Capítulo 5
Fabia despertó el viernes con una sonrisa y se quedó recostada pensando en Ven. Todavía lo tenía en mente cuando se bañó, se vistió y fue a tomar su desayuno de costumbre, un yogur exquisito, pan, queso y café.
Estaba bebiendo el café cuando se dio cuenta de que Ven había estado en sus pensamientos desde que se había despertado, ¿y de cuánto ansiaba verlo de nuevo? Válgame Dios, pensó al bajar la taza. Tratando de analizar el motivo por el cual deseaba tanto volver a verlo comprendió que no tenía nada que ver con la infernal entrevista.
Fabia regresó a su habitación admitiendo, por algún motivo no había querido admitirlo antes, que sí, la atraía Ven.
Para cuando cerró la puerta de su dormitorio, aunque una parte de ella se resistía a aceptar la atracción, se decía que no había razón para que no se sintiera atraída por él. ¿Un hombre como Vendelin, con tantos rasgos positivos, no era natural que ella lo encontrara… interesante, más que a cualquier hombre de los que había conocido hasta entonces?
Pasaron veinte minutos sin que ella se diera cuenta. De pronto, despertó, eliminó a Ven de sus pensamientos, y se preguntó qué iba a hacer durante el día. Se veía nublado el cielo, pero no iba a quedarse encerrada en su habitación. Si tuviera su coche… miró el teléfono… ¿podría llamar a Ven para preguntarle? Ya le había dicho el martes que les llevaría una semana o más conseguir el repuesto, ¿para qué molestarlo?
Fue en ese momento que se estremeció al comprender que estaba buscando una excusa para volverlo a ver. El orgullo la hizo olvidar el teléfono. Mientras se preparaba para salir, tuvo al fin el brillante descubrimiento de que había una importante razón para no pensar más en Ven, y era que ella no le interesaba.
No quiso creer que el beso en la mejilla del día anterior significaba algo, y colocándose la bolsa en el hombro abrió la puerta. En ese momento sonó el teléfono, y por dos minutos ella se quedó inmóvil.
Luego corrió a contestar y sintió gran desilusión cuando supo que no era Ven sino su secretario.
– Hola Lubor -saludó ella con cordialidad. ¿Por qué habría de culparlo a él de su desilusión?
– Cuando no aceptaste cenar conmigo el martes, decidí ir a pasar la velada con mis padres en Plzev, pero de haber sabido que ibas a estar contenta de oír de mí, me hubiera regresado antes -no perdió tiempo en tomar ventaja. La chica comprendió que era el momento de retroceder.
– ¿Cómo has estado? -ella ignoró su comentario.
– Ocupado -replicó él, y mientras ella evitó comentar que eso le evitaría hacer travesuras Lubor la desilusionó aún más al añadir-. El señor Gajdusek ha salido de viaje y me dejó mucho trabajo. Parece que tendré que trabajar todo el fin de semana.
– Espero que el señor Gajdusek te dé luego días libres para compensarlo -sugirió Fabia, tratando de guardarse todas las preguntas que surgían en su cerebro; ¿adónde había ido el señor Gajdusek y cuanto tiempo iba a tardar en regresar?
– Claro, siempre lo ha hecho así, es muy justo en todos sus tratos.
– Me alegro -murmuró la joven, habiendo sufrido en su orgullo, preguntó-: ¿Dijiste que el señor Gajdusek salió de viaje?
– Se fue esta mañana a Praga -reveló Lubor-. Me encargó mucho que si tenías algún problema o necesitabas alguna ayuda, te avisara que podías contar conmigo.
– ¡Qué amable! -exclamó sintiéndose halagada de que se hubiera acordado de ella antes de irse de viaje.
– ¿Tienes algún problema? -preguntó ansioso Lubor.
Tenía el de su auto, pero si Ven no había podido conseguir que el taller lo entregara hasta el martes siguiente, seguro que Lubor no podría hacer más.
– Ninguno -y luego tratando de disimular su curiosidad, tuvo que preguntar-: ¿Cuánto tiempo estará el señor Gajdusek de viaje?
– ¿Quién sabe? -respondió Lubor-. Una semana o más -y mientras Fabia empezaba a decidir que tenía que pasar por su auto y regresar a Inglaterra, aunque no hiciera la entrevista y no volviera a ver a Ven, Lubor cambió de tema y preguntó-. ¿No quieres salir a cenar esta noche conmigo?
