– ¿A usted también le gustan los animales? -señaló tratando de esquivar una conversación sobre ella.

– ¿Cómo estás del tobillo? -preguntó Ven, haciendo que a la chica le latiera más rápido el corazón cuando se inclinó hacia adelante para examinar la piel donde habían salido ya dos moretones.

El contacto de sus manos era como ella lo recordaba, tibio y tierno, pero cuando volvió a colocar su pie en el suelo Fabia sintió timidez, cosa absurda y ridícula y tuvo que volver la cabeza para controlarse.

Se quedó viendo su reloj y cuando enfocó los números olvidó la timidez y exclamó atónita:

– ¡Es casi medianoche! -jamás se le había pasado tan rápido una velada y de inmediato se puso de pie-. No tenía idea… -intentó disculparse como si se hubiera aprovechado de la invitación.

– Espero que eso quiera decir que has disfrutado la noche -Ven se puso de pie y parecía contento.

– Muchísimo -dijo con sinceridad y enfiló hacia la puerta.

Ven no intentó detenerla, ni ella pensó que lo haría. Pero, dejándola por un momento, fue a darle instrucciones a Ivo de que la llevara al hotel y luego la acompañó hasta la puerta principal.

Fabia estaba sentada en la parte trasera del Mercedes, mientras Ivo conducía el auto por el valle, cuando se le congeló la sonrisa en los labios. ¡Porque hasta ese momento se percató de que no le había hecho la entrevista!

Sintiéndose asombrada ante ese hecho, casi exclamó, en voz alta, que toda la velada se había pasado sin que ella emitiera ni una de las preguntas que había formado Cara. ¡Ya ni hablar de las respuestas! ¡De hecho aparte de enterarse de que Ven no era casado, no había averiguado nada de él!

¡Cuando Ivo se estacionó frente a su hotel, comprendió que Ven Gajdusek sabía más acerca de ella que ella de él!

Capítulo 4

El día siguiente amaneció nublado. Cuando Fabia despertó y recordó que no había logrado averiguar nada la velada anterior, su humor concordaba con el clima.

Esa sensación la acompañó mientras se bañaba y desayunaba; regresó a su habitación para pensar en qué iba a hacer durante el día. No servía de consuelo pensar en su inexperiencia, se dijo. ¡Había perdido la oportunidad de hacer la entrevista el día anterior en la noche, su hermana se pondría lívida cuando se enterara!

Sobre todo si Cara llegara a averiguar lo mucho que se había divertido en su cita con Ven Gajdusek. Recordó por un momento la deliciosa velada y el encanto de su anfitrión. ¡Era extraordinario con esos maravillosos ojos negros, con su atractiva boca…! De pronto recapacitó. Eso no iba a conducirla a nada.

Y de hecho no tenía adonde ir, recordó malhumorada de nuevo, no podía ir sin su auto ni a Karlovy Vary, ni a Praga. Bueno, considerando que no podía hacer nada respecto a su auto hasta que no consiguiera el repuesto, sería mejor concentrarse en lo que sí podía hacer. ¿Qué podía hacer? Ya había arruinado dos espléndidas oportunidades para entrevistarlo.

Comprendió entonces que si no quería que su hermana la hiciera pedazos cuando regresara, y Cara tenía bastante de qué preocuparse por lo pronto, tendría que insistir e ir a tocarle la puerta a Ven Gajdusek.

Instintivamente rechazó la idea, aceptando que esa profesión de reportera no era tan sencilla como Cara había dicho. Fabia no tenía el atrevimiento de presentarse de nuevo en la casa de Ven, pero comprendía que tendría que hacer un esfuerzo.

Por un momento pensó que quizá debería llamar por teléfono a Lubor Ondrus e invitarlo a cenar al hotel para pedirle que la ayudara a conseguir la entrevista. Pero decidió que no. Para empezar no le gustaba pedirle a otros que interfirieran por ella. Y además recordó la familiaridad con la que Lubor le había pasado el brazo el día anterior; eso, aunado a un cierto brillo en sus ojos, fue suficiente par que supiera que no era buena idea alentarlo.

Fabia decidió salir a caminar, pero estaba tan preocupada que por primera vez no disfrutó del pueblo. Regresó a su habitación y se sintió tan deprimida que, escogiendo la hora en que sabía que se encontraría a su madre, llamó a la recepción para pedir que la comunicara a Inglaterra. Sabía mientras esperaba que el recepcionista le avisaría cuando su llamada estuviera lista, que si Cara, ya había hablado con sus padres, podría sentirse mal, porque la única razón para que su hermana se hubiera comunicado con ellos, sería que Barney había empeorado.

