– Grita y lo lamentarás. Porque si lo haces, todos sabrán que has estado haciendo porquerías conmigo.
Moviéndose con la velocidad de una serpiente, la sujetó por el cuello y apretó, sometiéndola del todo. Los dedos de la niña forcejeaban en vano con esas manos que la estrangulaban, y al mismo tiempo. Alien se colocó de rodillas entre las piernas de ella y se echó atrás.
Un instante después, algo lo levantaba como a una marioneta y un puño se le estrellaba en la cara y lo lanzaba contra el tronco de un álamo.
– ¡Asqueroso hijo de perra!
Esa vez, el puño le acertó en el plexo solar y lo hizo doblarse como una navaja. Con la rapidez del relámpago, fue levantado y golpeado otra vez. Alguien gritó. Sobre la hierba cayó sangre. Los niños se acercaron corriendo. El aire se llenó de sollozos. Linnea gritó:
– ¡Kristian, detente ahora mismo! ¡Kristian, basta!
Terminó tan abruptamente como había comenzado.
Alien Severt se tapaba la cara ensangrentada con las manos y miraba hacia arriba a Kristian, a horcajadas sobre él como un Zeus indignado.
Linnea sostenía sobre el regazo a Frances, que gimoteaba. Libby Severt miraba boquiabierta a su hermano, horrorizada e incrédula. Raymond irrumpió en la escena con los puños apretados.
– ¡Apártate de él, Kristian! ¡Me toca a mí!
– ¡A mí también! – intervino Tony, que llegaba pisándole los talones al hermano.
Si la situación no hubiese sido tan grave, habría resultado cómico ver a Tony furioso, cerrando los débiles puños, irguiendo los flacos hombros como si tuviese fuerzas para algo más que para matar un mosquito.
– ¡Niños! ¡Ya es suficiente!
– ¡Ese miserable insignificante no olvidará el día que puso las manos sobre mi hermanita! -exclamó Raymond, al que ahora retenía Kristian.
Confiando a la llorosa Frances a los brazos de Patricia, Linnea se puso de pie y se enfrentó a los tres furiosos muchachos:
– ¡Cuidad vuestro lenguaje ante los pequeños y no me levantéis la voz! -Aunque temblaba por dentro y sentía las rodillas como gelatina, no lo dejó ver-. Levántate, Alien -ordenó-. ¡Vuelve a la escuela y espérame y que Dios te ayude si no estás ahí cuando yo llegue! Patricia, ayuda a Frances a secarse y vestirse. Raymond, tú puedes acompañar a tu hermana a la escuela. Kristian, abotónale la camisa y ve a nuestra casa a buscar a Clippa para Raymond y Frances. Los demás, cambiaos y recoged las cazuelas del almuerzo.
Las rápidas órdenes de Linnea los contuvieron a todos, pero ella estaba todavía en estado de furia cuando, media hora después, irrumpió en el jardín de los Severt, camino a la puerta principal. Libby la precedió al interior y Alien iba detrás, gimiendo, sujetándose el mentón, con sangre coagulada en una fosa nasal y más sangre seca en los dedos.
– ¿Madre? -llamó Libby.
Un instante después, apareció Lillian Severt en la arcada.
– ¡Alien! -Cruzó corriendo la habitación-. Oh, Señor querido, ¿qué te ha sucedido?
– Recibió exactamente lo que merecía -repuso Linnea y prosiguió en tono frío-. ¿Dónde está su esposo?
– En este momento está en la iglesia, ocupado.
– Vaya a buscarlo.
– Pero, la cara de Alien…
– ¡Tráigalo!
– ¿Cómo se atreve…?
– ¡Tráigalo!
Por fin, el grito indignado de Linnea logró que Lillian la obedeciera.
Corrió, alejándose de la puerta, echando sobre el hombro una mirada ominosa a la nariz ensangrenlada del hijo y Libby bajaba el mentón. Cuando volvieron el señor y la señora Severt, Linnea no les dio tiempo a consentir al hijo. Se ocupó de que estuviese sentado en una silla de respaldo recto y ella se puso al lado, de pie como un guardia de prisión. La cara del niño estaba hinchada y el ojo derecho casi cerrado. Lillian hizo un gesto como para ir a consolarlo, pero Linnea la detuvo, ordenando:
– ¡Bueno, Alien, habla!
Sujetándose la mandíbula. Alien farfulló:
– No puedo… me duele.
La maestra le dio un empujón que casi lo tiró de la silla.
