– Tú tenías que salir y me llevaste -le recordó Fabia.

– No tenía que ir a ningún lado -le confesó-. Lo inventé en ese instante. Sólo, ahora lo entiendo, para que Lubor Ondrus no te llevara.

Fabia abrió la boca atónita. La sensación de sus manos en las suyas, el roce de su piel la confundía, pero creía que le estaba diciendo que había estado celoso… ¡de Lubor! ¿Sólo un poco?

– ¡Oh! -exclamó con voz quebrada.

– ¿Qué…? -murmuró Ven, y pareció entender que era un acto favorable que ella dejara sus manos entre las suyas-. ¿Qué me está pasando?, porque yo amo mi privacía y jamás invitaría a una reportera a husmear en mi casa y sin embargo, te pedí que vinieras a cenar.

A Fabia le hubiera gustado mucho saber de veras qué le estaba pasando, pero, a pesar de su entusiasmo tenía miedo de preguntarle, no fuera a llevarse otra desilusión.

– Yo creí entonces, cuando pasaste frente a Lubor y a mí esa vez a la hora del almuerzo y te veías tan furioso, que ibas a cancelar la invitación -ella sintió que podía comentárselo.

– ¿Furioso? ¡Estaba que estallaba! -le informó Ven.

– ¿Por qué pensaste que yo iba a sacarle alguna información sobre tu persona?

– Ya me había comprobado que era un excelente secretario confidencial y que jamás le revelaría nada a nadie, a pesar de su debilidad por el sexo opuesto y no importaría que tan bella fuese -contestó Ven-, pero puede ser que te hice sospechar eso cuando tuviste el desatino de no dejar de hablar de tu almuerzo con él cuando cenamos…

– ¿No dejé de hablar de él? -Fabia estaba sorprendida, segura de que no hubiera podido ser tan mal educada.

– Así me pareció -declaró Ven, pero luego aclaró-. Es que, hasta que te conocí, jamás había sentido celos.

– ¡Celos! -exclamó Fabia casi sin aliento-. ¿Tú estabas celoso? ¿Celoso de Lubor? -y no supo dónde estaba ya que en ese momento, como si no le hubiera parecido estar sentado frente a la joven, en una silla, cuando tenía todo el sofá, Ven se cambió y se acomodó junto a ella. Luego, Fabia tenía un nudo en el estómago, la tomó de los brazos, cosa que no la ayudó a sentirse mejor y la hizo volverse hacia él. Y fue entonces que, mirándola a los ojos, le confesó.

– Sí, celoso de Lubor Ondrus. Celoso, aunque no había admitido que se trataba de ese sentimiento hasta hace poco -Fabia lo miraba, atónita, muda, cuando él soltó uno de sus brazos, colocó el brazo sobre sus hombros y le preguntó con voz ronca-. Mi adorada Fabia, ¿no te das cuenta de lo que siento?

– No estoy segura -ella no supo cómo logró encontrar las fuerzas para hablar. Luchaba por mantener los pies en la tierra que algo maravilloso, algo imposible; algo imposible y maravilloso estaba sucediendo, ¿o no?

– ¡Oh!, milácku -susurró él-. ¡Tú no estás segura! ¿No lo sabes, no puedes sentir que yo tampoco lo estoy? Por favor dame alguna esperanza -insistió-, porque aparte de la incertidumbre en mi corazón de que miluji te, jamás he tenido más dudas, ni me he sentido más aprensivo en toda mi vida.

Fabia trató de hablar, pero tenía la garganta cerrada. Sentía que estaba temblando en sus brazos, pero cuando se percató de que algo de ese temblor provenía de Ven, comprendió que debía estar bajo gran tensión, y, por él, rompió su barrera del miedo.

Tosió para aclarar su garganta y pronunció con dificultad:

– ¿Qué quiere decir "milácku"?

– Querida -respondió él sin titubear y con el corazón latiendo como un loco, ella derribó otra barrera.

– ¿Y miluji te -preguntó sin aliento.

La respuesta de Ven fue tomar su barbilla con la mano y mirándola con sinceridad, tradujo:

– Te amo.

– ¡Ay, Ven! -exclamó la chica con lágrimas en los ojos.

– ¡Amor mío! -susurró el hombre con voz ronca y como tratando de creer lo que los ojos de ella le estaban diciendo, la abrazó con fuerza-. ¿Son esas lágrimas, las que apenas puedes contener, lágrimas de alegría? -le preguntó angustiado.

– Yo también te amo -respondió Fabia con sencillez.

Eran las palabras que él había deseado escuchar y con un grito de alegría y con ambas manos rodeándola, la presionó más contra él. Le habló en una mezcla de checo y de inglés.

