Hasta haber reunido pruebas más sustanciales de las fechorías de Alien, le pareció prudente emplear el tacto.
– Señor y señora Severt, yo no he venido aquí a criticar el modo en que ustedes educan a sus hijos. No tendría semejante pretensión, aunque sí quería que estuvieran advertidos de que, para Alien, las cosas no van del todo bien en la escuela. Será preciso que cambie de actitud antes de que se meta en mayores dificultades y cuando le doy una orden, espero que se cumpla.
– ¿Qué órdenes en particular no ha cumplido? -preguntó la señora Severt.
Linnea relató el incidente relacionado con el párrafo y la lista con que la había sustituido el niño.
– ¿Y esa lista no le dice a usted nada… ahora que ha visto cómo es el hogar?
– Sí, pero ese no es…
– Señorita Brandonberg, la cuestión es que Alien es un niño muy brillante. Nos lo han dicho desde que comenzó la escuela. Y los niños brillantes necesitan de un desafío constante para rendir al máximo. Quizá, bajo su tutela, no esté recibiendo suficiente desafío. -Linnea sintió que la cara se le ponía roja y el enfado se le multiplicaba, mientras la señora Severt proseguía con tono indulgente-: Usted es nueva aquí, señorita Brandonberg. Hace muy poco que está usted entre nosotros y ya ha catalogado a Alien de provocador de problemas. Ya ha tenido otros cinco maestros, todos mayores y con más experiencia que usted… y debería agregar que eran hombres. ¿No le extraña que nosotros no hayamos tenido noticias de que nuestro hijo es un alborotador, si es cierto que lo es?
– Lillian, no creo que la señorita Brandonberg…
– Y yo no creo -Lillian cortó a su esposo con una mirada que hizo suponer a Linnea que un trueno atravesaría el techo- que la señorita Brandonberg se haya tomado la molestia de buscar rasgos positivos en nuestro hijo Martín. -Si su frase no hubiese bastado para hacer callar al ministro, sin duda lo habría hecho su expresión-. Quizá necesite algo más de tiempo para hacerlo. Esperemos que la próxima vez que venga a cenar el informe que nos traiga sea menos perjudicial.
Tuvo que reconocer, en favor de Martín Severt, que se removió y se ruborizó, y Linnea no supo a dónde mirar ni cuánto tiempo tardaría en salir de ahí para librarse de la furia que ya amenazaba con estallar.
– Si, esperemos-admitió Linnea en voz baja, doblando la servilleta y apartándose de la mesa, agregó-: La comida estaba deliciosa, señora Severt. Gracias por haberme invitado.
– De nada. Venga cuando quiera. La puerta de la casa de un ministro está siempre abierta.
Le ofreció la mano y, si bien Linnea hubiese preferido tocar una serpiente, la aceptó y se despidió con toda la elegancia posible.
En la planta alta, en el dormitorio que quedaba sobre el comedor. Alien estaba tendido boca abajo sobre el suelo de linóleo, con la cara pegada al regulador de la calefacción. A través de las ranuras ajustables de metal, veía y oía con claridad lo que sucedía en la habitación de abajo.
– ¡Alien, lo voy a contar! -susurró Libby desde la entrada-. Ya sabes que no puedes escuchar por el regulador. Le prometiste a papi que no lo harías.
Alien se apartó lentamente de la rejilla para no hacer crujir el suelo.
– Sí, pero ella está ahí sentada, contándole toda clase de malditas mentiras acerca de mí, tratando de convencerlos de que provoco líos en la escuela.
– Tampoco tienes que maldecir. Alien Severt. ¡Iré a contarlo!
De un solo paso, traspuso la distancia que lo separaba de la hermana y le retorció el brazo con una mano.
– Si, inténtalo, nariz de cerdo, y veras lo que te pasa.
– No puedes hacerme nada, o se lo diré a papi y te hará recitar versículos.
Alien retorció más fuerte.
– ¿Ah, sí, sabidilla? ¿Qué te parecería si mojo con petróleo la cola de tu gato? Los gatos bailan muy bien cuando tienen petróleo en el trasero. ¡Y cuando les acercas un fósforo… pum!
A Libby le tembló la barbilla y en los anchos ojos azules se formaron lágrimas al tiempo que intentaba soltarse.
– ¡Ay, Alien! Suéltame. Me haces daño.
– Sí, recuérdalo cuando quieras ir a contarle chismes al viejo. Después de que la maestra empiece a divulgar mentiras con respecto a mí, no es culpa mía lo que suceda en la escuela- -Echó una mirada furiosa al regulador y rechinó los dientes-. En todo caso, ¿quién cree que es?
