Recordó con claridad las palabras de Nissa:

– No es necesario que una mujer haga algo con los tipos de su clase.

Para cuando llegaron al cobertizo de Osear, a Linnea le saltaba el estómago. Rusty se precipitó a ayudarla a apearse. Pero, en cuanto la depositó en el suelo, se apartó correctamente y se tocó el sombrero en gesto de saludo.

– Le ruego que no se olvide de reservarme una danza, señora.

Cuando ya no tuvo que ver esa sonrisa enervante, sintió un gran alivio.

Theodore se ocupó de los caballos y entró en el cobertizo en el mismo momento en que a Linnea le tocaba subir la escalera hacia el henil.

Observó con disimulo que Rusty Bonner se quedaba atrás, mirándole las faldas y los tobillos mientras la muchacha subía. Theodore se apretó las manos bajo las axilas y esperó hasta que Bonner también hubiese subido, subió tras él y buscó de inmediato a John.

– Tengo que hablarte. -Lo tomó del brazo y lo apartó de la multitud-. Mantén vigilado a Bonner.

– ¿Bonner? -repitió John.

– Creo que le interesa la pequeña señorita.

– ¿La pequeña señorita?

– Ella es muy joven, John. No tiene nada que ver con un hombre como ese.

El semblante de John era un libro abierto; cuando estaba disgustado, podía notarse con claridad.

– ¿Ella está bien?

– Está bien. Pero, si lo ves persiguiéndola, avísame, ¿quieres?

Tal vez John no fuese inteligente, pero cuando brindaba su lealtad era inconmovible. Le gustaba Linnea y amaba a Theodore y nada de lo que Rusty Bonner intentase escaparía a su ojo vigilante.

La banda ya estaba afinando: violín, acordeón y armónica, y poco después la música sonaba con todo brío. Para alivio de Theodore, el primero que invitó a bailar a Linnea fue su sobrino, Bill. Vio que el rostro de la muchacha se iluminaba mientras conversaban unos momentos.

– Hola de nuevo -dijo Bill.

– Hola.

– ¿Quieres bailar?

Linnea siguió con la vista a una pareja que se deslizaba fluidamente.

– No soy muy buena: tendrías que enseñarme.

Sonriendo, el muchacho la tomó de la mano.

– Ven. Este baile es fácil.

Cuando ya estaban sobre la pista, agregó:

– Dudé que vinieras.

– ¿A qué otro lugar podía ir? Todos están aquí. -Miró alrededor- ¿Cómo se enteraron de dónde sería el baile?

– Se corre la voz. ¿Cómo has estado?

– Ocupada. ¡Uy! -Tropezó con el pie de él y perdió el ritmo- Lo… lo siento -tartamudeó, sintiéndose tonta y ruborizándose al ver que Theodore estaba parado a un lado, observándola. Bajó la vista y se miró los pies-. No me enseñaron a bailar pasos difíciles como estos.

– Entonces yo le enseñaré.

Bill suavizó los giros, acortó los pasos y le dio tiempo para adaptarse a su estilo.

– Si es verdad lo que dice Kristian, tendré mucho trabajo para ponerme al día. Dice que algunos de vosotros empezáis a los trece años.

– En mi caso, catorce. Pero no te preocupes, estás haciéndolo bien.

Por un tiempo, Linnea observó los pies de ambos, y luego Bill le dio una juguetona sacudida.

– Si te relajas, disfrutarás más.

Tenía razón. Cuando la danza terminó, sus pies trazaban los pasos con más fluidez y, cuando terminó la música, sonrió y aplaudió entusiasmada.

– ¡Oh, qué divertido es esto!

– ¿Y qué tal si bailamos la próxima? -propuso Bill, sonriéndole aprobador.

Bill era un bailarín ágil y diestro. Pronto Linnea reía y disfrutaba con él.

En la mitad de la segunda danza, al girar en brazos del muchacho, se enfrentó con Theodore, quien a menos de dos metros bailaba con la cocinera pelirroja.

Supo que se había quedado con la boca abierta, pero no pudo cerrarla. ¿Quién hubiese imaginado que Theodore era capaz de bailar así? Parecía flotar sobre los talones como un navío bien equilibrado, llevando a- ¿cómo se llamaba?- Isabelle… Isabelle Lawler. Guiaba a Isabelle Lawler con una gracia que los transformaba a los dos. Al sorprender a Linnea mirándolos, la saludó con la cabeza, sonriente, y se alejó girando mientras ella fijaba la vista en los tirantes cruzados sobre los hombros increíblemente anchos, con el brazo pecoso de Isabelle Lawler extendido sobre ellos. Un instante más y se perdieron entre la gente. Los siguió con la vista hasta que sólo pudo captar un atisbo del brazo derecho extendido de Theodore, con la manga blanca enrollada hasta encima del codo. Después eso también desapareció.