– Moje milá, dulce milácku, te quiero tanto -le confesó con voz temblorosa y la arrulló en sus brazos, besó sus mejillas y luego ella acomodó una mano en la parte trasera de la cabeza de Ven y pegó su mejilla al rostro masculino. Pero, después de unos minutos de deleitarse con la sensación de su piel, Ven se hizo para atrás y Fabia miró con timidez sus ojos negros, nunca había ella visto una expresión de tanta alegría en el rostro de un hombre-. ¡No puedo creerlo! -exclamó y la abrazó con tanta fuerza que ella tuvo la impresión de que, si todo era verdad, no tenía intenciones de dejarla ir-. ¿Cuándo? -le preguntó.

– Ayer -la verdad era que Fabia no podía creerlo-. Ayer, frente a la estatua del poeta -le comunicó con voz suave.

– Dulce, hermosa Fabia, amor mío -musitó besando sus labios.

– ¡Ay, Ven! -susurró la joven sonriendo le preguntó-. ¿Y tú, cuándo?

– Lo supe hoy, definitivamente. Pero ha estado aumentando para que yo lo confirmara, si hubiera podido…

– ¿No querías estar enamorado?

– No tenía esa experiencia, no quería reconocerlo, pero ya estaba allí cuando mi corazón se debilitó al ver la cortesía que le mostraste a mi ama de llaves, la sonrisa que le ofreciste; estaba allí cuando te invité a cenar sin siquiera saber por qué lo había hecho, sólo que seguro no era por la entrevista. Allí, en el hecho de que, durante esa misma velada, te prometo que siempre he sido un hombre sincero, pero asombrado descubrí que estaba diciendo mentiras.

– ¿Me has dicho mentiras? -preguntó la joven sin recordar que ella había hecho eso y más.

– Perdóname, querida -le suplicó con tanto encanto que Fabia estaba dispuesta a dejarse seducir por él-. Me preguntaste acerca de tu auto, y te dije que les tomaría una semana o más localizar el repuesto.

– ¿Y no era verdad?

– Esa mañana habían entregado tu auto aquí -le respondió para su asombro y ella abrió mucho los ojos-. Estaba y todavía está, encerrado en una de los edificios exteriores.

– Pero, ¿por qué? -tuvo ella que decir-. ¿Para qué mentir? ¿Por qué no podías…?

– ¿Por qué no podía revelártelo? -Fabia sintió-. ¿Para qué? -dijo él con arrogancia-. Quizá te lo hubiera dicho, pero me puse furioso cuando almorzaste con mi secretario y celoso, claro -insertó-, y luego pasaste la cena platicándome de eso de todas maneras -terminó sonriendo-, aunque no quería admitir el poder que tenías sobre mí, creo que desde entonces no quería saber que podías irte adonde yo no podría localizarte con facilidad.

– ¡Eres un demonio! -exclamó la muchacha con ternura.

– ¿Me quieres?

– Tanto -susurró ella y se derritió ante sus ojos, después él inclinó la cabeza y la besó en los labios.

– Mi ángel -dijo con respiración entrecortada unos minutos después, al contemplar su hermoso rostro y sus mejillas ruborizadas por sus besos.

– ¡Ay, Ven! -suspiró y lo adoró más cuando él se inclinó y le plantó un tierno beso en la frente.

– ¿No es natural, que, aunque fui demasiado terco para aceptar lo que me estaba sucediendo, no puedo negar que aquella noche me dio un brinco el corazón.

– ¿Cuándo?

– Cuando en esta habitación, después de describirte lo de la fuente que canta, tu dijiste: qué maravilla y pensé que eras la criatura más adorable en cuerpo y alma, que jamás había conocido.

– ¡Me dices las frases más conmovedoras! -ella suspiró.

– Te digo sólo la verdad, amada mía -y esa vez Fabia levantó la cara y lo besó y luego descubrió que ella era la que estaba recibiendo el beso, con tal pasión que cuando Ven se hizo hacia atrás ella sintió que estaba en otra órbita.

– ¿Este, tu… hmm… ya no me has dicho más mentiras? -estaba tratando de recuperar el control de sí misma, aunque por lo visto los besos de Vea tenían el poder de impedirle pensar con sentido común-. ¿Sólo la de… mi auto? -logró decir con cierta coherencia.

– ¡Ah! -dijo Ven y confesó-: Bueno, en una ocasión, después de estar pensando en ti toda la noche, te llamé al hotel esperando que no te molestara.

– Fue el jueves pasado -ella lo recordó al instante. -Correcto.

– Tenías que ir a Karlovy Vary y me invitaste a ir contigo.

– Incorrecto -replicó él y Fabia lo contempló admirada-. Estaba impaciente por hablar contigo, por verte -le reveló-. Cuando vi que Ivo iba a enviar un paquete por correo a la prima de su esposa en Karlovy Vary, le dije que iba a ir para allá y que se lo dejaría en la tienda donde trabaja la prima de Edita.

