Media hora después, con su bata de algodón y una toalla sobre los hombros y con su cabellera recién lavada, salió del baño.

Como era de esperarse, cuando estaba segura de que con la cara brillante y con el cabello mojado se veía peor que nunca, Ven abrió la puerta y entró en la sala.

Por un segundo Fabia, sorprendida, no supo qué decir, pero no Ven. Mientras ella notaba por el periódico que no era ningún flojo ya que se había levantado temprano a buscarlo él observó su mojada apariencia y fingiendo no haberla visto exclamó:

– ¡Es una sirena!

¿Qué podía ella hacer?, pues emitió una carcajada.

– Buenos días -le dijo sintiéndose contenta y asombrada de que unos minutos antes había estado iracunda y corrió a su dormitorio para secarse el cabello.

A pesar de su firme intención de no desayunar con Ven, él ya estaba parado junto a la mesa, servida para dos, cuando ella regresó a la sala, pensó que sería de lo más infantil actuar como intentaba. Sobre todo porque él parecía esperarla y había acercado una silla para ella.

– Gracias.

– ¿Qué planes tienes para hoy? -preguntó él aceptando la taza de café que ella le sirvió.

– Yo… -acababa de descubrir que tenía una personalidad anterior que no era confiable y que podía debilitar su resolución de la noche anterior de que si le ofrecía acompañarla a conocer la ciudad le iba a decir qué podía hacerlo que quisiera-. Yo… um… no quiero ir muy lejos -respondió esa parte de su personalidad que era más severa cancelando las posibilidades de dicho ofrecimiento.

– ¡Qué bueno! -respondió de inmediato Ven-. Yo también prefiero caminar entre prados -declaró y añadió con naturalidad-. ¿Quieres venir?

¿Un paseo por los prados no era ir muy lejos verdad? Nadie podría negarse.

– Me parece una magnífica idea -respondió la chica antes de darse tiempo a seguirlo pensando.

Estaba feliz de su decisión cuando ella y Ven salieron del hotel. De hecho, se sentía mucho más contenta de lo que había estado. Tanto así que descartó todo recuerdo de haberse jurado salir sola ese día. Al día siguiente, se dijo, aunque claro que Ven no iba a ofrecerse a acompañarla por tercera vez, pero si lo hacía insistiría en salir sola. No había visto todavía la plaza de San Wenceslas, y ver la plaza que llevaba el nombre del santo patrón del Reino de Bohemia era un requisito para cualquier turista en Praga.

Habiendo tomado esa decisión Fabia se entregó por completo al deleite de caminar acompañada de Ven.

Él la llevó a Petrín Hill, un área de parques con un funicular que llegaba a la cima de la colina desde donde podía admirar espléndidos panoramas.

– ¡Qué tranquilidad se respira aquí! -exclamó Fabia mientras paseando, iban cuesta arriba por senderos bordeados de frondosos árboles.

– Sabía que te iba a gustar -comentó él y Fabia se concentró en las violetas y otras flores, porque se emocionó al comprender que Ven había tenido la intención de llevarla allí, aunque le hubiera hecho la invitación tan repentinamente.

De pronto le llamó la atención una ardilla roja que salió de algún sitio y sin esfuerzo alguno, al parecer Fabia corrió sobre el césped y de allí como lanzada por un resorte brincó hacia arriba de un árbol.

– ¡Mira! -le dijo la joven y miró de reojo a Ven descubriendo que la estaba mirando a ella!

– Eres una amante de la naturaleza -indicó y Fabia comprendió que lo respetaba mucho.

Después de ese suceso la mañana estuvo llena de paisajes y sonidos y para Fabia incluso el aire tenía un especial aroma. Deambularon por un jardín de rosales aunque todavía no habían florecido. Todo era verdor en prados, árboles y matorrales, adornados éstos con pensamientos, violetas y otras flores y los pájaros trinaban.

Como el día anterior, el tiempo voló para Fabia, de modo que no pudo creerlo cuando Ven le avisó que iban a tomar el funicular un poco más abajo de la colina hasta un restaurante adonde almorzarían.

Nebozízek parecía ser la única parada antes de llegar hasta abajo de la colina. Ellos descendieron del funicular y antes de llegar al restaurante tuvieron que bajar unos escalones de concreto, y luego subir otra vez.

Fabia no supo que fue lo que comió en el almuerzo. Por algún motivo era tan consciente de Ven que, aunque reconoció que estaba comiendo carne de res, la comida le parecía incidental.