Ella estaba más que preparada para saber que Lubor tenía la inclinación de tornar cualquier invitación en una reunión de amor, aunque como no podía hacer más que coquetear sentado en la mesa, no veía ningún peligro en aceptar. Abrió la boca para sugerir que quizás ella lo podría invitar a cenar a su hotel, eliminando así la posibilidad de que él tuviera ocasión de abrazarla cuando fueran en el auto y luego descubrió que en vez de sugerir le estaba preguntando:
– ¿Te pidió el señor Gajdusek que me invitaras? -y se quedó pasmada de su atrevimiento y de tener a Ven siempre en mente.
– No -respondió Lubor con naturalidad-. De hecho es interesante que me haya pedido que sólo hable contigo de asuntos impersonales -y cuando Fabia contuvo el aliento por la implicación que veía en dicha declaración Lubor prosiguió-. Yo soy quien te está invitando, porque quiero verte. Por lo que respecta al señor Gajdusek, creo que quiso subrayar que debo ayudarte con tus problemas, pero sin intimidar contigo. ¿No es obvio que cuando uno se involucra emocionalmente con un problema no puede resolverlo tan bien como cuando uno es objetivo?
– Sí -asintió Fabia, pero lo que era más obvio para ella era la indicación de Ven de que Lubor fuera impersonal en su trato con ella, y que eso quería decir, que no confiaba que ella no fuera a hacerle preguntas sobre él. Le dolió que Vendelin pensara que ella haría la maldita entrevista por medio de Lubor, y se sintió segura de que no le simpatizaba el señor Gajdusek ya no digamos que le resultara atractivo. ¡Jamás hubiera soñado pedirle información a Lubor!
– Todavía no has respondido a mi pregunta -le recordó Lubor, cuando ella casi la había olvidado por un momento-. Pienso llevarte a un koliba, verás como te va a gustar -le prometió.
– Yo… -ella abrió la boca y estaba lista a invitarlo a que fuera a cenar a su hotel, pero al pensar, quién sabe por qué, que Ven debía estar disfrutando esa noche en Praga, con alguna mujer checa maravillosa, no le cabía la menor duda, sin tener la menor idea de lo que era un koliba cambió de opinión-. Me encantaría ir contigo -aceptó contenta-. ¿A qué hora pasarás por mí?
Fabia estaba lista y esperando cuando Lubor fue por ella a las seis cuarenta y cinco, esa tarde.
– Te ves preciosa -dijo y la joven aceptó el halago.
– Me está esperando un taxi -señaló él mientras la llevaba fuera del hotel-. Está prohibido tomar y manejar, después de beber, en toda Checoslovaquia.
Un koliba es un gran restaurante con paredes de madera tipo chalet que, en ese caso, estaba ubicado en medio de grandes pinos. Fabia subió los escalones con Lubor hasta la entrada que tenía cortinas de cuadros rojos y blancos y los condujeron hasta su mesa. Todavía miraba alrededor admirada cuando Lubor comentó:
– No sabes qué gusto me da que hayas aceptado cenar conmigo esta noche.
– Nunca había estado en un koliba -murmuró la muchacha, pensando que era la hora de empezar a defenderse.
– ¿Te gusta?
– Mucho -respondió rescatando su mano ya que Lubor había decidido tomarla.
– Tienes unas manos encantadoras -murmuró el hombre como para excusarse de su ímpetu.
– ¡Ay, Lubor! -Fabia se rió sin saber qué otra cosa hacer. Era un buen joven, y era simpático, pero carecía del encanto natural de Ven y el resultado de tanto esfuerzo era que, en vez de atraerla, le producía risa.
Él no se inmutó y la chica empezó a estudiar el menú. Luego, viendo que Fabia no podía entender ni una palabra, le preguntó:
– ¿Qué te gustaría comer?
Para decir verdad ella había perdido el apetito. Pero, como era su invitada y tenía que consumir algo, volvió a mirar el menú y sonriendo le sugirió:
– ¿No quisieras ordenar por mí, por favor?
Él pidió el polovnicky biftek, smavené hranolky y velká obloha, que cuando lo sirvieron resultó ser un plato de filete, papas fritas y verduras. Ambos ordenaron un vaso con cerveza y a pesar de su poco apetito, Fabia terminó de cenar mejor de lo que había anticipado. Aunque la mayor parte del tiempo lo pasó defendiéndose de sus comentarios aduladores o rompiéndose la cabeza por hacer algún comentario propio, que no fuera acerca de su patrón. Pero descubrió que quería hacerle mil preguntas sobre Vendelin. Por algún motivo sentía que necesitaba saber todo lo que pudiera acerca de él, y allí estaba el conflicto, porque cualquier cosa que ella hubiera preguntado o averiguado, no hubiera sido para algún artículo de su hermana, sino para su uso privado y personal.