– ¡He dicho que hables! -Alien bajó la cabeza y la ocultó entre los brazos, sobre la mesa- Muy bien, lo diré yo. -Perforó a los padres con una mirada furiosa-. Hoy, en la excursión escolar, vuestro hijo atacó a Frances Westgaard. Le bajó los calzones y…
– ¡no lo hice! – vociferó Alien, levantándose para tocarse enseguida la mandíbula y lanzar gemidos de dolor.
– La siguió hasta el lugar donde se cambiaban las chicas cuando no había nadie cerca y la atacó. Le bajó los pantalones y la amenazó con volver a hacerlo y con hacerle algo peor si se atrevía a contarlo. La tenía aplastada contra el suelo sujetándola del cuello cuando los encontramos.
– ¡No le creo! -afirmó Lillian Severt, con los ojos agrandados.
– Usted no me creyó la última vez que vine a hablarle, ni la anterior. No sólo no me creyó sino que llegó al punto de insinuar que la culpa de la conducta de Alien era mía. Se niega a entender que las gamberradas de Alien no son simples travesuras infantiles y que es necesario tomar medidas para ayudarlo. Esta vez, pienso que no tendrá otra alternativa. Toda la escuela fue testigo. Cuando sucedió, todos los chicos estaban buscándolos.
Díselo, Libby.
– Yo…él…
Los ojos aterrados de Libby pasaron del hermano a la maestra.
– No tienes por qué temer-dijo Linnea, suavizándose por primera vez al ver que Libby tenia más miedo de la venganza que de no responder-. Sabes que no decir la verdad es como mentir, ¿no es asi, Libby?
– Pero estoy asustada. Si lo digo, él me lastimará.
Por fin, habló Martin:
– ¿Que te lastimará?
Se adelantó y tomó la mano de su hija.
– Siempre me hace daño si hago algo que lo enfade.
La madre comenzó:
– Martin, ¿cómo es posible que te preocupes por ella, mientras a él le sangra la nariz y…?
– Déjala hablar -exigió Martin y animó a la hija- ¿Lastimarte? ¿Cómo?
– Me pellizca y me tira del pelo. Y dijo que mataría a mi gato. Dijo que le pondría petróleo en la… en la…
Acongojada, Libby bajó la cabeza.
– ¡Qué absurda…!
– ¡Cállate! – rugió Martín, girando hacia su esposa-. Hiciste lo que quisiste con él hasta ahora, pero se acabó. Si yo hubiese intervenido hace años, esto jamás habría sucedido. -Se volvió con dulzura hacia Libby-. ¿Todo lo que dijo la señora Westgaard es verdad, entonces?
– ¡Sí! -exclamó la niña-. ¡Si! -De sus ojos manaron lágrimas-. Estaba tendido sobre la pobre Frances, estrangulándola y… ella tenía los pantalones bajados… y… y… todos los de la escuela vieron cuando Kristian apartó a Alien y le dio una buena y Raymond también quería pegarle, pero la señora Westgaard no lo dejó. ¡Ojalá lo hubiese dejado! Quisiera que
Raymond le hubiese roto los dientes… porque él es… es malvado y odioso y siempre molesta a todos y los insulta, aunque no le hagan nada. ¡Hace daño a todo el mundo sólo por… desprecio!
Cuando rompió en llanto y se refugió en brazos del padre, Linnea tomó la palabra:
– Señor y señora Severt, me temo que esta vez habrá serias repercusiones. Voy a recomendar al inspector Dahí que Alien sea oficialmente expulsado de la escuela a partir de hoy. Y les advierto que no permitan que Alien haga daño a Libby por haber dicho la verdad.
El rostro de la señora Severt estaba ceniciento y, por primera vez, no tuvo nada que decir en defensa de su niño consentido. Para cuando Linnea se fue de la casa. Alien aullaba de dolor sin que nadie lo compadeciera.
Fue directamente a casa de Ulmer y Helen y encontró a Frances ya metida en la cama, mimada por todos sus hermanos. Un momento después que Linnea, llegó Theodore. Entró serio y anunció:
– Kristian me lo ha contado. ¿Cómo está la pequeña?
En los momentos de crisis, se unían con absolula naturalidad. Sin vacilaciones, sin explicaciones. Al ver aparecer a Teddy junto con Kristian, a Linnea se le llenaron los ojos de lágrimas. Ya hacía una hora que funcionaba gracias a la corriente de adrenalina, pero ahora que Teddy estaba ahí y el incidente había terminado, se sintió como un trozo de cuerda vieja.
– ¿Estás bien? -le preguntó Teddy, volviéndose hacia ella.
Asintió, temblorosa.
– Sí.
Le abrió los brazos y Linnea se refugió en ellos como un hijo con su madre.
– Me alegro mucho de que estés aquí -susurró contra su pecho.