– Hola, Mami, soy yo, Fabia -saludó cuando logró comunicarse.

– Fabia, cariño, ¡qué gusto me da oír tu voz! -exclamó Norma. Y preocupada como siempre por sus hijas, añadió-: ¿Están bien tú y tu hermana?

– Bien, muy bien -le aseguró Fabia, enterándose de Cara y Barney en la pregunta de su madre. Él debía estar mejor-. Quería sólo saludarte.

– ¡Qué dulzura de tu parte! siempre has sido así -y sin saberlo hizo que Fabia se sintiera culpable por estarlos engañando-. ¿Está Cara allí?

– Ahorita no -Fabia se estremeció.

– Bueno, mándale un beso de nuestra parte. ¿Se están divirtiendo?

– ¡Muchísimo! -exclamó con entusiasmo.

– Cuánto me alegro -dijo la señora Kingsdale contenta-, ¿adónde están?

– Todavía en Mariánské Lázne -respondió, luego charló con su madre unos minutos más, hasta que ésta le dio otra preocupación:

– Bueno, las esperamos en una semana entonces. Ya ansiamos…

– Sabes, mamá -Fabia la interrumpió al entender que para regresar a su casa el miércoles siguiente tendría que salir de Mariánské Lázne a más tardar el jueves, suponiendo que su auto estuviera listo y era muy dudoso.

– ¿Qué, querida? -dijo la señora.

– Es que este es un sitio tan encantador, que pensábamos que quizá nos quedaríamos unos días más -inventó de prisa, sabiendo que su madre se moriría de preocupación si supiera la verdad y que además su auto estaba descompuesto-. Sólo si tú y mi papá están de acuerdo…

– ¡Claro que sí, cariño, eso ya lo sabes! -Norma aceptó seguir haciendo su trabajo sin inmutarse-. ¿Y Cara también se quedará?

Santo cielo. Fabia, que odiaba tanto decir mentiras, estaba atrapada y tuvo que seguir mintiendo.

– Bueno… eso… eso depende de que Barney esté ocupado o no -inventó mientras hablaba y por un momento pudo respirar mientras su madre comentaba sobre cuánto trabajaba Barney, y que en caso de que él no pudiera tomar sus vacaciones para cuando planeaba, sería una buena idea que Cara siguiera el viaje con ella y quizá después volara desde Checoslovaquia a los Estados Unidos.

– ¡Pero podrás regresar tu sola manejando?

– Claro que sí -dijo Fabia con un tono confiado para tranquilizarla-. Puede ser que no tenga que hacerlo. Sólo quería saber si me podía tomar unos días más de vacaciones, por si acaso.

Fabia colgó el auricular después de haber prometido a su madre que le volvería a llamar para avisarle si regresaría a Hawk Lacey el siguiente miércoles. ¡Estaba asombrada! pero de repente no tenía el menor deseo de abandonar Mariánské Lázne.

Cuando se acostó esa noche a dormir se sentía tan abatida como cuando se había levantado. La única buena noticia que había recibido ese día era que Barney debía estar mejor de salud. Aparte de eso, todo estaba como antes, y peor. Porque después de haber llamado a su casa, tenía nuevas preocupaciones. Tenía que decidir antes de ver de nuevo a sus padres si debía confesarles toda la verdad. Aunque no había disculpa alguna para el hecho de que los había engañado deliberadamente, ni siquiera porque lo había hecho por buenos motivos para que no se preocuparan. Suspiró profundamente al comprender que o confesaba la verdad, o lo que era peor, tendría que seguir mintiendo al tener que inventar, cuando le preguntaran, qué era lo que había hecho ella y Cara durante esas vacaciones en Checoslovaquia.

Y todavía no había resuelto el problema de qué es lo que iba a hacer para conseguir la maldita entrevista que le había encomendando su querida hermana. Fabia se cubrió la cabeza con la almohada y trató de dormir.

El jueves amaneció igual de nublado que el día anterior y se levantó y siguió la rutina diaria de bañarse, vestirse y bajar a desayunar con una falta total de entusiasmo y de apetito.

Acababa de regresa a su habitación cuando sonó el teléfono y entonces salió el sol para ella.

– Ven Gajdusek -anunció una voz fuerte y templada que reconocería siempre-. ¿No estoy molestando?

– De ninguna manera -respondió sintiéndose de inmediato alegre y entusiasmada-. Siempre me levanto temprano -añadió-, hace mucho que estoy despierta.

