– ¿Y Melinda no dejaba de llorar?
– Todo el tiempo. Parecía que nunca iba a dejar de hacerlo. Creo que no le gustaba este lugar. Afirmaba que el trigo estaba volviéndola loca. Entonces, ese otoño, cuando el trigo ya estaba todo guardado y la cuadrilla se había marchado, ella también se fue.
– ¡Oh! -Linnea dio un gran suspiro y se tapó los labios-. ¿O sea que… se escapó con uno de ellos?
– Esa parte no la conozco. Si fue así, se ocuparon de que yo jamás conociera los detalles. En aquel entonces vivíamos en la casa de John. Ese era nuestro hogar cuando papá vivía. Pero papá ya había muerto hacía dos años. Como John podía manejar la casa solo y Teddy necesitaba que alguien cuidase de Kristian, mamá y yo nos mudamos aquí. Entonces esta era mi habitación. Me acuerdo que traía a Kristian aquí y lo metía en la cama cuando era un pequeñín. -En el rostro de Clara apareció una suave sonrisa-. Oh, era la cosa más dulce que hubieses…
De repente, sorbió el aliento, cerró los ojos y se curvó hacia atrás, con una mano sobre el estómago.
Los ojos de Linnea se redondearon de susto.
En un momento. Clara se relajó de nuevo.
– Oh, esa ha sido fuerte.
Confusa, Linnea preguntó:
– ¿Qué ha pasado?
– El niño me ha dado una patada.
– ¿Te ha dado una patada?
No pudo apartar la vista del enorme vientre de Clara y de pensar en los misterios de la concepción.
– ¿No sabes nada de mujeres embarazadas?
Linnea levantó la mirada y la bajó de nuevo.
– No… tú eres la primera con la que hablo.
– El niño ya está vivo, ¿sabes? Y se mueve aquí adentro.
– ¿De veras? -Se sobresaltó como si saliera de una ensoñación y agregó-: Claro, ya lo sé. Si no, ¿cómo te habría pateado? -Estaba fascinada y quiso saber más-. ¿Cómo lo sientes?
Clara la miró y le propuso:
– ¿Quieres sentirlo?
– Oh, ¿puedo?
– Ven. Se moverá otra vez. Una vez que empieza a dar vueltas, siempre sigue.
Con precaución, Linnea se inclinó junto a Clara y extendió una mano, cautelosa,
– Oh, no seas tan tímida. Es sólo un niño.
Linnea tocó con timidez. La sintió dura y cálida, cargando con una vida valiosa. Cuando lo sintió moverse bajo su mano, abrió los ojos, sorprendida, y por su rostro se extendió una sonrisa.
– Oh, Clara, Oh, Dios… siéntelo.
Clara rió entre dientes.
– Créeme que lo siento. A veces, más de lo que quisiera.
– Pero ¿qué sensación te da? Quiero decir, cuando da vueltas así dentro de ti.
– Oh, parecido a cuando un gas te retumba dentro.
Rieron juntas y Linnea apartó la mano, envidiando a Clara por haber fundado una familia.
– Gracias por dejarme tocar.
– Oh, no seas tonta. Una mujer tiene que saber de estas cosas pues, de lo contrario, se llevará grandes sorpresas cuando se case.
Linnea reflexionó unos instantes y se imaginó a Theodore tocando la barriga de Melinda, tal como ella había hecho con Clara, sintiendo los movimientos del hijo, tocándolo por primera vez. El nacimiento… el milagro más grande. Se esforzó por comprender lo honda que debía de ser la tristeza de un hombre al que había abandonado la esposa con la que compartió semejante milagro.
– Supongo que lo que sucedió amargó mucho a Theodore en lo que se refiere a las mujeres -aventuró, pasando la uña del pulgar por las filas de su cobertor.
– Hoy tienes muchos interrogantes sobre Teddy.
Linnea alzó la vista.
– Tenía curiosidad, eso es todo.
Clara observó con atención el semblante de la joven y le preguntó:
– ¿Y cómo van las cosas entre vosotros?
– Más o menos igual. La mayor parte del tiempo está gruñón. Me trata como sí tuviese la peste bubónica. -De repente, se levantó de un salto y dio una patada-. ¡Siempre me trata como si fuese una niña y eso me pone furiosa!
Sorprendida por su vehemencia. Clara se quedó mirando la espalda de la muchacha. De modo que quería ser tratada como una mujer. Bueno, bueno…
– Tú sientes algo por Teddy, ¿no es cierto?
Linnea se intimidó, volvió hacia la cama y se dejó caer, abatida.
– Señor, no lo sé. -Alzó la vista hacia la amiga con expresión suplicante-. Estoy muy confundida.