Terminó la música. A continuación, bailó con un desconocido llamado Kenneth, que tenía unos cuarenta años de edad y una barriga como un caldero. Luego con Trigg, quien afirmó que su esposa sólo bailaba piezas alternadas porque se fatigaba con facilidad. Linnea vio a Clara mirando y la saludó con dos dedos. Clara respondió al saludo e intercambiaron sonrisas cariñosas. Tenía intención de hablar con ella cuando terminase la pieza, pero apareció Kristian ante ella, secándose las palmas en los muslos mientras la invitaba a bailar. Dios. ¿Seria correcto que la maestra bailara con uno de sus alumnos? Miró a Clara en busca de ayuda, y esta se encogió de hombros, alzando las manos, y le sonrió.

Al bailar con Kristian, Linnea se convenció de que estos noruegos nacían con sentido del ritmo. Hasta él, que sólo tenía un año de experiencia, la hacía sentirse como una principiante torpe.

– ¡Caramba, Kristian, eres tan buen bailarín como tu padre!

– Ah, ¿ya ha bailado con él?

– ¡No! No… Quiero decir que veo que es muy bueno.

En ese momento, Theodore estaba bailando con una mujer de dientes salientes, riéndose de algo que ella le decía, y la muchacha sintió una breve punzada de celos. Entonces pasó otra pareja, distrayéndola.

– ¡Oh, mira a Nissa!

Siguieron a Nissa, que giraba en brazos de John.

– ¡Por Dios, John también!

Kristian rompió en carcajadas ante el asombro de Linnea.

– Nu'ay… -Esta vez, él mismo se interrumpió-. No hay gran cosa que hacer aquí en todo el invierno, además de bailar y jugar a las cartas. Somos muy buenos para las dos cosas.

A medida que avanzaba la velada, Linnea formó pareja con todos los varones Westgaard, uno tras otro, con sus peones, con el violinista (que tomó un descanso), con varios vecinos que no había conocido, y hasta con el jefe del consejo escolar. Oscar Knutson. Todos bailaban bien, pero ninguno como Theodore, y ella se moría de ganas de bailar con él. Pero sacó a bailar a todas las mujeres, menos a ella.

Una vez, en un descanso entre dos piezas, casi se chocaron entre la gente.

– ¿Está pasándolo bien? -le preguntó Theodore.

– ¡Maravillosamente! -respondió, forzando una sonrisa.

Si estaba pasándolo maravillosamente, ¿por qué tenía que forzar una sonrisa? Bailó con John -que era casi tan buen bailarín como Theodore pero no tanto-, después dos veces más con Bill, e incluso con Raynxmd. Estuvo con Clara mientras la cocinera pelirroja estaba otra vez en la pista con Theodore.

Sus ojos -se encontraron con los de él a través del bullicioso henil, y le lanzó lo que suponía una inocente sonrisa de invitación, pero él se limitó a hacer girar a su compañera en sentido contrario.

¡Maldito seas, Theodore, acércate aquí e invítame!

Cuando acabó la pieza, en efecto se acercó en dirección a ella, haciendo saltar su corazón, pero, cuando llegó, fue a Clara a la que condujo a la pista de baile. Luego sacó otra vez a la mujer de los dientes, saltones.

¡Esa mujer era capaz de comer maíz a través de una cerca! ¿Acaso piensa ignorarme tocia la noche?

Mientras hervía de furia, apareció ante ella Rusty Bonner, inclinando el sombrero y dedicándole su sonrisa ladeada con las comisuras de los ojos hacia abajo.

– ¿Baila, señora?

Linnea había estado sin bailar durante dos piezas, y Theodore la ignoraba de manera evidente. ¡Mira esto, Theodore!

– Me parece divertido.

Cuando la atrajo a sus brazos, la acercó más que los demás y, en vez de atenerse al paso básico del vals, iba de un pie al otro en un lánguido movimiento de balanceo que le sacudía suavemente el brazo flexionando la cintura, y con los codos levantados de un modo que hacía que Linnea se sintiera en el aire. Ese hombre era diferente de los otros. Hasta los hombros parecían diferentes, enfundados en una moderna chaqueta de vaquero que hacía juego con los pantalones. Debajo llevaba una camisa a cuadros rojos y blancos y un pañuelo rojo atado en el cuello. Cuando la miró a los ojos, la cara estaba tan cerca de ella que Linnea podía contar los pelos de las pestañas. Tenía un modo de entornar los párpados que hacía que el estómago le diese un vuelco. Le dedicó una sonrisa trémula, y Rusty cambió la posición de los brazos, cerrando las manos en la parte baja de la espalda de Linnea. Ella sintió que la hebilla de plata se le incrustaba en la cintura y metió la barriga para adentro.

