– Sí -murmuró ella, pero lo único que comprendió fue que la pregunta que se había hecho, de si él había regresado ese día a Mariánské Lázne, ya estaba contestada. Ya que creía que ella había "huido" de él, debió estar en Praga esa mañana y debió regresar al hotel luego de que ella había partido. Lo que quería decir es que había conducido rumbo a Mariánské Lázne un poco después. Pero empezaba a preocuparle su comentario de que ella había huido de él; no tenía intenciones de entrar en averiguaciones de "por qué" y "para qué", y como ya se había disculpado por haberlo engañado, y había salido bastante bien librada, se puso de pie, extendió la mano y empezó a decir:

– Has sido muy bondadoso…

– ¡Bondadoso! -repitió el hombre ignorando su mano y gritando de nuevo con agresividad-. ¿Adónde demonios crees que vas?

– A Inglaterra, claro -ella bajó la mano y trató de tranquilizarse-. Mis vacaciones han terminado. De hecho -continuó cuando Ven no pareció muy impresionado-, mis padres esperan que regrese hoy a casa.

– Siéntate -le ordenó-. Después los llamarás por teléfono.

– Sí, pero… verás… -dijo con mayor seguridad en sí misma.

– ¡Qué verás, ni qué nada! -la interrumpió él-. ¡No he terminado contigo y falta mucho, mucho!

– Pero me dijiste… bueno me diste a entender, estoy segura -tartamudeó confundida por completo-, me dijiste que ya no estabas furioso conmigo.

– Ya no lo estoy, no porque hayas tomado el lugar de tu hermana. No ahora que ya sé… -calló y cambió el tema-. ¿Estás dispuesta a regresar a Inglaterra sin la dichosa entrevista? -Santo Cielo, tembló Fabia y prefirió no responder. Pero Ven no estaba dispuesto a dejarla en paz-. Porque -la retó-, siendo honesta, ya lo sé, y sin embargo, te prestaste a tal engaño con un solo propósito, ya que siendo tan importante para tu hermana, a quien tanto quieres… -apareció un extraño brillo en sus ojos e hizo una pausa antes de continuar mirándola a los ojos-, una hermana por la que estabas dispuesta a todo, como lo comprobaste cuando abandonaste Inglaterra para venir aquí, ¿por qué estás lista para abandonar todo el proyecto como si nada?

¡No! Fabia sintió terror al pensar que Ven podría llegar a averiguar que estaba enamorada de él. De nuevo decidió callar.

– ¿Qué sucedió, Fabia? -insistió él sin descanso, buscando la respuesta-. ¿Qué ha sucedido que es más poderoso que tu cariño por Cara, que estés dispuesta a perder la confianza que ha depositado en ti?

– ¡Basta! -exclamó Fabia, sintiéndose desgarrada. Pero él no se detuvo.

– ¿Qué es tan importante en tu vida que, a pesar de que yo te prometí que discutiría contigo la posibilidad de concederte la entrevista, prefieres irte antes…?

Ella había llegado al límite de la tolerancia y no pudo soportarlo más, de modo que lo interrumpió.

– ¿No crees que acusarme de ser una mujer "empalagosa" sea razón suficiente? -le gritó enardecida.

– ¡Moje milá! -exclamó Ven-. ¡Te he lastimado! Confieso que quise herir tu orgullo, pero Fabia amada mía -dijo él con ternura y, desechando su agresividad, la estrechó entre sus brazos con gentileza.

Era el paraíso para ella poder sentir su abrazo, recargarse en él, respirar su calor, su fresca virilidad. Pero la muchacha ya había estado antes en esos brazos y atormentada por su propia debilidad, comprendió que debía liberarse mientras pudiera. De inmediato al primer empujón de pánico contra él, Ven se apartó.

– ¡Gracias! -gritó ella-. No necesito que cures mi orgullo. Yo puedo…

– Yo no quise herir tu orgullo -señaló él-. Tuve que hacerlo.

– Gracias de nuevo -declaró-. Es un misterio para mí que hayas tenido que hacerlo, pero no me hagas ningún…

– ¿Qué no entiendes? ¿No recuerdas lo que sucedió? -le preguntó cuando todo había quedado grabado para siempre en la mente de ella-, te sentía cálida y entregada en mis brazos hasta que, en un momento indeseable de timidez, te arrepentiste. En ese momento un hilo de sensatez iluminó mí cerebro y comprendí que tenía que protegerte… ¡de mí!

– ¿De ti? -así como había aparecido su ira, así desapareció, con la misma rapidez, aunque estaba tan confundida que tuvo que admitir-. Creo que no te entiendo.