Clara recordó que ella misma se había sentido confundida en la época del noviazgo con Trigo. Estiró la mano y tocó la de Linnea, convencida del afecto de la muchacha hacia su hermano.
– ¿No crees que todavía te falta crecer un poco?
– Supongo que sí. -La expresión de la joven se tornó afligida. -Es bastante confuso, ¿no?
– Todos pasamos por eso. Aunque, por fortuna, sólo una vez. Pero sospecho que es un poco más difícil cuando te enamoras de un sujeto como Teddy. -Clara se sentó otra vez y preguntó, como de pasada-: ¿Qué quieres saber de él?
– ¿Ha habido alguna otra mujer, además de Melinda?
– He tenido mis sospechas con respecto a esa mujer, Lawler, pero no estoy segura.
– Yo también,
Clara ladeó la cabeza.
– ¿Estás celosa?
– ¡No, no estoy celosa! -Primero se puso a la defensiva, pero al final desistió de fingir-. Si, lo estoy -admitió más tranquila-. ¿No es una estupidez? ¡Que sea dieciséis años mayor que yo, quiero decir! -Exasperada, levantó las manos-. Mi madre se volvería totalmente loca si lo supiera.
– ¿Saber qué?
– Que lo besé.
– Ah, eso.
– Sí, eso. No lo entiendo. Clara. Me besó como si lo disfrutara, pero después se puso furioso, como si yo hubiese hecho algo malo. Y no sé qué -terminó casi gimiendo.
Clara le oprimió las manos y luego las soltó.
– Lo más probable es que esté molesto consigo mismo, no contigo. Yo supongo que Teddy se siente un poco culpable porque eres muy joven.
Y tal vez se pregunte qué pensará la gente… teniendo en cuenta que vives en la misma casa.
– ¡Pero eso es una tontería! No hemos…
– Claro que es una tontería. A mí no necesitas explicármelo. Sin embargo, conviene que recuerdes algo: él ha resultado muy herido. Yo vivía aquí cuando Melinda huyó. Vi cuánto sufrió y estoy segura de que para él no es fácil dejar que alguien se le acerque otro vez. Es probable que esté un poco asustado, ¿no crees?
– ¿Asustado? ¿Theodore? -Jamás se le hubiese ocurrido que pudiese asustarse por el modo en que alardeaba constantemente-. Tal vez yo esté exagerando un poco la importancia de un par de besos. Ya le he dicho que sigue tratándome como si fuese una escolar. Pero, por favor, Clara, no le cuentes a nadie lo que yo te dije.
– Por supuesto que no.
– Y te doy las gracias por contarme lo de Melinda y lo de tu estado.
– Ya eres casi como de la familia. Y, siendo la maestra de Kristian, debes saber lo que se refiere a su madre. En cuanto a las otras preguntas -las cuestiones personales-, puedes preguntarme lo que quieras, cuando quieras. Si no haces preguntas, ¿cómo sabrás lo que te espera cuando te cases?
Las semanas siguientes a esas primeras confidencias Linnea le formuló innumerables preguntas más. A medida que las dos mujeres estrechaban su vínculo, aprendió más acerca del cuerpo femenino de lo que hubiese imaginado que había que aprender. En ocasiones, Clara compartía con ella ciertas intimidades de su matrimonio, revelaciones que hacían girar su imaginación.
Después de cada charla íntima, por la noche cuando estaba en la cama, Linnea -aun con las polainas puestas y tapada hasta los ojos- trataba de imaginar que ella y Theodore hacían lo que Clara y Trigg habían hecho para concebir a sus hijos. ¡Claro que ya había oído comentarios acerca de la copulación, pero nunca de una fuente tan confiable como Clara, que sin duda debía saber lo que decía!
¡A fin de cuentas, Clara lo había hecho con Trigg tres veces!
Después, en una de esas conversaciones. Clara le contó que eso era algo que hombres y mujeres no sólo hacían cuando querían tener hijos.
¡Era demasiado divertido para hacerlo sólo cuando querían procrear!
Ponían los ojos en blanco y reían juntas.
Con todo, Linnea se sentía más confundida que antes. Pasaba horas pensando en la posible logística de semejante acto y en cómo era posible que dos personas lo iniciaran. ¿Acaso el hombre decía que era hora y entonces una se metía en la cama con él y lo hacían? ¿Y cómo lo hacían, por el amor de Dios? Cuando se lo imaginaba, se convencía de que debía de ser vergonzoso, torpe y muy embarazoso, incluso si amaba al hombre en cuestión. Recordó la repulsión que sintió cuando Rusty la tanteaba y cómo se enfadó la noche que Bill trató de meterle la rodilla entre las suyas. Y, sin embargo, las dos veces que estuvo apretada contra Theodore… oh, había sido grandioso.
