Luces de bohemia
Luces de Praga (1995)
En Harmex: Luces de bohemia (1994)
Título Original: West of Bohemia (1993)
Capítulo 1
Fabia cambió de posición al despertar en su habitación del hotel ese lunes y al empezar a recordar, volvió a cerrar sus hermosos ojos verdes y deseó por un momento estar de regreso en Inglaterra. Un segundo o dos después volvió a abrirlos, se sentía agitada. Debía ver la situación por el lado optimista, pero el único problema era, se dijo con desaliento, qué aparte del lugar en el que estaba, el encantador balneario de Mariánské Lázne, en Checoslovaquia, un país que siempre había querido visitar, no había ninguna otra cosa interesante.
Debió estar loca, total y ridículamente loca, pensó, para haberse dejado convencer por su hermana y hacer ese viaje, sola. Sin duda, en las mismas circunstancias, a Cara le hubiera ido mucho mejor.
Su hermana era más sofisticada que ella, pero a los veintiocho años de edad, seis más de los que Fabia tenía, era de esperarse que lo fuera. Y, de todas maneras, Cara no habría durado más de dos minutos en su trabajo como periodista si no hubiera madurado.
Madurado o no, Fabia siempre defendía a su hermana incluso con el pensamiento, ésta tenía un gran e importante talón de Aquiles, Barnaby Stewart, quien era una gran persona y era brillante como científico, pero por otro lado distraído y en general bastante inútil. Había ocasiones, y Fabia lo sabía muy bien, en que Barnaby conducía a su ordenada y eficiente hermana a una total confusión. De todas maneras, Cara estaba profundamente enamorada de él y hacía un año que se habían casado.
La chica estiró la mano hacia la mesa de noche para tomar su reloj. Era temprano y no tenía prisa en empezar un día que podría caer en la misma categoría desafortunada que el anterior, el anterior, repitió incorporándose en el lecho y recargándose en la cabecera.
Los acontecimientos no habían resultado como los había planeado. ¡Cómo deseaba que su hermana estuviera allí! Debía estar con ella, de hecho era Cara la que iba a hacer el viaje a Checoslovaquia sola.
Sin querer, Fabia recordó su hogar en Gluocestershire donde vivía con sus padres en el pueblo de Hawk Lacey. Su familia tenía una pequeña empresa y una instalación para cuidar perros mientras sus dueños salían de vacaciones. A Fabia le encantaban los canes y los gatos, y había pensado estudiar para veterinaria. Estaba estudiando para el examen de admisión cuando su padre descubrió que se había estado durmiendo con un atractivo spaniel lo que hizo al señor expresar sus dudas en palabras.
– Sé que alguien tiene que dedicarse a ello, cariño -declaró con sensibilidad-, pero creo que no tienes el carácter para soportar el lado triste de esa profesión.
– ¿No te sentirás desilusionada si no entro a estudiar esa carrera? -le había ella preguntado, y se sintió más contenta que hacía semanas cuando le respondió.
– No seas tonta -bromeó él.
Cuando Fabia dejó la escuela, parecía estar hecha para dedicarse a darles de comer y ejercitar a los perros proporcionándoles todo el amor y la atención que tanto necesitaban.
A su hermana también le gustaban los animales, pero nunca había tenido nada que ver con ellos, se había salido de su casa al cumplir los dieciocho años. Cara se había casado y vivía con Barney en Londres, pero iba a visitarlos a Hawk Lacey siempre que podía. A veces Barney la acompañaba, pero, como a menudo ella podía coordinar las visitas con algún reportaje en esa área, iba sola.
Fue en una de esas ocasiones, en febrero, dos meses atrás, cuando, habiendo manejado a Cheltenham para hacer una entrevista, se desvió para verlos. Fabia sintió que estaba muy emocionada y comprendió que no era la única cuando apenas se sentaron a tomar el té, su padre le preguntó ya que era muy observador:
– ¿Nos lo vas a contar o es un secreto?
– Adivinen quién…-empezó Cara a decir.
– ¡Vas a tener un niño! -trató de adivinar su madre, aflorando un nietecito.
– ¡Mamá! -exclamó Cara, exasperada-. ¡Ya tengo bastante tratando de cumplir con mi profesión y tener que limpiar todo el tiradero que deja Barney para todavía añadir un niño a mi carga de trabajo!
