Muévete, lomo, antes de que mamá os vea a los dos mirándoos, con la boca abierta.
– Buenas -dijo, obligándose a apartar la vista de ese rostro radiante, expectante.
– Buenas.
Por primera vez se sintió avergonzado al lavarse delante de ella.
"Qué locura", pensó. Y, sin embargo, durante todo el desayuno evitó mirarla a los ojos. Y la evitó durante todo el día.
Pero Linnea quería decirle algo. Por fin, lo siguió hasta la talabartería a última hora de la tarde. Estaba sentado en la estropeada silla de madera, pasando jabón a una montura sin advertir que ella estaba tras él. Respiró profundamente y trató de hablar con voz firme:
– Hola, Theodore.
El sonido de su voz provocó un terremoto en el corazón de Theodore, pero se contuvo para no saltar. Robar besos en la oscuridad a una muchacha como ella era asunto peligroso. Uno de los dos tenía que recuperar la sensatez y al parecer había sólo una manera de hacerlo. Le lanzó una mirada remota sobre el hombro y siguió trabajando.
– Ah, es usted.
– Lamento lo de anoche.
Le echó otra mirada sobre el hombro, sin sonreír.
– ¿Por qué?
Linnea se quedó estupefacta. ¿Por qué? ¿Era capaz de quedarse ahí sentado, tan conmovido como cualquiera de los caballos de tiro y preguntar por qué? Bajó la vista y dijo en voz baja:
– Usted lo sabe.
– Ah, ¿se refiere a que usted también bebió demasiado?-Reanudó el trabajo, encorvándose sobre la montura-. Siento la cabeza como si tuviese una máquina de vapor dentro.
Tragando saliva, la muchacha posó la vista en los hombros anchos.
– ¿O sea que… que no lo recuerda?
Theodore rió entre dientes, recordando todo vividamente.
– No mucho. Usted fue mi compañera en la segunda vuelta, ¿no es cierto?
Se le agolpó la sangre en el rostro, pero Theodore no se dio la vuelta para verla.
– Sí, en efecto. Y usted se molestó porque yo acepté jugar con John la semana que viene. ¿Eso tampoco lo recuerda?
– Me temo que no. Ese aquavit es fuerte y hoy estoy pagado las consecuencias.
La muchacha se sintió como si hubiese echado raíces durante unos segundos, disminuida por el hecho de que él hubiese olvidado algo que a ella la había sacudido hasta la médula, ¡y no importaba cuánto aquavit hubiese bebido! De repente, entrecerró los ojos y la recorrió una oleada de ira. ¡Estaba mintiendo! ¡Este terco noruego está mintiendo! Pero ¿por qué?
Poniéndose rígida, giró sobre los talones y salió dando un portazo.
Theodore giró en la silla y luego se puso de pie. Pasó por encima de la montura y tiró el trapo aceitado. Con las manos apoyadas en el borde del banco de trabajo, miró por la pequeña ventana hacia el corral nevado, recordando la presión cálida de Linnea contra su brazo el día que soltaron los caballos y la noche pasada, los pechos de ella aplastados contra su pecho, los brazos aferrándose a su cuello… la boca que se ofrecía… tentadora… inocente…
Cerró con fuerza la boca y le temblaron los músculos de las mejillas.
¡Aún con la leche en los labios! ¡Ni siquiera sabía besar!
Con semblante sombrío, estrelló el puño contra el basto banco de trabajo, pero no le sirvió de nada. No ayudó a que ella fuese mayor, ni él más joven.
La familia Westgaard extendida era mucho más apegada de lo que Linnea había imaginado al principio. Lo único que los había mantenido separados era la cosecha. Ahora, con el invierno ya instalado, se acostumbró a verlos con frecuencia. Era natural que se reuniesen en torno de Nissa, de modo que la casa de Theodore se convirtió en el lugar de reunión más frecuente entre las diversas casas.
Linnea llegó a conocer los lugares individuales dentro del clan familiar.
A Ulmer, el mayor, solían pedirle consejo. Como John era lento, era el más protegido y consentido. Theodore era objeto de gratitud por darle un hogar a "ma". También contaba con la simpatía de los demás por ser el que Nissa siempre había elegido para la mayoría de los trabajos duros. Lars era el más feliz, el que siempre contagiaba el buen humor a los demás. Como Clara era la menor, la única mujer y, por añadidura, estaba embarazada, era vergonzosamente mimada por los hermanos, cosa que no había contribuido a estropearle en lo más mínimo el carácter. Cuanto más conocía a Clara, más le agradaba y más aumentaba su necesidad de confiar en la hermana de Theodore.
