– Hay días en que suelo caminar muchos kilómetros… eso debe ayudarme.

– ¿Prefieres, caminar a tu oficina en Londres en vez de usar tu auto cuando no tienes que hacer entrevistas? -preguntó y Fabia bajó la vista a la alfombra.

"¡Válgame Dios!", pensó, sintiendo de nuevo culpa, iba a tener que ser más cuidadosa. ¡En una conversación tan inocente podría enredarse tanto!

– Hablando de entrevistas… -ella levantó la cabeza para sonreír-. Ya sé que son sus vacaciones y todo -se apresuró a decir-, y no quiero ser entrometida, pero usted me dijo que…

– Te dije que iba a pensarlo -la interrumpió, pero ella estaba contenta al ver que todavía parecía sentirse relajado, y que no había mostrado hostilidad cuando tocó el tema-. Como bien me has recordado -prosiguió él-, estoy de vacaciones, y por lo tanto tú también -esbozó una sonrisa-. En poco tiempo, Fabia, me preocuparé de discutir la entrevista contigo. Pero, mientras tanto -sonrió abiertamente-, insisto en que ambos olvidemos el trabajo y nos dediquemos a disfrutar este periodo de descanso.

– ¡Oh! -murmuró Fabia. Lo que ella había buscado eran una fecha y una hora específicas. Pero Ven, que debía estar agotado, había decidido que pronto hablarían acerca de la entrevista, dando a entender que ella no iba a conseguir otra oferta mejor. En cuanto a las vacaciones, bueno, desde su punto de vista estaría agradecida si pudiera descansar su mente y dejar de pensar en su cometido. Serían unas vacaciones para quitarse la preocupación por unos días. De hecho, ya se sentía alegre, pasaría unos días en Praga divirtiéndose.

– ¿Estás de acuerdo? -Ven interrumpió sus pensamientos.

– Sí, claro -ella sabía que no tenía alternativa y él la recompensó con una sonrisa.

– ¡Me alegro! -comentó él, y luego para la inmensa sorpresa de la chica, expresó-: Sugiero que vayamos a cenar como a las ocho, que…

– ¡Que vayamos!-exclamó Fabia.

– ¿No te parece buena idea? pero…

– ¡Me alegro! -repitió Ven-. Pediré un taxi para las siete y media, y…

– Pero… -lo interrumpió ella, y se percató de que interrumpir parecía ser prerrogativa de él cuando la miró con seriedad y hostilidad-. Pero… ella de todas maneras quiso protestar-, ¡estas son sus vacaciones! ¡No tiene que invitarme a cenar!

– Eso ya lo sé, Fabia -desapareció la dureza y sus ojos se iluminaron divertidos de nuevo, luego añadió con tremendo encanto-. Créeme que no te llevaría a ningún lado, si no quisiera.

¿No era formidable? ¿No era increíble?, se dijo la joven.

– En ese caso, muchas gracias -murmuró ella y a pesar de que se acababa de lavar el cabello, decidió que lo volvería a hacer-. Con su permiso -se disculpó-, tengo un par de cosas pendientes.

Para las siete y media estaba lista, y de nuevo sentía una oleada de emoción, tuvo que volver a verse en el espejo, Ven Gajdusek era un hombre sofisticado. Esperaba que aprobara su elegante vestido negro y la forma en que había recogido su cabellera hacia atrás sujetándola en un clásico moño.

Claro que no lo había hecho todo para agradarle, se dijo. A menudo peinaba así su cabello, y no imaginó que conocería a Ven cuando compró el vestido, por lo tanto nadie podía suponer que lo había adquirido para gustarle a él.

¿Por qué estaba justificándose tanto?, refunfuñó, luego miró su reloj y comprendió que tenía que salir ya para estar lista para cuando llegara el taxi. No tenía que censurar su conducta, era natural y de buena educación y como invitada de Ven trataría de comportarse lo mejor posible.

Que se veía muy bien y que Vendelin apreciaba su apariencia fue claro para ella un minuto después, cuando entró a la sala. Allí estaba ya él, alto e inmaculado, vestido con un traje de corte perfecto.

– Hola -murmuró la chica sintiéndose de nuevo inexplicablemente tímida.

– Hola, Fabia Kingsdale -murmuró él acercándose para examinar su elegante vestido negro, su sofisticado peinado, su cutis perfecto y su esbelta figura-. Siempre consideré que eras una mujer hermosa -declaró mirándola con sinceridad a los ojos-, pero era decir poco.

