Fabia regresó a su habitación con menos esperanzas aún. ¿Qué pasaría si Lubor le decía que sí sabía, y que Ven regresaría en una semana? Un momento después, Fabia se tranquilizó. ¿Y qué si se tomaba una semana más? Ella podía esperar, ¿o no? ¿No tenía a donde ir sin auto?

En ese instante comprendió que debía adoptar una actitud más positiva.

Cinco minutos después, siendo positiva, había llegado a la conclusión de que, como el tiempo se le iba a hacer eterno si esperaba en Mariánské Lázne a que regresara Ven, y como había muchos trenes en Checoslovaquia, se iría también a Praga. Sabía que la posibilidad de encontrarse a Ven era bastante remota. Pero podía suceder. De todas maneras, como tenía que llenar su tiempo hasta que él regresara, ¿qué mejor que ir a conocer la capital y pasar allí algunos días?

Se sintió mejor habiendo tomado esa decisión; quizá su auto estaría listo para cuando regresara. Tendría que llamar a sus padres, claro, para avisarles que se quedaría unos días más de vacaciones. Pero, por lo pronto sacó la carta que tenía la dirección y el teléfono de Ven.

Esperó hasta después de las diez para pedir al recepcionista que marcara el número de Ven, rezando para que Lubor tuviese muchos asuntos qué atender y estuviera trabajando en domingo.

Cuando le pasaron la llamada y ella levantó el auricular y dijo "hola" comprendió que ya no iba a tener que preguntarle a Lubor cuándo regresaría Ven, porque ya lo sabía. ¡Era él el que le había contestado!

Contuvo el aliento sorprendida, su corazón empezó a latir rápidamente, y su mente quedó en blanco, no se le ocurría nada qué decir. Hasta que Ven bromeó:

– ¡Me estás llamando a mí!

– Ah, sí -ella despertó de su embeleso-, aunque quería hablar con Lubor.

– ¿Quieres hablar con mi secretario? -preguntó con helada hostilidad.

De nuevo Fabia recordó que ese hombre pensaba que ella trataba de conseguir información de él y sintió que la embargaba la ira.

Pero no podía darse el lujo de indignarse, ni de ofenderlo, y respiró profundo para tranquilizarse.

– Para ser más exacta, quería hablar con Lubor para preguntarle si tenía idea de cuándo iba usted a regresar de Praga -siguió un silencio y cuando empezaba a sentir de nuevo ansiedad, él habló.

– ¿Querías verme? -preguntó Ven.

– Sí -respondió Fabia y decidió arriesgarse-. Usted me dijo… -calló pero no debía desperdiciar ese momento, lo sabía-. Es acerca de la entrevista… -intentó ella y se arrepintió.

– ¿Qué, es muy urgente? -gritó él y a Fabia le dieron ganas de darle una bofetada.

Estaba siendo fastidioso a propósito, pensó irritada, pero como sabía que el hombre tenía poca paciencia, trató de recuperar de nuevo la calma.

– Es que estaba pensando que quisiera ir a conocer Praga -se aferró tratando de mantener el control de sí misma-. Si usted fuera tan amable de concederme unos minutos de su tiempo, con gusto pospondría mi viaje -sugirió y añadió en silencio, "o no iría y ya".

Una larga pausa fue su respuesta. Pero con elevada angustia de nuevo, se quedó esperanzada en que lo siguiente que le dijera iba a ser favorable. Sin embargo, cuando él habló no fue respecto a la entrevista.

– ¿Y cómo piensas irte a Praga? ¿Ya te entregaron tu auto?

– Todavía no -respondió la joven, comprendiendo por eso que él debió haberle dicho al mecánico su nombre y el del hotel donde se hospedaba-. Puedo tomar el tren, sólo tengo que…

– Creo que podemos organizar algo mejor -dijo él con amabilidad, haciendo que Fabia se emocionara y señaló-. Sólo he regresado a casa para recoger unos papeles. Tengo que regresar hoy en la tarde manejando a Praga.

– ¿Ah, sí? -preguntó ella con cautela, mientras se decía si la estaba invitando a ir con él.

– ¿Tienes reservaciones en algún hotel? -siguió Ven, antes que ella pudiera decir algo.

– No, pero…

– No conseguirás habitación con tan poca anticipación -comentó el escritor. Pero en el momento en que a ella se le estaba bajando el ánimo hasta los pies; ya que aunque él estuviera dispuesto a llevarla a Praga no iba a poder aceptar, dado que no tenía reservación en algún hotel, dijo para su asombro-: Hay un dormitorio vacío en una suite que reservé para este mes, puedes ocuparlo si deseas.

