Siete minutos después, cuando iba en el taxi, se le terminó la euforia. Tendría que abandonar Checoslovaquia y no quería irse. El taxi enfiló hasta la colina, pasando cerca de la columnata, donde estaba la fuente musical y con el corazón adolorido Fabia deseó con toda su alma estar allí, en mayo, cuando tocara la fuente.

Pero no estaría allí y a medida que el taxi se acercaba más a la casa de Ven, ella trataba de tomar una actitud positiva para enfrentarse a la charlatanería de Lubor.

Pero no se sentía contenta cuando el auto la dejó en la casa. Y después de pagar al conductor, se quedó parada unos minutos contemplando la mansión, fotografiándola con su mente, porque sabía que no volvería a verla jamás.

Luego, de pronto, escuchó que alguien se acercaba y trató de olvidar su tristeza, pensando que Lubor la estaba esperando y que debió verla llegar desde su ventana. Aunque antes que ella pudiera acercarse notó que él había dejado salir a Azor, porque apareció corriendo el dobermann.

– ¡Azor! -ella lo llamó con cariño y sintiendo la necesidad de acariciar al animal que tenía un buen lugar en el corazón de Ven, se puso de cuclillas-. Te vas a meter en problemas saliendo solo, diablillo -le dijo a Azor, acariciándolo en la cabeza.

Estaba aún inclinada sobre el dobermann cuando comprendió que necesitaba un momento para controlar el nudo de emociones al pensar que jamás volvería a ver tampoco al perro.

Esa fue la razón por la cual escondió el rostro cuando escuchó que Lubor se acercaba y se detenía allí. Un segundo después, creyó haber recuperado el control de sí misma y miró los pies del secretario.

En ese momento sí sentía que perdía el control porque al mismo tiempo que su corazón empezó a latir como loco en su pecho, recordó que la última vez que vio esos zapatos de color café, los llevaba puestos un hombre… en Praga.

Estaba segura de que su imaginación le estaba jugando un truco. Ya que sabía que Ven estaba en la ciudad, pensó que era posible que Lubor tuviera unos zapatos iguales.

Ella levantó la vista poco a poco y vio que conocía también el pantalón. Y, de pronto, angustiada, olvidando a Azor, se incorporó y descubrió que la estaban viendo unos ojos negros candentes. Ven… no estaba en Praga.

Trató de hablar, pero no pudo. Luego vio que no tenía que hacerlo porque, con una expresión de dureza que no había visto aún, Ven no perdió el tiempo para reclamar:

– ¿Me puedes decir quién demonios eres?

– ¿Qui… én? -tartamudeó Fabia, mientras su mente la hizo sospechar que quizá ya había descubierto él su engaño-. Yo… um… no sé de qué me estás hablando -y deseó haberse quedado callada.

– ¡Cómo que no! -se acercó a ella-. ¡Ciertamente no eres la reportera llamada Cara Kingsdale! -gritó él-. ¡Me debes una explicación, mujer! ¡Empieza a hablar!

Fabia ya sabía que si la descubría iba a ponerse furioso, pero al ver su rostro pálido por la indignación, "furioso" era poco. ¡Que el cielo me ampare!, rogó Fabia en silencio, porque sabía que estaba metida en un serio problema.

Capítulo 9

La chica luchó por controlar el pánico pese a que su corazón latía con rapidez. ¿Cuánto había averiguado… cuánto había adivinado? ¿Se habría ella delatado sin darse cuenta? Pero no teñía tiempo para seguir especulando porque Ven, dio un paso hacia adelante con obvia impaciencia, y Fabia empezó rápidamente a hablar.

– ¡Sí, me apellido Kingsdale! -quiso seguir el engaño.

– ¿Estás segura? -le gritó él antes de que ella pudiera recuperar el aliento.

– ¡Claro que estoy segura!

– De verdad tu nombre no es señora Barnaby Stewart? -preguntó él y Fabia dejó de temblar. Adivinó que ya no iba a tener cómo defenderse cuando con la expresión más severa que nunca, él le ordenó-. Terminaremos esta conversación adentro -y aunque Fabia hubiera preferido que sólo le hiciera entrega de las llaves de su auto y la dejara ir, comprendió que existen ciertas responsabilidades en la vida que uno tiene que enfrentar.

Sintiéndose más infeliz que nunca y considerando que en efecto le debía una explicación, entró con él y Azor a la casa. En el vestíbulo Ven le dio la orden al perro, de que se fuera de allí y luego caminó hacia la puerta de la sala.

– ¡Aquí dentro! -le ordenó con tono agrio y le abrió la puerta. No podía hacer más que obedecer-. ¡Toma asiento! -pareció gruñir.