A Norma Kingsdale le mortificaba que su hija mayor no tuviera ninguna intención de abandonar su carrera, pero esperaba que lo hiciera cuando se decidiera a tener familia. Como no habían visto a Cara desde Navidad, y como podrían pasar otras cinco semanas o más, antes que la volvieran a ver, no discutió más y la animó para gozar del momento que tenían.
– Dijiste, "adivinen quién…"
Cara no necesitaba que la motivaran y sus ojos volvieron a brillarle de emoción.
– Adivinen a quién le acaban de otorgar la entrevista del año.
Después de un periodo de trabajo por su cuenta, la joven estaba trabajando para la connotada revista bimestral Verity. Para Fabia, que pensaba que su hermana era lo máximo, la entrevista era una prueba más de que era una excelente profesionista.
– ¿La que acabas de hacer en Cheltenham? -le preguntó emocionada mientras esperaba que le diera más detalles.
– ¡No, válgame Dios! -negó Cara-. Esa entrevista casi no tiene importancia comparada con esto.
– ¡Aja!, se trata de una entrevista que aún no has realizado -dijo Godfrey Kingsdale.
Cara asintió con la cabeza y prosiguió a decirles que había escuchado decir, esa mañana cuando entró a su oficina para ver si había recibido correspondencia, antes de irse a Cheltenham, que le habían asignado la entrevista con el famoso Vendelin Gajdusek.
– ¿El escritor checo? -preguntó Fabia. Aunque no había leído ninguno de sus libros, sabía que lo tenían en alta estima dentro del mundo literario.
– ¡El mismo! -exclamó Cara-. Casi no puedo creerlo. Me pellizco, para saber si estoy dormida o despierta.
– ¿Pero, creí que él nunca otorgaba entrevistas? -recordó Godfrey Kingsdale.
– Así es -asintió Cara-. Por eso mismo es tan extraordinario que después de semanas y semanas de acaramelar a su secretaria por fin logré convencerlo. Todavía no lo puedo creer, aunque tenga yo aquí la carta para probarlo.
Los siguientes minutos todos la felicitaron ya que comprendían que había sido un gran logro. Luego la señora Kingsdale preguntó:
– ¿Tendrás que ir a su hotel a entrevistarlo?
– ¿Hotel? -dijo Cara, pero de inmediato comprendió-. Ah, él no vendrá a Inglaterra, yo debo ir a Checoslovaquia.
– ¡Checoslovaquia! -exclamó la señora.
– Está en Europa Oriental, mamá, no en Marte -Cara se rió, todavía muy entusiasmada por las noticias de esa mañana.
– ¿Y Barney está de acuerdo con que vayas? -preguntó Norma.
– Él está más emocionado que yo -respondió Cara, revelando que le había llamado por teléfono cuando se enteró de la noticia-. Y no, mamá, no le importa. Mientras yo esté feliz en mi profesión, él me apoyará -sonrió para no dar la impresión de que le fastidiaba el hecho de que su madre pensara que debería dedicarse más a su hogar, porque ya estaba casada-. Además, como lo más pronto que me puede recibir el señor Gajdusek es la primera semana de abril, todo ha resultado perfecto.
– ¿No tenía Barney que ir a los Estados Unidos a finales de marzo? -intercaló Fabia.
– Te acordaste -Cara sonrió y le reveló-. En realidad estaba preocupada al pensar en qué iba a hacer durante las cuatro semanas que él estaría de viaje, ya me acostumbré a tenerlo en casa -admitió, aunque todos pensaban lo contrario-. Ahora ya hice planes para pasar con él las dos últimas semanas, juntos, como en una especie de vacaciones, pero las dos primeras semanas… -se quedó pensando y miró a Fabia-. Acabo de tener una maravillosa idea, ¿por qué no me acompañas a Checoslovaquia?
– ¡No hablas en serio! -exclamó la joven, emocionándose de inmediato.
– Claro que sí -replicó Cara-. Serás la mejor compañía y te fascinará, estoy segura.
– Creo que estás recordando la época en que todos los chicos estaban volviendo a sus padres locos con la música pop, Fabia tocaba día y noche obras de Smetana, Janácvek y Dvorvák -murmuró su padre a secas.
– Estás exagerando -Fabia soltó una carcajada, pero no pudo negar que había sido una gran aficionada de los compositores checos y todavía lo era.
– ¿Entonces, qué opinas? -preguntó Cara y Fabia se volvió para preguntarles a sus padres.
– ¿Creen que puedo? ¿No me necesitarán?
– Hace mucho que debiste tomarte unas vacaciones -declaró de inmediato su madre.