– No me sorprende -replicó Ven y suspiró-. Creo que no lo estoy haciendo bien -declaró-, pero cuando menos estamos hablando y eso hace las cosas más sencillas de lo que esperaba -y mientras todavía confusa Fabia no hacía más que observarlo, le puso la mano en el brazo y en vez de ordenarle que se sentara, la invitó con tono amable-. ¿No quieres sentarte? ¿Sentarte y concederme el tiempo necesario para que te lo pueda explicar todo?

Fabia lo contempló por un instante. Había creído que limpiaría el piso con ella cuando averiguara que lo había engañado. Y, ahí estaba, mirándola a los ojos, conociendo la verdad, ¡y él quería explicarle todo a ella! De pronto ya no tuvo prisa de irse. Y súbitamente, sintiendo tensión, comprendió que, debido al amor que sentía por Ven, y aunque estuviera pisando terreno peligroso, debía ser valiente y quedarse para escucharlo. ¡Por qué de alguna manera… parecía importante!

Tomó asiento de nuevo en el mismo sofá. Ven ya había arrimado su silla más cerca y cuando se acomodó estaba tan cerca que podía examinar cualquier cambio en la expresión del rostro de Fabia.

Tienes que ser valiente, se repitió la joven y trató de mostrar dureza.

– Gracias, Fabia -empezó Ven y pareció animado por el hecho de que ella se había quedado-. Para explicar mejor el motivo por el cual era necesario ser brutal cuando tú eras tanto deleite… -se detuvo mirándola a los ojos-. Yo tampoco lo entendí muy bien. Lo único que sabía en ese momento, era que tenía que protegerte de mí, tenía que darme cuenta y estudiar el hecho de que no podía quitarte la virginidad y luego abandonarte.

– ¡Yo jamás te hubiera pedido nada! -protestó Fabia con orgullo.

– ¿Crees que no lo sabía?

– Jamás pensé en…

– Ese es el problema -la interrumpió Ven-, ninguno de los dos estaba pensando. Hasta aquel momento en que sentiste timidez, todo parecía tan natural, embrujante, maravilloso, pero sin tomar en cuenta las consecuencias -¡Ven!, quería la chica gritar, ya que así había sido también para ella-. Luego allí estaba yo, luchando por controlarme y tú deseando volver a estar cerca de mí -Fabia sintió el impacto-. Yo no soy un hombre superdotado querida -alivió el golpe con el cálido termino de "querida"-, ¿qué otra cosa podía yo hacer, aunque no estaba pensando con claridad, sino apelar a tu orgullo?

– Al principio no pude reaccionar -murmuró ella.

– ¡Ay, Fabia, no tienes idea de lo que me costó a mí! -aplicó más bálsamo a sus heridas-. Fue por ti que tuve que abandonar la suite y no regresar hasta el amanecer.

– ¿Te quedaste afuera toda la noche… nada más por mí?

– Le pedí prestada a mi hermano una cama, porque una habitación al lado de la tuya era estar demasiado cerca, para el estado en que yo me encontraba -le confesó y mientras ella recuperaba su orgullo-. ¿Te puedes imaginar, mujer, lo que sentí cuando regresé al hotel y descubrí que te habías ido?

Ella abrió la boca y luego la cerró. Estaba en total excitación y trataba con todas sus fuerzas de calmarse, porque era obvio que lo único que Ven había querido decir al final era que, habiéndola llevado él a Praga, sentía que era su responsabilidad llevarla de regreso a Mariánské Lázne.

– Yo… hmm… tenía que tomar el tren -quiso explicar.

– ¡Tenías que tomar el tren! ¡No dejaste siquiera una nota para mí!

– ¿Creíste que te iba a escribir después de lo que me dijiste? -exclamó la joven sintiendo más tranquilidad, ya que comprendió que su única preocupación era saber dónde estaba, no por ella en particular.

– ¿No me vas a perdonar eso nunca? -preguntó Vendelin y lo dijo con tal encanto que Fabia se alegró de estar sentada.

– Claro que sí -declaró y trató de pensar en otra cosa-, la recepcionista del hotel te pudo haber dicho que había tomado un taxi para la estación de trenes de Praga.

– Y lo hizo -le reveló él-, pero hasta que aclaré mis pensamientos cuando descubrí que te habías llevado todas tus pertenencias y comprendí que te habías ido, pensé en media docena de posibilidades hasta que se me ocurrió llamar a la recepción.

– ¿Llamaste? -preguntó extrañada de que Ven hubiera estado tan preocupado.

