rodando. Georgie podía estar en la portada de una docena de revistas para adolescentes, pero no dejaba de ser una niña flacucha de ojos saltones, mejillas coloradas y boca de buzón. Tenía la cara siempre llena de granos por el maquillaje que se veía obligada a ponerse y su pelo naranja y rizado del personaje de Annie la hacía parecer todavía más niña. Salir con unos cuantos actores adolescentes y guapos no aumentó su autoconfianza, pues su padre había amañado las citas por razones publicitarias. El resto del tiempo Paul York la tenía atada y bien atada, a salvo de los vicios de Hollywood.

El atractivo aspecto de Bram, sus modales engreídos y su actitud de chico duro encendían todas sus fantasías. Ella nunca había conocido a nadie tan salvaje, tan poco necesitado de agradar. Georgie se reía escandalosamente para llamar su atención, le compraba regalos: un CD nuevo que tenía que escuchar, bombones que eran los mejores del mundo, camisetas divertidas que él nunca se ponía; memorizaba chistes para contárselos, se mostraba conforme con todas sus opiniones, y hacía todo lo que podía para gustarle, pero, a menos que las cámaras estuvieran rodando, bien podría haber sido invisible.

El contraste entre la dura infancia de Bram y el papel de niño pijo y digno que representaba le fascinaba. Georgie conoció la historia de Bram gracias a sus amigos de la infancia, unos chicos bulliciosos e imbéciles que merodeaban por el plató.

Bram creció en el South Side de Chicago. Desde los siete años, cuando su madre murió de una sobredosis, había tenido que cuidar de sí mismo. Su irresponsable padre, un pintor ocasional de brocha gorda que confiaba en sus amigas para que le pagaran las cervezas, murió cuando Bram tenía quince años. Abandonó los estudios poco después y empezó a buscarse chanchullos. Un día, una adinerada divorciada de cuarenta años que trabajaba como voluntaria social lo vio y decidió acogerlo, quizás incluso en su cama, Georgie nunca estuvo segura de ese extremo. Aquella mujer pulió sus afiladas aristas y lo convenció para que trabajara de modelo. Cuando una afamada tienda de ropa para hombres de Chicago lo contrató para una campaña publicitaria, Bram dejó plantada a su benefactora. Después, asistió a clases de interpretación y, al final, consiguió un par de papeles en una compañía local de teatro, lo que lo llevó a la audición para interpretar el personaje de Skip.

Empezó la cuarta temporada de la serie. Georgie se prometió a sí misma que conseguiría que él dejara de verla como una molestia y reparara en que se había convertido en una atractiva mujer de dieciocho años. En julio empezaron a grabar exteriores en Chicago. Uno de los desastrosos amigos de Bram mencionó que éste había alquilado un yate para celebrar una fiesta el sábado por la noche en el lago Michigan. Como el padre de Georgie se iba a Nueva York aquel fin de semana, ella decidió invitarse a la celebración.

Se vistió con esmero para la ocasión: un vestido con diseño de piel de leopardo y la espalda descubierta y sandalias de plataforma. Cuando subió al yate vio que la mayoría de las mujeres iban vestidas con pantalones cortos y la parte alta del bikini. R. Kelly sonaba a todo volumen por los altavoces de cubierta. Todas las mujeres eran veinteañeras, el cabello resplandeciente, largas piernas y cuerpos sexys, pero Georgie tenía la fama y, mientras la embarcación se alejaba del muelle, ellas se separaron de los colegas de Bram para hablar con ella.

– ¿Puedes darme tu autógrafo para mi sobrina?

– ¿Asistes a clases de interpretación y esas cosas?

– ¡Qué suerte tienes de trabajar con Bram! ¡Es el tío que está más bueno del mundo!

Georgie sonrió y firmó autógrafos sin dejar de buscar a Bram con el rabillo del ojo.

Al final, él salió de la cabina. Vestía unos pantalones cortos arrugados y un polo de tono tostado. Llevaba a una mujer de cada brazo y una copa en la mano, y un cigarrillo colgaba de sus labios. Georgie lo quería tanto que verlo le dolió.

Apareció la luna y la fiesta se desmadró. Era exactamente el tipo de fiesta del que su padre siempre la había mantenido alejada. Una de las mujeres se quitó el sostén del bikini. Los hombres silbaron. Otras dos mujeres empezaron a besarse. A Georgie no le habría importado que se besaran si fueran lesbianas, pero no lo eran, y la idea de que dos mujeres se besuquearan sólo para ofrecer un espectáculo a los hombres le desagradó. Cuando empezaron a acariciarse los pechos la una a la otra, Georgie se dirigió al salón del yate, donde media docena de invitados merodeaban por el bar o estaban repantigados en un sofá semicircular de piel blanca.

El conducto del aire acondicionado envió una ráfaga de aire frío a los tobillos de Georgie. ¡Había puesto tantas esperanzas en aquella noche!, pero Bram ni siquiera le había dirigido la palabra. Los silbidos de la cubierta arreciaban. Ella no pertenecía a aquel ambiente. No pertenecía a ningún lugar que no fuera hacer muecas delante de una cámara.

Se abrió la puerta y Bram bajó los escalones con toda tranquilidad, solo. La esperanza de que la hubiera seguido hasta allí creció cuando él se sentó en una silla de diseño no lejos de ella y la miró de arriba abajo. La combinación de su corte de pelo pijo a lo Skip, su barba castaña de varios días y un tatuaje nuevo que rodeaba su delgado bíceps justo por debajo de la manga de su polo la conmovió. Bram deslizó una pierna por encima del reposabrazos de la silla y bebió de su copa sin dejar de mirarla.

Georgie intentó pensar en algo inteligente que decir.

– Una fiesta estupenda.

Él le lanzó su habitual mirada de aburrimiento, encendió otro cigarrillo y la miró con los ojos entornados a través del humo.

– Tú no estabas invitada.

– De todos modos, he venido.

– Lo que significa que papá está fuera de la ciudad.

– Yo no hago todo lo que mi padre me dice.

– Pues a mí me parece que sí.

Georgie se encogió de hombros e intentó parecer enrollada. Bram dejó caer la ceniza en la alfombra. Ella no sabía qué había hecho para desagradarle, salvo que le pagaran mejor, pero eso no era culpa suya.

Bram señaló hacia la cubierta del yate con su copa.

– ¿La fiesta se está desmadrando demasiado para ti?

Ella quiso decirle que ver a unas mujeres degradándose le deprimía, pero él ya creía que era una mojigata sin necesidad de que expresara esa opinión.

– En absoluto.

– No te creo.

– Tú no me conoces. Sólo crees que me conoces.

Intentó que su voz resultara misteriosa, y quizá funcionó, porque Bram deslizó la mirada por su cuerpo de una forma que le hizo sentir que por fin la estaba viendo de verdad.

Sus tirabuzones anaranjados se habían encrespado a causa de la humedad, pero su maquillaje estaba en buen estado. Se había puesto sombra color bronce en los ojos y pintalabios neutro para disimular el tamaño de su boca. El vestido sin espalda de piel de leopardo no era para nada del estilo de Scooter Brown y Georgie había acentuado sus diferencias con el personaje introduciendo unas almohadillas de relleno en el sujetador, pero cuando Bram fijó la mirada en sus pechos, ella tuvo la sensación de que él sabía que eran falsos.