– ¿De veras? -la chica quedó pasmada. ¡Dios santo, eso era demasiado! Sintió que perdía la cabeza, pero recuperó el sentido común y se concentró en lo más importante en ese momento. Sin embargo, no era adecuado insistir más sobre una entrevista formal. Lo que debía de hacer era tomar ventaja de su buena suerte-. Muchas gracias -se apresuró a decir-. Es muy amable de su parte.

– ¡Pasaré por ti a las dos! -le avisó él y terminó la conversación.

Minutos después Fabia seguía sentada, pasmada e incrédula de que iba a ir a Praga con Vendelin Gajdusek y de que le había ofrecido una habitación vacía en la suite de su hotel en Praga.

Pasó una hora y todavía estaba azorada cuando se percató de que casi no se había movido desde que habló por teléfono y de que tenía que apurarse, ya que a Ven no le gustaría que lo hiciera esperar.

Fabia hizo el equipaje y bajó a la recepción para pagar su cuenta. Cuando le informó al recepcionista que regresaría, pero que no sabía todavía la fecha, él le sugirió que podía dejar parte del equipaje en la bodega.

– Muchas gracias -ella aceptó y pensando que era muy buena idea, regresó a su habitación a reacomodar sus maletas para llevarse a Praga sólo lo indispensable.

A diez para las dos había guardado la maleta más grande, había almorzado un emparedado de queso y una taza de café y estaba sentada en el vestíbulo esperando a Ven y de nuevo plagada con la ansiedad de conseguir la maldita entrevista. Se preguntó entonces, ya que Ven era bastante evasivo, si debía aprovechar la oportunidad y entrevistarlo en el camino; cien kilómetros a Praga servirían para hacerle algunas de las preguntas de Cara.

Sin embargo recordó que en el camino a Karlovy Vary había decidido no preguntar para que él pudiera concentrarse en la carretera, y comprendió que eso era lo que debía hacer. No era justo que le hiciera una pregunta tras otra desde el momento en que subiera a su auto hasta que bajara de él en Praga. Sobre todo considerando que el embotellamiento de tráfico en la ciudad debía ser intenso. Pero iba a tener que interrogarlo pronto. Cara lo hizo parecer tan sencillo cuando le dijo: "Lo único que te estoy pidiendo es que consigas hechos, datos y respuestas concretas". Sólo tratar de insinuar una pregunta a ese hombre había convertido la entrevista en un monstruo que dominaba casi todos sus pensamientos.

De pronto Fabia sintió que ya era demasiado. No iba a desilusionar a su hermana, jamás lo haría. Pero por lo pronto había decidido no volver a pensar en la odiosa entrevista hasta llegar a Praga. Claro que no tenía idea de qué tan seguido podría ver a Ven en el poco tiempo que compartirían la suite. Pero estaba decidida a encontrar algún momento oportuno para hablar del asunto.

Observaba el reloj cuando en punto de las dos entró el alto checoslovaco al hotel. Sintió que se agitaba su corazón a medida que se acercaba a ella.

– ¿Sólo una? -preguntó él, tomando la maleta con facilidad.

– Pienso dejar la otra aquí.

– Entonces podemos irnos -declaró y poniendo la mano en su brazo salieron del hotel.

– ¿Cuánto tiempo nos tomará llegar a Praga? -preguntó por hacer conversación al dejar atrás a Mariánské Lázne.

– No mucho. Dos horas cuando mucho -respondió el escritor con tono cordial-. ¿Has estado alguna vez de vacaciones en Praga?

– No, nunca.

– ¿Nunca has tenido que viajar a la ciudad por tu trabajo? -preguntó él, cosa sensata ya que se trataba de una reportera profesional. Pero junto con un sentimiento de culpa, Fabia se percató de que siempre había sido ella misma con Ven. De alguna manera, aunque la angustiaba tanto, se las había arreglado para olvidar que se suponía que ella era Cara Kingsdale, una reportera profesional.

– No -murmuró y sintió tanta culpa que tuvo que mirar por la ventana.

Esa sensación la acompañó casi todo el camino a Praga. Apenas entonces comprendió que nunca debió aceptar la invitación de Ven. No era correcto. Lo estaba engañando. Él pensaba que ella era otra persona y se pondría furioso, justificadamente, cuando averiguara la verdad. No iba a servirle decir que sólo había querido personificar a su hermana durante una hora, porque nada había resultado como lo habían planeado. Y de todas maneras era un engaño, aunque fuese sólo por un minuto. Había aceptado la invitación con falsedades y eso era engañar. Tenía el presentimiento de que Ven era un hombre que odiaba la traición. Por lo tanto lo único que podía esperar, era que nunca se enterara.