– ¡Claro! -contestó él sin titubear-. Pensé que te habías ido a otro hotel en Praga, aunque lo dudaba. Creí que te habías regresado a Mariánské Lázne o quizá al aeropuerto de Praga. Entonces recordé que dejaste parte de tu equipaje aquí, y tu auto. ¿No ibas a regresar a tu casa sin él, verdad? ¿Por qué habrías de hacerlo? -Fabia no quiso comentar que estuvo a punto de hacerlo y después de una pausa, él continuó-. Sabía que había herido tu orgullo, pero había sido necesario cuando mi pasión por ti amenazaba con entorpecer mi razón. ¡Pero te lastimé tanto que estabas dispuesta a regresar a Inglaterra, aun sin la entrevista! -Fabia empezó a sentirse preocupada, él se estaba acercando y averiguaría que cuando el orgullo lastimado se da la mano con el amor herido, nada más importa en el mundo. Pero, por suerte, él no continuó en esa dirección-. Pensé que, ya fuera para pedir un taxi o para ir al aeropuerto o para regresar a Mariánské Lázne, tuviste que pedir ayuda para dar las instrucciones en checo.

– Y llamaste a la recepción. Lo siento -se disculpó Fabia, comprendiendo que había hecho mal en no dejarle una nota dado que ya sabía que sólo había querido protegerla y que por eso le había dicho que era "empalagosa"-. Yo… yo no pensé en ese momento que estarías tan interesado…

– ¡Interesado! -exclamó Ven y casi la hace caer cuando continuó-. De alguna manera, mujer, he estado interesado en ti desde que acerqué mi auto al tuyo, desde que me dijiste, mirándome con esos adorables ojos verdes, que tu auto estaba descompuesto.

– ¿Interesado? -Fabia contuvo el aliento y lo contempló atónita. Trató de mostrar calma, ¿qué podía significar "interesado?"-. ¿Quieres decir que te importaba como reportera? -tenía que averiguarlo.

– Si recuerdas -Ven la contempló durante un minuto-, no fue sino hasta el día siguiente que me enteré que la hermosa mujer de ojos verdes y cabellera rubia era una "reportera".

– Ah. S… sí -tartamudeó sintiendo demasiada energía en su corazón. Pero, cuando recordó la salida con él al día siguiente, comprendió que tenía que estar equivocada acerca del significado de la palabra "interesado" y de la connotación que había querido darle-. No comprendo qué quieres decir -declaró-, pero te portaste bastante hostil hacia mí cuando me viste al día siguiente y todavía era antes de que supieras que yo era una "reportera".

– Me sentí alarmado cuando vi que Azor te había atacado. Y eso me puso furioso -explicó-, pero aunque te haya parecido así, no creo que sentía hostilidad, ¿cómo podía ser así cuando, desde que supe en que hotel te alojabas, té habría llamado si no hubieras tú ido a mi casa.

– ¿Lo hubieras hecho?

– Estoy seguro -respondió, pero los violentos latidos de ella bajaron su ritmo cuando él añadió-, por tu auto, ¿necesitaba más razones para llamarte?

– No -murmuró ella y tuvo que sonreír para que no se percatara de que se le había ido el alma a los pies.

– Aunque no necesitaba utilizar el vehículo como pretexto, porque tú te presentaste en mi casa. E incluso, cuando me enteré de que eras una reportera, y a pesar de que prefiero siempre salir solo a caminar, te invité para que me acompañaras.

Fabia sintió entonces que si él continuaba hablándole así y si luego la sumía en el polvo, iba a tener un ataque al corazón. Recordó aquella caminata con él y lo feliz que se había sentido, y se preguntó si desde entonces se había enamorado de él.

– Fue… este… fue muy agradable caminar contigo -pensó que hacía bien en comentárselo.

– ¡Agradable! -exclamó Ven-. Yo me he dado cuenta de que fue el principio de mi fin.

– Yo… -era inútil, no le funcionaba el cerebro-. ¿Cómo? -tuvo que preguntar para aclararlo.

– ¿Cómo? -repitió él, pero a pesar de que ella pensó que estaba un poco irritado y aunque pareció titubear, como si no estuviera muy seguro, la miró a los ojos y declaró-. Puedo hacerte una lista de las cosas que he hecho por ti, que ni yo creería que haría jamás. Cosas que para mí han sido ilógicas y sin embargo, nada en la tierra me hubiera impedido hacerlas.

– ¿De veras? -susurró ella, mientras algo en su mirada, algo en la manera en que estiró las manos hacia adelante para tomarle las suyas, hizo que casi le estallara el corazón.

– Claro que sí -dijo él-. Desde aquel lunes que te había presentado a mi secretario y hasta el momento en que él se ofreció a llevarte a tu hotel, no había pensado siquiera en cómo te ibas a regresar.