– ¿Está disfrutando, señorita Brandonberg? -le preguntó, con su tono lánguido.

Linnea tuvo la sensación de que se reía de ella.

– Si, sí.

– Baila usted muy bien.

– No, no es cierto. Las otras mujeres lo hacen mucho mejor que yo.

– A decir verdad, no las he observado mucho, así que, en realidad, no lo sé.

– Señor Bonner…

– Rusty. -Dibujó esa lánguida sonrisa y presionó tos muslos de la muchacha con los de él-. ¿Cuál es su nombre de pila?

– Linnea.

– Li-ne-ia. -Lo hizo rodar con la lengua sílaba a sílaba, como saboreándolo-. Es precioso.

Todo lo que rodeaba a ese individuo la hacía sentirse como si alguien le hubiese metido un dedo en el hueco de la garganta, y pensó:

¡Theodore, te maldigo por obligarme a hacer esto!

La sorprendió oírse hablar con fluidez.

– Rusty, ¿es usted de la zona?

– No. señora. Vine desde Montana, y antes pasé por Idaho y Oklahoma.

– Caramba… eso sí es viajar.

Rusty rió, exhibiendo un instante unos dientes rectos y blancos, echando la cabeza atrás y dejando luego resbalar su mirada indolente otra vez por el rostro de Línea.

– Lo que más hago es participar en rodeos. Es una vida vagabunda, Linnea.

– ¿Y qué hace aquí, en la cosecha de trigo?

– La temporada de rodeo terminó. Y necesito una cama seca y tres comidas al día.

De pronto comprendió por qué tenía ese cuerpo tan delgado: con la vida que hacía, era casi seguro que, en muchas ocasiones, no tenía esas tres comidas sólidas. Sospechó que debía de bailar así con mujeres desconocidas en cada uno de los estados del Oeste de la Unión.

– Dígame, ¿gana usted en esos rodeos?

– Sí, señora. -Hablaba con acento cada vez más lento, ronco y provocativo, mientras se acercaba más, de modo que los pechos de la muchacha rozaran su chaqueta-. Cuando la suelte, échele un vistazo a la hebilla de mi cinturón. La gané montando novillos en El Paso, la última temporada.

Linnea quiso apartarse pero no pudo; estaba tan cerca que tuvo que echar la cabeza atrás para verle el rostro.

– ¿Ha visto alguna vez a un hombre montar novillos?

Linnea tragó e intentó respirar normalmente.

– N…no.

– ¿Alguna vez ha visto a un hombre montar algo?

– S… sólo caballos.

– ¿Salvajes?

Negó con la cabeza con movimientos nerviosos, mientras el sujeto seguía derramando sobre ella esa sonrisa sensual, desde demasiado cerca

– N… no. Sólo caballos ya domados.

– ¿Ha visto la hebilla de mi cinturón?

A Linnea se le cerró la garganta y se le puso el rostro del color de la camisa del hombre. Los brazos eran fuertes y autoritarios, los hombros, duros como nogal. Los dedos le recorrían la espalda, disparándole temblores de advertencia por los muslos. Rusty lanzó una risa gutural, ronca, y acomodó el mentón contra la sien de ella… los pechos contra su pecho… la cabeza de cuernos largos del cinturón contra el estómago de la joven.

¡Theodore, por favor, ven a sacarme de aquí!

Sin precipitarse, Rusty echó los hombros atrás y le sonrió, mirándola a los ojos, dejando las caderas acomodadas en las de ella.

– Tiene las mejillas todas sonrosadas. ¿Tiene calor?

– Un poco -logró decir, en voz fina.

– Afuera está más fresco. ¿Quiere comprobarlo?

– No creo que…

– No crea. Usted sígame. Contaremos las estrellas.

Aunque no quería, Theodore estaba riendo de nuevo con Isabelle Lawler, y, antes de que pudiese inventar una excusa, Rusty la había arrastrado hasta la escalera. Bajó él primero y luego levantó la vista.

– ¡Eh! Venga.

Mirando hacia abajo, le vio la cara y se preguntó si Theodore la echaría de menos si desaparecía. ¿Y si le preguntaba dónde había estado?

Qué dulce sería poder decirle que había estado afuera, contemplando las estrellas con Rusty Bonner.

– Eh, ¿viene o no?

A un metro del suelo, Linnea sintió que Rusty la tomaba de la cintura y la bajaba. Lanzó un chillido de sorpresa cuando se sintió suspendida de esas manos fuertes. A continuación, la apoyó contra su cadera, le pasó un brazo por el hombro y la llevó hacia la puerta.