Pero no podía hacerle preguntas a su acompañante acerca del hombre que tanto la fascinaba. Y quizá Lubor no estaría dispuesto a responderle. Podía ser un mujeriego de primera, pero ella ya se había dado cuenta de que aparte de eso, él era muy leal a su patrón.
Como no intentaba entonces hacerle preguntas sobre Ven, le costaba trabajo formular comentarios superficiales y cordiales sobre Lubor. Él no necesitaba que lo entusiasmaran, como ya había descubierto el martes pasado.
– ¿Has vivido aquí desde hace mucho tiempo? -expresó Fabia, al fin, después de una pausa en la que ordenaron una segunda cerveza.
– ¿Mariánky? -suponiendo que esa era una versión de Mariánské Lázne ella afirmó con un movimiento de la cabeza y Lubor sonrió-. Sólo desde que trabajo para el señor Gajdusek -pero no resistió proseguir-. Me parece que estaba destinado a venir aquí… -hizo una pausa para lograr mayor efecto y añadió-, para esperarte.
Fabia sintió que hubiera sido cruel reírse de nuevo, pero sintiendo que no podía arriesgarse a tomarlo en serio, no supo qué responder, y decidió:
– Ha sido una velada muy agradable… -y le dio gusto que él entendiera el mensaje.
– ¿Ya quieres regresar al hotel?
Todavía era temprano y aunque había disfrutado de su compañía y de tener a alguien con quién conversar en inglés, le parecía agradable acostarse temprano.
– Si no te importa…
– Con mucho gusto -le aseguró el joven y de inmediato fue a ordenar que pidieran un taxi.
Cuándo llegaron al hotel, comprendió Fabia que había un malentendido sobre el motivo de que ella quisiera regresar temprano al hotel. En el taxi Lubor no había hecho más que tomarla de la mano y después ella pensó que era natural que la quisiera acompañar al ascensor ya que Ven había hecho lo mismo la noche anterior.
Sin embargo cuando llegó al ascensor y ella se volvió para despedirse como lo había hecho con Ven, Lubor la tomó en sus brazos con una rapidez y una experiencia que no pudo ni parpadear. Cuando la chica quiso empujarlo, entró con ella al ascensor y cuando las puertas se cerraron la estrechó aún más e intentó besarla en la boca.
Sin embargo para cuando llegaron al piso donde estaba el dormitorio, Fabia no le dejó duda alguna de que no la había complacido su atrevimiento.
– ¡No! -le gritó enfurecida-. ¡Ne! -le dijo en checo, y ¡Non! ¡Nyeht!, añadió en francés y en ruso. Y cuando se abrieron las puertas del ascensor, por si acaso no había comprendido el mensaje, lo empujó con todas sus fuerzas lejos de ella gritándole al mismo tiempo-. ¡No te vuelvas a atrever a hacer eso conmigo! -y salió corriendo antes que él pudiera reaccionar.
Le tomó más de media hora tranquilizarse y comprender que quizás había exagerado respecto al abrazo de Lubor. Pero antes Ven la había acompañado hasta el mismo lugar y sólo le había dado un beso en la mejilla. Lo que Lubor acaba de hacer era un insulto a ese recuerdo. Y además no quería que el secretario de Ven la besara. De hecho no quería que nadie la besara… excepto… ¡Con un demonio!, Fabia se acostó a dormir.
Al día siguiente bajó a desayunar vestida y bañada a las ocho de la mañana. Estaba cruzando el vestíbulo para regresar a su habitación cuando el amable muchacho recepcionista salió de su lugar, tras el escritorio, y se paró frente a ella.
– Tiene usted una llamada, señorita Kingsdale -sonrió y añadió-. Puede contestar en mi escritorio si quiere.
– Gracias -respondió ella, protegiéndose también con una sonrisa mientras acudía al teléfono porque su corazón empezó a latir con extrema velocidad.
– ¿Hola? -dijo ella y un instante después escuchó el tono apologético en la voz de Lubor.
– Fabia, ¿qué pensarás de mí? -preguntó lamentándose en cada palabra.
– Ah, buenos días, Lubor -respondió ella con amabilidad, sintiéndose un poco avergonzada al recordar su expresión de sorpresa ante su iracunda reacción, después de su conducta seductora.
– ¿Podrás perdonarme alguna vez? -le suplicó y Fabia empezó a sentir incomodidad porque, ¿cómo podía decirle en público que no fuera tan imbécil?
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