Desde la noche en que se habían besado, infinitas reacciones se revolvían dentro de ella. Arrepentimiento, curiosidad, irritación y fascinación. Además, estaba convencida de que él también estaba fascinado. Había ocasiones en que alzaba la vista de repente y lo sorprendía observándola desde el otro lado del cuarto. En otras, se apartaba con demasiada rapidez para dejarla pasar cuando se cruzaban en una puerta. Y, una vez, mientras se sentaban a la mesa, se chocaron las espaldas y el rostro se le puso escarlata. Sin embargo, había oportunidades en que se comportaba como si le irritase el simple hecho de vivir en la misma casa que ella. En otras daba la impresión de no notar su existencia. De un día a otro, Linnea no tenía idea de los pensamientos que bullían tras el ceño adusto o el rostro despojado de expresión.
A medida que aumentaba su frustración, se sentía impulsada hacia Clara. Pero era la hermana de Theodore. Quizá no fuese correcto que Línea quisiese airear sus sentimientos con alguien tan cercano a él. Pero no había ninguna otra persona y, cuando advirtió que se mostraba intolerante con los niños en la escuela, comprendió que ellos no tenían por qué pagar su frustración. Necesitaba una confidente.
Un sábado fue caminando a la granja de los Linder y Clara misma le abrió la puerta. Tras un cariñoso abrazo de recibimiento, se sentaron a la mesa, y Clara reanudó la tarea de limpiar huevos con un bloque de lija.
Tomó un huevo castaño de una cesta de mimbre. Cuando le pasaba la lija, producía un suave siseo en el recinto acogedor.
Linnea manoseaba el borde de la silla, observando las manos industriosas de clara y pensando cómo empezar.
– ¿Quieres un poco de café? -le preguntó Clara.
– No, gracias, yo… -Juntó las manos entre las rodillas-. Clara, ¿puedo hablar contigo?
– Estás tan tensa que debe de ser algo serio.
– Lo es. Por lo menos lo es para mí.
Clara aguardó. Linnea se removió, nerviosa. El siseo seguía.
– Vas a gastar el barniz de esa silla. ¿De qué se trata?
– ¿Recuerdas la noche que me embriagué un poco con aquavit?
Clara rió entre dientes.
– Claro. Hay algunos de tus alumnos que aún siguen comentándolo.
– Creo que hice el tonto.
– No más que todos nosotros.
– Quizá no mientras vosotros estabais allí, pero después sí.
– ¿Después?
Clara sacó otro huevo del cesto y el papel de lija volvió a raspar rítmicamente.
Linnea sintió como si el huevo se le hubiese atravesado en la garganta. Antes de perder valor, tragó y barbotó:
– Theodore y yo nos besamos.
La lija se inmovilizó en el aire.
– ¿Besaste a Theodore? -Los ojos de Clara se agrandaron-. ¿A nuestro Theodore?
– Sí.
Clara se respaldó en la silla y estalló en una carcajada franca.
– Oh, eso es maravilloso. -Apoyó la mano con el huevo sobre su taza-. ¿Y él qué hizo?
– Me devolvió el beso y después se puso furioso conmigo.
– ¿Por qué?
Linnea se encogió de hombros, unió las manos sobre la mesa y juntó los pulgares. Fijando en ellos una mirada ceñuda, respondió:
– Dice que soy demasiado joven para él.
Clara reanudó el lijado.
– ¿Y tu qué piensas?
– Creo que no pensé. Sólo tuve ganas de hacerlo y lo hice.
Clara advirtió el ceño de la joven y no pudo contener una sonrisa.
– ¿Y qué tal estuvo?
Linnea levantó la cabeza y las miradas se encontraron. ¿Clara no estaba molesta? La hilaridad de la mujer disipó sus temores y se sintió con fuerzas de confiarle lo que necesitaba.
– Lo que sé es que fue mejor que con Rusty Bonner.
Clara pareció nuevamente sorprendida.
– ¿También besaste a Rusty Bonner?
– La noche del baile en el cobertizo. Pero Theodore nos sorprendió y se molestó. Por eso Rusty desapareció tan de repente al día siguiente. Theodore lo echó.
Clara se respaldó otra vez en la silla y dejó de ocuparse de los huevos.
– Bueno, caramba.
– ¿No estás enfadada? Me refiero a que yo besara a Theodore.
– ¿Enfadada? -Clara rió-. ¿Por qué debería enfadarme? Teddy se pone muy melancólico. Necesita que alguien lo reanime un poco y pienso que tú eres la persona indicada para hacerlo.