– ¿Entonces no tenías para qué ir a Karlovy Vary? -le preguntó ella asombrada.

– Para nada, sólo que tú habías dicho que deseabas conocerlo, y quería estar contigo.

– ¿Ya té dije que eres muy capaz?

– ¿Ya te dije que eres adorable?

– ¡Oh, Ven! -al tiempo se detuvo mientras se abrazaban y se besaban. Luego, Ven se apartó de ella.

– Créeme… jamás tuve la intención de acostarte en el sofá de mi sala -comentó él, con la intención de aclararlo todo.

– Lo siento -la joven se disculpó conteniendo el aliento, estaba tan confundida para entonces que no sabía de qué se estaba disculpando.

– Y deberías -reclamó Vendelin con tono severo, hizo una pausa, tragó saliva, y luego preguntó-. ¿De qué estábamos hablando? ¿Qué fue lo que te dije?

– Hmm -Fabia estaba fascinada de que estuviera igual de confundida que ella-. Creo que hablábamos de Karlovy Vary.

– Ah, sí. Esa mañana, de nuevo por celos, me enfureciste cuando estábamos tomando café y te atreviste a mencionar a otro hombre -recordó él-. Comprendí en ese momento que mi decisión de mandar a mi secretario de viaje de negocios era la correcta.

– ¿Lo mandaste de viaje por mí? -preguntó atónita.

– ¡Puedes estar segura! -replicó con tono fuerte y sin disculpas. Aunque luego sonrió al recordar-. ¿Pero la pasamos mucho mejor, verdad?

– Ay, sí, fue maravilloso -declaró-. Almorzamos en un lugar llamado Becov y…

– Y cuando estacioné el auto sentía que tenía una necesidad abrumadora de besarte.

– ¿De veras?

– Sí -confirmó y la besó.

– ¡Ven! -musitó.

– Si te hubieras fijado en mí entonces, cuando te dejé en tu hotel, cuando me dejé vencer por esa necesidad y te besé… aunque sea en la mejilla, estoy seguro que hubieras pensado, "pobre Ven".

– ¿Crees?

– No recuerdo haber manejado hasta mi casa. Pero cuando salí del auto y caminé hacia la puerta me percaté de que estaba cayendo bajo el embrujo de esa inglesa que había sido una compañía tan encantadora y agradable todo el día.

– ¡Oh! -exclamó ella, fascinada y con una sonrisa traviesa, pidió-. Sigue.

Era conmovedor verlo sonreír y la besó en la punta de la nariz por su imprudencia.

– Y así me pasaba el día pensando en ti, y no descansaba ni cuando trataba de dormir en las noches.

– Cuanto lo siento -dijo ella feliz.

– Se te nota -él se rió, y continuó-. En la mañana decidí irme a Praga.

– ¿Por mi culpa? -preguntó pasmada.

– ¡Claro que por tu culpa!

– Pero, ¿por qué?

– Porque, aunque siempre había permitido que se expresaran mis sentimientos, esa vez, por alguna razón que no podía comprender, sabía que no podía hacerlo contigo.

– ¿Por lo de la entrevista? -adivinó Fabia.

– Para ser sincero, moje milá

– ¿Qué quiere decir moje milá?

– Amor mío -le tradujo.

– Gracias -murmuró Fabia feliz y le recordó-, para ser sincero…

– Para ser sincero -repitió él-, me tenía sin cuidado lo que escribieras en tu entrevista. Lo que sí me importaba era esa necesidad de obedecer a un instinto que me advertía que debía alejarme de ti.

– ¿Es… estabas temeroso?

– ¿Por qué no? Jamás había sentido la fuerza de esa emoción que llaman amor. Ese sentimiento que, incluso cuando había planeado ir a Praga, y aunque había admitido sólo que me simpatizabas lo suficiente como para evitar más problemas, me hizo darle instrucciones a Lubor…

– ¿Acerca de mi auto? -bromeó ella.

– Eso era diferente -le contestó-. Después de asegurarme de dejarlo bastante ocupado todo el fin de semana y sin esperar que pudieras ponerte en contacto con él para nada, le di instrucciones de que te ayudara en caso de que tuvieras algún problema.

– Pero aclarando que sólo lo hiciera de manera impersonal.

– ¡Aja! -confesó Ven-. No creí que te lo dijera. Claro que lo estaba haciendo por celos de nuevo -admitió.

– Yo creí que era porque no me tenías confianza y pensabas que yo iba a interrogar a Lubor acerca de tu vida personal.

– Amor mío -murmuró él y con sus besos borró cualquier herida, luego sacudió la cabeza y dijo burlándose de sí mismo-. Y yo creí que yendo a Praga te eliminaría de mis pensamientos.