– Podemos estar solos una semana -y luego miró intrigado a Cara-, ¿o dos?-preguntó.
– El señor Gajdusek vive en la región de Checoslovaquia llamada Bohemia Occidental y quería llegar en avión, encontrar Mariánské Lázne donde tiene su casa y volar de regreso a Inglaterra -respondió Cara-. Pero si Fabia me acompaña podemos ir manejando, tomar el transbordador a Bélgica, cruzar Alemania y… -cuando su padre la miró frunciendo el ceño dijo-. Podemos tomar turnos para manejar y parar en algunos lugares en Alemania -corrigió mirando de reojo a Fabia que sonreía-, y una vez que haya concluido mi entrevista tomarlo como vacaciones, quedarnos unos días y conocer los alrededores. Incluso podríamos ir a Praga.
– ¿Podemos? -preguntó entusiasmada Fabia y quedaron de acuerdo.
Durante los dos meses que quedaban Fabia hizo varias veces el equipaje, y adquirió un libro de frases checoslovacas traducidas al inglés. Cuando su padre opinó que el auto que él y su madre le habían reglado para sus cumpleaños era más confiable en carretera que el elegante auto de Cara, que no tenía un motor tan potente, decidieron que utilizarían su cuidado Volkswagen para el viaje.
Las hermanas hablaban por teléfono muy seguido. Y mientras crecía el entusiasmo de Fabia ante la perspectiva de ir a conocer el país de sus compositores favoritos, crecía también la alegría de Cara ante la idea de ir a hacerle una entrevista a Vendelin Gajdusek. Era como si todavía no quisiera creer que era tan afortunada, que ella, entre tantos afamados periodistas que buscaban entrevistarlo, había sido aceptada por él. ¡Era obvio que estaba en la cúspide de su carrera!
Para cuando llegó la semana en que emprenderían el viaje, Fabia había conseguido y leído una de las obras de Vendelin Gajdusek traducida al inglés y sentía tanta admiración por el escritor como por su hermana. Aunque prefería el estilo suave y poco agresivo de escribir, no podía dejar de admirar la afilada narrativa del checoslovaco.
Debía ser una emoción increíble poder conocer al hombre que era autor de esa obra, pensaba cuando cerraba la maleta por última vez, el martes en la mañana, aunque sabía que eso iba a ser imposible. Habían planeado con mucho cuidado el primer día de lo que llamaban su "experiencia checoslovaca", así que Fabia sabía por adelantado que nunca llegaría a conocer a Vendelin Gajdusek.
De nuevo, Cara repasó los primeros días de su itinerario en su memoria. Barney había volado a los Estados Unidos el jueves anterior, y ella debía llegar manejando al apartamento donde vivían en Londres, el martes por la tarde. De allí, Cara lo tenía ya todo meticulosamente planeado; ella y Fabia irían conduciendo a Dover y tomar el transbordador a Ostend el miércoles en la mañana. Cruzarían Bélgica y entrarían tranquilas en Alemania donde pasarían la noche. El jueves debían llegar a la frontera Checa. De acuerdo a los planes de Cara, quien había hecho reservaciones en el hotel en Mariánské Lázne, debían llegar a su destino ese día en la tarde.
Tenían bastante tiempo, había declarado, para descansar antes de salir, un poco antes de las once de la mañana, para acudir a su valiosa cita con el señor Gajdusek el viernes en la mañana. Después de eso, tendrían vacaciones.
Fabia no podía pensar más que en la "Experiencia Checoslovaca", cuando se despidió de sus padres junto a su auto.
– Recuerda hija que debes…
– No te preocupes, mamá -Fabia sonrió a su madre que estaba preocupada-. Ya conoces a Cara, es de lo más eficiente, todo saldrá a la perfección.
Sólo unas horas después Fabia deseó, con todo su corazón, haber tocado madera cuando hizo esa declaración. Porque algo había salido mal. ¡Muy mal y todavía antes de salir de Londres!
Contenta, sonriente y confiada, había quitado de su frente unos cabellos, largos y rubios y los había puesto detrás de la oreja y esperaba que su hermana fuera a abrirle la puerta.
La sonrisa en su rostro se desvaneció de pronto en el momento en que Cara abrió la puerta y contempló la desusual palidez de su rostro y las señales, casi inequívocas, de que había estado llorando.
– ¡Cara! ¡Cariño! ¿Qué te pasa? -entró al apartamento con ella.
– ¡No puedo ir! -exclamó a secas.
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