La camisa de Theodore estaba manchada bajo los brazos y olía a sudor y a caballos, pero nunca lo había amado tanto ni estaba tan agradecida por su apoyo.
– Esta vez vamos a clavar a ese pequeño canalla -prometió con la boca pegada a su pelo. Pocas veces usaba términos duros y jamás delante de Kristian y, al oírlo, Linnea comprendió el grado que alcanzaba su preocupación-. He traído la carreta -añadió-, pues me imaginé que necesitarías que te lleve a la casa de Dahí.
Linnea alzó la vista y le sonrió con ternura:
– Si acepto, ¿me tendrás por una flor de invernadero?
Entonces, Theodore hizo algo que jamás había hecho hasta ese momento: la besó en los labios delante de todos.
Raymond y Kristian se negaron a que los dejaran al margen de la discusión del tema y, además, insistieron en contar la historia tal como la habían visto. Tenían edad suficiente para participar y no se moverían hasta que les aseguraran que Alien Severt recibiría su merecido.
Llevó lo que quedaba del día y antes de anochecer ya se había llegado a un resultado. Alien Seven quedó oficialmente expulsado de la escuela y no se le permitiría asistir a la ceremonia de graduación. En la siguiente reunión del consejo escolar se decidiría si iba a permitírsele asistir al año próximo.
Los chicos rieron al saber que, si a Alien se le permitía volver, sin duda estaría no sólo mucho más sumiso sino también más delgado porque el primer puñetazo de Kristian le había roto la mandíbula y tendrían que cosérsela con alambre durante seis semanas.
La ceremonia de graduación se realizó en el patio de la escuela la noche del último viernes de mayo. Dolientes palomas arrullaban sus tiernas vísperas. El sol pasaba, oblicuo, entre las hojas de los álamos y moteaba la escena de gris y oro. El olor de la tierra fecunda se elevaba desde los campos vecinos, donde el trigo brotaba como la primera barba de un joven.
Los padres llegaron en carretas, llevando otra vez las sillas de cocina, que instalaron sobre la hierba pisoteada del jardín de la escuela en pulcras filas. Los chicos de cuatro y cinco años correteaban entre los primeros bancos, imaginando que eran tan mayores como sus hermanos.
Kristian pronunció el discurso de los que se graduaban, con la debida gravedad. Habló de la guerra en Europa, y de la responsabilidad de la nueva generación en la búsqueda y aseguramiento de la paz para toda la humanidad. Cuando acabó Linnea, con los ojos velados, dirigió a los niños que cantaron "América, la Bella".
El inspector Dahí pronunció un ampuloso discurso y, al terminar, sorprendió a Linnea declarando que ella había ejercido un liderazgo superlativo, que hizo innovaciones dignas de tener en cuenta y que su conducta personal fue ejemplar. Y siguió diciendo que, tanto había sido así, que el Consejo de Educación del Estado le había pedido, en nombre de ellos, que le concediera un premio por haber sido la primera en todo el Estado en organizar una clase oficial de "Tareas domésticas" en una escuela de esas dimensiones; además, por su habilidad para organizar los esfuerzos de guerra, por mantener la cabeza fría durante la nevisca y su previsión en haber tenido raciones de emergencia preparadas de antemano. El señor Dahí agregó, con una sonrisa maliciosa:
– Pese a lo que opinen algunos de los niños con respecto a las pasas de uvas como raciones de emergencia. -Una oteada de risas atravesó al publico y el inspector continuó, entusiasta-: Y por último, aunque no por ello menos importante, el Consejo Estatal de Educación felicita a la señora Westgaard por haber logrado lo que ningún otro maestro había hecho hasta ahora. Persuadió a los padres de los alumnos de esta escuela de extender el año escolar a nueve meses completos, tanto para niñas como para varones de todas las edades.
Linnea se sonrojó, pero trató de ocultarlo cuando se levantó para ocupar el estrado. Contemplando los rostros familiares, evocando las recompensas y las penas de los últimos nueve meses, sintió que se le hacía un nudo en la garganta. No había muchos, entre los presentes, de los que no pudiese decir que los amaba. También eran pocos los que no devolvían ese amor.
– Mis queridos amigos -comenzó, haciendo una pausa para mirar los rostros iluminados por el sol-. ¿Por dónde empezar? Les agradeció ese año de maravillosas experiencias, su apoyo, su amistad. Les dio las gracias por abrirle sus casas y sus corazones y por entregarle a uno de ellos para que fuese suyo. Anunció que, si bien volvería con gusto al otoño siguiente para enseñar otro año más, se quedaría en la casa para tener a su hijo. Si no terminaba la guerra, en el otoño podría trabajar junto con el nuevo maestro y organizar una subasta, en la época de la cosecha.
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