La muchacha abrió la boca para decir algo, pero estaba tan emocionada, jamás, nadie, la había halagado así y además en un tono tan sincero y sin extravagancias, que no supo qué decir. Finalmente susurró:

– Gracias, Ven.

Por un momento él sostuvo la mirada, luego, como rindiéndole homenaje a su belleza y con tanta elegancia que ella quedó abrumada, le tomó la mano y la llevó a sus labios.

– ¿Lista?-preguntó.

Para cuando el taxi los dejó en el restaurante Fabia se sentía más tranquila. Pero de todas maneras, cuando Ven la acompañó adentro, donde había reservado una mesa, sintió que tenía una enorme fuerza.

El salón tenía techo alto, estaba iluminado con candelabros de cristal antiguos, tenía un ambiente de discreta aristocracia, y de allí en adelante la velada pasó volando. El servicio era excelente, la comida deliciosa y su acompañante… era un verdadero hombre, descubrió que no había otro mejor, podía hablar de cualquier tema y hacer que uno deseara escucharlo más, era un verdadero placer estar con él.

La cena empezó con hors-d' oeuvres, el de caviar era el mejor. Luego sirvieron una excelente sopa de hongos, y como platillo principal ella escogió algo diferente. Varené hoveví se zloutkovou syrovou omáckou, que era res hervida en una salsa de queso y yemas de huevo, servido con arroz, que la deleitó, pero que la dejó tan llena que sólo pudo tomar un helado después. Para cuando les sirvieron el café, Fabia se sentía encantada, intoxicada y no era por la copa de Vavrinecké de Moravia del sur que había bebido con su platillo principal. Sabía muy bien que Ven era la causa. La había hecho reír tanto al divertirse con lo que ella había dicho en broma, recordó, y toda la velada había pasado como en un sueño.

– Has sido una compañía encantadora -murmuró el escritor para coronarlo todo mientras esperaban que el mesero llevara la cuenta.

¡Yo!, hubiera querido exclamar Fabia, porque según ella había sido Ven, con su natural encanto, él era una excelente compañía.

– Me he divertido muchísimo -declaró ella y cuando iban ya en el taxi de regreso al hotel pensaba que había sido una velada ensoñadora.

– ¿Gustas tomar algo antes de dormir? -le ofreció Ven cuando entraron a la suite.

¡Fabia estaba tentada a aceptar!, pero, a pesar de querer con toda su alma extender esa noche de ensueño, una parte de ella la empujaba a no caer en la tentación a pesar de las frases de Ven: "No te invitaría a ninguna parte, si no quisiera" y su "Has sido una compañía encantadora". No debía aprovecharse de tanta hospitalidad.

– No, muchas gracias, creo que ya es hora de irme a dormir -dijo con tono cortés. Luego añadió con toda sinceridad-. Gracias por esta velada inolvidable.

– De nada, el placer fue mío. Buenas noches, Fabia.

– Buenas noches -respondió ella y fue rápido a su habitación donde pasó unos minutos recargada en la puerta con una sonrisa ensoñadora en el rostro.

Unos minutos después escuchó el ruido de una puerta que cerraban y pensó que Ven tampoco había tomado una copa y que se había ido a acostar. Lo que era una buena idea y se retiró de la puerta.

Se puso el camisón y llevó su vestido negro al armario para colgarlo. Luego tomó una ducha.

Todavía estaba soñando con esa maravillosa cena cuando, ya vestida con su camisón, salió del baño y salió de la habitación. Se quedó pasmada al ver que Ven, con un libro en la mano y un whisky en la otra, acababa de entrar a la sala.

Fabia era consciente de su delgada bata de algodón, de su cara lavada, su cabello cepillado flotando en su espalda, y sintió un gran deseo de entrar a su dormitorio.

– Buenas noches -dijo por segunda vez, apresurada, andando hacia su habitación. Sin embargo, como Ven caminaba en la misma dirección ella pensó que se encontrarían frente a frente. La chica se detuvo, titubeó, lo miró de reojo y notó que él estaba dándole una interpretación a su caminata apresurada, y siendo Ven como era, pronto le reveló lo que pensaba. Dejó el libro y el vaso en una mesa y le preguntó en seco:

– ¿Me tienes miedo, Fabia?

– ¡Miedo! -exclamó ella horrorizada de que él pensara eso-. ¡No!, claro que no -y lo miró de frente. Sin embargo, como su negativa no era excusa para la forma en que había intentado huir, sintió que le debía alguna explicación.

– Yo… um… creo que soy… um… un poco tímida -logró murmurar, sintiéndose como idiota.

– ¿Tímida? -preguntó él extrañado, ya que ella no había parado de hablar en toda la noche sin dar señal alguna de timidez.