Pero ella no quería sentarse, deseaba terminar lo más rápido posible el fastidioso asunto. De modo que se quedó de pie y preguntó:

– ¿Cómo lo averiguaste?

– Yo soy el que va a hacer las preguntas -la calló con un grito. Y mientras ella pensaba en eso, él murmuró algo en checo-. ¡Maldición, cómo lograste engañarme! -gritó y mientras ella pensaba que su indignación se debía al hecho de que ella había pretendido ser una reportera y no lo era, él prosiguió con el rostro lívido, haciendo más crítica la situación-. Querías tanto, esa entrevista que estabas dispuesta a cometer adulterio para…

– ¡Adulterio! -interrumpió ella, sintiendo náuseas y palideciendo también-. ¡Estás casado! -exclamó.

– ¡Yo no! -gritó-. ¡Tú!

– Yo no estoy casada -declaró Fabia y por un momento se sintió confundida porque él le había dicho que no era casado, hasta que comprendió que creía que ella era la señora Barnaby Stewart. Era obvio por la siguiente pregunta agresiva:

– ¿Entonces quién demonios eres tú?

Era una pregunta justa y Fabia sabía que le debía una explicación. Además de que, allí de pie con una expresión que no permitía negativas, no le estaba dejando más alternativa, Respiró hondo.

– Me llamo Fabia Kingsdale -le confesó-. Cara Kingsdale, la señora Barnaby Stewart, es mi hermana.

No sabía qué esperar después. Probablemente Ven quería matarla por el engaño. Pero para su asombro no hizo nada parecido, sino que sacudió la cabeza con alivio.

– No creí que me había equivocado con tu inocencia -declaró enfadado y empezó a recuperar el color-. Tu virginal timidez cuando estuvimos juntos -empezó a decir, pero Fabia no quería hablar del asunto ni en ese momento ni nunca. Aunque desde su punto de vista ella había estado tan dispuesta que no había siquiera recordado la timidez. Pero el hecho de que él hubiera encontrado inocencia en sus respuestas…

– Bueno -lo interrumpió ella de prisa-. No estoy aquí para discutir tales… tales…! Vine a recoger mi auto.

– ¿Tu auto?

– Sí, ¿no lo sabías? Lubor me avisó por teléfono…

– Le había dado instrucciones de que te avisara -la interrumpió Ven.

– Comprendo -murmuró la joven, aunque no entendió. Pero, contenta de haber evadido el tema de su virginal inocencia y de la contradicción de estar casada.

– Bueno, si no te importa, recogeré mi coche y regresaré a Inglaterra y…

– ¡Sí que tienes descaro, señorita inglesa, eso te lo puedo asegurar! -le gritó Ven antes que ella pudiera terminar y Fabia supo que retirarse no sería tan fácil como esperaba. De hecho estuvo segura de eso cuando-. Como no te vas a ir a ninguna parte, quizá quieras mejor tomar asiento -le sugirió él.

Esa vez le pareció buena idea. Las piernas, admitió, ya no la sostenían. Se alejó de él y se acomodó en el sofá donde se había sentado anteriormente. Pero esa vez no estaba a gusto allí y cuando él colocó una silla cerca del sillón y se sentó frente a ella, Fabia tuvo el horrible presentimiento de que no la dejaría en libertad hasta que no le revelara hasta el último detalle.

Cosa que, admitió para sí, era su pleno derecho, considerando que, creyendo que era otra persona, la había alojado, alimentado, paseado… Llegó de pronto a una decisión. Le revelaría todo acerca de su engaño y de la razón por la cual había pretendido ser Cara Kingsdale, pero nada de la idiota de Fabia que estaba perdidamente enamorada de él.

– No sabes cuánto lo siento -empezó ella-. Sé que eso no es excusa para que yo haya tratado de suplantar a Cara, pero esa ha sido la única mentira.

– ¿Tienes veintidós años?

– Sí.

– ¿Eres reportera?

– No, perdóname -se volvió a disculpar-. Trabajo con mis padres.

– ¿En Gloucestershire con los perros? -le preguntó él, haciéndola sentir bien porque lo había recordado.

– Correcto. Me encargo de cuidarlos. Lo siento -repitió-, no era una broma -titubeó y añadió-. Es que estoy nerviosa.

– ¿Por mí? No deberías estarlo -le aseguró Ven. Ella lo miraba asombrada-. Jamás te haría daño.

– Yo… Hmm… nunca pensé que podrías hacerme daño… -lo miró con los ojos bien abiertos-. Pero… debes estar furioso conmigo.

– Lo estaba, pero es por otra razón… -calló, pensando cómo seguir. Y de hecho cambió el tema-. ¿Quieres explícame el motivo por el cual, malamente, intentaste asumir el papel de tu hermana la reportera?