Cuando salieron del restaurante se quedaron de pie un rato admirando la vista de Praga, sus muchas espirales, sus edificios de techos rojos, con cúpulas verdes algunos, el río Vltava y sus muchos puentes, el Charles especialmente.

– ¿Quieres que caminemos el resto del sendero? -preguntó Ven.

– Por favor -respondió ella, pero estaba agradecida de que él le permitiera observar y admirar todo antes de entrar a la zona de árboles y prados.

Fabia se daba cuenta de cada paso que daba Ven, aunque trataba con todo su corazón de concentrarse en otra cosa. Lo logró cuando vio un árbol de magnolia, extraordinario, que había florecido por completo, y cerca de él, la estatua de un hombre llamado Karel Hynek Macha. Pero lo que más le llamó la atención fue ver que varias flores: un tulipán rojo, uno amarillo y un clavel, que habían sido colocadas allí.

– ¿Quién era él? -tuvo que detenerse a preguntar.

– Un poeta, un poeta romántico -Ven también se detuvo y, viendo que Fabia estaba interesada, le recitó un poema de Macha, llamado Majmayo, aunque no hace falta traducirlo, comentó él.

– ¿Mayo, el mes?

– Sí -respondió él-. Macha se regocijaba de la belleza de lo natural, sobre todo en mayo, aunque su poema señala la diferencia ente la solemne quietud del amor a la naturaleza y la pasión del amor humano.

Algo empezó a vibrar dentro de Fabia al mirar a Ven y dejó de respirar.

– ¿Y él… es muy popular en Checoslovaquia? -logró preguntar.

– Sobre todo entre aquellos que están embrujados por el amor -respondió y Fabia sintió que necesitaba averiguar si Ven había conocido alguna vez ese embrujo.

Pero no pudo preguntar y miró al otro lado, los tulipanes sobre la estatua del poeta. Luego, cuando comprendió que las flores habían sido puestas allí por algunos enamorados y volvió a mirar dentro de los ojos negros del alto checoslovaco, supo inmediatamente por qué había contenido el aliento hacía unos minutos. De hecho, se dio cuenta de que le faltaba en ese momento el aliento. Porque comprendía con cegadora claridad, lo que había surgido desde hacía algún tiempo. No sólo le gustaba, no sólo sentía gran respeto por él, sino que además estaba enamorada. Devastadoramente enamorada, aunque no sabía cuál sería el embrujo de ese amor y por ningún motivo podía imaginar que Ven llegaría a amarla.

Capítulo 8

Las dos, tres, no; las cuatro horas que pasaron a partir de que aceptó que estaba enamorada de Ven, parecieron volar para Fabia. Él la había invitado a cenar esa noche y ella había aceptado. Pero en ese momento, con poco tiempo ya para reunirse con él en la sala, estaba pensando si había hecho bien en aceptarlo.

Quería cenar con Ven, claro que quería, pero ese era el problema. Era porque sabía que antes que terminara el mes tendría que decirle adiós para siempre que quería pasar todo el tiempo posible a su lado.

Pero, como eran nuevos sentimientos hacia él y aun cuando anhelaba estar en su compañía, se sentía nerviosa, aterrada que por alguna mirada o alguna sonrisa delatara sus sentimientos y que no quería decirle adiós nunca, porque tener que hacerlo iba a romperle el corazón.

Faltaba un minuto para que pusiera en su rostro una sonrisa amigable, pero no más y para que saliera de su habitación. Y fue entonces cuando su conciencia, que por estar tan ocupada la había dejado tranquila, empezó a molestarla por la forma en que estaba engañando al hombre al que amaba.

Sintiéndose mal, abandonó la habitación estaba ruborizada. Ven salió al mismo tiempo que ella.

– Hola -le dijo la joven con tono alegre y sintió las puñaladas de su conciencia todo el tiempo hasta que bajaron en el ascensor.

¿Cómo podía engañarlo si lo amaba con todo su corazón? ¿Y cómo no iba a hacerlo si se lo había pedido Cara?

– ¿Te sientes bien? -preguntó Ven y ella comprendió que debió haber emitido alguna queja.

– Perfectamente -respondió y cuando estaban en el vestíbulo pensó que aunque su conciencia y el amor insistieran en que le revelara la verdad, no podía hacerlo. Él se pondría furioso, claro, y con razón. Pero, incluso si ella encontraba el valor de admitir su engaño, ¡Cara dependía de su decisión!