Entonces, como si la hermana ya no le sirviese más, la arrojó a un lado.
– ¡Lawrence, te juro que nunca, jamás he estado tan furiosa en toda mi vida! ¡Esa… esa vieja altanera, mal orientada! ¡Por Dios, lo juro Lawrence, si ella hubiera hecho un solo comentarlo malicioso más, yo le habría aplastado esa nariz chata hasta que le saliera por detrás de la cabeza!
Sacudiéndose al ritmo del trote de Clippa, Linnea iba tan furiosa que se le saltaban las lágrimas y se le formó un nudo de rabia en la garganta.
– ¡Disminuye la velocidad, Clippa, vieja jaca sarnosa! ¡Y tú, Lawrence, vuelve aquí!
Pero Lawrence se había escabullido y ella necesitaba alguien ante quien ventilar sus emociones. Tal vez fuese casual que, unos cuarenta metros después, pasara ante el buzón de Clara y Trigg.
– ¡So!
Atravesó con la vista el jardín, vio las luces que brillaban en las ventanas, recordó la invitación de Clara y llegó a la conclusión de que hasta entonces, nunca había necesitado tanto una amiga como en ese momento.
El que le abrió la puerta fue Trigg.
– Caramba, señorita Brandonberg, qué sorpresa. -Miró tras ella y frunció el entrecejo-. ¿Le pasa algo a Teddy?
– No, todo está bien. Es que…
– ¡Pase, pase!
En ese momento, apareció Clara detrás de su marido.
– ¡Linnea! ¡Oh, qué maravilloso! -La tomó de la mano y la arrastró dentro-. Los más pequeños se sentirán muy decepcionados, pues ya están acostados.
– Oh, esta no es una visita oficial. Pasaba y recordé que dijiste que el café siempre estaba caliente y…
De repente, se interrumpió, tragó y empezó a parpadear rápidamente.
– Pasa algo malo. ¿Qué es?
– Creo que… necesito una amiga.
La cocina era cálida, amarilla y acogedora, y el recibimiento, entusiasta. Las frustraciones contenidas de Linnea subieron a la superficie y, sin darle tiempo a contenerlas, las lágrimas asomaron a sus ojos. Clara pasó un brazo alrededor de la joven y la llevó hasta una mesa redonda de roble, donde la luz de una lámpara de petróleo iluminaba los platos y tazas del desayuno del día siguiente, ya preparados, puestos boca abajo. Mientras Clara la instaba a sentarse en una silla, Trigg fue en busca de la cafetera.
– Tienes las manos frías. ¿Dónde has estado ahí, en la oscuridad?
Clara se sentó enfrente y le frotó las manos entre las suyas.
– Lamento venir de este modo y… y llorar sobre tu hombro, pero estoy muy alterada y… y…
– ¿Se trata de Teddy?
– No, de Alien Severt.
Clara se respaldó en la silla, con expresión adusta.
– Ah, ese pequeño excremento…
Inesperadamente Linnea rió. Al mirara la franca Clara, sintió que se le quitaba un peso del pecho. Las lágrimas que amenazaban caer se evaporaron de repente y las cosas ya no le parecieron tan exasperantes. Sabía que amaría a esa mujer.
– En verdad lo es. Quién sabe cuántas veces yo misma he querido llamarlo así.
– Bent me cuenta casi todo lo que sucede en la escuela, ¿Qué hizo Alien esta vez?
– En esta ocasión, no se trata tanto de él corno de sus padres. -Sacudió la cabeza, irritada-. ¡La madre! ¡Señor!
Con una sonrisa torcida, Clara invirtió tres tazas y sirvió café.
– De modo que has conocido a Lillian, la Huna. -Linnea estalló otra vez en carcajadas ante la escandalosa franqueza de la mujer. Clara ladeó la cabeza y sonrió-. Bueno, me alegra que todavía puedas reírte. ¿Te sientes mejor, ahora?
– Inmensamente.
– Entonces cuéntanos qué ha sucedido.
Linnea relató las partes principales del enfrentamiento y vio como aumentaba la ira de Clara.
– ¿Cómo calificó a nuestra Francés?
– Retrasada. ¿Te imaginas, la esposa de un ministro diciendo eso?