– ¿Malamente? -preguntó ella-. ¿Lo hice tan mal?

– Pésimo -respondió y se ganó de nuevo su simpatía al sonreír. Permítame decirle señorita Kingsdale que su técnica para entrevistar es apabullante.

– ¡Pero si nunca pude siquiera empezar! -protestó Fabia.

– Precisamente -respondió él-. Por experiencia con la comunidad periodística puedo decir que para ellos no existen preguntas demasiado íntimas o personales. Y no existe ningún miembro del personal a quien no traten de sobornar. Te aseguro que tu hermana no hubiera perdido tantas oportunidades como las que tú tuviste.

– No conseguí ni una respuesta a todas las preguntas de la lista -reveló Fabia.

– ¿Tienes una lista?

– Bien larga. Cara me la entregó. Esta entrevista significa tanto para ella -explicó de prisa-. Estábamos listas para venir a Checoslovaquia para que ella te entrevistara y para que ambas tomáramos unas vacaciones mientras su esposo iba a trabajar a los Estados Unidos. Luego Cara iba a tomar un avión para ir a vacacionar con su esposo. Pero cuando llegué con mi auto a Londres para recogerla como habíamos quedado, me encontré con que había recibido, una hora antes una llamada y le avisaron que Barney estaba enfermo. De modo que era natural…

– Que ella volara a Estados Unidos para estar con él -la interrumpió Ven.

– Yo me hubiera ido con ella, pero, como te dije, la entrevista significaba tanto para Cara que no podía cancelarla, ni quería dejar que alguien la hiciera, quiero decir, ningún otro periodista.

– Y te escogió a ti -murmuró él.

– Sinceramente no quería engañarte -declaró Fabia con angustia-. Pero Barney estaba tan enfermo y Cara tan preocupada, que parecía tremendo que yo no quisiera dedicar una hora de mi vida en hacer ese gran favor.

– De modo que aceptaste, al grado de querer usar su nombre.

– Te juro que no quería hacerlo. Créeme, pero…

– ¿Pero lo hiciste por el cariño que le tienes a tu hermana?

– ¿Puedes entenderme? -murmuró Fabia, mirándolo con sus grandes ojos verdes con expresión de súplica.

– Sí -respondió él-, por lo poco que te conozco entendería menos si te hubieras negado.

– ¡Oh! -murmuró ella y no estaba segura de qué sentía después de esa respuesta. No sabía si deseaba que él supiera más acerca de su persona y de lo que la hacía reaccionar-. Ya sé que tú dijiste que tú eras quien haría las preguntas y tenías todo el derecho -añadió-, pero… hmm ¿cuándo descubriste que yo no era reportera y que Cara era la esposa de Barnaby Stewart? ¿Me lo puedes decir?

– No veo para qué -respondió, pero la contentó al agregar-: Lo haré tratándose de ti. Era aparente desde un principio que sí eras una reportera, aunque no de las más tercas.

– ¿Yo sola me delaté?

– Me dejabas desviar tus preguntas con demasiada facilidad -le respondió-. ¿Te sorprende que desde la primera vez que te vi… me intrigaste?

– ¡Oh! -murmuró Fabia de nuevo. Pero ordenó a su estúpido corazón que no se entusiasmara, que Ven sólo había querido decir que lo intrigó su método como reportera porque era diferente al de otros periodistas-. Hmm… entonces… ¿cómo descubriste que Cara estaba casada?

– Fue muy sencillo -se encogió de hombros-, llamé por teléfono a la revista Verity.

A Fabia se le cayó la mandíbula, no se le había ocurrido eso, aunque pensándolo bien, era algo muy natural.

– ¿Querías certificar que yo era la que decía ser?

– No -Ven agitó la cabeza-, viniste bien preparada con la tarjeta de presentación de tu hermana y una carta con mi membrete.

– Pero… -pensó que su cerebro no funcionaba bien, porque si él había estado seguro desde un principio de que ella era Cara, ¿para qué había llamado a Londres?-. ¿Por qué? -tuvo que preguntar-. ¿Cuándo? -y extrañamente sintió la tensión en el ambiente. Aunque no se podía imaginar que existía alguna razón por la que Ven tuviera que sentirse tenso y descartó la idea por absurda.

– ¿Cuándo? Hoy. ¿Por qué? -repitió él y la miró a los ojos-. Porque huiste de mí, por eso -declaró con algo de agresividad o quizá, se preguntó Fabia sorprendida, no era agresión, sino nerviosismo. Tonterías, se dijo y tiró la idea al basurero-, pensé que eras buena y decidí que era conveniente tener la dirección de donde vives -añadió en el mismo tono.