– ¡Qué bueno! -comentó haciéndola sentir más contenta que nunca, le anunció-. Tengo que manejar esta mañana a Karlovy Vary y me preguntaba que, ya que está en tu itinerario, quizá te gustaría acompañarme.

– Me encantaría -aceptó ella, dejando pasar uno o dos minutos para que no notara su ansiedad.

Fabia todavía tenía esa amplia sonrisa en su rostro poco después de haber colgado el auricular. Pero era natural, se dijo, si esta vez se lo proponía, lograría pedirle una fecha y la hora para la quizá no tan maldita entrevista.

Estaba lista y estupenda cuando la llamaron de la recepción para avisarle que había llegado el señor Gajdusek. Vestida con una falda amplia de fina lana, una blusa, un suéter, y con el saco en el brazo, y demasiado impaciente para esperar el elevador, bajó corriendo las escaleras.

– Hola -exclamó al verlo, casi sin aliento y, asombradamente, sintió de nuevo timidez.

– Una dama no hace esperar a un hombre -comentó él con aprobación, y alegrándose de haber estado a tiempo, lo siguió al auto, donde se quedó pensando mientras él arrancaba que ella nunca había sido tímida. Quizá estaba nerviosa, ya que debía estar alerta si no quería que esa salida terminara siendo tan infructuosa como las anteriores. ¡Y ella no necesitaba tampoco su aprobación, por amor de Dios!

Un momento después, cuando dejaban atrás Mariánské Lázne, Fabia se preguntó por qué demonios estaba tan preocupada. ¡Cualquiera diría que la estaba amenazando; con un demonio!

Sintiendo que nadie la estaba presionando, ni nada por el estilo, decidió que esa vez iba a conseguir que Ven Gajdusek le respondiera una o dos preguntas cuando menos. O, para ser más exacta, cincuenta cualesquiera de las cien que tenía en la lista.

– Gracias por recordar que yo quería conocer Karlovy Vary -le dijo con sinceridad.

– Lástima que lloverá -respondió él mirando las nubes grises en el cielo.

– Tiene que llover a veces -señaló la chica con cordialidad y le fascinó cuando, aparentemente divertido por su respuesta filosófica, él soltó una carcajada.

Su boca era todavía más soberbia cuando reía, decidió Fabia, y fijó la vista al frente, no recordaba haberse percatado antes de la boca de un hombre. Parecía conveniente pensar en otra cosa.

– ¿Tiene usted hermanos o hermanas? -preguntó ella, sin saber cómo, sintiéndose sorprendida de sí misma.

Aunque cuando volvió la cabeza para verlo notó que si estaba sorprendido no lo demostraba. Luego tuvo el presentimiento de que no le iba a contestar de todas maneras, ya que no decía nada. No hasta que pasó una curva peligrosa, luego no viendo razón para callar, dijo:

– Tengo un hermano que vive en Praga.

¿Es más joven o mayor que él? ¿Casado? ¿Soltero? Fabia tenía muchas preguntas. Pero entonces, un camión en la carretera los distrajo y la joven decidió que no era justo bombardearlo con preguntas cuando él prefería que le permitiera concentrarse en la conducción del auto.

El pavimento estaba mojado cuando cerca de una hora después llegaron a Karlovy Vary, pero había dejado de llover. Ven se detuvo un momento a dejar un paquete en una de las tiendas del pueblo, seguro, el motivo de su viaje.

– ¿Te gustaría tomar café antes de recorrer el pueblo? -le preguntó después y Fabia de inmediato se entusiasmó al comprender que no sería un viaje apresurado.

– Me parece una magnífica idea -aceptó y le empezó a fascinar Karlovy Vary, también con sus calles bordeadas de árboles y sus pintorescos alrededores.

Tomaron café en un hotel elegante y, mirando el relajado checoslovaco, Fabia no pudo contener su orgullo por estar con él. Sin embargo, alejó la mirada cuando Ven la sorprendió mirándolo y tuvo una sensación de culpa porque le parecía que desde el momento en que lo conoció había sido presa de extraños sentimientos e ideas.

"Hora de recordar el motivo de estar allí", pensó Fabia con firmeza, mientras descartaba cualquier noción alocada de que Ven era responsable de los inquietos latidos de su corazón; luego descubrió que todavía tenía los ojos puestos en ella.

– ¿Lubor debe estar trabajando de nuevo en su oficina? -dijo para iniciar de nuevo una conversación, pero de inmediato deseó no haberlo dicho, pues la expresión de Ven cambió y cuando levantó una ceja, un gesto aristocrático, ella comprendió que había desaparecido la cordialidad.