– Ya estamos en las afueras de Praga -la informó Vendelin de repente y Fabia se concentró en el paisaje.

– Aquí todo parece más adelantado -mencionó ella al ver una hilera de castaños ya con hojas, un mes más adelantados que los de Mariánské Lázne.

– Y más acogedor, ya verás -replicó él y enseguida llegaron al hotel.

No les tomó mucho tiempo registrarse y pronto subían al ascensor que los condujo hasta un pasillo por el que llegaron a la suite de Ven. La puerta daba a un vestíbulo, a la derecha estaba un lujoso cuarto de baño y a la izquierda varios armarios. En el centro del vestíbulo estaba otra puerta y, adelantándose, Fabia entró por allí a una amplia y cómoda sala.

Ya un muchacho les había subido el equipaje y ella observó que a los lados de unas puertas que daban a un balcón, había otras dos entradas.

– Tu habitación está de este lado -señaló Ven, levantando su maleta y dirigiéndose a la puerta, a su izquierda, mientras ella lo seguía hasta la encantadora habitación.

– Si tenemos suerte, para cuando termines de deshacer el equipaje, el camarero nos subirá el té.

– ¿Té? -preguntó ella extrañada.

– Quería demostrarte que no siempre olvido que los hombres debemos ser puntuales al tomar los alimentos -bromeó él, pero tenían un brillo sus ojos, y tal encanto sus modales que Fabia se sintió abrumada. Sus ojos y sus labios le sonrieron a él. Ella notó que fijaba la vista en su boca y luego salió de allí, pero se detuvo en la puerta para avisarle-: Tomaremos el té en la sala.

Ella sonreía todavía cuando él se fue y se percató de que estaba feliz de que no la hubiera llevado solamente a Praga, instalado en una habitación, y luego olvidado.

Fabia se apuró a acomodar su ropa. Sabía, cuando colgaba las prendas en el armario, que no iba a abusar más de la generosidad de Ven después de tomar el té. Pero cuando regresó a su habitación y cerró la puerta le agradeció en silencio que hubiera pensado en invitarla a compartir su sala privada durante media hora.

Había un mueble con varios cajones en su habitación y acababa de terminar de guardar ahí otras prendas cuando escuchó voces en la sala. Luego se percató de que cerraban la puerta y creyó que era el mesero con el té.

Fabia sentía gran emoción mientras se cepillaba su cabellera rubia, y, además, no había dejado de sonreír. Dejó el cepillo y se dio cuenta de que tenía sed y de que apreciaría un vaso de té. ¿Pero, es que alguien, por amor de Dios, se había podido emocionar así por una bebida?

Hizo a un lado ese pensamiento, salió de su habitación y vio que Ven ya estaba en la sala. Volvió a sonreír. ¿Y por qué no?, se dijo mientra, tomaba asiento frente a la bandeja con el té, estaba en Praga, y se sentía feliz.

– ¿Me toca ser mamá? -miró a Ven preguntándole.

– ¿Perdón?

– Lo siento -se disculpó de inmediato al ver que no había entendido-. Es una expresión que quiere decir, ¿me toca servir? -añadió ruborizada mirando la tetera.

– ¡Qué alivio! -murmuró él en broma y divertido, ella lo notó y cuando él se sentó frente a ella, dijo-. Por favor.

Fabia sirvió dos tazas de té y le entregó a Ven la suya.

– ¿Pastel? -preguntó, observando que él se veía completamente relajado recargado en su silla y con las largas piernas estiradas. Él sacudió la cabeza, pero a ella los deliciosos pastelitos le parecieron irresistibles y tuvo que probar el que se veía más cremoso. Luego, levantó la vista y vio que Ven la observaba divertido.

– ¿Soy una glotona?

– De ninguna manera -respondió, era como si recordara el buen apetito de Fabia, el día que cenó en su casa-. Me estaba sólo preguntando cómo es que, mientras algunas mujeres que conozco se horrorizarían de un pastelito como ese, tú te las arreglas para comértelo y mantienes tu figura esbelta y perfecta.

Fabia estaba complacida de que Ven considerara que tenía esa figura, aunque no estaba tan segura de lo que sentía de "algunas mujeres" que él conocía. Pero como le agradaba, sonrió y respondió con sinceridad.