– Yo… este… yo creo que es timidez. Eso o… -calló y lo miró desvalida, encontrando una expresión en el rostro de él que agradecía que no le tuviera miedo y que hacía un esfuerzo por comprenderla-. Ya sé que le parecerá una locura -indicó con tristeza-, pero no estoy acostumbrada a andar trotando por allí en camisón con…

– ¿Un hombre desconocido? -no tuvo ella que concluir, Ven levantó una ceja y pareció comprender.

– Bueno, tú… no eres un desconocido -intentó bromear para aligerar el ambiente-, pero creo que te has dado una idea de lo que quiero decir.

– Sí -comentó él despacio, pero luego, sorprendido cuando una idea entró en su mente, exclamó-. Corrígeme si me equivoco, ¿quieres decir que ningún hombre conocido o no, te ha visto cuando te vas a dormir? -era una forma diferente de exponerlo, pero Fabia sabía lo que le estaba preguntando.

– Bueno, sólo mi padre, claro -dijo ella tratando de bromear, pero al notar la mirada seria en los ojos negros de Ven tuvo que responder con la verdad a secas-. No -dijo sencillamente.

– ¿Eres virgen?

– Bueno, no suelo anunciarlo por el mundo -musitó sintiéndose un poco incómoda-, pero… hmm… sí.

– ¡Fabia! -murmuró Ven mirándola, comprensivo-. Pobrecita, no te sientas avergonzada -y se inclinó para darle un beso casi reverencial en la frente.

– ¡Oh! -suspiró ella, emocionada por el contacto de Ven. Podía sentir sus labios en la frente.

– Buenas noches, pequeña -dijo y Fabia, de pronto, estuvo de nuevo en el mundo de la ensoñación. Un mundo en el cual, esa vez, ella quería que él no tuviera la menor duda de que no le tenía miedo. Su beso en la frente, sentía, le daba libertad para demostrarle que no sentía temor alguno.

– Buenas noches, Ven -expresó por tercera vez, y se puso de puntillas y lo besó en la mejilla.

Sin embargo, de pronto, por más que quiso, no pudo alejarse. Quería estar cerca de él. De hecho, sus cuerpos se tocaban cuando Ven levantó el brazo y como queriendo dirigirla hacia donde debía ir, lo colocó en su hombro.

Pero ella no se fue, tal vez porque él no la movió. El brazo sólo la rodeó y Fabia lo aceptó de buena gana.

La chica lo estaba abrazando tanto como Ven a ella cuando se besaron, suspiró y quiso estar todavía más cerca de él. El beso de Ven era satisfactorio y profundo, pero cuando terminó y se miraron a los ojos, ella quería más.

Por un momento tuvo miedo de que él la soltara y con mayor atrevimiento del que esperaba recargó su cuerpo contra el de él. Él emitió un jadeo y de nuevo se inclinó para besarla, para estrecharla con más fuerza, colocando su mano ardiente en su espalda y moldeándola a él.

– ¡Ven! -musitó cuando alejó sus labios, pero luego él besó la línea de su cuello y el espacio que dejaba libre el escote del camisón. Cuando volvió a reclamar sus labios, ella sentía que estaba en el paraíso y luego perdió la cuenta de cuántos besos compartieron.

Fabia sentía sus manos cálidas acariciar su espalda y contuvo el aliento cuando sus dedos apasionados reclamaron sus senos. Ella no estaba segura si había vuelto a gritar su nombre.

Luego, como si el algodón del camisón fuese un obstáculo para él, quiso desamarrar las cintas en los hombros. Sólo entonces empezó la chica a darse cuenta de que si lo hacía, el camisón caería el suelo y… quedaría completamente desnuda.

– ¡No! -exclamó con pánico y dio unos pasos hacia atrás.

En ese preciso instante, como si hubiera sido un pedazo de carbón ardiendo, él bajó las manos.

– ¡Está bien! ¡No te voy a hacer daño! -le aseguró y mientras ella pensaba cómo había él aceptado su negativa sin cuestionarla, cuando durante los últimos cinco minutos le había estado diciendo: sí, sí, sí, él retrocedió y declaró-. A pesar de las apariencias, Fabia, no te invité a Praga para seducirte.

– ¡Ya lo sé! -exclamó con certeza y prontitud porque a pesar del torbellino en su cabeza, de eso estaba bien segura. A él le complació su respuesta y había esbozado una sonrisa.

– Creo, querida, que lo mejor es que mantengas la distancia entre los dos, todo lo que te sea posible -declaró, y eso la complació.