– Lillian opina que ser la esposa de un ministro la exime de un montón de pecados, como criticar a otros para sentirse superior. Deberías oírla en el Círculo de Damas. -Clara hizo un ademán, como apartando el recuerdo- Bueno, no quiero meterme en eso, pero por aquí no encontrarás a nadie que tenga algo bueno que decir de ella. Desde el primer domingo que se paró junto al ministro en la escalinata de la iglesia, no le cayó bien a nadie. ¡Y pensar que tuvo la audacia de decirte a ti que no estás cumpliendo tu tarea en la escuela, cuando ese diablo de hijo ha estado volviendo locos a los maestros durante años¡ Sé de más de uno que no se quedó por causa de Alien. Pero esa no es la cuestión. Escucha, Linnea, lo que los niños cuentan en sus casas de la escuela es cierto. ¡No lo olvides! Lillian ha estado toda la vida encubriendo la vena perversa de ese malcriado. Y seguirá así, hasta que un día ese chico cometa algo que no podrá disimular. -Clara se interrumpió, reflexionó un momento y preguntó-: ¿Le has contado esto a Teddy?
La pregunta sorprendió a Linnea y sus ojos se dilataron.
– No.
– Bueno, si Alien sigue así, creo que deberías decírselo.
Ella negó con la cabeza.
– No, no creo. A Theodore no le gusta que lo moleste con los asuntos de la escuela.
– Ah. Ha estado gruñón, últimamente, ¿eh? Bueno, no te dejes engañar por eso. Bajo esa apariencia, le importa más de lo que deja ver. Te doy mi palabra de que, si Alien sigue así, con quien te conviene hablar es con Teddy.
– De acuerdo. Lo pensaré. -La cafetera estaba vacía, y Trigg ahogaba un bostezo- Es tarde -dijo Linnea-. Me he sentido muy a gusto, pero, en verdad, tengo que irme.
En la puerta. Clara y ella intercambiaron las amabilidades de la despedida pero en el último momento, sin poder contenerse, se dieron un impetuoso abrazo.
– Ahora ten cuidado hasta llegar a casa.
– Lo haré.
– Ven cuando quieras.
– Lo haré. Y tú haz lo mismo.
Al llegar a la casa, cuando llegó al cobertizo, estaba oscuro y en silencio. Encendió una lámpara, acatando todas las indicaciones de Theodore en relación con guardar los arneses y llevar a Clippa al corral cercano. No había acabado de deshacer el nudo de la brida, cuando Theodore apareció sin ruido a sus espaldas.
– ¡ Llega tarde!
Se sobresaltó y giró sobre los talones, apretándose una mano sobre el corazón.
– Oh, Theodore, no sabía que estaba ahí.
Se había preocupado. Iba de un lado a otro, aguzando el oído para oír los cascos del caballo, preguntándose qué le habría sucedido. Al verla llegar sana y salva, sintió alivio y, junto con él, una cólera irracional.
– ¿Acaso no tiene cabeza para quedarse afuera hasta tan tarde? ¡Podría haberle sucedido cualquier cosa!
– Pasé a visitar a Clara y a Trigg.
Si bien él estaba tan cerca como para tocarla, su rostro era una máscara de disgusto.
– Esto no es como la ciudad, ¿sabe?
– Lo… lo siento. No sabía que se quedaría levantado esperando.
– ¡No estaba levantado esperando¡
Pero sí lo estaba, y ambos lo sabían. Bajo la mirada seria, Línea sintió otra vez esa sensación maravillosa, que le colmó el pecho hasta hacérselo explotar.
Maldita seas, muchacha, no me mires así, pensó el hombre, contemplando ese rostro que casi no ocultaba nada de lo que sentía. El corazón le martilleaba. Las manos le escocían de ganas de tocarla. Quiso decir que lamentaba haberle gritado… que no tenía nada que ver con que hubiese llegado tarde, pero en cambio, se apropió del nudo de la brida.
– Usted vaya para la casa -le ordenó en tono más suave-. Yo me ocuparé de Clippa.
– Gracias, Theodore -respondió con serenidad.
Cuando el hombre se dio la vuelta, se quedó mirándolo, pero ya había cerrado para ella. "Por qué tienes tanto miedo de lo que estaría empezando a sentir", se preguntó. "No hay nada que temer. Estabas esperando a que llegara a salvo a casa. Lo estabas, Theodore, aunque no quieras admitirlo."
Pero se guardó esos pensamientos y salió del establo sin hacer ruido dejándolo debatirse en sus emociones.
Los días siguientes, Linnea fue de visita a los hogares de los alumnos que fallaban, compartió cenas y empezó a conocer a las personas cuyas vidas estaban tan íntimamente entrelazadas. Vio que se trataba de gente simple, trabajadora, bastante introvertida -la efervescente Clara era una excepción-, pero atentos y cordiales con la nueva maestra… sin tener en cuenta los modales en la mesa.
Los gemelos Lommen tenían un encanto que les era propio, que surgía de la benigna rivalidad constante entre los dos. Era un impulso positivo en sus vidas que los acicateaba a complacer, no sólo en la escuela sino también en la casa.
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