Fabia estaba sentada en el taxi junto a Ven y comprendió que la furia no sería suficiente para él cuando supiera que no sólo lo había engañado sino que le había permitido, creyendo que era otra persona, alojarla y alimentarla también.

Esos pensamientos eran un pobre estímulo para su apetito ya dañado y a pesar de que el restaurante adonde estaban era elegante y la comida excelente, Fabia comió muy poco. Habló mucho menos y, de hecho, le costaba trabajo comportarse de forma natural. Por suerte, aunque Ven siempre había mantenido sus buenos modales, le pareció a ella que estaba un poco preocupado.

– ¿Estaba bueno el filete? -le preguntó Ven por cortesía, al notar que casi no lo había comido.

– Muy bueno -respondió ella y tuvo que disculparse-. Comí mucho en el almuerzo -agregó, aunque no recordaba qué había comido entonces.

Fue un alivio para la joven cuando habiendo terminado la porción de helado y bebido una taza de café, Ven pidió la cuenta. Ella estaba luchando para adaptarse a su enamoramiento, el mayor suceso de su vida. Pero también tenía que llegar a un arreglo con su turbia situación, aunque quería pasar cada instante de su vida con Ven, de pronto tenía una gran necesidad de estar sola.

Y no tuvo dificultad en lograrlo puesto que apenas los dejó el taxi en el hotel, Ven la acompañó al vestíbulo y se disculpó diciendo:

– Me perdonas, Fabia tengo que ver a otra persona -haciéndola sentir mucho más mal.

– Claro, no tengas cuidado -replicó ella sonriendo y no quiso que esperara a que llegara al ascensor.

Mientras subía se sentía muy descontrolada debido al señor Vendelin Gajdusek. Estaba de acuerdo, no había sido una buena compañera esa noche, pero ella no lo había invitado a salir, se lo había pedido a ella. Y era obvio, que en cuanto pudo la llevó de regreso al hotel para abandonarla.

Fabia llegó a la suite de Ven, entró, atravesó la sala y en su habitación se sentó en el borde de la cama, se sentía por el momento, completamente derrotada. ¡Acababa de comprender que el amor era terrible… que estar enamorada era un infierno! Porque, aunque su orgullo estaba herido porque Ven hubiera preferido ir a cenar con otra persona, lo que la estaba desmoronando era nada menos que la variedad más común y sencilla de celos.

– ¡Pues buena suerte! -dijo enfadada, levantándose del lecho y tomó su bolso de cosméticos y su camisón para ir a tomar una ducha. No era muy tarde, así que, quien fuera la mujer de la que, por cualquier razón, no había podido percatarse antes, y Fabia ya estaba segura de que se trataba de una mujer, esperaba que se divirtieran mucho.

Quince minutos después, la ira de Fabia, como la regadera, se había secado, y se sentía más infeliz que nunca. Regresó a su dormitorio y, dejando la luz de la pequeña al lado del lecho, apagó el foco principal y se metió a la cama.

No intentaba dormir, esperaba ansiosa, deseando que regresara su ira, la necesitaba, le ayudaba a enfrentarse, sin ella se sentía avasallada por una total desolación.

Fabia no tuvo idea de cuánto tiempo se quedó allí, sintiéndose derrotada, pero, cuando apagó la luz de la lámpara y cerró los ojos, no necesitaba añadir nada a su desaliento. Fue entonces cuando sus pensamientos empezaron de nuevo a atormentarla. "Ay, no", se dijo en silencio, a medida que su conciencia la atormentaba, cuando estuvo en un intenso estado de agitación mental, su espíritu intranquilo la convenció de que la próxima vez que viera a Ven le debía confesar toda la verdad. ¿Pero, cómo podía hacerlo?, se preguntó angustiada, comprendiendo que si lo hacía ella y Cara podían despedirse para siempre de la susodicha entrevista.

En ese momento empezó una violenta tormenta, la lluvia empezó a golpear las ventanas se escucharon rayos y truenos, de modo que ella tuvo miedo y se tapó con la colcha. Un poco después, mientras la tormenta continuaba, Fabia, cargada de culpa, se durmió. No le sorprendió entonces que tuviera pesadillas, ni que teniendo al hombre que amaba siempre en sus pensamientos apareciera en sus sueños. ¡Ven estaba en peligro, ella se agitó! ¡Debía ayudarlo! ¡Tenía que ir a buscarlo! Se movió violentamente y empezó a despertar justo cuando, afuera del hotel, se escuchó el chirrido de los neumáticos de un auto al frenar con brusquedad.