¿Quitarse la ropa y dejar que él le hiciera lo que Clara le había descrito? ¡Nunca en la vida! Para empezar, ¡con el tamaño que tenía Theodore, sería capaz de aplastarla bajo su peso!
Pasó noviembre y Kristian cumplió diecisiete años. En la escuela, todos se preparaban para las fiestas de Acción de Gracias y de Navidad.
Linnea empezó a trazar el plan navideño y pasaba las veladas escribiendo el argumento para la obra de Navidad, procurando olvidar las lecciones de lectura de Theodore, ya que se evitaban a cada paso.
Un día, en el recreo de mediodía, los muchachos regresaron con un conejo que habían atrapado. Excitados, pidieron permiso a la señorita Brandonberg, para desollarlo ahí mismo. Linnea aceptó a desgana, pero salió del cobertizo del carbón, donde despellejaron y evisceraron a la pobre criatura.
Cuando terminaron, Raymond, Kristian, Tony y Paúl volvieron ansiosos, con los ojos brillantes.
– Señorita Brandonberg -Tony actuaba como portavoz-, estábamos pensando… bueno, como hemos atrapado al conejo con nuestras propias manos, ¿podríamos cocerlo?
– ¿Cocerlo? ¿Aquí?
– Sí, bueno, si usted lo permite, nosotros traeríamos una sartén, le preguntaríamos a nuestras madres cómo hacerlo y lo freiríamos para acompañar las patatas de mañana.
Ante la perspectiva de que le ofrecieran un trozo de carne de conejo, limpiada y cocinada por cuatro impacientes novatos, se le revolvió el estómago. ¿No existía, acaso, una cosa llamada fiebre del conejo, que se contraía por comer a esos animales?
– ¡Yo… bueno, caramba! -exclamó, evasiva.
– ¡Por favor! -suplicaron a coro.
¿Qué otra alternativa le quedaba, salvo consentir y abrigar la esperanza de que un pequeño conejo no bastaría y que se salvaría de tener que probarlo?
– Bueno, está bien. -Se apresuró a agregar-: Siempre que vayáis a vuestras casas, averigüéis exactamente cómo se hace y cuánto tiempo hay que cocinarlo para cerciorarse de que no haga mal. Y después limpiad todo.
Cortaron el esqueleto, limpiaron la marmita del almuerzo de Paúl y lo guardaron dentro, dejándolo en un rincón del fresco guardarropa durante la noche. Al día siguiente, Raymond llegó con una sartén de hierro forjado. Los muchachos consultaron entre sí y luego se aproximaron a la maestra, inquietos.
– Bueno, ¿y ahora qué pasa? ¿Habéis olvidado la cebolla?
No había olvidado pedirle instrucciones a Nissa, de modo de que todo se hiciera como era debido.
Esa vez le tocó hablar a Kristian.
– Si le parece bien, pensamos que podríamos guardar ese conejo que tenemos y congelarlo mientras conseguimos más. Entonces, cuando tengamos suficientes, los prepararemos para toda la escuela. Uno no bastaría-razonó.
"Oh, no", pensó Linnea, sintiendo arcadas por anticipado.
– Pero sois catorce -les recordó, cuidando de excluirse.
Tony le replicó, radiante:
– Quince contándola a usted, señorita Brandonberg.
Desesperada, Linnea no encontró modo de negarles el permiso desde el momento en que demostraban intenciones tan francas y generosas. Guardó silencio tanto tiempo que Raymond asumió la argumentación:
– Estuvimos pensando en que las chicas siempre aprenden a cocinar porque las madres les enseñan. Pero nosotros nunca nos enseña nadie, ¿sabe?
– A nosotros -lo corrigió la maestra de manera automática, pensando en la mancha sanguinolenta cerca de la carbonera y de la mancha rosada que había cerca de la bomba de agua.
– Sí, a nosotros -repitió Raymond, obediente, y continuó de prisa-: Algún día, podría ocurrir que tuviésemos que vivir solos, como el tío John, y entonces, ¿qué sería de nosotros si no tuviésemos a nuestra madre cerca, como la abuela, para cocinamos?
¿Cómo podía discutir eso? ¿Qué otra tarea más importante tenía una maestra que preparar a los jóvenes para la vida… para cualquier cosa que trajese la vida?
– Está bien. Tenéis mi permiso.
Lanzaron vivas a voz en grito, lanzaron los puños al aire y se encaminaron hacia la puerta, charlando excitados.
– Ah, chicos.
Los cuatro se dieron la vuelta.
– Si lo hacéis bien, habrá una nota extra para vosotros en las calificaciones. La llamaremos "tarea doméstica".
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