Hasta que Clara lo aceptara con tan buen ánimo, Linnea no había advertido lo preocupada que estaba por lo que pudiese pensar la familia acerca de su interés por Theodore.
Si él lo aceptara del mismo modo…
Pero no era así. Se mantenía empecinadamente distante.
Linnea y Clara volvieron a verse el domingo, cuando los Línder pasaron a visitarlos por la tarde. Cuando llegaron, Linnea estaba en su cuarto helado, corrigiendo tareas, porque Theodore estaba sentado a la mesa de la cocina. Sonó un golpe suave en la puerta y luego asomó la cabeza de Clara.
– Hola, ¿molesto?
– No, sólo estoy corrigiendo. ¡Pasa!
– Cielos, qué frío hace aquí.
Se frotó los brazos mientras entraba.
– ¿Hace demasiado frío para ti? -Linnea observó el vientre prominente de Clara- Quiero decir, ¿no hay problema si le quedas un rato?
Clara vio qué era lo que miraba Linnea. Se acarició el vientre y rió.
– Oh, cielos, si, está bien. -Curiosa, fue hasta el fondo de la habitación-. Hace años que no subo aquí. ¿Estás segura de que no te interrumpo?
Linnea dejó el trabajo a un lado y metió los dedos ateridos entre las rodillas.
– Créeme, es un placer ser interrumpida cuando estás corrigiendo tareas.
Clara levantó el papel que estaba arriba de todo, lo miró distraída y lo dejó otra vez.
– Muchas veces te envidio por tener un empleo como el que tienes, lejos de tu hogar, independiente, ¿sabes?
– ¡Tú me envidias a mí!
– ¿Cómo no? Nunca he estado más allá de Dickinson. Tu vida es independiente. Excitante.
– No te olvides de los miedos.
– No te he visto muy a menudo asustada.
– ¿No? Bueno, supongo que sé disimular.
Clara rió.
– ¿Alguna vez te conté cómo me asustó tu hermano el día que fue a buscarme a la estación?
– ¿Teddy? -Clara rió entre dientes, fue hasta la cómoda y curioseó los efectos personales de Linnea. Entre ellos estaba el ágata que tenía una bella franja transparente de color ámbar-. Oh, por dentro Teddy es un blando… ¿qué te hizo? ¿Te obligó a cargar tus propios bártulos?
Dejó la piedra en su lugar y miró por encima del hombro.
– Peor que eso. Me dijo que tendría que buscar otro sitio donde alojarme y comer, porque él no quería a ninguna mujer viviendo en su casa.
– Probablemente, por causa de Melinda.
Los ojos de Linnea adquirieron una expresión de asombro e interés.
– Nunca habla de ella, ¿Cómo era?
Clara se dejó caer en el borde de la cama, levantó una rodilla y, por unos segundos, se puso pensativa.
– Melinda daba la impresión de ser dos personas. Una, alegre y animosa… la que vimos al principio, cuando apareció sin avisar diciendo que venía a casarse con Teddy. La otra era lo contrario. Callada y melancólica. En aquella época, como yo no tenía más que once años, no lo comprendí, pero cuando fui más grande y tuve mis propios hijos, lo he pensado. Pienso que parte del problema de Melinda fue que la depresión post parto le dio más fuerte de lo que suele ser y…
– ¿Depresión post parto? -la interrumpió Linnea, confundida.
– ¿No sabes lo que significa?
Linnea negó con la cabeza. Clara apoyó una mano sobre su voluminoso vientre y se sostuvo con la otra.
– Es después del nacimiento del niño, cuando las mujeres solemos ponernos muy tristes y lloramos constantemente. Nos sucede a todas.
– ¿De verdad? -Linnea fijó la vista en el vientre de Clara y se llenó de asombro.
– Es extraño, ¿no crees?
– Pe… pero ¿por qué? Bueno… yo imaginaría que, cuando acaba de nacer un hijo, es uno de los momentos más dichosos de la vida.
Clara se alisó la falda sobre el abdomen y sonrió, un poco triste.
– Parece que fuera así, ¿no? Sin embargo, durante un tiempo después del nacimiento, te pones muy triste y le sientes tonta porque sabes que lo tienes todo en el mundo para ser afortunada, pero lo único que quieres es llorar y llorar. Los maridos lo odian. Pobre Trigo, siempre anda alrededor de mí sintiéndose impotente y torpe y no deja de preguntarme qué puede hacer para ayudarme. -Extendió las manos y las dejó caer-. Pero no se puede hacer nada. Tiene que seguir su curso.
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